Reseña del libro Decrecimiento: del qué al cómo, de Luis González Reyes y Adrián Almazán. Icaria Editorial, 2023.
Al calor de los recientes debates en algunos sectores del movimiento ecologista sobre la adecuada o inadecuada utilización del término colapso, Luis González Reyes y Adrián Almazán presentan este libro en el que se refieren al colapso como «un desmoronamiento del orden político, económico y cultural que da paso a una situación abierta en la que surgen múltiples órdenes nuevos y en la que, eventualmente, alguno de ellos se puede convertir en hegemónico». Aclaran también que no se trata de un acontecimiento súbito, sino de un proceso paulatino y, por tanto, más difícil de visibilizar como una situación de emergencia y que será algo que nos acompañe toda la vida.
El libro comienza con una descripción actualizada de la crisis que nos acompaña, que altera el modo de vida que hemos conocido en las últimas décadas y la propia capacidad humana de seguir habitando el planeta. A continuación, Luis y Adrián explicitan que han decidido focalizar su propuesta en los trabajos mercantilizados: «No describimos una transformación completa de la economía del Estado español, sino que nos centramos solo sobre uno de los cuatro elementos que la componen, el mercado capitalista […], intentando reducirlo a favor de otros dos: los hogares y, sobre todo, las comunidades». Para terminar este primer capítulo, definen qué entienden por decrecimiento, haciendo hincapié en la reducción del consumo material y energético hasta los marcos ecológicamente viables, la relocalización y diversificación de la economía, la integración del metabolismo social dentro del metabolismo ecosistémico, la integración de la producción y reproducción en una sola unidad económica, la redistribución fuerte de la riqueza inter e intraterritorial con criterios de justicia global y el aumento de la autonomía económica de las personas.
En la segunda parte del libro, lanzan una valiente propuesta de prácticas decrecentistas para el Estado español, tomando en consideración los sectores que valoran como centrales. Si bien veo complicada su transformación (diría que, como sociedad, estamos apuntando hacia extremos opuestos), sí resulta interesante el planteamiento de propuestas abiertas a la discusión. El capitalismo depende profundamente de los combustibles fósiles y, como dice Jorge Riechmann, «descarbonizar significa empobrecernos», lo cual a su vez significa «ralentizar, hacer menos, usar menos energía y materiales, viajar y desplazarse menos, producir y consumir menos mercancías, sustituir formas privadas de actividad por otras comunitarias y colectivas: no significa necesariamente vivir peor. Pero sí vivir de otra manera, de forma radical». No se trata de un discurso apocalíptico ni de un callejón sin salida, se trata de la creación de espacios que rompan la lógica capitalista (y estatal) donde debemos concentrar los esfuerzos porque, como escriben Adrián y Luis, «sin prácticas que les den cuerpo, las palabras son impotentes».
Y es a tratar de visibilizar maneras de llegar a esas prácticas a lo que dedican la tercera parte de la publicación, «De aquí hasta allá. Estrategias para una transición decrecentista desde los movimientos sociales». Frente a propuestas como el Green New Deal o planteamientos cercanos a las lógicas electoralistas y estatistas, los autores centran las estrategias en los movimientos sociales con tres ejes de acción: la confrontación, la articulación de marcos culturales ecosociales y la construcción de comunalismos.
Seguramente ha llegado por fin el momento de, como dice Adrián en otro texto, pasar «de la defensa de la Tierra en abstracto, tan propia del movimiento climático o de algunos sectores del movimiento ecologista, a la defensa de la tierra con minúscula» y construir amplias alianzas para poder establecer estrategias eficaces de resistencia. Parece necesario alejarnos del urbanocentrismo y dirigir una mirada hacia las zonas rurales de cara a estos ejes de acción. Quizás de cara a esa confrontación, junto con las propuestas de organizaciones como Futuro Vegetal, Extinción Rebelión o Rebelión Científica, tengamos que revisar y adaptar las prácticas de acción directa del movimiento francés Les Soulèvements de la Terre (‘Las sublevaciones de la tierra’): contra los impactos de la agricultura y ganadería industrial, contra los proyectos extractivistas, contra los cultivos transgénicos, contra la destrucción de la biodiversidad, etc. Sin duda, este tipo de medidas encontrará represión y difamación por parte de los poderes del Estado (tal y como viene ocurriendo en el Estado francés) con acusaciones de «ultraizquierdismo» y «ecoterrorismo» que habrá que aprender a gestionar.
Decíamos al inicio que, ante el colapso, surgirán muchos órdenes nuevos y habrá muchas personas que, por diversas circunstancias, generalmente ligadas a la precariedad o la discriminación, no puedan elegir su futuro, pero en muchos casos todavía tenemos opción de elegir. Como dice Ernst Götsch, el mayor insumo en la agricultura debería ser el conocimiento. Podemos imaginar un futuro en el que gran parte de nuestro conocimiento, nuestra energía y nuestras capacidades se trasladaran de empleos cómplices del sistema capitalista depredador a trabajos a favor de los cuidados, de la vida, de la comunidad… y de esa tierra con minúscula en la que podamos desarrollar otro tipo de proyectos de producción y vida. No será una tarea fácil. Algunas y algunos creemos que las opciones necesariamente tienen que venir de ser capaces de satisfacer nuestras necesidades desmercantilizando nuestras vidas, de construir autonomía de manera colectiva y disfrutando del proceso. Pasar de hacer las cosas porque «se deben hacer» a hacerlas porque «queremos» genera un potente deseo de cambio. ¿Seremos capaces de contagiarnos de ese deseo a tiempo?
Carlos Cuervo
Agricultor