Nadine es la primera chica que trabaja en la industria pesquera en Gaza. Playa de Beit Lahia, al norte de la Franja de Gaza (2011). Foto: Shareef Sarhan
Siempre hemos orientado los debates centrales de cada revista a temas claramente relacionados con la alimentación, el territorio o el primer sector y, en realidad, esta vez sigue siendo así. Pensamos que hacer un número para acercarnos a las regiones geográficas o simbólicas donde reside la cultura árabe responde a una legítima curiosidad e inquietud, al darnos cuenta de lo poco que las conocemos y, sobre todo, de cuán sesgado suele estar este conocimiento debido a prejuicios impuestos por la mirada occidental y por el relato hegemónico de nuestro propio pasado. Al darnos cuenta, también, de cuánto nos interpela.
Las palabras que usamos en la huerta, en la cocina. La música que escuchamos y bailamos. Muchos de los paisajes que miramos de forma cotidiana y que identificamos como «nuestros». Las prácticas agrarias o las técnicas de aprovechamiento del agua y de transformación de alimentos. ¿Cuánto de todo ello y de mucho más no sería lo que es sin haberse nutrido y acompañado de la cultura árabe? Alcachofa, albaricoque, limón. ¿Cuánto más podríamos aprender si miráramos de igual a igual los saberes campesinos perfeccionados al sur del Mediterráneo y que podrían enseñarnos tanto sobre cómo mitigar y convivir con la crisis climática?
Por supuesto, Palestina atraviesa todas estas páginas. Este número puede ser un humilde homenaje a su resistencia y a la fuerza que inspira en el campesinado de todos los países árabes, hermanado aún más en el apoyo a su lucha. ¿Se puede cocinar el plato más típico de Gaza en medio del genocidio de su población? Sí, y quizá encuentran más sentido que nunca a hacerlo, a pesar de no poder conseguir la mayoría de los ingredientes. El estado de Israel, como tantos estados coloniales han hecho antes, destruye la soberanía alimentaria del pueblo palestino y utiliza el hambre como una de las armas más destructoras en su operación de ocupación y exterminio. «Si llega el fin del mundo y estás sembrando, continúa sembrando», es una frase que puede acercarnos al espíritu del pueblo palestino.
A menudo, el ser humano teme lo que ignora. Y ese temor, en una sociedad como la nuestra, se transforma fácilmente en odio instrumentalizable por poderes políticos y económicos. «La pena es que se está temiendo a sí mismo, se está odiando a sí mismo, porque nadie le explicó el origen de lo que pervive en la memoria de sus gestos, de sus palabras, de sus sentidos», nos dice Antonio Manuel en su texto. Quizá ciertos supremacismos no ocultan otra cosa que endofobia, el odio a nosotras mismas.
Queremos acabar este editorial en el principio, en la pintura de Rawan Anani que envuelve estas páginas. Vestidos de celebración, tiempo de cosecha. Trabajo compartido y amor a la tierra. Un horizonte sin asentamientos ni muros. Nos ayuda a imaginar una Palestina descolonizada. Nos invita, también, a descolonizar nuestra identidad.
Palestina soy فلسطيني أنا
Mi Palestina sigue creciendo
porque la veo en las semillas de sésamo en el za’atar.
La veo en el zumaque que espolvoreamos sobre los huevos fritos.
La veo en el anís bien disuelto en el ka’ak
y en el cardamomo molido en el café.
La veo en la noche brillante sobre el mar Muerto
y en todo lo muerto que permanece vivo en nosotros.
La veo en nuestros nombres
y en los ojos de los padres y madres, llenos de historias sin contar.
La oigo cuando la gente de Marda dice
«No te preocupes»
y cuando Rula desde Ramallah me envía
«Salam».
Mi Palestina no duerme.
Ella es el 48, diáspora, Gaza y Cisjordania.
Ella es pesada y ligera,
en una taza de café, es el sedimento y la espuma,
en realidad, es el propio rakwé.
Y el sabor de la canela en el sahlab
y los piñones en los tomates asados
y el maftoul, enrollado a mano
y la coliflor en la maqluba.
Mi Palestina es luto y celebración,
es vieja y nueva.
Dalouna, Zareef eltoul y Shabideed.
Es la historia más larga del mundo
y es un breve extracto.
Sigue creciendo porque es el átomo.
Es el brazo que hasta hoy sostiene a Mohammed Al-Durrah.
Es la historia de amor y el cordón umbilical.
Es el momento de la explosión y el momento de la fisión.
Por tanto, es todo o nada, nada de nada.
Farah Chamma