Entrevista a Rashid Abubakar Iddrisu

Carles Soler

Hace más de veinte años, Rashid dejó atrás su pueblo en Ghana con un sueño: llegar a Europa, encontrar trabajo y ganar suficiente dinero para ayudar a su familia y garantizarse un futuro mejor. Con él hemos hablado sobre la educación de las y los jóvenes de su país, la migración, la visión de la cooperación internacional, el desarrollo sostenible y la necesidad de conectar con la tierra.

 

Su decisión estaba impulsada por la visión de un Occidente idealizado, forjada por las imágenes que veía en películas norteamericanas (de Chuck Norris, concretamente) donde se ganaban fortunas con facilidad. Miró el mapa y vio que la distancia hasta Europa era corta. Su travesía no duró tres días, como él pensaba. Duró mucho más y no fue sencilla: desde el desierto hasta la costa, pasando por diferentes pateras, se enfrentó a engaños y a peligros, donde compañeros de viaje perdieron la vida.

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Rashid en la actualidad. Foto: CEHDA

Cuando Rashid llegó a Barcelona, «solo me pedían papeles, pero no sabía qué eran», explica. Participó en las movilizaciones y la huelga de hambre contra la ley de extranjería, a principios de 2001. La dureza de la situación laboral y la precariedad que encontró no se correspondían con las expectativas de ganar 400 dólares por hora, tal como había creído al ver las películas. En realidad, ganaba 580 euros al mes trabajando en condiciones precarias.

Esta experiencia lo llevó a reflexionar profundamente sobre las falsas expectativas que muchos jóvenes africanos tenían sobre Europa y el viaje migratorio, y decidió fundar, junto con otros compañeros, CEHDA (Asociación por el desarrollo, cultural, ambiental y humano, por sus siglas en inglés), con el objetivo de concienciar a la gente joven de su pueblo sobre la realidad de la migración y fomentar proyectos locales para evitar que tuvieran que marcharse. Nos cuenta que hasta que no dejó de ser presidente de CEHDA y entró en su lugar una persona catalana, no recibieron financiación. Lo describe como discriminación administrativa. Quizás pensaban que, por ser inmigrante, se iba a ir con el dinero. O, tal vez, que la asociación necesitó un tiempo de rodaje para entrar en la lógica de la administración.

A pesar de las adversidades, Rashid ha conseguido transformar su experiencia migratoria en un ejemplo de cómo la cooperación comunitaria y la recuperación del conocimiento tradicional pueden ofrecer soluciones sostenibles a los desafíos de la migración y la pobreza rural.

  ¿Por qué los jóvenes de tu pueblo no quieren quedarse y piensan en migrar?

Cuando preguntamos a los jóvenes de qué quieren trabajar nos contestan que quieren ser business man o mecánico de coches, aunque en realidad en el pueblo no hay tantos negocios ni tampoco tantos coches para los talleres mecánicos. Las mujeres quieren dedicarse a la compra-venta de productos. Pocos son los jóvenes que quieren trabajar en el campo. Y esta situación nos tiene que hacer reflexionar.

 
   Ahora los jóvenes no saben vivir en el pueblo, de la tierra. Son como extranjeros en su propio lugar.   
 

Uno de los principales motivos lo podemos encontrar en el sistema educativo, en el que se emplean materiales y libros que vienen de fuera. Los libros tienen imágenes y dibujos de plantas, árboles y animales de otros lugares, que no están ahí; pero hay que memorizarlo y entenderlo para pasar el examen. Si estás estudiando cactus y manzanas que no existen aquí, cuando acabas de estudiar, ¿qué vas a hacer? Ello provoca que los jóvenes estén desconectados de su tierra, el conocimiento les viene de lejos. La formación es muy eurocéntrica. Si alguien está estudiando fuera de su cultura, pues se le está preparando para irse fuera, a Europa.

Ahora los jóvenes no saben vivir en el pueblo, de la tierra. Son como extranjeros en su propio lugar, se sienten obligados a abandonarlo y creen que fuera van a encontrar un futuro mejor.

 

 
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Mujeres preparando bassi, plato tradicional ghanés, a base de mijo. Foto: Lucia Acosta Hurtado

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Mujeres aventando el mijo. Foto: Lucia Acosta Hurtado

 

  ¿Cómo se puede cambiar esta situación?

Por una parte, hemos de hablar con ellos para que vean que la migración a Europa es peligrosa y que la realidad que encontrarán es muy diferente a la que creen y, por otra parte, hemos de intentar que se queden. La gran mayoría de personas que migran son hombres.

En mis frecuentes visitas les hablo de mi experiencia y de lo que se van a encontrar. Algunas veces llevo a algunos a ver el mar, que no lo han visto nunca, y les explico que Europa está al otro lado, que no ven, y que, si se estropea la patera, seguramente se van a morir. Es un trabajo que hay que explicar constantemente, por ello grabamos imágenes de gente que duerme en la calle en Barcelona, que hace cola para comer algo… No se lo creen. También les hablamos de personas de nuestro pueblo que murieron al intentar atravesar el mar para llegar a Europa.

 
   Es necesario recuperar el saber ancestral para entender cómo nuestros ancianos pudieron vivir en su tierra sin necesidad de emigrar antes de la colonización.   
 

Y siempre les digo que no les voy a ayudar a llegar a Europa, pero que podemos hacer cosas conjuntas en el pueblo. Es importante intentar que se queden y para ello es necesario trabajar con ellos para que conecten con la tierra.

Pero nos encontramos con un problema. Ahora los ancianos, los padres y las madres no pueden ayudar a los jóvenes en los estudios porque no saben lo que se enseña en las escuelas. Ello genera un conflicto generacional, los jóvenes ya no escuchan a sus padres y los abandonan… y hay una pérdida de saberes tradicionales y ancestrales.

Es necesario recuperar el saber ancestral para entender cómo nuestros ancianos pudieron vivir en su tierra sin necesidad de emigrar antes de la colonización.

Sabemos que muchos jóvenes no quieren saber nada. Prefieren beber un refresco comercial, que solo es líquido con mucho azúcar, antes que comer los mangos del pueblo. Todo lo que viene de fuera tiene más valor, incluso el arroz. El arroz local es más sano, pero la gente no lo compra porque la empresa que vende el arroz importado tiene la publicidad. Esta es una mentalidad que debemos cambiar, que nos impusieron, y siento que poco a poco se empiezan a dar cuenta de que las cosas no son como nos las vendieron.

El desarrollo sostenible tiene que ser la base, pero desde tu propio conocimiento, de lo que entiendes y lo que tienes en tu hogar. Si el desarrollo te lo traen de fuera, ya no puedes lograrlo porque tienes un conocimiento limitado. Yo mismo lo vi cuando llegaron los alemanes a mi pueblo. Iniciaron una formación agrícola para criar vacas, para mejorar la agricultura. Los que vienen aquí no conocen la tierra y proponen soluciones de su tierra. Nos traen fertilizantes, semillas y abonos que no son de aquí, y cuando se van es el desastre. No se tiene dinero para comprar fertilizante, no se conoce el cultivo que nos trajeron. Si no puedes cultivar, no tienes para comer ni para vender y, además, la tierra ya no es tan fértil.

Y lo que estamos demostrando es que las semillas y cultivos locales son mejores y dan menos trabajo y, por lo tanto, hay que recuperar los saberes para conocer y saber cultivar.

  Por todo lo que dices, parece que eres muy crítico con la cooperación internacional.

Sí, claro. Yo creo que forma parte del falso mundo en el que vivimos. En Ghana y en Europa tenemos culturas diferentes, tenemos climas diferentes. Por ello, si piensas que un proyecto europeo puede funcionar en Ghana, estás equivocado.

Los proyectos de cooperación internacional están planificados en España, en Europa, y sus ideas se imponen en Ghana. En lugar de sentarse con las comunidades, buscan lo que quieren y buscan a gente que los entienda y acepte. Entonces hablan y trabajan con personas que tienen estudios en la universidad y, a partir de ahí, elaboran los proyectos.

Al final, no están buscando el conocimiento local, están buscando a alguien que pueda entender la filosofía de donde viene ese proyecto.

En los pueblos y en las aldeas, hay ancianos y ancianas que conocen mucho mejor la situación, pero, en vez de escucharlos y apoyarlos, trabajan con jóvenes que saben leer pero no están conectados con la tierra. Además, los cooperantes que van a trabajar viven en la capital, tienen dinero y viven bien. Entonces, ¿cómo van a ver la realidad de lo que está pasando y cómo vive la gente?

Y, por ello, la cooperación internacional no funciona. Si los millones y millones de dólares que se han invertido se hubieran destinado a cosas reales, África habría cambiado, pero no ha sido así.

  ¿Y cómo se pueden recuperar este saber ancestral?

Hay que hablar con las personas ancianas antes de que se mueran para que nos expliquen y poder recuperar esos saberes ancestrales.

El problema que identifiqué es que la gente no quería hablar con ellas, tenían miedo a acercarse. Yo fui a sus casas y fueron las primeras sorprendidas, porque no sabían lo que quería. A partir de las charlas tomamos confianza y empezamos a hablar de los saberes ancestrales, de su conexión con la tierra, de su manera de cultivar. Y, después, empezamos a investigar y buscar semillas locales que guardaban. Nuestra sorpresa fue que conseguimos más de 80 variedades e hicimos un banco de semillas. Fueron los mismos ancianos los que nos explicaron de qué manera se podían conservar sin necesidad de utilizar químicos.

 
   Las personas ancianas hablan palabras puras, conectadas con la tierra.   
 

Con la práctica de recuperar semillas, la gente pudo ver que las cosechas eran mejores y vieron que los alimentos tenían más sabor.

Además, nos vimos en la necesidad de buscar recetas ancestrales. No podíamos usar maíz local para convertirlo en un plato con recetas de fuera. De nuevo hablamos, nos sentamos y preguntamos a los ancianos y las ancianas el modo de recuperar dichas recetas y maneras de cocinar. Aunque hemos recuperado bastantes, muchas de ellas se han perdido con la muerte de nuestros antepasados. No es como hoy en día, que buscas en internet y lo encuentras.

Con la intención de no perder este conocimiento, surgió la idea de hacer un libro de recetas y abrir un restaurante con precios populares y cerrar el ciclo: del campo a la mesa. Ha sido una manera de avanzar y de moverse haciendo cosas para dar la vuelta a la tortilla. ¿Qué tenemos aquí? ¿Cómo podemos aprovechar lo que tenemos y que sea nuestra manera de vivir?

Para recuperarlo también hay que mirar el sistema educativo e incorporar ese conocimiento y saber ancestral en su material. La dificultad es que todo este saber es de comunicación oral, no hay nada escrito, y si las personas se mueren, ese conocimiento se pierde. La educación es una herencia que hay que recuperar a través de tus antepasados. Te enseñan lo que conocen.

   ¿Quieres hacer una última reflexión?

Siempre que puedo, intento visitar a las personas ancianas de mi pueblo. Te vas dando cuenta de que te explican una historia diferente de lo que tú conocías. Hablan palabras puras, conectadas con la tierra.  Y se irán, se morirán con un conocimiento increíble. Esta conexión se está perdiendo. Entonces, pienso que tus ancestros te castigan y la tierra te castiga porque no los respetas. ¿Cómo se van a comunicar contigo si has perdido la capacidad de conectar con ellos? ¿Cómo vas a comunicar con la energía de tu tierra si no la respetas? Las ideas de Mahoma, de Jesús, no son de allí y, por tanto, no se van a comunicar con esa tierra. La clave es reconectar a los jóvenes con su tierra, con el conocimiento que siempre ha estado aquí.

Carles Soler

Revista SABC

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