Laia Batalla-Carrera
Reseña de Geografías de la ingravidez, de Marc Badal Pijoan, Pepitas de calabaza (2024).
Marc Badal, con su obra Geografías de la Ingravidez, nos transporta a un universo donde las fronteras entre lo físico y lo emocional se desdibujan, explorando las complejidades de las relaciones que establece el ser humano con su entorno.
A través de un lenguaje meticuloso, preciso y a menudo poético, que puede llegar a abrumar, Badal nos sumerge en un viaje de introspección y observación envolvente. La prosa de Badal es detallista, exacta y concentrada. Cada palabra está cuidadosamente elegida, cada frase esculpida con precisión quirúrgica, creando una sinfonía de imágenes y emociones que resuenan mucho después de que se haya cerrado el libro. Vale la pena sumergirse en su prosa que queda resonando en la cabeza y deja un poso de reflexión íntima.
Uno de los temas centrales que Badal analiza detalladamente es el desarraigo, tanto físico como emocional. El autor nos invita a deliberar sobre la búsqueda de pertenencia en un mundo en constante cambio. Una desconexión económica de la tierra, una movilidad constante de las personas y la interconexión digital que agudiza el desarraigo de una sociedad cada vez más tercializada.
A través de analogías y metáforas nos lleva a entender cómo el campesinado juega el mismo papel que los vegetales en un ecosistema. Cómo mediante su trabajo diario y su relación específica con el medio, con la tierra que habitan y trabajan, ocupan ese mismo nicho dentro del ecosistema, la «generación neta de energía endosomática». Pero ¿qué pasa cuando las raíces de ese vegetal se quedan demasiado tiempo al aire, desenraizadas?, ¿cuál es el futuro de una sociedad ingrávida?
También nos conduce a través de la controversia de las sociedades modernas que confunden el arraigo con el atraso. Sociedades líquidas basadas en el tecnooptimismo y que con una soberbia miope transitan hacia un transhumanismo aparentemente despojado de selección natural.
Una relación de consumo del paisaje en que se eleva a deidad la ruralidad cosificada y donde campesinos y ganaderas pueden llegar a aparecer como delincuentes generadores de calentamiento global, seres heroicos o, simplemente, no aparecer. .
Y aquí, Badal tampoco se queda tranquilo y destripa el concepto naturaleza hasta hacer sonar la palabra de forma extraña en la cabeza de la persona lectora. Escudriña la naturaleza para llevarnos, a través de sus múltiples significaciones, a darnos cuenta de que una manzana y un pastel son igual de naturales y que, en cambio, los paisajes agrarios, que aparecen en el imaginario bucólico de quien piensa en la naturaleza, no lo son. Que la imagen que permanece ante nuestros ojos no es más que lo que residen tras ellos. Que la naturaleza reside en la perspectiva de quien la contempla. Contemplar, un tipo de relación con la tierra, con el entorno fruto (o tal vez causa) del desarraigo. Badal nos plantea que la idea de que la naturaleza incluya territorios que conforman el medio rural y no las calles de una ciudad delata un profundo desconocimiento en materia de historia y geografía humana. Si, como decía Walter Benjamin, la historia la escriben los vencedores, la naturaleza y el paisaje los determina la cultura urbanocéntrica.
Un paisaje, el rural, que sirve de válvula de escape para «sobrellevar el desánimo crónico y la desorientación»; de terapia que se disfruta en solitario, individualmente y con cierta superficialidad. Una relación de consumo del paisaje en que se eleva a deidad la ruralidad cosificada y donde campesinos y ganaderas pueden llegar a aparecer como delincuentes generadores de calentamiento global, seres heroicos o, simplemente, no aparecer. Porque de repente, lo esencial ya no es ni siquiera contemplar el paisaje, sino ser capaz de inmortalizar y compartir de inmediato. Y es en ese momento en el que el paisaje está mercantilizado cuando aparecen todo tipo de figuras accesorias y de entretenimiento que tienen más que ver con las personas visitantes que con la sociedad habitante. Aparece un turismo nostálgico y ensimismado que colecciona lugares como trofeos sin dejarse atravesar por ellos, ni por sus gentes.
A través de su exploración del desarraigo y la conexión con la ruralidad, Marc Badal nos brinda una obra profundamente humana que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con el mundo que nos rodea. Mirar hacia dentro, hacia fuera, hacia los lados y tomar conciencia del entramado social en el que vivimos y los posibles efectos de nuestra manera de ser y hacer. Mirar hacia el futuro y… ¿y ahora qué?
Laia Batalla-Carrera
Directora de la Escola de pastores i pastors de Catalunya e integrante del Comité Editorial de la Revista SABC