Claves ecofeministas para rehabitar la Tierra
Yayo Herrero
Llamamos crisis ecosocial a la constatación de que la economía, cultura y política hegemónicas se han desarrollado en contra de las bases materiales que sostienen la vida. Los ecofeminismos son un conjunto de prácticas y conocimientos que proponen formas alternativas de reorganización, de nuevo, económica, cultural y política, que puedan recomponer los lazos rotos entre las personas y con la naturaleza.
Fiesta del día de Jeva, Villanueva de la Concepción, Málaga. Reúne a distintas pandas de Verdiales, folclore popular alegre vinculado con la tierra y el campesinado. Fotos: Eliezer Godoy
El punto de partida de la transformación que propone el ecofeminismo es la consciencia de que la especie humana vive encarnada en cuerpos que son vulnerables y finitos, que tienen necesidades (refugio, alimentación, sentido de identidad y pertenencia, cuidados o energía). Si estas necesidades no están cubiertas, la vida es inviable o precaria.
Todas las personas somos seres interdependientes y no podemos sobrevivir si no existen procesos sociales que garanticen la reproducción cotidiana de la vida. Han sido y son mujeres, mayoritariamente, quienes, a lo largo de la historia, se hacen cargo del bienestar cotidiano y de las necesidades específicas en cada momento del ciclo vital. No porque sean las únicas capaces de hacerlo, sino porque lo impone la división sexual del trabajo propia de las sociedades patriarcales.
Además de interdependientes entre nosotros, todos los seres humanos y la especie en su conjunto vivimos insertos en una trama de la vida formada por aire, agua, tierra, animales, plantas, microorganismos, bacterias… Es la interacción entre todos esos elementos la que crea y mantiene las condiciones biofísicas que hacen la vida posible. Somos también, por tanto, ecodependientes.
Invisibilizar las relaciones de eco e interdependencia ha llevado a crear una cultura de muerte .
La fantasía de unos pocos
Ningún ser humano puede vivir sin interactuar con la naturaleza. Sin embargo, la sociedad occidental se ha construido sobre la peligrosa fantasía de no depender de ella. Solo unos cuantos individuos —mayoritariamente hombres, aunque también a veces mujeres— pueden vivir como si flotasen por encima de los cuerpos y de la Tierra. Lo hacen gracias a que, en espacios ocultos a la economía y a la política, otras personas, tierras y especies se ocupan de sostenerles con vida. Son una minoría, pero la política y la economía se han organizado como si ese fuese el sujeto universal.
Invisibilizar las relaciones de eco e interdependencia ha llevado a crear una cultura de muerte que ejerce la violencia precisamente sobre aquello de lo que se depende. Una cultura que ha denominado desarrollo a devorar a toda velocidad tierra fértil, bosques, minerales, animales, plantas y seres humanos y a excretar contaminación. Por el camino se produce dinero y, como subproducto, se cubren algunas demandas humanas —o, a veces, solo deseos— de forma extremadamente desigual. La sacralización del dinero conduce a que las personas crean y sientan que necesitan dinero y no alimentos. Así se asienta una cultura del sacrificio. Todo puede ser sacrificado si el objetivo es que la economía crezca.
La agricultura de guerra
La mirada ecofeminista permite tomar conciencia de oposición y conflicto entre el capital y la vida, y puede ayudar a reconfigurar la lógica política y económica. Vandana Shiva llama la atención sobre el hecho de que la agricultura industrial no se basa en la comprensión del funcionamiento de los procesos vivos que se dan dentro de un agroecosistema y denuncia que se basa, más bien, en el uso de un conjunto de productos literalmente creados para la guerra. Se apoya en insumos que fueron diseñados y pensados para matar gente.
Si señalásemos en el mapa del mundo los lugares en los que se viven guerras, veríamos que en la mayor parte de ellos está en disputa el control del territorio, de los minerales, la energía o del agua. Ejércitos, mercenarios y corporaciones se enfrentan a poblaciones que intentan oponerse a proyectos extractivistas. En nuestros propios territorios, como sucedió en las colonias, la calificación de vacío o la idea de lo nuevo justifica el ejercicio de la violencia y la transformación del territorio para la extracción de beneficio.
La agricultura de las comunidades
En cambio, la agroecología tiene en cuenta la interconexión entre los procesos que tienen lugar en el mundo vivo y destaca el protagonismo que tienen las personas campesinas, que son las que saben interpretar e interactuar en ese espacio de complejidad. A escala mundial, las mujeres se ocupan, entre otras cosas, de organizar y suministrar alimento y nutrición. En muchos lugares, son las productoras de la alimentación local, aunque la economía convencional no las considere productoras porque sus productos abastecen comunidades y no mercados. En todo el mundo, se hacen cargo de lo que la gente come.
Un aterrizaje forzoso en la tierra y en los cuerpos, obliga a promover una cultura de la suficiencia, a apostar por la relocalización de la economía, al establecimiento de circuitos cortos de comercialización y a reconstruir dinámicas colectivas que respeten los proyectos vitales de quienes las componen.
Las visiones ecofeministas sobre la agricultura parten de la convicción de que los seres humanos han de cooperar con la trama de la vida, convirtiéndose en coproductores junto a ella. La propuesta ecofeminista supone un cambio radical en la noción de poder. Recupera la visión de la comida y el alimento como fuente de nutrientes y no como mercancía. Apuesta por el fortalecimiento de las comunidades locales y la reapropiación de los conocimientos que ha servido para preservar la biodiversidad y la ideodiversidad. Por ello, promueve un conocimiento agronómico basado en la reciprocidad y una idea de riqueza basada en los lazos comunitarios.
Un aterrizaje forzoso en la tierra y en los cuerpos, obliga a promover una cultura de la suficiencia.
En un planeta con límites, ya sobrepasados, en el que la contracción de la esfera material de la economía global es inaplazable, la transformación cultural y económica es urgente. Puede producirse mediante una lucha violenta por el territorio y los recursos o mediante un proceso equitativo de reajuste decidido y anticipado. La autonomía y la libertad conscientes de la interdependencia y ecodependencia son cuestiones que las miradas ecofeministas pueden iluminar.