Patricia Dopazo Gallego

A propósito del IX Congreso Internacional de Agroecología, celebrado en Sevilla el pasado mes de enero, nos preguntamos cómo ve la academia la situación de crisis actual del sector primario y qué pueden aportar quienes ejercen su militancia política desde la investigación agroecológica. Hablamos con Michel Pimbert y Clara Nicholls, que ofrecieron las conferencias de apertura, y con Gloria Guzmán, del grupo Alimentta, responsable de la organización de esta edición del congreso.

 

DALCAHUE CHILOE YASSIR SAA

IX Congreso Internacional de Agroecología, celebrado en Sevilla del 19 al 21 de enero de 2023. Foto: Alimentta

Después de su última edición en 2021 en formato telemático, el Congreso Internacional de Agroecología, un evento muy consolidado y que supera el ámbito académico, retoma la presencialidad en un momento en el que, como dijo Ana Pinto ―del colectivo de jornaleras de Huelva― en una de las mesas, parece que hay más investigaciones sobre campesinado que campesinado. En el Estado español asistimos a momentos muy duros para los proyectos agroecológicos y vemos cómo cierran incluso algunos que han sido referente durante años, tanto de producción como de consumo. A esto se suman los efectos ya evidentes de la crisis climática sobre la agricultura, la incertidumbre sobre los precios de la energía y de las materias primas y la crisis alimentaria.

«La inseguridad alimentaria ya está en Europa, no es algo del futuro. La crisis energética en Reino Unido ha provocado que muchas personas no coman porque priorizan sus recursos para la energía», denuncia Michel Pimbert, profesor de la Universidad de Coventry. «Esto sucede, en parte, porque dependemos de un sistema extremadamente frágil sostenido por la energía fósil que ha estallado. Los sistemas de seguridad social se han quebrado y la precariedad no para de aumentar, incluso para personas con un empleo». Michel, que fue miembro del Panel Experto para la Seguridad Alimentaria y la Nutrición (HLPE) del Comité para la Seguridad Alimentaria Mundial (CFS) en la FAO, afirma que, si tuviéramos multitud de fincas en el territorio con multitud de relaciones, no tendríamos esta situación. «Pero cuando importas manzanas y carne que pueden producirse en Inglaterra, construyes un sistema vulnerable en el que los especuladores aprovechan el aumento de precio de la energía para obtener más beneficios», añade.

Un congreso para el ánimo y las alianzas

Gloria Guzmán, investigadora de la Universidad Pablo de Olavide, señala que la agroecología ya había predicho estos problemas. «Tenemos el diagnóstico muy bien hecho desde hace años, pero hemos visto cómo se han acelerado dos cosas: los cambios ambientales, que ya se materializan (el ejemplo de la pérdida de aceituna este año, tanto en secanos como en regadíos); y, en la parte social, la falta de relevo, el cierre precipitado de fincas. Llevábamos décadas trabajando para arreglarlo y tienes la sensación de que se te ha caído encima sin poder hacerlo», lamenta. Al organizar el congreso, Gloria comparte que han sido muy conscientes de este desánimo general, por eso han enfatizado su faceta de lugar de reencuentro, para que genere ánimo y refuerce las alianzas con otros sectores, especialmente con el de la pesca y el de la salud, que a veces no tenemos presentes.

Durante todo el congreso, en cualquier caso, no se perdió de vista la dimensión positiva que resume muy bien Clara Nicholls: «Hace treinta años nos ridiculizaban como utópicos y revolucionarios, teníamos debates muy fuertes y la universidad no nos abría las puertas. En América Latina fue muy difícil, pero hoy creo que vamos por buen camino: todo el mundo habla de agroecología, hasta la FAO, y el trabajo ahora es mantener la identidad de lo que realmente es agroecología. Hay que valorar lo que tenemos y entender el camino recorrido». Clara, profesora en la Universidad de California-Berkeley, comenzó en la pandemia su propio proyecto productivo en las montañas del suroeste de Antioquía, en su Colombia natal, una actividad que está dándole una nueva dimensión a su papel como investigadora y activista internacional por la agroecología.

Agroecología secuestrada

¿Qué función tiene la investigación en la transformación social? Michel es consciente de la crítica que muchas veces recibe la academia por parte de los movimientos sociales. «Es importante no tener un punto de vista monolítico sobre esto. Hay muchas dudas sobre la función social de la academia, pero en el campo de la agroecología algunos de los mejores grupos de investigación trabajan sistemáticamente con campesinado, pueblos indígenas y con movimientos contrahegemónicos desde una óptica de igualdad de poder. En esos casos, tiene una función social muy importante». De todas formas, en su propia charla en el congreso, Michel expuso que la financiación destinada a este tipo de trabajos es ridícula en comparación con la destinada a la agricultura industrial. Clara lo asegura: «Las fuerzas económicas son tan poderosas que paralizan. Han conquistado las universidades. Como investigadora yo no recibo plata para la agroecología, trabajo en el departamento más pobre. Los investigadores están al servicio de las corporaciones y lo que nos dan son limosnas. Luchar contra eso va a ser muy complicado».

 
   Las fuerzas económicas son tan poderosas que paralizan. Han conquistado las universidades.   
 

Ahora, como se ha repetido en el congreso, la agroecología está «en boca de todos» y se han abierto nuevas «ventanas de oportunidad» como la estrategia europea De la granja a la mesa. Gloria, sin embargo, pone el punto realista a estos programas: «Celebramos estas ayudas hasta que de repente te das cuenta de que te puedes quedar fuera de ellas porque no estás entre los grupos posicionados para captarlas; sin embargo, los lobbies de la agricultura industrial, disfrazados, sí lo están». Lamenta que el sector de los sistemas alimentarios locales puede que no vea ninguna medida de apoyo al margen del discurso, cuando lo que se necesita es acabar con un marco normativo superhostil y apoyos muy concretos, pero eso no se materializa. Clara está de acuerdo y menciona como ejemplo los cambios políticos en Chile o Colombia: «No pongo tanta esperanza en la política pública porque hay muchos candados que no te dejan avanzar. Hay un oportunismo agroecológico que me da miedo, son gobiernos «ecologistas», pero solo de discurso en sus líderes, luego los directores de política pública no saben del tema, no creen en ello. Yo tengo esperanza en Colombia, pero no sabemos quién habla al oído a la ministra de agricultura». Las dos dicen que tenemos una agroecología «secuestrada por un sistema alimentario globalizado y por sus empresas de distribución y venta».

La investigación agroecológica ha probado que la agroecología y los sistemas alimentarios locales utilizan mejor los recursos, gastan menos envases y materiales, usan menos transporte, es mejor para la salud… ¿Por qué no se apoya su implantación a un nivel general? Gloria nos cuenta que el grupo de políticas públicas de Alimentta ha definido las tres estrategias que tiene el sistema para dejar fuera cualquier iniciativa transformadora. Una de ellas es llevarlas hacia la «convencionalización», algo que vemos con la agricultura ecológica porque se ve obligada a insertarse en el sistema alimentario globalizado; otra es anularlas con diferentes formas de bloqueo que dificultan su desarrollo, generalmente a través de barreras normativas; y, la última, el secuestro de elementos clave, como es el caso de las variedades tradicionales de cultivo. «Saben perfectamente cuáles son los puntos clave en los que no pueden ceder, pueden apoyarte en ciertas cosas, pero no en lo que suponga una liberación. La gente que es capaz de montar una estructura de producción y distribución alternativa acaban siendo héroes y muy débiles. Precisamente el objetivo de Alimentta es apoyar al sector con información de alta calidad académica para lograr abrir grietas».

Cambio sistémico

Con este panorama, en el que los gobiernos no escuchan la evidencia sobre las consecuencias del cambio climático y sistemáticamente ignoran el conocimiento científico, para Michel es inevitable que surjan movimientos como Rebelión Científica. «Hay científicos que son buenos ciudadanos y estiman necesario realizar actos de desobediencia civil, que es cierto que llaman la atención y rompen esquemas porque no son personas «extremistas», ni tan jóvenes. Yo creo que es importante porque catalizan cambios para construir alianzas. Es una forma de acción legítima siempre que sea noviolenta, incluso aunque haya destrucción de materiales. Fue muy importante en otros momentos históricos, los movimientos feministas, contra las nucleares, los transgénicos…». Michel señala que para conseguir el cambio sistémico que buscamos necesitamos construir contrapoderes y alianzas de abajo arriba, un trabajo de paciencia que implica educación popular, concienciación e imaginación. Que todo eso sea mucho más horizontal, no que se modele sobre la visión jerárquica de partidos o líderes, sino basado en la cooperación, en compartir el poder. «No tengo soluciones, es un proceso: hablar, sensibilizar, crear espacios seguros con dos dimensiones: una que trate de cambiar las instituciones dominantes y otra que invente formas de vida que no necesiten a estas instituciones. Es un camino que se crea cuando se camina, no hay recetas. Hay elementos que la historia demuestra que son válidos, pero tenemos que inventar colectivamente un futuro viable».

En la misma línea de generar «espacios de esperanza» va Clara. Para ella los sistemas alimentarios locales lo son y hay que construirlos con los pequeños municipios, la población consumidora, las escuelas… para así cambiar nuestro territorio. «Estamos construyendo islas. Cuando hay muchas islas puedes hacer puentes entre islas. Esa es mi perspectiva de la agroecología, tiene que avanzar desde bajo, nunca lo hará porque llegue un cierto gobernante al poder». Nos habla de su reciente visita a la isla de Chiloé, en Chile, donde hay una trayectoria de agroecología y de organización popular y alianzas. Un microcosmos como tantos otros que existen y que está segura de que pueden replicarse.

Nuevas formas de conocimiento

 
   El modelo alimentario globalizado no podría tener lugar en un marco plenamente democrático.   
 

La agroecología no puede despojarse de su dimensión política y en este sentido, Gloria denuncia la pérdida absoluta de soberanía popular que hemos sufrido en estas décadas de libre comercio. «Se ve claramente cuando los estados no pueden decidir sobre los tratados internacionales y cuando los conflictos se pretenden resolver en tribunales que nadie ha votado. El modelo alimentario globalizado no podría tener lugar en un marco plenamente democrático».

Al final de su charla en el congreso, Michel habló de la necesidad de que la academia tenga siempre una visión crítica de su papel y del papel de la ciencia natural y social, y el deseo de salir del paradigma dominante para inventar otras formas de entender el mundo. «Creo que el avance de la agroecología es positivo y el trabajo en el ámbito de la finca es muy importante, pero ¿cómo hacemos para generalizar esas prácticas? Necesitamos también una comprensión sistémica de los desafíos, amenazas y cambios en la economía política actual. La academia debe ser capaz de transformar formas de saber y de ser para permitir la emergencia del conocimiento poscolonial, poscapitalista y pospatriarcal». Para él falta un salto que permita a muchos más actores trabajar juntos para provocar la ruptura. «Me parece importante que el movimiento se abra a discusiones de decrecimiento, feminismo, decolonización y trabajar con aspectos como la justicia interseccional, inventar formas de gobernanza mucho más democráticas, cuestionar el papel del estado, ser muy crítico con la democracia representativa que nunca ha tenido el ánimo de trabajar por el pueblo. Debemos incluir estas reflexiones en la próxima etapa del movimiento por la soberanía alimentaria y la agroecología».

 

Patricia Dopazo Gallego

Revista SABC

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