El caso del Campo de Cartagena y el Mar Menor

Violeta Cabello

La mirada ecofeminista sobre los conflictos socioecológicos ofrece perspectivas clave a la hora de aproximarse a las narrativas confrontadas. En este caso, la investigación participativa ayudó a comprender las dimensiones sociales del problema de la contaminación del Mar Menor y a llegar a imaginar un futuro que reconectara laguna y agricultura.

 

Escucho la lluvia caer, me dejo sentir el alivio en el cuerpo. La sequía está golpeando fuerte y esta agua de mayo quizás venga a calmar los ánimos. Pocas cosas generan tanta confrontación en España como el recurso del agua, especialmente cuando su uso intenso combina con disponibilidad reducida y con campaña electoral. Vemos reabrirse los viejos debates de siempre sobre quién puede usarla, dónde y para qué. Viejos en argumentos, que si el agua de los ríos se pierde en el mar, que si no hay suficientes presas, aunque ahora con nuevos agentes que movilizan fuertes pasiones. Me refiero a los ecosistemas emblemáticos afectados por la escasez o por la contaminación del agua, como el Mar Menor, Doñana o las Tablas de Daimiel. Siempre han estado ahí, pero ahora parece que nos afectan más, tienen más voz.

Comparto con muchas personas la preocupación por la aparente fractura social que vive el medio rural. Digo aparente porque estoy convencida de que no es algo tan generalizado como los medios nos quieren hacer creer, pues en la mayoría de los pueblos se sigue conviviendo cada día y festejando cuando toca. Sin embargo, hay zonas donde la fractura es más visible y profunda, y a veces tiene que ver con las interdependencias entre producción agraria intensiva, mano de obra migrante, degradación de ecosistemas y flujos de agua. La tormenta perfecta del capitaloceno en un país donde el regadío como base de la producción agraria sigue siendo apuesta local y nacional.

 
Cuenca Violeta Cabello

Campo de Cartagena con el Mar Menor al fondo, desde el mirador de Altaona, en la sierra Escalona. Foto: Violeta Cabello

Tormenta Violeta Cabello

Mar Menor. Foto: Violeta Cabello

 

Hace dos años aterricé por primera vez en el Mar Menor. Llegué de la mano de la Fundación Nueva Cultura del Agua y conocí a Paula Zuluaga, con la que uní fuerzas y sueños para tratar de plantear una investigación participativa con mirada feminista sobre el conflicto socioecológico que vive este territorio. Nunca había visto la laguna que tristemente se hizo famosa por las toneladas de peces muertos que se acumulaban en sus orillas el 12 de octubre de 2019. Cuál fue mi sorpresa al sumergirme en esas cálidas y en ese momento transparentes aguas, rodeada de antiguos balnearios de madera. «Qué bella eres», le decía mientras hacía un pacto de cuidados con ella. En ese momento no podía apreciar a simple vista el extremo grado de eutrofización en el que se encontraba su cuerpo acuático. Ese mismo verano de 2021, hubo otro evento de muerte acuática mientras la gente se organizaba en una cadena humana para abrazar la laguna, acompañándola en su duelo, y recogía firmas por todo el Estado para entregar la luego aprobada Iniciativa Legislativa Popular para la personalidad jurídica del Mar Menor. La laguna y su cuenca se convertían así en el primer ecosistema europeo con derechos, derecho a existir y a ser protegidas. La paradoja me tiene aún fascinada.

Reconstruyendo la historia, comprendiendo el conflicto

 
   Bajo las posiciones divergentes existe un profundo conflicto de valores respecto a lo que significa la intensificación agraria.   
 

Viniendo de fuera, lo primero que hicimos al llegar fue tratar de comprender las dimensiones sociales del problema. Para ello, hubo un primer esfuerzo de reconstrucción de la historia de las profundas transformaciones que se han dado, tanto en la laguna del Mar Menor como en su cuenca agrícola, el Campo de Cartagena. Nos dimos cuenta de que la crisis ecológica había propulsado una fractura entre la tierra y la laguna, entre las poblaciones de interior agrarias y las costeras, tanto en el tejido social como en los sentires y en las percepciones de lo que estaba pasando. O quizás simplemente la había visibilizado, pues lo que ocurre ahora tiene un recorrido histórico que empezó, por un lado, con la llegada del trasvase Tajo-Segura y la rápida transformación hacia la agricultura intensiva en el campo; y, por el otro, con la urbanización de la Manga, la construcción del puerto Tomás Maestre y el dragado del canal del Estacio en la laguna. Grandes infraestructuras y poderes asociados que cambiaron la socioecología local en apenas unas décadas.

Para entender mejor cómo se manifestaba en el debate público, llevamos a cabo una amplia revisión de literatura científico-técnica, medios de comunicación y redes sociales. A partir de este análisis pudimos identificar dos grandes narrativas en confrontación, ambas apoyadas fuertemente en conocimiento académico. Nos llamó la atención la cientificidad de los discursos, que luego constatamos durante el trabajo de campo entrevistando a personas de todo el territorio. Paradójicamente, también hay incertidumbres importantes derivadas de no haber medido el problema, por ejemplo, controlando las cantidades de agua y nutrientes que emite cada actividad de la cuenca. Esa incertidumbre permite crear un campo de batalla en el que disputar el argumento central de la confrontación: si es o no la agricultura del Campo de Cartagena la principal responsable de la emisión de nutrientes y, por tanto, de la eutrofización de la laguna. Detrás de las posiciones divergentes en esta disputa se encuentra un profundo conflicto de valores respecto a lo que significa la intensificación agraria. Para unos, superar la pobreza y la posibilidad de una vida digna; para otros, explotación, contaminación y muerte ecológica.

 

 
Cuenca Violeta Cabello

Historias de migrantes. Foto: Arkaitz Sainz

Tormenta Violeta Cabello

Pescadores en el Mar Menor. Foto: Arkaitz Sainz

 

Abrir conversaciones difíciles

Partiendo de este diagnóstico, nos propusimos algo muy complicado: crear un grupo donde esas posiciones confrontadas pudieran encontrarse y dialogar sobre los puntos más conflictivos del debate social en torno al Mar Menor. El cómo hacer esto ha sido un intenso proceso de aprendizaje que aún continúa. Entre otros referentes, nos sirvió de inspiración el trabajo de mediación del Grupo Campogrande en el conflicto sobre el lobo ibérico.

Invitamos a 18 personas a un proceso de diálogo de un año que incluía entrevistas individuales y encuentros colectivos. Doce aceptaron participar, aunque el proceso completo lo han seguido ocho: tres agricultores, un pescador, tres biólogas que trabajan o investigan sobre la laguna y un profesor de filosofía. Para nosotras era un éxito considerando el contexto, quizás debido a una necesidad real de este tipo de espacios en el Mar Menor. Tres claves respecto a la conformación del grupo: en primer lugar, intencionalmente invitamos a personas de distintos sectores y con distintas miradas y experiencias sobre la laguna, pero no a representantes sociales o políticos cuya voz es ya visible. En segundo lugar, escogimos perfiles que estaban posicionados, pero a la vez abiertos al diálogo. En tercer lugar, tratamos de aumentar la diversidad más allá de las posiciones polarizadas invitando a perfiles relacionados con las artes y las humanidades que pudieran aportar otros puntos de vista. También intentamos —pero lamentablemente no conseguimos— involucrar a trabajadores y trabajadoras migrantes del campo y a personas jóvenes.

Una vez creado el grupo, comenzamos por acercarnos a cada persona y establecer una relación, interesándonos por su vivencia, además de por su opinión, por cómo le afecta la crisis de la laguna, cómo se vincula con ella, cómo trastoca su vida y sus actividades. Esto nos permitió comprender en profundidad la complejidad emocional de este conflicto y que va mucho más allá de la polaridad agricultura-laguna. La mayoría de las personas participantes tienen un vínculo fuerte con la laguna desde la niñez cuando aprendían a nadar en sus cálidas aguas. A la vez, son conscientes de las múltiples presiones que recibe la laguna por parte de las actividades humanas de la cuenca, que incluyen la agricultura, la ganadería, la minería abandonada, el urbanismo, el turismo o la navegación, entre otras. Actividades de las que ella mismas depende de una u otra forma.

Comprender esta miríada afectiva fue fundamental para luego crear espacios cercanos en los que abrir conversaciones difíciles sobre las causas y soluciones al problema del Mar Menor y su relación con la agricultura del Campo de Cartagena. Fueron cuatro encuentros, que claramente se quedaron cortos, pero que al menos sirvieron para navegar a través de las diferencias, que no para reducirlas, y para llegar a imaginar un futuro que reconectara laguna y agricultura. Clave aquí fueron nuestros conocimientos de facilitación de procesos participativos: implicar al cuerpo y los sentidos en los diálogos, más allá de la argumentación racional e ir tejiendo relaciones entre las personas a través de dinámicas de cohesión grupal. Un trabajo de artesanía moldeado entre todes, investigadoras y participantes.

Contando historias invisibles

 
   No forzar consensos fue importante para encontrar pequeños puntos de acercamiento.   
 

Cerrando el proceso tuvimos la suerte de conseguir financiación gracias a Paula Novo, de la Universidad de Leeds, para expandir nuestra investigación explorando el lenguaje visual para contar las historias que habíamos ido recogiendo. Fue así como nace el grupo Diálogos Compartidos, con cinco investigadoras y la ilustradora Josune Urrutia, para dar vida gráfica a una diversidad de relatos que dan cuenta de lo que hemos vivido en el Mar Menor: dolor por la degradación de la laguna, esfuerzos por cuidarla y protegerla, agravio por sentirse culpabilizado, enfado por las soluciones que se están poniendo en marcha, encuentros entre personas que conviven en medio de esa tensión social. Hay que destacar aquí los esfuerzos adicionales de Paula Zuluaga por recoger historias de personas migrantes trabajadoras de los campos, las más invisibles en este problema. Queríamos contar muchas más historias, pero lamentablemente nuestros tiempos eran limitados, aunque concebimos este proceso creativo como inacabado y abierto al futuro.

Las historias las cocinamos entre artista e investigadoras a partir de todo el material recopilado y una serie de diálogos conceptuales sobre lo no humano, los conflictos, la interseccionalidad o la idea de traducción. Después las llevamos al territorio. Primero, en la exposición Boria y otros relatos sobre el Mar Menor, en Murcia, en colaboración con los artistas Raquel Meyers y Arkaitz Sainz (arkameyers), abierta al público durante dos semanas. Después, en un taller con un grupo de ceinte personas en el Mar Menor. Cuál fue nuestra sorpresa al comprobar su poder para remover sentires y hablar de lo que es difícil entre el agua y la tierra.

A modo de conclusión, aún muy preliminar, creo que este proceso, aunque pequeñito, demuestra que el diálogo entre posturas divergentes es posible si hay voluntad de las partes y conocimiento de cómo hacerlo. Requiere tiempo y cuidados, ir tejiendo poco a poco, ir hacia delante y volver atrás. Un aprendizaje importante es que nuestra investigación no tenía un objetivo previo o resultado esperado, ni tampoco una necesidad de que las personas tuvieran que ponerse de acuerdo. No forzar consensos fue importante para encontrar pequeños puntos de acercamiento. Si de mí dependiera, habría durado al menos un año más para poder anclar cambios y terminar de crear un grupo con ganas de seguir encontrándose ya sin nuestra presencia. Al cierre del proceso, la mayoría de quienes participaron nos hicieron comentarios muy emotivos respecto a lo que esto había significado para elles: encontrarse con otras diferentes, aprender de sus experiencias y conocimientos, quitarse prejuicios que impedían el acercamiento, comprender que el problema es aún más complejo de lo que antes pensaban, pues hay muchas miradas y vidas en juego. Coincidieron en que un proceso similar sería deseable a mayor escala, con otros objetivos, con más gente y legitimidad. Algo como una asamblea permanente para el Mar Menor, añado yo.

Violeta Cabello

Investigadora sobre coproducción de conocimiento y conflictos ambientales en el Basque Centre for Climate Change

  PARA SABER MÁS

Para ampliar la información sobre esta investigación puedes consultar el relato colectivo del Mar Menor; las reflexiones surgidas de los encuentros; las reflexiones de las investigadoras sobre cómo fomentar la participación en el Mar Menor y las historias visuales.

 

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