Entrevista a Torkia Chaibi

Amal El Mohammadiane Tarbift

Torkia Chaibi es defensora y activista por los derechos de las campesinas en Túnez. Pertenece a la asociación Un Millón de Mujeres Rurales y Sin Tierra. Charlamos con ella sobre las distintas formas de discriminaciones que sufren las trabajadoras agrícolas en su país y en otras regiones árabes.

 

 

Carnet Comite Citoyen Montpellier

Torkia Chaibi durante su estancia en Galicia. Foto: Amal El Mohammadiane Tarbift

Caisse alimentaire commune de Montpellier

Bandera de Un Millón de Mujeres Rurales y Sin Tierra. Foto: Amal El Mohammadiane Tarbift

 

Torkia Chaibi es presidenta de la asociación Un Millón de Mujeres Rurales y Sin Tierra, iniciativa que trata de organizar a las mujeres del medio rural de Túnez. También es coordinadora de la articulación de mujeres en la Región Árabe y África del Norte de La Vía Campesina. Es hija de agricultores y, junto con su marido, tiene una granja en una zona rural de Manouba (Túnez). Tuvo que suspender sus estudios de filología árabe porque fue perseguida por las autoridades tunecinas por militar en un movimiento estudiantil. En numerosas ocasiones ha tenido problemas con la justicia por el simple hecho de defender los derechos de las campesinas de su región. Chaibi y sus compañeras tienen claro que la clave de la lucha es devolver las tierras a las agricultoras y mantenerlas lejos de la agroindustria, que somete a las trabajadoras en condiciones precarias y las lleva al empobrecimiento y al éxodo rural.

Charlamos con ella en la I Escuela feminista de La Vía Campesina, celebrada el pasado mes de octubre en Vilarmaior, Galicia. A las jornadas acudieron una treintena de mujeres de la Coordinadora Europea de la Vía Campesina (ECVC) y Región Árabe y Norte de África (ARNA).

Durante los días del encuentro, la guerra y el genocidio en Palestina y Sudán han estado presentes en la agenda, coincidiendo con el asesinato por parte del estado de Israel del líder de la resistencia de Hezbolá, Hasan Nasrala. Nos recibe vestida con chaqueta con la bandera palestina y una kufiya sobre sus hombros. Torkia Chaibi lleva quince años trabajando con los agricultores tunecinos, enfrentándose públicamente a las expropiaciones de sus tierras y a las agresiones, y denunciando los accidentes que sufren cientos de mujeres al desplazarse hacinadas en las «furgonetas de la muerte» a sus lugares de trabajo en condiciones precarias e inseguras.

  La asociación Un Millón de Mujeres Rurales y Sin Tierra está llevando a cabo la campaña «Nosotras somos todo», ¿en qué consiste?

En general, en el mundo árabe, el trabajo de la campesina no se valora ni se reconoce. Con esta campaña, queremos trasladar un mensaje claro: más del 80 % de la producción de alimentos y el trabajo agrícola proviene de la mano de obra femenina. A pesar de esto, su oficio no figura en su carné de identificación.[1] Tenemos que reconocer los derechos de las mujeres y su importancia, pues son ellas quienes nos proporcionan la comida. Hacen un trabajo cotidiano totalmente invisibilizado, precario y se les despide sin ningún tipo de garantías. Todas estas personas han tenido que dejar las zonas rurales y abandonar sus tierras para encontrarse con una situación insostenible e inhumana en los entornos urbanos.

  ¿Qué supone el reconocimiento del oficio de campesina en el DNI?

Si conseguimos la inscripción y la figuración del oficio en el DNI de las mujeres campesinas, se les abrirán muchas puertas. De ello depende que les concedan el visado, abrir una cuenta bancaria o tener un certificado de trabajo. Debido a esta falta de reconocimiento de oficio, muchas compañeras de Túnez y de otros países árabes no pueden acudir a encuentros ni formar parte de organizaciones internacionales. Muchas compañeras no han podido venir a la Escuela Feminista de la Vía Campesina, por ejemplo.

Un Millón de Mujeres Rurales y Sin Tierra

Esta organización se fundó en 2011, tras la revolución tunecina, con el objetivo de recordar que no hay que olvidar a las campesinas en este proceso de lucha. Cuenta con cientos de personas adheridas (a pesar de su nombre es una organización mixta), pero sin ayuda financiera ni espacio propio. Torkia sostiene que tal apoyo no es necesario, pues para ella la tierra del campesinado y sus casas son la sede: «El trabajo que hacemos es ir al campo, no esperar a que ellos vengan a nosotros. Nuestro objetivo principal es defender los derechos de la gente del campo y concienciar para que puedan ejercerlos».

Nos recuerda que la mayor parte del campesinado tunecino ha sido expropiado. Numerosas empresas arrendaron las tierras, por lo que las familias tuvieron que abandonarlas y adoptaron otros oficios dejando atrás la agricultura.

 

  Estos últimos años varias organizaciones de la Región Árabe se han sumado a la Vía Campesina. ¿Qué supone esto para las campesinas de esta zona?

Nosotras compartimos todos los principios de la Vía Campesina, formamos parte de ella desde 2017. En 2018, se incorporó la Asociación del Sector Agrícola de Marruecos. Al poco tiempo, se admitió a la Unión de los Comités de Trabajadores Agrícolas de Palestina. Gracias al trabajo que llevamos a cabo, pudimos constituir la zona número 10 en la Vía Campesina, la ARNA. Ahora tenemos a las compañeras de Sudán, Al Jazirah (región agrícola más importante de Sudán), Mauritania, Egipto, Palestina y Marruecos.

Nos sentimos responsables de pertenecer a un movimiento internacional. Militar, reivindicar nuestros derechos y participar en la Vía Campesina inspirándonos en sus principios es muy importante.

  ¿Tenéis alianzas con organizaciones en el país? ¿Os sentís apoyadas por otros colectivos afines?

Un Millón de Mujeres Rurales y Sin Tierra ha decidido no recibir ningún tipo de apoyo económico por temor a una desviación de nuestros principios. Nos han intentado proporcionar subvenciones, pero a cambio de orientar nuestra militancia y condicionarla. No podemos generar alianzas con otras organizaciones y asociaciones de la región porque no convergen con nuestro ideario, no hemos encontrado lazos comunes.

Tras la revolución, han emergido numerosas asociaciones (más de 200) y partidos políticos; pero, para nosotras, todas trabajan de forma oportunista. Desvían la atención de lo que realmente preocupa al campesinado. Este objetivo no concuerda con nuestra filosofía anticapitalista, pues las asociaciones y partidos son liberales. Nosotras queremos que las campesinas vuelvan y puedan acceder a sus tierras.

A pesar de esta situación, hoy en día somos cientos de mujeres y muchas más quieren formar parte. Están convencidas de la necesidad de luchar por sus derechos.

  ¿Cuáles son los desafíos que te encuentras como presidenta de Un Millón de Mujeres Rurales y Sin Tierra?

Aunque sea la representante, trabajamos de forma horizontal, participativa y sin ningún tipo de liderazgo. Hay una persecución por parte de algunos empresarios y propietarios de las tierras por el simple hecho de querer sensibilizar al pequeño campesinado para que hagan uso de sus tierras y del agua que les están privando.

Los grandes empresarios y algunos sindicatos, como la Unión de los Agricultores Nacional (existente desde la independencia de Túnez en 1956) no apoyan el uso de semillas autóctonas, por ejemplo. De hecho, este sindicato ha pactado con una gran empresa italiana para importar semillas patentadas procedentes de la agroindustria. Además, intentaban convencer a los agricultores islámicos conservadores de que soy una revolucionaria, izquierdista y atea; pero el campesinado me conoce y sabe que mi intención es ayudarles para que sean dueños de sus propias tierras. Me han demostrado su apoyo cuando acuden y presencian los juicios en los que estoy envuelta por defender sus derechos.

  Has hablado del control que ejercen las grandes empresas sobre las tierras agrícolas tunecinas. ¿Quiénes son? ¿Cuáles son sus estrategias?

Nuestra Ley de Protección de Tierras Agrícolas de 1983 impide a extranjeros comprar tierras en el país, pero pueden arrendarlas aliándose con socios tunecinos y acceder a ellas. Muchos vienen de los países del Golfo y de Europa a utilizar nuestra agua, a pesar de la escasez que sufrimos. La están utilizando para la producción agrícola que después exportan. Estas mismas empresas arrancan los olivos tunecinos centenarios de secano para reemplazarlos por los españoles de regadío, intensivos y de corta duración.

Nosotras sentimos mucho las consecuencias de las guerras que están aconteciendo. Lo que sucede en Yemen, Sudán, Palestina, Líbano… nos mantiene en un estado vulnerable, dependiente e incierto. Necesitamos autoabastecernos, recuperar nuestras semillas, volver a trabajar nuestra tierra. Así, si nos limitaran, entonces podríamos subsistir gracias a nuestra producción nacional si apostamos por cultivar y no depender de las importaciones.

La guerra de Ucrania y la pandemia del COVID-19 nos ha hecho ver que no estábamos preparados para anticipar lo que pasaría con la producción de nuestros propios alimentos. Ser dependientes de empresas internacionales y de las importaciones nos mantiene en una situación frágil.

  ¿Cómo es la situación de las trabajadoras agrícolas en los campos tunecinos? ¿En qué condiciones trabajan?

Las mujeres campesinas sufren en sus carnes la precariedad absoluta y el empobrecimiento. Muchas de ellas son víctimas de accidentes de tráfico, a causa de la inestabilidad y hacinamiento a las que son sometidas en las «furgonetas de la muerte». Tienen que recorrer varios kilómetros sin protección y seguridad para llegar a sus zonas de trabajo. Como consecuencia, hay un aumento de los divorcios, que empeora la situación financiera de las mujeres. Muchas de ellas se ven obligadas a mandar a sus hijas a trabajar como asistentas a hogares alejados, en las ciudades, donde son víctimas de la explotación y el acoso sexual. Estas mujeres piensan que, al menos, enviando a sus niñas como empleadas en las casas adineradas, estas tendrán mejores condiciones y disfrutarán de cierta protección y recursos que ellas no pueden ofrecerles.

He visto familias enteras que viven en garajes, ha aumentado la mendicidad en las calles y las condiciones en las que viven en las periferias de las ciudades son precarias.

  Imagino que la situación se agrava cuando la campesina es sometida al desplazamiento forzoso debido a una guerra, como sucede en Sudán, donde hay más de 11 millones de personas desplazadas. ¿Qué sabemos de estas mujeres?

Si Sudán recuperara su independencia, podría proporcionar alimentos a casi toda su población al ser una de las zonas más fértiles del planeta gracias a sus recursos y al río Nilo.

Las grandes potencias no tienen interés en la independencia ni en la paz en Sudán. Ha cambiado la forma de colonialismo e imperialismo, tiene otro aspecto: crean zonas de conflicto, lo que provoca guerras civiles que separan los países, como ocurrió en Siria o en Libia, violan los derechos fundamentales y confiscan las riquezas de estos territorios.

En Sudán, la intrusión extranjera (sobre todo, EE. UU.) en las facciones políticas y militares en el país ha originado la destrucción del país; las más perjudicadas son las mujeres y niñas, quienes sufren violaciones sexuales constantes. En el estado de Al Jazirah, un compañero nuestro vio cómo asesinaba a su hija y a su mujer delante de él. Evidentemente, tuvo que abandonar su país. Las migraciones forzosas hacia Egipto y Chad son constantes y los culpables de esta situación son los intrusos imperialistas.

  ¿Cómo te gusta imaginar Túnez y los países árabes?

Yo no tengo un sueño propio, tengo un sueño humanista. Queremos recuperar nuestra humanidad para que todo el mundo logre todos sus derechos. Cada persona debería gozar de su libertad y vivir en paz. Fundamentos básicos como el derecho a la vida. ¿Cómo es posible que sigamos mirando el asesinato de miles de niñas y niños palestinos, y las amputaciones terribles a los que están siento sometidos?

Tengo la esperanza de que algún día acabaremos con Israel. Que los niños y niñas supervivientes, que han perdido a sus parientes, puedan crecer y recuperar sus tierras. Considero que el pueblo árabe es uno. Si no fuera por nuestros gobernantes y sus cómplices, las fronteras trazadas y las guerras impuestas, seríamos un pueblo emancipado y fuerte, como lo fue Irak o Siria. Por eso, están matando a los líderes más importantes de la resistencia en contra del imperialismo, cuyo objetivo no es nada más que confiscar nuestras riquezas y robar nuestros recursos.

Seguiremos luchando por nuestros derechos, los de todo el campesinado y de aquellos a quienes se les ha expropiado la tierra. El pueblo palestino nos inspira y da lecciones. Deciden morir en su tierra existiendo y resistiendo a pesar de todo. Como decía el poeta iraquí Mudhafar Al-Nawab, «mi patria me enseñó que las letras de la historia serían falsas si fueran sin sangre».

 

[1] En los países árabes figuran los oficios en los documentos de identificación, pero se discrimina a muchas mujeres al mencionarlas como trabajadoras del campo en ellos.

Amal El Mohammadiane Tarbift

Periodista

 

Escuela Feminista de la Coordinadora Europea y de la Región Árabe y África del Norte de La Vía Campesina

El pasado mes de septiembre, el Sindicato Labrego Galego (SLG) fue anfitrión de un encuentro global de mujeres de La Vía Campesina Internacional, celebrado en Vilarmaior (A Coruña). Durante cinco días, 23 campesinas representantes de 15 organizaciones, acompañadas de un equipo técnico también compuesto íntegramente por mujeres, trabajaron y convivieron para avanzar en la consecución de los derechos de las mujeres campesinas y trabajadoras del campo.

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Momento de plenaria en la Escuela Feminista. Foto: Amal El Mohammadiane Tarbift

Las representantes, llegadas de Palestina, Marruecos, Túnez, Bélgica, Gran Bretaña, Países Bajos, Austria, Francia, Georgia, Alemania, Irlanda, Euskal Herria, Galicia y distintos puntos del Estado español, debatieron sobre la usurpación de tierras, cómo afectan a las campesinas los acuerdos de libre comercio, el dominio de las empresas transnacionales, la crisis climática y sus efectos en los cultivos, las migraciones forzadas, la dificultad de acceso a la tierra y el empobrecimiento de las trabajadoras agrícolas. Se identificaron numerosas problemáticas comunes entre la Región Árabe y Europa, como la propia lógica patriarcal, que provoca la discriminación en las políticas agrarias, la invisibilización del trabajo de las mujeres y sus dificultades para acceder a la tierra, lo que agrava sus violencias a través del racismo y el clasismo. Hacer frente a estas barreras, así como desarrollar estrategias que permitan la gestión cotidiana de la triple jornada de trabajo —producción, crianza y militancia política— son algunos de los retos comunes de las mujeres productoras de alimentos a nivel global identificados en este encuentro.

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Mística del primer día, organizada por el Sindicato Labrego Galego. Foto: Amal El Mohammadiane Tarbift

Cada día iniciaba con una mística ―un momento de representación colectiva e inspiradora que completaba los momentos de trabajo con todo aquello que escapa a lo intelectual― organizada por las participantes de cada región. Las campesinas árabes, vestidas en ese momento con la ropa tradicional palestina, pusieron en el centro el genocidio que se vive en Gaza, la resistencia del pueblo palestino y la fuerza de sus mujeres para luchar por la descolonización de su territorio. «Nuestro enemigo es el sistema capitalista, patriarcal y colonial. Tenemos que saber quiénes son nuestras aliadas».

Revista SABC

 


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