Entrevista a Aziza Brahim, cantante, artista y percusionista saharaui
Revista SABC
En tiempos de la industria (de la guerra, de los alimentos, de la cultura…) hay músicas necesarias que llegan del campo, su antónimo. Aziza, nacida en un campamento de refugiados saharauis en el desierto de Argelia y, como tantos seres humanos, siempre exiliada de su tierra, recoge la tradición de poesía oral de sus antepasadas y, en canciones, la ondula, como el desierto.
¿Qué vínculos encuentras entre la tierra, el agua, las semillas, el territorio y la música tradicional y la tuya en particular?
Mi música tiene una base tradicional. Digamos que parte de las bases rítmicas y melódicas tradicionales de la música el haul para salir al encuentro de otras músicas. En mi tierra escasea el agua potable, también tenemos que salir a buscarla para poder beber. Este podría ser un vínculo. Si seguimos con la comparación, cada canción crece según su arraigo, como las semillas germinan la tierra. Cada una tiene una evolución diferente en función del riego, el ambiente, la situación, los nutrientes…
En tus temas hablas mucho de la historia y las consecuencias de la guerra con el fin de sanar y también de denunciar. La música popular, ¿cómo contribuye a hacer un mundo mejor? ¿Puede contribuir a acercar a poblaciones enfrentadas como Sahara y Marruecos, por ejemplo? ¿Es un vehículo de denuncia que puede explicar la colonización y sus consecuencias?
No soy tan ingenua como para creer que la música puede solucionar los problemas del mundo. Hay situaciones que tienen una solución muy complicada, que no se arreglan ni con todos los esfuerzos diplomáticos posibles, así que es imposible que la música pueda contribuir en algo. En cambio, el arte en general y la música en particular sí que puede denunciar, explicar, transmitir, recordar o concienciar sobre situaciones de injusticia. Me parece que fue Santiago Auserón quien dijo que las canciones contribuyen a mejorar de alguna manera el inconsciente colectivo de una cultura. Si eso fuera cierto, y mis canciones lo consiguieran, yo ya me daría por satisfecha.
El arte en general y la música en particular sí que puede denunciar, explicar, transmitir, recordar o concienciar sobre situaciones de injusticia.
Cuéntanos cómo influyó en ti tu abuela, poeta y activista política. ¿Cómo te marcó su historia, su poesía y el vínculo que establecisteis?
Ljadra Mint Mabruk fue mi abuela y mi gran inspiración. Desgraciadamente, falleció en octubre de 2021 y, con ello, la cultura saharaui perdió a una de sus grandes poetas. Tenía un don para la composición y también para la recitación de poemas. Componía poemas desde su más tierna infancia y los conservaba en su prodigiosa memoria. Cuando estalló la revolución saharaui, puso sus versos al servicio de la causa y, durante la guerra contra el invasor, recreaba escenas bélicas en sus poemas tanto para informar a la audiencia a modo de corresponsal de guerra como para mantener alta la moral de la población de los campamentos de refugiados. En mi nuevo álbum Mawja (Glitterbeat Records, 2024) le he dedicado un par de canciones: la plegaria «Duaa» y el homenaje a la memoria de la jaima de mis abuelos «Ljaima Likbira».
¿Qué música escuchas ahora? ¿Qué estilos y temáticas te inspiran en este momento?
Escucho toda la música que puedo. Normalmente, escucho mucho la radio. Estoy atenta a nuevas propuestas y lanzamientos de los artistas y grupos que me gustan. Me gustan mucho los últimos álbumes de Sílvia Pérez Cruz o de Mdou Moctar, Bixinga 70. Pero, últimamente estoy escuchando mucha música nueva cubana, como Cimafunk, Rober L Ninho…, pero también Baba Zula, Biznaga… Y, por otro lado, cada vez me gusta más la música antigua: viejos discos de jazz, blues, o de música árabe de los 70: Um Kelzum, Feiruz, Warda Al-Jazairia…
¿Cómo es el Sahara de la diáspora? ¿Se mantienen redes de colaboración entre artistas? ¿Hay vínculos con los campamentos?
Hay una enorme red de saharauis en la diáspora que está muy bien conectada entre sí y también con las asociaciones prosaharauis que apoyan y trabajan las diferentes ramas de cooperación con los refugiados en Tinduf.
En lo que a mí respecta, el vínculo con los campamentos por supuesto que existe. Casi toda mi familia vive allí. Hablo con ellos semanalmente. Pero con la familia que tengo aquí, hay un contacto todavía más frecuente. Tengo varias hermanas que viven en otras ciudades de la península. Vivo la diáspora saharaui en mi día a día. Te puedes imaginar, el teléfono echa chispas.
En cuanto a las redes de colaboración con otros artistas del país, no es tan fácil por las dificultades de la profesionalización, la cuestión económica es primordial para la subsistencia de las personas. El desarrollo artístico queda en un segundo plano.
Sin embargo, en Mawja, mi último trabajo, he musicado dos poemas de dos grandes poetas saharauis contemporáneos: «Bubisher», de Bachir Ali, y «Fuadi», de Zaim Alal.
El racismo en Europa está aumentando, junto con actitudes de odio e islamofobia. ¿Qué piensas de esto? ¿Cómo puede afectar a la diáspora saharaui?
Afecta mucho a la diáspora saharaui, claro. Nos encontramos, como cualquier inmigrante, en el centro de ese rechazo. Pienso que la vieja Europa ha ido colonizando otros países a lo largo de la historia y que ha expoliado sus recursos, se ha enriquecido de los países colonizados y ahora no quiere aceptar algunas de las consecuencias, como los movimientos migratorios que ha provocado también con sus políticas de desarrollismo insostenible. Siempre ha habido racismo, pero ahora no está tan mal visto como hace unos años debido a que algunos medios han abierto el grifo de la intolerancia.
Siempre ha habido racismo, pero ahora no está tan mal visto como hace unos años debido a que algunos medios han abierto el grifo de la intolerancia.
¿Sabes qué se respira actualmente en los campamentos? ¿Cómo afecta emocionalmente esta situación a quienes deciden resistir y quedarse? ¿Qué posible escenario es el que transmite esperanza a día de hoy?
Por supuesto, es durísimo. Siempre lo fue; pero, actualmente, la ayuda humanitaria se ha restringido a mínimos históricos, por lo que la esperanza, aunque sea lo último que debamos perder, ahora mismo es una palabra vacía de significado. La población española es muy solidaria y continúa ayudando al pueblo saharaui gracias al asociacionismo. Pero las instituciones nos han dado la espalda, sobre todo a raíz del cambio de posición del gobierno español a favor de la propuesta marroquí de autonomía del Sahara Occidental, lo que vulnera nuestro legítimo derecho a la libre autodeterminación.
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