M. Ángeles FERNÁNDEZ y J. MARCOS
Un bando real de 1610, época de Felipe III, ordenaba la expulsión de los moriscos de Hornachos, la población mudéjar más numerosa de toda la Corona de Castilla. Aquellas gentes naturales de la actual provincia de Badajoz, buscaron, más allá del mar, su supervivencia. Y fueron recibidos en Salé, situada en la actual costa atlántica marroquí. En su nueva tierra, tras distintos problemas con la vecindad, fundaron su propia república, dedicada a la piratería, que duró 30 años. En los apellidos, en las costumbres e incluso en los tipos de cantinas, se nota aún este legado.
El pasado morisco de Hornachos también sigue vivo entre las sierras de Las Villuercas, en la población de Navatrasierra, en Cáceres. En un terreno lejano, hermoso, de difícil acceso, los hermanos Efrén Martín y José Félix Martín han puesto en marcha un vivero de árboles frutales de variedades antiguas de la península ibérica: Arbolé.
Para dar vida a esta iniciativa, además de tirar de técnicas agrícolas, ha sido necesaria una labor de búsqueda y documentación que les ha llevado a muchos lugares. Y, desde luego, a Hornachos, allí donde se ha mantenido una parte del legado de la huerta y de la horticultura árabe, de la que ya apenas quedan suspiros. Solo así, ha sido posible mantener los ‘colonilleros’, un peral característico del norte de África que ha sobrevivido más de tres siglos en Hornachos y que ahora, junto a otras 300 variedades de frutales, tiene nueva vida y nuevos horizontes en el proyecto de los hermanos Martín.
Los hermanos Martín en su vivero. Foto: www.desplazados.org
Frutales injertados en el vivero Arbolé. Foto: www.desplazados.org
Efrén Martín, ingeniero agrónomo formado en agricultura ecológica, tiene claro su análisis del paradigma actual de producción de alimentos: «Lo que impera es la simplificación de los sistemas agrarios con el uso de unas determinadas variedades que se corresponden con las demandas de la comercialización. Una fruta perfecta para exportar y que aguanta tiempo en un gran lineal, es decir, diseñada para toda la cadena agroalimentaria. Eso supone la ruptura de todo el sistema de los mercados locales, de los mercados de abastos de las ciudades, de la venta directa, de los canales cortos de comercialización… Esto ha llevado a la simplificación y a comer un determinado tipo de manzana que se produce aquí, en Argentina o en cualquier parte del mundo», explica con tiento y sencillez.
Una descomposición del sistema de mercado que facilita igualmente el control en pocas manos: con la fusión de las transnacionales Monsanto y Bayer, tres empresas monopolizarán el 60 % del mercado comercial de semillas, según ETC Group. «Las variedades locales son bancos de genes y las grandes empresas lo saben, son conscientes de que, en cualquier tipo de variedad —quizás en desuso—, puede haber una solución a determinada plaga, a una enfermedad», indica Efrén con ejemplos concretos. «Como el de un tipo de manzanas de pulpa roja, ya presente en el mercado europeo, vendido por sus propiedades antioxidantes y como una forma de luchar contra el envejecimiento, y cuya base de la mejora fueron variedades tradicionales del este de la península. O los frutales de hueso, como la nectarina, de los que cada dos por tres van saliendo variedades». Es importante destacar que este aprovechamiento de un bien común como las semillas locales para la «creación» de variedades comerciales, además genera muchos ingresos a estas multinacionales, pues como dice Efrén Martín, por muchas de ellas hay que pagar regalías. «En Arbolé, la idea es la conservación y puesta en valor de variedades locales y antiguas al margen de las multinacionales, así como mostrar modelos de fruticultura de montaña extrapolables a otras zonas», explica.
RIQUEZA CULTURAL ES FUENTE DE SOBERANÍA
Este proyecto no es solo una opción laboral, sino sobre todo una apuesta por otro tipo de agricultura, un empeño en abrir alternativas y un afán por documentar la riqueza cultural del mundo rural para que no se pierda. Toda una resistencia. El cuidado de este semillero con manejo agroecológico va más allá de la plantación, del mantenimiento, de los injertos o de las ventas, pues nace y se nutre de una labor de documentación y conocimiento de cada frutal conservado.
Este proyecto no es solo una opción laboral, sino sobre todo una apuesta por otro tipo de agricultura, un empeño en abrir alternativas y un afán por documentar la riqueza cultural del mundo rural para que no se pierda. Toda una resistencia.
De momento, la aventura de recuperación está teniendo respuesta, porque sin publicidad, dándose a conocer solo entre sus contactos, han logrado vender toda la producción. «Ofrecemos productos para el aficionado, pero también ofrecemos material al pequeño fruticultor; y esto nos está ayudando a mantener la estructura de la finca», apunta el agricultor.
Para conseguir la actual cantidad de especies antiguas y locales que hoy ofrecen, estos hermanos extremeños realizaron durante tres años un trabajo de producción y de búsqueda. Al igual que en Hornachos, han indagado en distintas partes de la península. «Cuando vas a una zona, aparte de patear campo, tienes que hacer un trabajo sociológico y antropológico, en el sentido de pasar muchas horas con pequeños hortelanos y agricultores. Así logras información y también el fruto, o esas púas para injertar luego», explica Efrén Martín, experto en castaños.
La revisión bibliográfica y los estudios sostienen la validez de su labor de recuperación de la agricultura. Tanto archivos históricos, libros de cocina (por ejemplo, uno del cocinero del rey Felipe II) e incluso El Quijote son recurrentes para documentar este vivero de variedades antiguas, una rara avis, ya que no existen ni cinco similares en toda la península.
La recolección y conservación de estos frutos continúa a través de la participación en actividades de intercambio de experiencias y materiales, así como en procesos para formar a otras personas y así seguir compartiendo y aprendiendo.
GUARDIANES DE SEMILLAS
En los alrededores del pequeño pueblo de Navatrasierra, a media hora en todoterreno, por caminos complicados en invierno y en épocas de lluvia, sendas que requieren una conducción con tiento cuando cae el sol ante la salida de corzos y ciervos para comer y beber, los hermanos Martín han encontrado, en lo que su día fue una quesería familiar, su espacio de resistencia al modelo agroindustrial, su pequeña república.
Podrían ser parte del documental ‘SEED: The Untold Story’, del director Taggart Siegel, que narra la lucha de Davides que se enfrentan a los Goliats de la industria. Así lo narra Siegel en conversación con este medio: «Queríamos saber de los agricultores, científicos, abogados y cuidadores de semillas indígenas que libran una batalla para defender el futuro de nuestra comida. Los guardianes de las semillas, en los que realmente confío, se están organizando por todo el mundo para la protección del medio ambiente».
La experiencia de Arbolé, pasa por el trabajo y el compromiso colectivos. Al abuelo Peterete, de Burgos; a Eduardo Perote, de Piñel de Abajo en Valladolid; a Carlos Gi de la Almunia, de Zaragoza; a Laura Aceituno y Óscar de La Troje, de Madrid; a Carmen y Mario, de Berzocana, en Las Villuercas cacereñas; a Juan Carlos y Esther, de Monesterio en Badajoz; a Viveros Muzalé de Murcia; a Ana del Rincón de Ademuz en Valencia; a tío Eustaquio, a tío Evelio, a José Antonio Díaz y a Joaquín Araujo, paisanos de Navatrasierra... Y así hasta más de cinco decenas de personas a las que nombran para agradecer su aporte a este proyecto que va más allá del vivero.
«Necesitamos de las variedades antiguas», finaliza Martín, «pues son el resultado de un proceso de selección por parte de los agricultores y agricultoras durante siglos, responden a una adaptación al terreno de origen, a una calidad organoléptica genuina y a una cultura y un saber hacer de la gestión sostenible de los recursos naturales. Recuperar y cuidar estos recursos fitogenéticos que deben constituir la base de un modelo ambientalmente más sostenible y una alimentación sana y justa».