Gustavo Duch
Visitamos Verdcamp Fruits, para conocer de primera mano un proyecto de producción ecológica a gran escala ¿Cuáles son sus reflexiones, sus planteamientos, sus propuestas? Nos atiende Ernest Mas, socio responsable de campo de una empresa que transita de la producción para la exportación a la producción ecológica para los mercados locales.
Ernest Mas en las parcelas de Verdcamp. Foto: Verdcamp Fruits
Antes de subirnos al coche para recorrer algunas fincas, Ernest inicia la conversación, como no podía ser de otra manera, a propósito de las movilizaciones de la agricultura que tienen lugar estos días en toda Europa. «Es un momento crucial, habrá un antes y un después. La cuestión es ver hacia dónde se inclina la balanza», comenta. Y, haciendo referencia al eslogan más emblemático de las tractoradas en Catalunya —la nostra fi, la vostra fam (‘nuestro fin, vuestra hambre’)—, lo corrige: «no será hambre, el fin del campesinado se convertirá en mayor dependencia de las superestructuras posicionadas en la globalización, como las grandes superficies que controlan más del 60 % del comercio. Es muy difícil ignorar este control brutal, nosotros mismos tenemos que venderles a ellos».
Y es que Verdcamp suma en total unas cuarenta fincas (en alquiler o en propiedad) que les llevan a gestionar más de 300 hectáreas, todas en producción. Están situadas en Cambrils, al sur de Tarragona, cerca del mar, protegidas por montañas y con un clima mediterráneo que les permite cultivar productos de huerta tanto en verano como en invierno.
El fin del campesinado se convertirá en mayor dependencia de las superestructuras posicionadas en la globalización
Del monocultivo a la autonomía
«Somos una empresa familiar», cuenta Ernest, «cinco primos que corríamos desde pequeños por las huertas y campos de nuestros padres y que decidimos trabajar juntos, fusionados en una empresa». Esto les permitió centrarse en tres o cuatro grandes producciones bajo un modelo convencional, simplificando la gestión y el trabajo, y dedicarse cada uno de ellos a un área: agricultura, comercialización, administración, etc. «Hace unos quince años fuimos transformando la visión, antes más del 70 % lo exportábamos y, ahora, con la agricultura ecológica como modelo, producimos más de 14 referencias, de las cuales, el 70 % se venden aquí», explica. Opina que nunca podrán llegar a vender la totalidad de su producción en el mercado interno, y no porque no quieran, sino porque perciben un estancamiento en la venta ecológica. «Por un lado, estamos confundiendo al consumidor, que ve productos convencionales a granel mientras que los ecológicos están plastificados o con etiquetas que indican que llegan de muy lejos. Pero también porque parece que este no es el modelo de futuro de las grandes superficies, que han aprovechado la subida generalizada de precios para marcar precios aún más altos a lo ecológico, haciéndolos muy poco asequibles para el consumo habitual».
Fotos: Verdcamp Fruits
Ernest, con su azada, recoge un poco de tierra y nos muestra algunas lombrices. «Rompimos con el monocultivo, para mí el paradigma de la globalización. Hemos dejado atrás la mirada de antaño, focalizada en el cultivo, en las plagas, en la falta de algún mineral…, también evitamos miradas reduccionistas que entienden la agricultura ecológica solo como no usar pesticidas. Hemos pasado de una visión lineal («para un problema busco una solución») a tener una mirada amplia, paisajística, esférica, holística, donde lo que nos importa es el todo y su equilibrio», nos cuenta. Para él, al final la cosecha es simplemente el resultado de esta gestión global. Explica cómo empezaron introduciendo bandas de cultivos de flores en todos los campos para atraer la biodiversidad, después intentaron reducir todo lo posible tanto las tareas de labrado del suelo como el uso de plásticos (cambiándolos por «plásticos bio» o acolchados vegetales). Los resultados productivos mejoraron significativamente. «No somos intensivos, pero somos altamente productivos», resume Ernest.
Durante las dos horas que compartimos, Ernest recibió numerosas llamadas de algunos de los trabajadores de Verdcamp. «Nos pasamos el día atendiendo mil imprevistos, pero lo fundamental de este cambio de modelo, además de estar en el lado de quienes cuidamos el planeta, es que estamos construyendo nuestra autonomía. Nos permite tener respuestas rápidas y a nuestro alcance».
Rompiendo mitos
Según nos cuenta Ernest, la «agricultura ecológica no es la solución, pero es parte de la solución». Defiende que, además de frenar los impactos climáticos, la agricultura ecológica ofrece capacidad productiva y autonomía y alternativas, punto en el que insiste. «Con menos costes, mis producciones han aumentado», afirma. Nos cuenta que, hace 14 años, entraron en una grave crisis porque no podían acabar con el pulgón que afectaba a los campos de sandías, a pesar de utilizar y gastar mucho dinero en un sinfín de productos, como los neonicotinoides, perjudiciales para las abejas. En ese momento el apicultor de la zona le llamó y le dijo que el año siguiente no le llevaría colmenas porque las abejas se morían. «¿Qué estamos haciendo?, me pregunté, me arruino, mato las abejas... Ahora, solo con la incorporación de líneas de cultivos florales, no he vuelto a utilizar ningún insecticida contra el pulgón y producimos el 10 % más. Y, claro, ¡han vuelto las abejas!», cuenta orgulloso. Ahora, las colmenas ya no están en los márgenes de los campos, como antes, sino entre los cultivos. Durante el recorrido observamos infinidad de refugios para insectos a los que, en función de su categoría, Ernest, entre risas, les llama hoteles o bungalows. También hay nidos para murciélagos.
«Lo que marca la diferencia de nuestra realidad es que hemos conseguido trabajar con técnicas ecológicas —sintrópicas o regenerativas, como también las llaman— que se pueden hacer a gran escala», resalta, señalando dos tractores que pasan por el camino con los remolques llenos de puerros. «Se rompe el mito de que lo ecológico solo funciona a pequeña escala. Pero lo ecológico por sí solo no es la solución, el cambio necesario tiene que llegar de la sociedad, la gente tiene que entender y valorar todo lo que esto significa para que se traduzca en rentabilidad económica. No conozco a ningún hortelano que se haya hecho rico, pero sí a muchos que han tenido que abandonar».
Las grandes superficies
«Si la sociedad se ha vuelto cómoda y acude a las grandes superficies a hacer las compras, nosotros proveemos a las grandes superficies, es así. Excepto en casos de contratos pactados, al final es una pieza más, con las mismas reglas de juego, las leyes del mercado. En cualquier canal puedes tener los mismos problemas. Sí que es cierto que a este tipo de comercio no pueden acceder todos los hortelanos por las cantidades que exigen, por los sellos que te piden, por la uniformidad… Así que, una vez entras, tienes una buena posición de negociación».
Que se valore su función
Y, en este punto, le preguntamos qué medidas políticas se deberían plantear y por dónde empezaría. «Por un plan a veinte años basado en cálculos que nos digan claramente las necesidades para el consumo básico, saludable y nutritivo de la población de cada territorio, y por planificar la producción para cubrirlas. Para que el consumo se quede con nuestros productos deberíamos pensar en sistemas de intervención, pero nunca funcionarán si no trabajamos a fondo la concienciación de la población. Hay que romper con el desapego hacia la agricultura», responde.
Según Ernest, a los payeses les gusta mucho más que les digan «qué campo más bien cuidado» que «qué calabazas más buenas». ¿Y cómo conseguirlo? Detiene el coche frente un campo con muchas tonalidades de verde, donde están creciendo cultivos de cobertura para proteger la tierra y nos explica sus «trucos de magia»: «Aquí tenemos seis especies. La cebada, la gramínea que aportará más carbono a la tierra y que con su raíz fascicular será la que durará más protegiendo el suelo cuando se pasa el rodillo. Después tengo una facelia, que tiene una raíz pivotante, y es la que coloniza más rápido el suelo y lo cubre antes. También tengo habas que, además del nitrógeno que aportan al suelo, como todas las leguminosas, es la primera en florecer, lo que nos atraerá a los abejorros. Entremedio, mirad, esto es mostaza, con raíz pivotante con gran capacidad de descompactación, y cuyas flores amarillas llegan después de las del haba, atrayendo a otro tipo de abejas. Y justo después se produce la floración azul de estas facelias. También hemos sembrado vicia, de raíz ramificada y profunda, que además de nitrogenar, cuando crece se enreda en el resto de las plantas y crea como una red que las mantiene firmes. Y, por último, el fenogreco, que al tener funciones alopáticas ahuyenta a algunos gusanos perjudiciales. Y lo mejor de todo es que están sincronizadas para que se complementen, se puedan planchar al mismo tiempo y se transformen en acolchado vegetal para el siguiente cultivo».
Deberíamos pensar en sistemas de intervención, pero nunca funcionarán si no trabajamos a fondo la concienciación de la población.
Con esta fórmula, Ernest asegura que la fertilidad de esta tierra será inmejorable y además guardan las semillas para los siguientes años. «¿Sirve explicar la magia de este juego de colores y de funciones para transmitir a la sociedad la importancia vital de nuestro trabajo? En nuestro caso, es lo que buscamos, transmitir este modelo. No solo quiero vender el producto por su calidad o sabor, quiero que se valore nuestra función, la cual tiene mucho que ver con cómo está cultivado». Aun así nos despedimos saboreando una variedad propia de calabaza de buen gusto y textura para comer en crudo, y le hacemos la última pregunta, quizás la más importante, la que más nos debería hacer pensar: ¿Y el relevo? «No lo tenemos asegurado», concluye.
Gustavo Duch
Revista SABC