Tereseta
Hace un año y poco que vivo en el parque natural de la sierra de Mariola (comarca de L’Alcoià, Alacant). Muchas veces tengo la sensación de no enterarme de la película, de estar muy perdida con los ciclos de la naturaleza. Hay momentos en que me siento megasuperada con todo lo que hay que hacer en el mundo rural. Me gustaría llegar a más. A todo, de hecho. Trato de no fustigarme y de ser un poco compasiva conmigo misma y dejar de lado a la llauradora hacker crítica que llevo adentro.
Ilustración de Maria Maraña
¿Cómo lo hacían antes? ¿Cómo podían gestionarlo todo? Podar, injertar, quemar, recoger leña, labrar, sembrar, cosechar, hacer conservas, tejer esparto, mantener los útiles del campo, los bancales, los márgenes, los caminos, las casas, las familias y… las vidas propias. ¿Tendrían un calendario o algo? Es que yo he pensado en hacérmelo, ¡no es broma! Así, tipo bitácora: «A finales de agosto, suele haber superávit de higos: podemos hornearlos con canela y ralladura de limón (receta familiar que no mucha gente conoce y es un éxito). A continuación, y con ayuda de alguna ventisca, caen las avellanas: es un rollo recogerlas del suelo, ¡pero están tan buenas después, fritas y con sal! Es año de almendras, procuremos que no haya mucha hierba en los bancales o sufriremos cosechándolas; ¡otro año que no hemos podado y están todas allí arriba! Si recojo ahora las moras y las congelo limpitas en bolsas, las podré añadir a las macedonias del invierno. Quiero hacer pacharán, tendré que ir a dar una vuelta por esos bancales donde hay un montón de endrinos. ¡Estos viejos nogales del camino no sé ni como dan nueces! Ostras, de repente, ¿qué hacemos con tanto caqui, además de comerlos, regalarlos y congelarlos en tuppers?».
Al menos, desde que vivo en La 36 sé en qué ciclo está la luna. Antes no sabía ni por qué parte del cielo salía. Nada. Ya puedo esmerarme, porque esto no hay calendario lunar biodinámico que te lo cuente. No quiero perder la fe en la app Alerta de lluvia, pero es que con el cambio climático y la sequía esta no hay quien se aclare. ¡Tenemos de nuevo tomillo en flor a principios de octubre! Eso sí que no estaba en mi calendario mental de hierbas medicinales…
A pesar de estar en plena naturaleza disfrutando de un entorno privilegiado y tranquilo, a veces nos sobrevienen cosas y hay que estar en alerta constante. Como cuando entran los jabalíes en el bancal y te hacen un destrozo. Aun así, me gusta mucho vivir aquí, tener la posibilidad de reconectarme con la naturaleza y poder aprovechar lo que nos da el terreno. Intercalar actividades en el campo con la vida cibernética. Quitar las manos del teclado para pillar una azada o ir a espigolar.
Poder elegir y organizar mis horarios fuera del sistema asalariado no tiene precio. Tengo multiplicidad de trabajos, mayoritariamente temporales, pero todos escogidos y muy motivadores. La incertidumbre es constante; pero creo que, con el paso de los años, he ido desarrollando muchas habilidades y disciplina, organizándome igual o más que si tuviera que fichar. Ni Dios, ni amo. Pero sí agenda clara y kanban.
«Comer, comeremos»
Hoy es martes y hace buen día. Llevamos ya demasiado tiempo en La 36 desarrollando y programando una herramienta de komun.org para la cooperativa. A pesar de que tenemos buenas vistas, toca hacer un descanso y salir a dar una vuelta. Hay un manzano muy cerca que tiene frutos para aburrir. Va, cerremos ordenadores, cojamos bolsas y cajas, y vayamos para allá a hacer una incursión y estirar las piernas, que esto también forma parte de la seguridad holística: el bienestar psicosocial.
Cuando llegamos, empezamos a coger manzanas del suelo y de las ramas. Hacía dos años que este árbol no daba frutos, pero este año hay por todas partes. Tratamos de ir seleccionándolas: unas para comida, las tocadas para conserva. Vamos a destajo.
No habrán pasado ni 15-20 minutos cuando empezamos a oír gritos a lo lejos… ¿Se puede saber qué es ese alboroto en plena tarde? Salgo de entre las aparatosas ramas de manzano y voy hasta el borde del ribazo a ver qué pasa. ¡Pero si son mi madre y mis tías! Claro, no las he avisado de que veníamos y se habrán asustado al vernos. Su imagen, acercándose y riendo, me conmovió y se me ha quedado grabada.
Las cuatro son unas supervivientes y unas luchadoras. Con 17, 13, 9 y 2 años respectivamente se quedaron huérfanas de madre. «No os preocupéis, que comer, comeremos», les decía su padre los primeros días en un intento, supongo, de tranquilizarlas ante la gran pérdida que la familia había sufrido. Las hermanas no sabían ni cocinarse una tortilla, ni un arroz caldoso; mucho menos hacerse un dobladillo o tender la ropa. Al principio comían latas y embutido o carne fácil de echar a las brasas. Poco a poco, con la ayuda de algunas familiares clave, fueron espabilando y aprendieron a gestionar entre todas, no solo la casa, sino su propia educación ante muchas miradas expectantes y compasivas, críticas y vigilantes, de gente próxima, conocidos, comerciantes y vecinas del pueblo. Pasaron buena parte de la década de los sesenta de luto o medio luto. Del negro al blanco y negro o gris, y viceversa. Tan solo una década más tarde, en 1977, moriría también su padre. Cuidándose las unas a las otras con mucho, muchísimo amor, consiguieron salir adelante.
Con el paso del tiempo, las cuatro hermanas fueron tomando diferentes rumbos, repartiéndose y construyendo sus vidas en diferentes lugares del territorio valenciano: Alacant, València, Gandia…, solo la mayor se quedó en Banyeres de Mariola.
A pesar de las distancias y la ausencia de móviles y apps de mensajería instantánea a finales de los setenta y principios de los ochenta, el fuerte vínculo familiar que consolidaron hizo que siempre estuvieran unidas. Y no solo entre ellas, sino también con las respectivas familias que formaron.
Juntas por la sierra
Al haber vivido parte de su infancia y juventud en la sierra de Mariola, el pueblo siempre ha sido el punto de unión del particular matriarcado que, sin ser conscientes de ello, iban consolidando.
Allí coincidían, puntualmente, algunos fines de semana, algunos puentes y festivos, pero también largas temporadas de verano, Navidad y Semana Santa, cuando no había colegio. La antigua casa familiar, el chalé de Villa Amparito, se convertía en punto neurálgico donde quedábamos para idear y llevar a cabo toda clase de actividades de lo más variadas: desde excursiones a fuentes, sierras, cuevas y parajes de los alrededores en busca de fósiles, huellas de dinosaurio o tumbas fenicias, hasta múltiples fiestas temáticas de disfraces o teatros de verano, con actuaciones preparadas por los primos. También había recogida de moras muy tranquilamente, colectas de piñones, muchos días de piscina, largas tardes de tertulias, talleres y trabajos manuales, jabón casero, cocas fritas, pasteles de carne, y farolets de la retreta pim-pam-pum i a la caseta! (farolillos a base de sandías vaciadas). Cualquier fiesta, feria o mercadillo en los alrededores estaba en la agenda e íbamos todos para allá. En otoño, amantes de la sierra, también se hacían incursiones rovelloneras y boleteras (para recoger setas).
Grandes cocineras, espigadoras, conserveras, reposteras, recicladoras, artesanas, artistas, detallistas y, por supuesto, cuidadoras y sufridoras.
Les germanetes son hermanas, esposas, madres, tías y algunas también abuelas. Y, si en algún momento pensé que ya todas habían tenido su cuota de sufrimiento en su infancia y adolescencia, me equivocaba. Cómo en bioconstrucción, la vida te da una de cal y otra de arena. En las cuatro familias, hemos tenido de todo en los últimos años: rupturas, pérdidas, enfermedades, operaciones y otras muchas cosas más que no vienen a cuento pero que están directamente conectadas con los cuidados. Cuidados que ejercieron entre ellas, cuidados que continúan poniendo en la familia y cuidados que seguramente continuarán brindando hasta que no puedan más y seamos nosotras quienes tomemos el relevo. En cualquier caso, cuidados 24/7, en los que el sueldo, la pensión o la jubilación es una ilusión porque, como ya sabemos, la carga mental o vital que conlleva sacar adelante a una familia o una casa, históricamente, ni se les ha reconocido ni mucho menos pagado a las mujeres.
Por eso puedo afirmar que muchas somos lo que somos y estamos donde estamos gracias, en gran parte, a ellas. Son para mí referentes inspiradoras.
Hoy, desde el margen del bancal, contemplo la entrañable estampa que tengo delante: por un instante las veo a las cuatro juntas de nuevo, riéndose, felices, libres y sin más preocupaciones que salir a pasear un día entre semana cualquiera por su sierra de Mariola. Qué alegría, qué maravilla.
Yo, la que todavía se angustia tratando de seguir los ciclos del campo, la que intenta aprender biodinámica, la que quiere hacerse esquemas y calendarios para llevarlo todo adelante. La verdad es que no tengo ni idea de qué será de mi vida cuando tenga su edad, de aquí a 25 o 30 años. Lo que sí que tengo claro es que de esto tendría que ir sin lugar a duda la vida: de la tranquilidad, de hacer lo que una quiera, de poder disfrutar de buena salud, a ser posible, cerca de la naturaleza y rodeada de las personas que más se aprecia en este mundo.
Cierro los ojos, trato de fijar esa imagen en mi mente para siempre y mirando al cielo pienso: «¡Por favor, que les germanetes nos duren mucho tiempo a la familia!».