Martina Di Paula
Visibilizar las formas de organización rural y valorarlas es clave para seguir construyendo comunitariamente. La Vía Campesina surge así como ejemplo de resistencia al modelo agroindustrial sin dejar a nadie atrás.
«El campo se vacía» o «no hay relevo generacional» son algunas de las sentencias que no paramos de escuchar. Desconectadas de los sistemas alimentarios y desvinculadas de lo que comemos, estudiamos lo rural desde las ciudades. Cuestionamos las cadenas de producción y su deslocalización, creando alternativas de venta directa frente a las mercancías kilométricas que no mejoran las condiciones de vida ni en los países de origen ni en los de destino.
Ante la crisis de la vivienda, nos organizamos por la lucha por el territorio. La masificación turística que moviliza a toda la población —especialmente a las jóvenes precarias condenadas a alquileres temporales— evidencia un problema de especulación que llevamos décadas arrastrando. Acceder a la tierra es cada vez más complicado. Unas pocas manos —unos pocos fondos de inversión— acumulan propiedad urbana y rural, ya sea para apartamentos turísticos o macroproyectos energéticos que poco beneficiarán a las habitantes.
Ilustración de Narrativas Invisibles. IG @narrativas_invisibles
Como respuesta a la precarización del ámbito laboral urbano, se insta a fijar población rural, pero ¿en qué condiciones una joven ecologista puede cumplir el sueño romantizado —y un poco exotizado— de tener un terreno donde cultivar? ¿Cómo podría acceder a un arrendamiento cuyo precio medio por hectárea ronda los 160 euros? ¿Quiénes me trasladarán sus saberes si no vengo de familia agricultora? ¿Quién me tomará en serio? ¿Con quién formar el proyecto?
Series, libros y todo tipo de material audiovisual hablan del fenómeno «neorrural», como si fuese cuestión de decidirlo e «irte al campo». Se ignoran así todos los estímulos de este sistema que nos ahoga en una individualidad productivista.
en qué condiciones una joven ecologista puede cumplir el sueño romantizado —y un poco exotizado— de tener un terreno donde cultivar?.
El campesinado como referencia
Construir (en) colectivo ha sido la esperanza a la que aferrarme para creer que otro mundo es posible. Los activismos ecologistas, sobre todo tras el auge de 2019, son un espacio común donde pensar y construir alternativas. Sin embargo, pecamos al seguir pensando en los movimientos sociales en clave urbana. Estudiamos el sindicalismo o la colectividad desde la unión proletaria. Y es que desde los ecologismos necesitamos atravesar otras luchas y reivindicaciones. La lucha por la vivienda y por la soberanía alimentaria son luchas por el territorio. Luchas que precisan de una visión feminista, decolonial, antirracista, anticapacitista.
Por mucho que los márgenes estén cada vez más en el centro, el campesinado como «sujeto político» sigue sin mirarse como referencia. A pesar de las movilizaciones que han cubierto los medios de comunicación la primera mitad de este 2024, seguimos sin reflexionar sobre las demandas y la heterogeneidad de puntos de vista de las personas productoras. En España, hablar de campesinado puede sonar a Edad Media, pero es que la agricultura campesina ha sido un modo y medio de vida que ha permanecido en el tiempo.
La Vía Campesina es un ejemplo de organización en defensa del territorio.
En esta articulación de demandas, de movimiento social rural organizado, La Vía Campesina empezó a estar cada vez más presente en mi cotidianidad. Tras 30 años de existencia, La Vía Campesina se define como un movimiento transnacional que aúna organizaciones campesinas, agricultores y agricultoras de pequeña y mediana escala, mujeres y hombres de campo, trabajadores y trabajadoras agrícolas y comunidades indígenas en Asia, América, Europa, África y Oceanía, íntimamente conectados con la tierra. Nace como oposición a la mercantilización de un derecho tan básico como la alimentación, previendo que su entrada al mercado internacional supondría un deterioro de las condiciones de vida de las personas productoras. Actualmente, no hay negociación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) o de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) en la que la Vía Campesina no esté presente.
La Vía Campesina es, por tanto, un ejemplo de organización en defensa del territorio, una defensa más allá de las fronteras nacionales que busca el apoyo entre regiones. Un ejemplo muy claro es la denuncia de la Confédération Paysanne, en solidaridad con la UAWC (Unión de Comités de Trabajo Agrícola de Palestina), de cómo el hambre está siendo usada como arma de guerra en el genocidio contra el pueblo palestino. En una situación de inseguridad alimentaria grave, con campos arrasados e instalaciones agrícolas destruidas, la soberanía alimentaria se destruye con cada ocupación agromilitar israelí.
Desmontar mitos
De esta forma, organizaciones como La Vía Campesina, que en España toma distintas formas, como es el caso del Sindicato Labrego Galego, son clave para la defensa del acceso a tierra o a semillas, que no son otra cosa que el acceso a conocimiento ancestral en diálogo con el territorio. El colectivo Jornaleras de Huelva en Lucha es una realidad incómoda de las bases que sostienen un modelo productivo, extractivo de España a Marruecos y extractivo de norte a sur de España. Se declaran «unidas para luchar por nuestros derechos, para lograr unas condiciones de vida y trabajo dignas para la clase jornalera desde los feminismos, el ecologismo y el antirracismo, decididas a terminar con décadas de precariedad y opresión». También el movimiento social urbano valenciano se organiza en torno a la identidad cultural de l’horta valenciana. De norte a sur, de este a oeste, tenemos ejemplos de experiencias de lucha que nos muestran que lo agroalimentario va más allá del alimento que ingerimos. Lo agroalimentario es un conjunto de luchas desde los márgenes que no lo son tanto.
De norte a sur, de este a oeste, tenemos ejemplos de experiencias de lucha que nos muestran que lo agroalimentario va más allá del alimento que ingerimos.
Cada verano el Agrocuir, —festival rural queer, celebrado en una aldea gallega— atrae a más gente, hasta el punto de diseñar nuevas estrategias de descentralización para evitar la masificación del pueblo donde normalmente se celebraba. La Vía Campesina, desde la agroecología feminista y lo queer, desmonta el mito del agricultor «atrasado». De hecho, vuelve a plantearse la cada vez más habitual pregunta de qué entendemos por progreso. La masculinización de la propiedad de la tierra ha sido una realidad que poco a poco se transforma, a medida que se visibiliza el trabajo que han realizado las mujeres toda la vida. Al igual que en el ámbito de los cuidados, no se trata simplemente de una ayuda por amor, sino de un trabajo. En 2021, La Vía Campesina publicaba en Capire, una web de comunicación feminista y popular, a propósito de la campaña «Liberar la tierra, liberar los cuerpos»:
En el mundo en que vivimos, asumirse como un cuerpo disidente de las normas significa, a menudo, sentirse solo. La binaridad del género y el estándar familiar heterosexual a menudo impiden la experiencia de la diversidad, y este control puede generar silencio, violencia, depresión y distanciamiento. Los medios de comunicación y los sectores religiosos promueven estereotipos prejuiciosos, que dictan lo que «se parece» y lo que «no se parece» a una persona LGBTI. (…) Las personas LGBTI luchan para poder seguir viviendo en el campo, resistiendo al agronegocio, produciendo alimentos y relaciones sanas. (…) La lucha campesina, feminista, negra, indígena, migrante y LGBTI es una lucha integral por la liberación y autodeterminación de los territorios-cuerpo y los territorios-tierra.
Para seguir construyendo futuro, tenemos que parar de negar el pasado. Y esta no es una afirmación que hacer a la ligera. Hablamos de recuperar saberes, de formas de cultivo tradicionales previas a la Revolución Verde, de conservar formas y medios de vida. Hablamos también de memoria, de procesos sistémicos de expulsión. De la España seca por agroindustria y por la masificación urbanística. De la España inundada bajo pantanos.
Por esto, quizás repensar el sistema agroalimentario en colectivo no solo no es utópico, sino una necesidad, que se cristaliza en experiencias como Nos Plantamos. Movimientos ecologistas y agroalimentarios nos unimos para intercambiar saberes y experiencias, demostrando que la lucha por el territorio tiene que ser conjunta.
Martina Di Paula
Periodista, socióloga y activista ecofeminista