Escuchar el pasado para mirar hacia el futuro
Montserrat Sorribes Pascual, Andreu Serret Segura y María José Prats Querol
Mes de febrero en els Ports, nueve de la mañana: una nueva jornada está a punto de empezar. La noche anterior cayó un chubasco en forma de aguanieve, la temperatura en torno a 0 grados hace que los pequeños charcos del patio de la escuela estén congelados y que el alumnado tenga la tentación de utilizarlos como pista de patinaje. Esto retrasa el momento de entrar al aula para empezar la tarea diaria, indagación y ampliación de los saberes relacionados con el proyecto interdisciplinario anual que se lleva en todo el Centro Rural Agrupado (CRA) de Castellfort, Portell y Cinctorres, que gira en torno al mundo del arte. Por este motivo, los diferentes talleres multigrado que se desarrollan en el centro se organizan sobre las diferentes vertientes o manifestaciones artísticas. El uso de estos tipos de metodologías nos permite ofrecer una respuesta inclusiva, posibilitando la aplicación de los principios del Diseño Universal de Aprendizaje (DUA).
Durante estos días en concreto estamos llevando a cabo un debate sobre si la gastronomía es o no es un arte y cómo evoluciona la cocina a lo largo de la historia. Parte del alumnado argumenta que la cocina es una forma de expresión artística, otros dicen que los chefs famosos crean platos visualmente impresionantes o añaden que la gastronomía puede ser creativa, pero que no es arte. Escuchando atentamente las diferentes opiniones, lanzo la pregunta de si la comida cotidiana que preparan las familias en casa lo puede ser y si la comida de antes lo era. Este hecho da pie a un diálogo reflexivo, que se expande incluso a la alimentación sostenible y de proximidad. La propuesta que surge del alumnado es cocinar un plato con alimentos de temporada y con una presentación creativa.
Para conseguirlo, en primer lugar, hay que saber cuáles son las frutas y verduras que podemos encontrar en nuestro pueblo durante la temporada invernal. En segundo lugar, qué plato o platos podemos elaborar con estos productos de proximidad y, por último, cómo presentarlos para que resulten atractivos y nos inviten a probarlos. Esta presentación culinaria también la aprovechamos para hacer una compilación de recetas con imágenes fotográficas, potenciando el uso de las TIC, para compartirla posteriormente con la comunidad educativa.
A partir de este planteamiento, una niña propone que nos acerquemos al huerto de su abuela para comprobarlo in situ. Nos desplazamos a la zona del barranco de la Parra, donde la tía Gracia está regando las espinacas, acelgas, puerros, coles y escarolas. Mientras las cosechan para elaborar su plato, los alumnos le preguntan de dónde saca el agua para regar, puesto que cerca del huerto no se ve ninguna balsa, fuente o pozo. Entonces, nos acompaña hasta una pared de piedra en seco para mostrarnos una noria y explicarnos su funcionamiento. Hay que recordar la función que esta construcción ha tenido a lo largo de la historia para aprovisionar de agua tanto las explotaciones agrícolas como las ganaderas.
Cuando menos, las primeras palabras de la abuela hacen referencia a la intensa sequía que estamos sufriendo desde hace unos meses en la comarca de els Ports, por lo cual nos preguntamos cuál ha sido del papel de la arquitectura a lo largo de la historia para abastecer de agua a las poblaciones.
A raíz de esta explicación, ya en la escuela, aprovechamos para investigar los sistemas de riego actuales y cómo hacer un uso sostenible del agua. La suma de todas estas experiencias es una muestra evidente de cómo se conjugan todas las piezas que componen este rompecabezas que es la comunidad educativa, cada una de las partes tiene un papel clave y entre todas y todos hacemos que el alumnado, de manera vivencial, construya aprendizajes competenciales, significativos y arraigados en el territorio, que seguramente perdurarán durante toda su vida.
Como colectivo docente en general y como escuela rural en particular, tenemos la responsabilidad de crear vínculos entre la educación y el tejido social del pueblo. En este sentido, la educación ecosocial nos lleva a sumergirnos en las historias y tradiciones para comprender el tejido humano del territorio de ahora y de antes, y establecer conexiones entre la gente y la tierra, cultivando en el alumnado valores universales como el respeto, la solidaridad y el amor al entorno natural, social y cultural que nos rodea, donde cada rincón de nuestro pueblo nos ofrece una oportunidad para crecer y ser.
Este planteamiento permite la formación de ciudadanas y ciudadanos conscientes, comprometidos y con la capacidad de contribuir a la construcción de un mundo más sostenible, respetuoso y equitativo, donde se valora y se respeta tanto la naturaleza como la diversidad humana, desarrollando el sentimiento de pertenencia al territorio. Debemos tener presente que nuestras acciones tienen un impacto y cada pequeño gesto cuenta en la construcción de un futuro más justo y sostenible; y, mediante la justicia social, debemos hacer frente a los retos ambientales y sociales contemporáneos.
Montserrat Sorribes Pascual, Andreu Serret Segura y María José Prats Querol
Profesorado del CRA Celumbres