Foto: Eliezer Godoy

Cohabitar significa que no habitamos solas, que lo hacemos junto a o en conjunto con muchos otros seres, elementos, procesos... Lo que parece una obviedad se hace necesario pensarlo despacio porque en realidad vivimos como si no fuera así. Podríamos afirmar que habitamos el mundo como si nuestra especie o ―más limitado todavía― nuestra sociedad fuera un centro alrededor del cual gira todo lo demás, que está en un plano inferior. Y el individualismo puede seguir reduciendo esta mirada hasta llegar simplemente a un «yo» al que le cuesta ver más allá. La crisis climática y ecológica que atravesamos es un buen motivo para sacarnos de esta ensoñación y acabar con una etapa y una forma de vida, la extractivista y consumista, que es una excepción en la historia.

Como se ha explicado repetidas veces en estas páginas, no hay que irse tan lejos en la distancia ni en el tiempo para observar formas de vida que mantenían otra relación con la tierra y con el resto de seres vivos. Instituciones comunitarias, economía campesina no monetizada, bienes comunales, rituales a dioses (y diosas) paganos vinculados a la naturaleza, etc. Con todo lo que estas décadas de capitalismo nos han enseñado, no debería ser tan complicado entender el valor y el sentido que tenían tantas prácticas y saberes perfeccionados durante generaciones y, a partir de ahí, adaptarlos y rediseñarlos. Es el ruralismo del que habla Vanesa. Es lo que hace el Colectivo Memoria Viva de los Pueblos, del valle de Valdivielso, redescubrir y reapropiarse de esas formas de cohabitar. Es lo que también hacéis tantas de vosotras y lo que en muchos pueblos nunca ha dejado de hacerse.

«Lo comunitario no es una entidad romántica; implica una energía social regulada por y para la vida. Implica una matriz de relacionalidad circular, de flujos energéticos ordenados en función de criterios de reciprocidad, interdependencia, mutualidad, compromiso colectivo; en fin, una matriz de esfuerzos y disfrutes equitativamente compartidos». Son palabras de Horacio Machado Aráoz en el número de octubre de la revista latinoamericana Biodiversidad, Sustento y Culturas. «Esfuerzos y disfrutes equitativamente compartidos», esto es lo que también destila el conversatorio de este número, donde cuatro habitantes de comunidades rurales diversas comparten lo que les mueve a diario en esa convivencia particular, que mantiene un hilo de conexión con el pasado y a la vez abre caminos inspiradores y de referencia.

A partir de este número le vamos a dar más espacio a Palabra de campo, una sección más próxima, de testimonios directos, afectaciones y creatividad. Adrián y Tereseta han elaborado textos de carácter personal, ensayos poetizados, diarios íntimos, porque aquí también encontramos transformación y contenido político. Queremos poder transmitir desde la revista un elemento fundamental para cohabitar el mundo y que Mauge resalta en el conversatorio: aprender a rehabitar los cuerpos que el mundo urbano ha deshabitado y recuperar la capacidad de hacer y sentir a través de ellos.