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Muchas empresas evitan reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a través de los créditos de carbono. Foto: David Guillén
La materia orgánica es el componente principal para el desarrollo de suelos saludables. Debido a la agricultura industrial, más de la mitad de la materia orgánica de los suelos agrícolas del mundo se ha perdido y hay más de 2000 millones de hectáreas de tierras de cultivo gravemente afectadas. No obstante, las grandes empresas, principales responsables de estos procesos, se están reinventando como «salvadoras de los suelos».
La razón es simple, ahora es posible ganar dinero gracias a una de las funciones naturales del suelo: su capacidad para almacenar carbono. Los gobiernos y las empresas buscan nuevas formas para evitar reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero debido al uso de combustibles fósiles y están dispuestas a pagar a otros para que retengan el carbono. El desafío es encontrar lugares donde retener este carbono. ¿Y qué mejor lugar que las tierras agrícolas del mundo cuya materia orgánica ya se agotó? Pero los programas de captura de carbono presentan numerosos problemas, conllevan acaparamiento de tierras, expulsión de pueblos campesinos y están diseñados para un lavado verde de la contaminación y para consolidar el control sobre los alimentos y la agricultura por parte de unas cuantas empresas cuyas actividades están integradas, cada vez más, en plataformas digitales.
El ABC de los créditos de carbono en la agricultura
El programa típico de créditos de carbono en la agricultura (carbon farming) funciona de la siguiente manera:
La gente que se dedica a la agricultura se registra por Internet en programas de captura de carbono y comienza a implementar ciertas prácticas agrícolas que supuestamente captan carbono en sus suelos. En algunos programas, sus campos se vigilan con aviones o satélites, otros requieren que envíen muestras de suelo, o bien se basan en sistemas de verificación remota. Para cumplir con el contrato, generalmente, hay que mantener estas prácticas y hacerse responsable de conservar el carbono retenido en los suelos entre 5 y 10 años. El pago se realiza en función de la cantidad calculada de carbono retenido en el suelo y del precio del carbono en el mercado global de los créditos de carbono.
El número de estos programas de crédito de carbono va en aumento y la mayoría de ellos están dirigidos por alguna multinacional de agronegocios o conectados con ellas. Casi todos se ubican en regiones donde predominan las grandes explotaciones agrícolas que producen monocultivos para materias primas, como EUA, Brasil, Australia y Francia. Se centran casi totalmente en la adopción de dos simples prácticas: rotaciones con cultivos de cobertura y labranza cero o reducida, que, en esencia, consiste en usar herbicidas de amplio espectro como el glifosato.
Pensamiento mágico
Las corporaciones han presionado para poner en marcha estos proyectos de créditos de carbono, aun cuando implican problemas y limitaciones muy bien doumentadas.[1]
El problema más evidente es que están basados en neutralizaciones; es decir, las empresas con proyectos contaminantes por emisiones procedentes de combustibles fósiles evitan reducirlas comprando créditos que las compensen. Pero, además de aparcar la necesidad de trabajar en la reducción, no es posible que los suelos sean capaces de absorber suficiente carbono como para neutralizar de manera significativa las emisiones globales provocadas por los combustibles fósiles. Como mucho, podrían absorber la cantidad aproximada de carbono que históricamente se ha perdido debido a la agricultura industrial. La retención de carbono en el suelo no puede, de ninguna manera, sustituir lo que lograría una reducción inmediata y significativa de las emisiones procedentes de los combustibles fósiles.
Otro inconveniente de estos proyectos es que no ofrecen garantías de que el carbono retenido no se libere de nuevo a la atmósfera. La mayoría de los programas de cultivo de carbono dura diez años, pero es necesario que el carbono se almacene al menos durante cien para que influya de forma significativa en minimizar el calentamiento global. Una vez que el programa termina, al cabo de diez años, la tierra se puede asfaltar, arar o rociar con fertilizantes químicos sin ninguna penalización. Además, el cambio climático trae consigo más sequías e incendios, que aumentan enormemente el riesgo de que el carbono del suelo se libere. Para compensar este detalle, estos programas suelen deducir un 20 o 25 % del pago de estos créditos conseguidos por quienes participan, como una previsión al respecto, aunque no hay evidencia científica sobre esta cifra. En realidad, como reconoce una empresa estadounidense de créditos de cultivo de carbono, si hubiera créditos que se basaran en cien años de retención de carbono en el suelo, costarían diez veces más que los actuales. Ningún comprador está dispuesto a pagar tanto.[2]
Además, hay que mencionar la dificultad de medir el carbono retenido. Los análisis anuales de suelos y las visitas a terreno son caros; en la práctica, prohibitivos sin subvenciones o si no hay un precio del carbono mucho más alto. La OCDE estima que estos costos, junto con los pagos de comisiones financieras, pueden llegar a significar hasta el 85 % del valor total de los créditos de carbono. Para bajar los costos, las empresas centran sus esfuerzos en el desarrollo de sistemas de verificación remota para estimar el carbono retenido, algo que nunca podrá ser tan preciso como el análisis de suelos y que es incluso menos preciso cuando no se trata de monocultivos a gran escala ni de prácticas industriales uniformes. No se puede medir claramente la evolución del carbono en suelos de sistemas agroecológicos, que son más complejos porque integran múltiples cultivos, ganadería y árboles.
Por otro lado, se presenta el problema de la emisión de gases con efecto invernadero que generan estos programas de créditos de carbono. Casi todos se enfocan únicamente en el carbono retenido en el suelo y no consideran el total de emisiones que produce la agricultura industrial. No tienen en cuenta la cantidad de insumos químicos que se aplican en una finca o la cantidad de combustibles fósiles que usan los tractores y otras maquinarias ni el aumento de emisiones que puede producirse en los primeros años de transición a la labranza cero. Tampoco contemplan las emisiones producidas por sus sistemas de verificación remota (energía necesaria para almacenar los datos que se generan o los aviones, drones o satélites que usan para monitorear las fincas) ni, por supuesto, todas las emisiones indirectas que se visibilizarían aplicando el análisis del ciclo de vida.
Considerando todos estos problemas, es sencillamente imposible que el carbono que estos programas dicen retener en el suelo pueda igualar el efecto de reducciones reales de las emisiones de gases con efecto invernadero.
Acaparamiento global de suelos
El interés empresarial en el cultivo de carbono va más allá del simple lavado de imagen de la agricultura industrial o de neutralizar emisiones. Estos proyectos producen poderosos incentivos que empujan a quienes se dedican a la agricultura hacia plataformas digitales desarrolladas por las grandes empresas de agronegocios y tecnológicas, que condicionan la elección de insumos y prácticas agrícolas. La mayoría de estos programas de captura de carbono exigen a las fincas colaboradoras que se registren en estas aplicaciones, relacionadas frecuentemente con empresas como Microsoft e IBM, que, por su parte, son los mayores compradores de créditos de carbono. Las empresas intentan que sus plataformas digitales centralicen, además de la compra de créditos de carbono, la compra de semillas, pesticidas, fertilizantes y la asesoría agronómica, todo proporcionado por la misma empresa, que obtiene el beneficio adicional de controlar los datos recolectados de las fincas participantes.
El interés empresarialen el cultivo de carbono va más allá del simple lavado de imagen de la agricultura industrial o de neutralizar emisiones.
Los agricultores y agricultoras, por otro lado, tienen poco que ganar. Los pagos por tonelada de carbono retenido no justifican el costo adicional, a menos que la finca tenga miles de hectáreas. De esta forma, los mejor posicionados para beneficiarse de estos programas son los fondos de pensiones y las entidades multimillonarias que los últimos años han comprado grandes áreas de tierras de cultivo. Esto les otorga un flujo adicional de ganancias y se incluye en sus portafolios de inversiones «verdes». Los inversores usan ya las plataformas digitales para comprar tierras en Brasil, contratar créditos de carbono y manejar sus operaciones, todo desde sus oficinas en Wall Street.
Soluciones bien fundamentadas
El sistema agroalimentario produce más de un tercio de las emisiones globales de gases con efecto invernadero y las acciones por el clima deben centrarse, primero y principalmente, en reducir estas emisiones, no en neutralizarlas. Se necesitan proyectos que ayuden a que las fincas reincorporen materia orgánica a sus suelos y que cuenten con el apoyo público. De hecho, para enfrentar la crisis climática, deben ponerse en marcha acciones de mayor alcance para eliminar las emisiones de gases con efecto invernadero de todo el sistema agroalimentario. Esto requiere una urgente y progresiva reducción de los fertilizantes nitrogenados y de otros insumos químicos.
¿Cómo se puede conseguir esto? Hay que apostar por la agroecología y por los mercados locales de alimentos y asegurar el acceso a la tierra y al agua de las comunidades. Esto significa recuperar y fortalecer la biodiversidad cultivada y la agricultura campesina, centrada en desarrollar variedades adaptadas a los contextos locales y no dependientes de los insumos químicos. También significa diseñar políticas para acabar con los excedentes de producción y los hábitos de consumo que generan altas emisiones de carbono, como la carne y los lácteos de producción industrial o los alimentos ultraprocesados, generadores de desechos, que las grandes multinacionales promueven.
Las grandes empresas que obtienen ganancias del sistema agroalimentario global no tolerarán estas soluciones. Son engranajes de la rueda y, a menos que se cuestione su poder, seguirán bloqueando todo lo que suponga un verdadero cambio y nos obligarán a convivir con distorsiones como los créditos de cultivo de carbono. Ningún maquillaje verde puede ocultar esta realidad.
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Adaptación del artículo From land grab to soil grab - the new business of carbon farming
[1] Ver, por ejemplo, el estudio de Hugh McDonald et al., encargado por el Parlamento Europeo: Carbon farming: Making agriculture fit for 2030, noviembre de 2021.
[2] Este estudio, realizado para Ecosystem Market Consortium, enumera los precios del carbono que las principales corporaciones están dispuestas a pagar: Economic Assessment for Ecosystem Service Market Credits from Agricultural Working Lands, octubre de 2018: https://ecosystemservicesmarket.org/wp-content/uploads/2019/09/Informa-IHS-Markit-ESM-Study-Sep-19.pdf
Carbono de sangre
En el norte de Kenia hay un proyecto importante de créditos de carbono que se basa en la noción de que el reemplazo del pastoreo tradicional indígena «no planificado» a favor de un «pastoreo rotativo planificado» permitirá que la vegetación en el área (re)crezca más prolíficamente y dé como resultado un mayor almacenamiento de carbono en los suelos.
Para ello, la organización que gestiona el proyecto, Northern Rangelands Trust (NRT), ha delimitado un territorio de unos 4 millones de hectáreas como conservancies o zonas de conservación de la naturaleza. Con sus prácticas de centralización y concentración del ganado argumentan que se conseguirá mayor almacenamiento de carbono que, convertido en créditos, permiten ser comprados por empresas como Meta y Netflix que así pueden justificar una parte de sus emisiones.
Pero, como explica Survival, NRT no explica que esta iniciativa se ubica en tierras robadas a familias pastoras indígenas que la antigua administración colonial entregó a la familia de Ian Craig, cuyas relaciones con la familia real británica están bien documentadas.
Más allá de los sospechosos cálculos de captura de carbono, el proyecto está provocando cambios importantes en la forma de vida de las comunidades locales y, además de ser culturalmente destructivo, está poniendo en peligro sus medios de subsistencia y su seguridad alimentaria. Survival, añade que esta propuesta basada en una supuesta lucha contra el cambio climático, justifica que guardianes armados de NRT patrullen por las zonas, limiten las áreas de pastoreo de los indígenas e incluso se hayan cometido docenas de terribles violaciones de derechos humanos, incluidos asesinatos.
Más información: https://www.survival.es/articulos/carbono-de-sangre-resumen-informe