Carmen Bendala
Foto: Sergio S. Taboada
Soy ganadera de extensivo, tengo una pequeña finca de dehesa en la Sierra Norte de Sevilla. Crío cerdos ibéricos 100 %, corderos y cabritos; vendo carne en venta directa y elaboro embutidos y cocinados a partir de nuestras carnes, todo ello en producción agroecológica.
Estamos pasando por la más grande sequía que he conocido (y he conocido ya muchas). El porcentaje de personas que vivimos en el medio rural no llega al 15 % y solo una parte nos dedicamos a la agricultura y la ganadería, pero esta circunstancia de sequía que nos afecta directamente hace que la brecha entre el mundo urbano y el rural se manifieste de manera intensa.
Para nosotros, ganaderos y ganaderas de extensivo, nuestra agua es la lluvia. La lluvia es nuestra comida y nuestra bebida, porque si no llueve no crece el pasto ni engordan las bellotas ni ningún otro fruto de la tierra. Esta es la comida de nuestros animales. Sin lluvia no corren los arroyos ni se llenan las charcas ni se recuperan los veneros, donde beben nuestros animales y donde también se refugian del calor y se refrescan. La lluvia es también nuestra comida y nuestra bebida si compartimos con ellos la vida en el campo.
En la ganadería extensiva se nos acumulan los agravios comparativos con aquellos para los que el agua es ese líquido barato que sale siempre, independientemente de lo que pase climáticamente, por el grifo que abren: los urbanitas, los industriales de las macrogranjas, los regantes… La administración es sorda a nuestras necesidades, no sabe y no contesta a nuestras solicitudes de almacenar agua del cauce de los arroyos cuando corren en invierno o hacer pantanetas y charcas para recoger agua cuando llueve. Con solo un 0,5 % del agua que puede discurrir por nuestros territorios serranos, nos bastaría para que el ganado beba y atender a su cuidado.
Pero, por ejemplo, cuando bajamos de la sierra encontramos nuevas plantaciones de almendros y olivos en riego superintensivo, ¡agua de la sierra para estos árboles que a lo largo de milenios han “aprendido” a producir con la errática pluviometría de nuestra zona!… y ahora los vemos cargados de almendras o aceitunas que serán exportadas a países más ricos y más húmedos que el nuestro.
Se nos acumula la tarea de adaptarnos al cambio climático que ya nos azota y que otros ¡todavía se permiten negar!
Yo he vendido 40 cerdos de un año porque no puedo darles de comer a base solo de pienso, y tampoco sé si habrá buena montanera este otoño, ¿serán capaces de engordar las bellotas estas heroicas encinas y alcornoques? Deseamos al menos que resistan y esperamos tiempos mejores. La vida es potente y generosa, y mis cerdas de cría repondrán encantadas, con nuevas camadas de lechones, el ganado del que hoy me desprendo.
Y los ganaderos y las ganaderas de extensivo ¿resistiremos?, si no somos capaces de resistir, los pueblos serranos, el paisaje y su biodiversidad, el clima, y también la salud y la gastronomía sufrirán otro duro golpe. Si la ganadería extensiva de hoy desaparece, habrá que volverla a inventar, para evitar incendios, para comer bien y para recuperar los vínculos que aún conserva nuestra sociedad con la naturaleza.
Carmen Bendala
Ganadera de extensivo