Ricardo Aliod

Uso, consumo, sequía, escasez de agua, huella hídrica, agua azul, agua verde… Hay diferentes conceptos que son clave para entender la relación entre el agua y la agricultura en un contexto de cambio climático. Su confusión ha dado lugar a malentendidos que, a menudo, se utilizan interesadamente para ocultar la raíz de los problemas.

 

La humanidad ha extraído para su provecho madera de los bosques y agua de los ríos en todas las civilizaciones a costa de un cierto nivel de degradación de estos. Cuando el ritmo de extracción y el impacto de los residuos vertidos es superior a lo que pueden soportar, su salud se deteriora y también la propia salud de la civilización que los explota, e incluso pueden originarse procesos de extinción mutua.

 
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Pescador en la Albufera de València, en el curso bajo del río Xúquer. Foto: Francesc La Roca

Agua usada y agua consumida

En las zonas áridas, aquellas en que la precipitación es reducida y las temperaturas altas, la principal presión cuantitativa que reciben las masas de agua proviene de la agricultura de regadío. En el Estado español, el regadío supone el 80 % de las extracciones o usos de agua y más del 95 % del consumo de agua asociado a la actividad humana. Es fundamental no confundir el uso con el consumo de agua, especialmente en el ámbito del cambio climático. El agua usada es el volumen recibido a través de alguna toma para un cierto propósito. El agua consumida es la parte del agua recibida que no se devuelve a la cuenca, esencialmente por usos que evaporan el agua, que hacen que pase a la atmósfera y deje de estar disponible para la cuenca, de tal manera que el río y los acuíferos pierden definitivamente estos volúmenes.

En los usos doméstico e hidroeléctrico se emplea agua, pero se devuelve en su práctica totalidad a la cuenca (es decir, no se pierde) y puede reutilizarse aguas abajo. Sin embargo, el regadío no solo usa agua en gran cantidad, sino que la que usa, la consume en gran proporción. Los cultivos son auténticas máquinas de consumir agua debido a la evaporación y transpiración vegetal (evapotranspiración, que crece fuertemente con el calor), que controla la temperatura y genera el flujo para los procesos metabólicos y el crecimiento comunes a todas las plantas.

El peso de las presiones extractivas con consumo de agua queda de manifiesto mediante el Índice de Explotación de Agua plus (WEI+, por sus siglas en inglés), adoptado como indicador por las instituciones de la Comunidad Europea y definido como el porcentaje del total de agua dulce consumida en comparación con los recursos renovables de agua dulce disponibles. Un WEI+ por encima del 20 % indica presiones apreciables que no conviene sobrepasar. Si es superior al 40 %, el recurso hídrico está sometido a un grave estrés que compromete la disponibilidad y calidad de agua. Estas cifras no deben rebasarse, especialmente en zonas áridas, donde durante las sequías periódicas pueden reducirse las aportaciones en un 40 o 50 %. Esta circunstancia agota las masas de agua, incapaces de satisfacer otras demandas consuntivas y no consuntivas, así como los servicios medioambientales y la calidad del agua.

Según los datos oficiales de las confederaciones hidrográficas —seguramente sesgados a la baja— y las estimaciones propias (Tabla I), superan este umbral límite del WEI 40 % las demarcaciones principales del Guadiana, Guadalquivir, Segura, Júcar, Tinto Odiel y Piedras, Ebro y Canarias, sin que ello sea obstáculo para que todavía se sigan planificando nuevos regadíos.

 

DEMARCACIÓN RECURSOS
DISPONIBLES
USOS AGRARIOS
(hm3)
ESTIMACIÓN
DE CONSUMOS
AGRARIOS
(hm3)
ESTIMACIÓN
DE CONSUMOS
NO AGRARIOS
(hm3)
ESTIMACIÓN
DE CONSUMOS
TOTALES (hm3)
WEI + (%)
Duero 11470 3485 3049 48 3097 27
Tajo 8373 1973 1727 145 1871 22
Guadiana 3835 2019 1767 38 1805 47
Guadalquivir 6921 3273 2864 75 2938 42
Cuenca Mediterránea Andaluza 2817 926 810 65 875 31
Guadalete y Barbate 1096 288 252 21 273 25
Tinto, Odiel y Piedras 786 359 314 16 331 42
Segura 811 1487 1301 37 1338 165
Júcar 3073 2385 2087 97 2184 71
Ebro 15525 8379 7332 90 7422 48
Cuenca fluvial de Cataluña 2601 377 330 95 425 16
Baleares 585 103 90 22 113 19
Canarias 159 226 198 36 234 147
Ceuta 14 0 0 1 1 10
Melilla 22 0 0 2 2 8

Fuente: Informe 2021 de seguimiento de los Planes Hidrológicos de Demarcación, Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). Elaboración de Joan Corominas, Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA).

Por otra parte, los grandes procesos de modernizaciones de regadío que se vienen desarrollando desde hace más de 20 años, se han orientado a la intensificación de la producción y al aumento de la superficie de regadío y, lejos de suponer ahorro de agua —pretexto para justificar las cuantiosas subvenciones públicas que reciben—, han incrementado su consumo fruto de la paradoja hidrológica y el efecto rebote. A consecuencia del cambio climático, con menos precipitaciones y mayor evapotranspiración, las cuencas que actualmente tienen un WEI+ del 40 % verán incrementarse su índice hasta el 51 % o el 82 %, según la gravedad de la situación, lo que supondrá el colapso del sistema, como ya sucede, por ejemplo, en la cuenca del Guadalquivir o el Segura.

Por último, la contaminación difusa proveniente de abonos inorgánicos, pesticidas, arrastre de salinidad y vertido de purines procedentes de macrogranjas es, junto a los vertidos urbanos e industriales, la principal fuente de degradación de la calidad del agua. Por ejemplo, con los nuevos criterios para la declaración de Zona Vunerables a Nitratos (aquellas que vierten a aguas superficiales o subterráneas con concentraciones de nitratos por encima de 25 mg/l y 37,5 mg/l respectivamente), aproximadamente la mitad del territorio español peninsular estará afectado.

Regadíos y seguridad alimentaria

Los portavoces de la política, la administración, la agroindustria y las poderosas asociaciones de comunidades de regantes, no solo justifican los impactos anteriores, sino que alientan una mayor intensificación y la ampliación del regadío, bajo el argumento de la necesidad de producir alimentos para la seguridad alimentaria, colocándonos en una falsa disyuntiva chantajista entre aceptar la degradación y desaparición de los ecosistemas acuáticos o perecer de hambre.

Sin embargo, nuestra actividad agropecuaria hace tiempo que sobrepasó el umbral de la seguridad alimentaria, con unas exportaciones de más de 60.000 millones de euros anuales y un balance exportador neto de 19.000 millones de euros en 2021. En algunos sectores y regiones, la producción se dedica a la exportación en más de un 75 %, entre los que destacan los casos de hortícolas bajo plástico, aceite de oliva, alfalfa o ganado porcino.

Por otra parte, una importante proporción de los cultivos, tanto en secano como en regadío, no se destinan a la alimentación humana directa, sino a piensos para ganadería intensiva. Mientras que la ganadería extensiva aprovecha pastos y rastrojos que no entran en competencia con la alimentación humana, la sobredimensionada ganadería industrial consume enormes cantidades de piensos elaborados con valiosos cultivos, agua y tierras que podrían ser empleadas en la alimentación humana directamente, con mejor rendimiento. Según la FAO, el 68 % de la producción de cereales en la Unión Europea tiene por objeto la alimentación animal, el 78 % en el caso de España, principalmente para porcino y avicultura industrial.

Pretender justificar el agotamiento de los recursos de agua y tierra en función de necesidades alimentarias no es admisible habida cuenta de la ineficiencia de la producción de calorías y proteínas de los modelos agroalimentarios de los países ricos, con enormes huellas energéticas e hídricas. La huella energética de la producción de un alimento es la cantidad de energía que se ha invertido en su generación: combustible en el laboreo agrícola, abonos, pesticidas, piensos, transporte, electricidad, instalaciones de producción… La huella hídrica es la cantidad de agua consumida en la generación del alimento, que puede provenir de la precipitación natural (agua verde) o del aporte artificial del regadío (agua azul).

Por último, el enorme desperdicio alimentario aún hace más injustificable cualquier intento de aumento de las presiones extractivas. En el informe de WWF Driven to Waste se estima que se pierden 1.200 millones de toneladas de alimentos en las granjas, durante y después de la cosecha, así como en su transporte y almacenamiento. Esto equivale al 15,3 % del total de los alimentos producidos a nivel mundial. En el mismo informe, también se estima que la pérdida y el desperdicio total de alimentos, al incluir otras fases como la transformación y el consumo, supone un 40 % de todos los alimentos producidos.

Queda claro, entonces, que resulta insostenible, e innecesario, que territorios con climas áridos —es decir, con bajos niveles de precipitación y altas temperaturas—, muchas veces con suelos degradados y poco contenido orgánico, pretendan ser potencias agrícolas «que alimentan al mundo» a base de suministrar artificialmente costosos insumos energéticos y consumiendo ingentes cantidades de agua artificialmente aportada y secuestrada de una frágil biosfera que depende críticamente de ella. La escasez de agua se ha querido superar a gran escala mediante la financiación pública de enormes infraestructuras y gastos de explotación para sistemas de riego; pero eso no cambia el hecho de que la disponibilidad de agua sea finita. Así que las propuestas habituales de aportación de reserva de agua mediante embalses o transvases, y las modernas técnicas de desalación y tecnificación han agotado su recorrido.

Aridez, sequía y escasez de agua

La característica que suele acompañar a la climatología árida es la existencia de sequías en periodos que abarcan varios años, durante los cuales la precipitación se reduce un 30 % respecto a los valores medios o incluso a veces más. Esta característica natural y consustancial a muchas áreas geográficas, a la que el medio natural se encontraba adaptado, está creciendo en intensidad, duración y frecuencia por el cambio climático.

Pero no debemos confundir la sequía con la escasez de agua. La escasez de agua es una situación coyuntural en la que la demanda de agua supera la disponibilidad. La escasez, sin embargo, puede cronificarse incluso cuando no hay sequía debido a la sobreexplotación de los recursos.

En el territorio del Estado español, con una capacidad de embalse de 56.000 millones de m3, incluso con los embalses al 50 % de su capacidad —como sucede este año meteorológicamente muy seco— teóricamente se podría abastecer el consumo doméstico de toda la población, a un ritmo de 100 litros por persona y día durante 16 años, incluso si no lloviera una sola gota de agua en este periodo. Por tanto, si bien hay notables diferencias entre cuencas, no puede decirse que en condiciones de sequía grave exista escasez de agua para el abastecimiento humano.

Sin embargo, al analizar los enormes volúmenes de agua usada y consumida en el regadío, reflejados en la Tabla 1, comprobamos que es este sector el que provoca la escasez, que se agrava, además, a causa de las menguantes disponibilidades provocadas por el cambio climático.

Ricardo Aliod

Profesor en la Universidad de Zaragoza y miembro de la FNCA

Este artículo cuenta con el apoyo del Centro Mundial de València para la Alimentación Urbana Sostenible (CEMAS)

 


¿Qué agua consume la producción ganadera?

A menudo escuchamos afirmaciones como estas: «producir 1 kg de carne de ternera consume 15.000 litros de agua» o «para producir una hamburguesa hacen falta 2500 litros de agua». En general, sabemos que la producción de carne requiere mayor cantidad de agua que la producción de vegetales, es decir, tiene mayor huella hídrica. Y estos datos son así, objetivos y científicamente impecables. Pero, como para todo en la vida, hay que ir más allá de los titulares y rascar para entender de qué estamos hablando y, para ello, hace falta abordar los modelos de producción. Respecto al agua, no es lo mismo producir 1 kg de aceitunas en secano que en regadío, ni tampoco producir 1 kg de carne de cerdo en extensivo que en intensivo. La diferencia no viene por la cantidad de agua que necesita el animal o el cultivo (siempre y cuando sean las mismas variedades o razas), sino por el tipo de agua utilizada y si esta supone una presión excesiva sobre los ecosistemas acuáticos.

Existen tres tipos de agua: el agua verde, que es el agua de lluvia que cae en los campos y permite que crezcan los cultivos o el pasto que luego consumen los animales y que no compite con otros usos; el agua azul, en cambio, es el agua de los ríos, la que usamos para beber y, en el caso de la agricultura y la ganadería, para regar o para que los animales beban; y, por último, está el agua gris, el agua sucia que sale de nuestras casas, de las granjas o la que percola en los suelos agrícolas, si se emplean fertilizantes de síntesis en los cultivos, y que acaba en los ríos. Los diferentes modelos de producción usan diferentes proporciones de estos tres tipos de agua, de manera que, aunque el agua absoluta utilizada sea la misma, su impacto es muy diferente.

Para la producción de alimentos lo que nos interesa es que se utilice el máximo de agua verde, el mínimo de agua azul y se genere el mínimo de agua gris. Pablo Manzano y Agustín del Prado (2021) han hecho un ejercicio de análisis de los diferentes tipos de agua asociados a la producción típica de cordero en España (extensivo con algo de consumo de pienso) y a la de trigo en secano y regadío (ambos en cultivo convencional, no ecológico, lo cual afectaría sobre todo a la producción de agua gris). En su análisis respecto al agua verde (lluvia), encuentran que 1 kg de carne de cordero usa 8248 l; el trigo de secano, 1629 l/kg; y el de regadío, 679 l/kg. En relación con el agua azul, el trigo en regadío consume más del doble que el cordero (926 l/kg vs. 422 l/kg), mientras que el cordero produce mucha menos agua gris que el trigo, ya sea en secano o regadío (35 vs. 175 y 263 l).

El trabajo de Mesfin Mekonnen y Arjen Hoekstra, publicado en 2012 en la revista Ecosystems y referente en los estudios de huella hídrica de los diferentes productos de origen animal, muestra como, efectivamente, la ganadería extensiva depende fundamentalmente del agua verde, mientras en la ganadería intensiva el consumo de agua azul se incrementa con respecto a los sistemas mixtos que combinan agricultura y ganadería o a los sistemas de pastoreo (a igual edad al sacrificio).

Un análisis especial sería necesario para el porcino en España. Ángel de Miguel y col. (2015) hicieron este ejercicio y encontraron que la huella hídrica de la industria porcina en España está relacionada, como cabía esperar, con la producción industrial, que, en su mayoría, como ya sabemos, se exporta: 15.550 Mm3/año para la producción intensiva de cerdo blanco y 2308 Mm3/año para el cebo de ibérico, de los cuales el 82 % es agua verde, el 7 % azul y el 11 % gris, en ambos casos. En la producción extensiva de cerdo en España, el recebo de cerdo ibérico tiene una huella hídrica anual de 159 Mm3; el 88 % es agua verde, el 5 % azul y el 7 % gris. El cerdo de montanera consume 500 Mm3/año, de los cuales, el 90 % es agua verde, 4 % azul y 6 % gris, respectivamente.

En definitiva, aunque desde el punto de vista de la eficiencia del agua los cultivos utilicen menos cantidad que la producción ganadera, es muy importante diferenciar los tipos de cultivo (secano-regadío) y el modelo de producción ganadera (intensivo-extensivo). Si, además del modo de manejo del agua, tenemos en cuenta el del cultivo (convencional frente a agroecológico, que implica incrementar la materia orgánica del suelo, conservando el agua en él, reduciendo la evapotranspiración y, por tanto, mejorando la eficiencia en el uso del agua verde), o si incorporamos una variable apenas estudiada como las variedades de cultivo o razas mejoradas (más dependientes del agua) en comparación con las variedades y razas autóctonas, que están adaptadas a un menor consumo de agua, los datos también cambiarían, obviamente beneficiando a la producción agroecológica.

Marta G. Rivera

 

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