Ilustración de Ahrde
El término transición hace tiempo que se sumó a la lista de palabras de las que se ha apropiado el vocabulario hegemónico, tanto de los estados como de las élites económicas. Incorporarla en los discursos parece dar un giro a cualquier significado, evoca cierta sensibilidad sobre el momento en que vivimos, responsabilidad, compromiso. Apacigua la culpa y la conciencia de consumidores, inversores y votantes respecto a la emergencia climática y social. ¿Cuánto de voluntad realmente transformadora hay en ello? La filósofa y psicoanalista francesa Sandrine Aumercier afirma que lo que se pretende hacer sostenible es el capitalismo. «Los anuncios de una neutralidad de carbono apuntan a salvar la economía del fin del petróleo barato, no el clima». En su libro El muro energético del capital (Milvus, 2023), desmonta el tecnoptimismo que impera en las sociedades europeas y sus promesas de perpetuar el crecimiento y la idea de «progreso». «No hay progreso, solo un maravilloso escaparate tras el que se esconde un patio repleto de desechos», sostiene.
En este número revisamos y analizamos algunas de las propuestas, discursos e imaginarios que están abriéndose paso en lo que se denomina «transición alimentaria y ecológica». Mercados de carbono, agricultura 4.0, rewilding, despolitización de la agroecología, etc. En parte, tienen mucho de tecnoptimismo, pero también de urbanocentrismo y, sobre todo, de abstracción. Parece que dentro y fuera de nuestras cabezas sigue instalado el dogma que da por bueno todo aquello que genere más rendimiento y más beneficio, sin analizar en profundidad sus repercusiones. Así, todas las preguntas que se plantean en el terreno agroalimentario siguen siendo las mismas: cómo aumentar la producción, cómo producir más rápido. De esta forma, nuestro patio trasero va a seguir acumulando desechos. ¿No será que, como explica Marta Rivera en su artículo, no nos estamos haciendo las preguntas adecuadas?
Para tener un análisis lo más completo posible de lo que implica transformar el sistema alimentario industrial, nos ha parecido interesante profundizar también en los mecanismos que provocan que en nuestras sociedades del norte global normalicemos o directamente ignoremos sus consecuencias, entre ellos, nuestra «ilusión de separación» de la naturaleza —y de controlarla— y esa creencia en que «algo se inventará» para solucionar los problemas que se presenten. La socióloga María Paz Aedo escribe sobre ello y, en contraste, nos acerca a las cosmovisiones de algunos pueblos originarios basadas en la complejidad de relaciones recíprocas que se dan en una naturaleza de la que somos parte, ya que en cada una de esas interacciones existe la posibilidad de que emerja algo distinto. Ella apuesta por «abrir grietas y sembrar semillas en la narrativa predominante que nos permitan reconocer las limitaciones de nuestra idea de ser humano».
Llevamos mucho tiempo escribiendo sobre las repercusiones de las políticas económicas y alimentarias globales y, además del abandono de la actividad agraria, el expolio de bienes naturales o la expulsión de comunidades, se trata también de violencia directa y de guerras. Estas semanas vemos cómo Israel bombardea Gaza y, aunque en este caso el conflicto conlleve también otra serie de causas complejas, la colonización de la tierra fértil y el hambre como arma de guerra forma parte claramente de la estrategia de Israel para someter al pueblo palestino.
Hablar de transición alimentaria cuando se está cometiendo un genocidio parece frívolo, y ciertamente lo es si tan solo ponemos el esfuerzo en maquillar los discursos y cambiar algunas tecnologías para que los privilegios continúen intactos. Sin embargo, hablar de transformación del sistema alimentario —una forma de nombrarlo que nos parece más apropiada—, es también preguntarnos cómo hemos llegado aquí y empezar a desmontar no solo los mecanismos y las políticas que lo han hecho posible, sino también, como dice Paz, la propia naturaleza del capitalismo y el patriarcado. De esta manera, además de saliendo a las calles a denunciar la impunidad del estado de Israel, podemos sentirnos cerca del pueblo palestino construyendo una sociedad futura donde el odio y la guerra no tengan cabida.