Entrevista a Julia Martínez, de FNCA

7. Entrevista a Julia

 

Julia Martínez es socia fundadora de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA) y, desde 2014, también su directora técnica. La FNCA está formada por profesionales de España y Portugal de diferentes ámbitos (académico, empresarial, cultural, social…) que promueven un cambio en la política de gestión de aguas para conseguir actuaciones más racionales y sostenibles. «Defendemos la recuperación del valor patrimonial, cultural, emocional, estético y lúdico de nuestros ríos en una sociedad que ha confundido progreso con negocio», dicen en su web.

 

 

Desde su creación, la FNCA ha contado entre sus integrantes con profesionales en materia agraria, que se dedican tanto al conocimiento científico como a la gestión de agua y regadío. Siempre se ha llevado a cabo un análisis y una valoración crítica de las relaciones entre agricultura y agua, tratando de poner luz en que se perciba que no existe un solo tipo de regadío, sino una multiplicidad de modelos, cada uno con un perfil ambiental y social distinto que no se deberían mezclar en los análisis.

¿Qué opinión te merece el tratamiento del tema del agua y los regadíos por parte de los medios de comunicación, ahora que ha estado de actualidad por diferentes motivos?

El tratamiento mayoritario del tema por parte de los medios es convencional, pero vemos signos de avance. Hace veinte años, las posiciones críticas con la línea de la gestión de la demanda y de admitir los límites del crecimiento en el ámbito agrario apenas aparecían en los medios; en cambio, ahora sí lo hacen. Por eso hay debate, reacciones y una exacerbación de las posiciones que quieren ir adelante pase lo que pase, negando la realidad. Cada vez hay más parte de la ciudadanía que entiende que el beneficio de unos pocos no puede ser a costa de ocasionar grandes daños colectivos y públicos en forma de facturas ambientales y sociales: acuíferos sobreexplotados, suelos contaminados, Doñana al borde de la desaparición… Eso empieza a permear en los medios de comunicación. El grueso de las informaciones, de todas formas, es muy convencional, mete a toda la agricultura en el mismo saco y considera que el problema es que no llueve y que el sector agrario no tiene nada que cambiar, solo exigir ayudas económicas.

Falsas soluciones para la óptima gestión del agua

Elaboramos hace un par de años un proyecto llamado «Desmontando falacias sobre agua y cambio climático». Una de ellas es que frente al cambio climático hacen falta más embalses y trasvases. Esto es falso. Tenemos una de las mayores proporciones del mundo de grandes embalses y presas por habitante y por km². Lo que falta no son embalses, sino agua para llenarlos. Hay embalses que no se han llenado nunca y que ya no se van a llenar, cada vez vamos a tener más obra ociosa.

Otra de las falacias es que la modernización es la principal medida de adaptación del regadío al cambio climático. Hay un amplio consenso científico a nivel internacional que demuestra que la modernización de regadíos no ahorra agua, sino que con frecuencia aumenta su consumo, en un efecto rebote. El principal consumo de agua de un cultivo se debe fundamentalmente a lo que evapotranspira. En la medida en que se reducen marcos de plantación o se aumentan cosechas al año —en el campo de Cartagena se han llegado a sacar cuatro cosechas al año de lechuga—, se multiplica el flujo de evapotranspiración. Utilizar lo que antes era retorno de riego para meter más kilos por hectárea significa que estamos exportando más agua desde el sistema de cuenca a la atmósfera, por eso el resultado final es un incremento total del consumo de agua después de la modernización de regadíos. Esa agua volverá en forma de lluvia, sí, pero en general no dentro del mismo sistema convectivo local. En la práctica la habremos perdido. Los regadíos históricos conectados a un río y que reparten el agua por gravedad son los más sostenibles porque no emplean energía y en este contexto de crisis energética los vamos a echar de menos. Además, no desperdiciaban nada de agua porque la que no consumía el cultivo volvía al río y estaba disponible para su funcionamiento ecológico y para el siguiente regadío aguas abajo. El desperdicio de agua hay que analizarlo a escala de sistema, no a escala de parcela.

Hay otra falacia importante: que el regadío es el freno frente al avance del desierto. Es al revés, el avance del regadío nos está desertificando. En España el principal problema de desertificación es el agotamiento de manantiales, la desecación de humedales y la sobreexplotación de acuíferos y todo esto está relacionado con el aumento de regadíos.

Pensando entonces en la transición hídrica, en realidad habría que repensar los modelos de gestión de agua, los modelos de agricultura e incluso los modelos de sociedad, ¿no?

 
   Pueden coexistir diferentes modelos, pero todos ellos tienen que ser sostenibles.   
 

Exacto, en relación con el uso del agua y el cambio climático, tenemos que hablar de modelos de ciudad, modelos de turismo, modelos de movilidad y evidentemente de modelos de agricultura. No puede haber una transición hídrica —y, mucho menos, transición hídrica justa— si no cambiamos los modelos de agricultura. Pueden coexistir diferentes modelos, pero todos ellos tienen que ser sostenibles. Ahora mismo tenemos algunos modelos sostenibles con muchas dificultades para mantenerse en el mercado y otros muchos no sostenibles que suponen un reparto de costes y beneficios muy injusto.

¿Y qué modelos de agricultura encajarían en una transición hídrica justa?

En primer lugar, llevamos décadas de abandono absoluto del secano extensivo mediterráneo. No se ha dedicado prácticamente nada a investigación y desarrollo del valor añadido de cultivos promisorios para el cambio climático, que necesitan muy poca agua y darían valor añadido a ese secano. Si no se puede competir en cantidad, sí podría hacerse en calidad. Por ejemplo, hay todo un reservorio de recursos fitoquímicos con un alto valor económico en la industria cosmética y farmacéutica. Estamos perdiendo sistemas extensivos de cereales y olivares sin riego que son hábitats naturales de especies en peligro de extinción. Todo el potencial de investigación se ha destinado al regadío y a alimentos de exportación, priorizando aspectos de mercado (uniformidad, color…) por encima de la calidad. Es una cuestión de justicia invertir en investigación del secano para mantener estos sistemas que han demostrado su valor durante siglos y en algunos casos milenios, que se dice pronto.

En segundo lugar, dentro del regadío hay que diferenciar y hay que apoyar los regadíos históricos y tradicionales por ser un patrimonio cultural y ambiental, y porque están mejor distribuidos socialmente. De los regadíos intensivos hay que reducir su superficie, primero eliminando los cientos de miles de hectáreas ilegales y, a continuación, quedarnos con una superficie legal en función del agua disponible y el conjunto de necesidades que hay que cubrir y sus prioridades. Habrá que desarrollar una batería de medidas que variará según el territorio y su índice de explotación hídrica: desintensificar esos regadíos, diversificar los cultivos para que globalmente la demanda de agua sea menor, poner en marcha soluciones basadas en la naturaleza como los setos verdes, etc.

Hablamos de actuar a distintas escalas. No se trata de acabar con la agricultura, ni con el regadío, ni siquiera con los regadíos intensivos.

A la hora de decidir qué regadíos priorizar, ¿no habría que tener en cuenta también que el beneficio se quede en el territorio, sea porque deja capital o porque fija población?

Coincido con ello, por eso es tan importante que hablemos de que hay una pluralidad de modos de producción de alimentos. Una de las principales víctimas de la expansión de estos regadíos son precisamente los pequeños regadíos y los pequeños agricultores, que ya están siendo expulsados del mercado. En la cuenca del Segura conocemos casos de gente que ha tenido que abandonar sus regadíos tradicionales y han vendido sus tierras y sus derechos de agua a esas empresas. Esto está a la orden del día. El mercado está decidiendo quién se queda con el agua.

¿Y qué hay sobre los diferentes tipos de ganadería y el uso que hacen del agua?

También hay que diferenciar. No se puede poner en el mismo saco la ganadería extensiva, mucho más sostenible y que genera beneficios ambientales y sociales, y la industrial, a la que hay que poner límites y reducir su consumo. Su huella hídrica es mucho mayor que la de los productos vegetales y, además, estamos abandonando la dieta mediterránea por una más carnívora que multiplica el consumo de agua y produce impactos en la salud. Ahora mismo en España hay un efecto llamada de grandes instalaciones ganaderas, sobre todo porcinas, porque no estamos poniendo barreras ambientales, sale más barato producir aquí que en otros países de Europa y por eso se engordan aquí cerdos que se exportan a China. Esto es insostenible y no solo hay que pararlo, sino reducirlo y tender a una distribución, a una relación entre producción y consumo, más de proximidad. En España estamos pagando todos los meses una multa millonaria por la contaminación del agua por nitratos. Las facturas ambientales se quedan aquí.

El agua contaminada por nitratos por la actividad agroganadera ¿cuánto tiempo tarda en recuperarse de forma natural?

Depende. Si se ha contaminado un agua superficial, los ríos tienen una capacidad relativamente rápida para recuperarse. Pero es muy diferente con los acuíferos, que son grandes masas de agua acumulada durante décadas o siglos y para renovarla se necesita mucho tiempo. Esto depende de su tamaño. Ahora mismo, se produce una situación incomprensible en la que los acuíferos ya contaminados se declaran zonas vulnerables y se toman medidas en las actividades agrícolas y ganaderas que les afectan. Sin embargo, a los que aún no han llegado a ese nivel de contaminación seguimos contaminándolos, cuando lo que hay que hacer es evitar que se contaminen. En los acuíferos, lo inteligente es prevenir, porque descontaminar es muy difícil y requiere mucho tiempo y dinero. Y eso no está pasando. ¿Hay que esperar a que esté contaminado para protegerlo? No tiene ningún sentido.

Pasando a la cuesión de la energía: ¿cómo valoráis el uso del agua para la producción de hidrógeno verde que se quiere impulsar? ¿Tendrá un impacto relevante en los usos del agua?

Todo tiene un impacto, pero a veces es relevante y a veces no. Para ir a un escenario 100 % renovable necesitamos capacidad de almacenamiento de la energía, porque para algunos usos (transporte pesado, aviones…) hay que almacenarla y hasta el momento no hay alternativa. Las baterías convencionales tienen muchas limitaciones y se ha planteado este almacenamiento a través del hidrógeno, a pesar de que en el proceso se pierde bastante energía.

Lo que hay que evaluar es si los proyectos de generación de hidrógeno que se plantean se corresponden con las necesidades energéticas que vamos a tener. En términos unitarios, romper la molécula de agua a partir de fotovoltaica para la producción de hidrógeno verde es el proceso que tiene un mayor consumo de agua respecto a otras formas de producción de energía. ¿Qué supone en el consumo total de agua? Traduciendo los objetivos de producción de hidrógeno verde para 2030 a consumo de agua, hablamos de 40-50 hectómetros cúbicos, una cifra poco relevante en términos absolutos. Ahora bien, cuando vamos a lo local sí puede haber impactos importantes por ese consumo de agua para fines energéticos. Hace falta un análisis caso a caso e integrar esas necesidades de agua.

Por otro lado, España se está postulando como la gran fábrica de hidrógeno verde para toda Europa y esto es ya más controvertido porque el problema ya no sería solo el consumo de agua, sino la ocupación de territorio para instalaciones fotovoltaicas. Eso sí me parece preocupante y requiere una reflexión. Hay que acotar y aplicar el principio de subsidiariedad: primero, conseguir comunidades locales lo más autosuficientes posible en energía; después, ámbitos territoriales más grandes —regiones o cuencas— donde unas zonas y otras se puedan compensar y luego el nivel estatal. Y, por último, para que pueda justificarse la exportación de energía a otros países, habría que demostrar que se han hecho los deberes a todas las escalas en todos los países europeos.

Las ciudades, en lo que se refiere al agua, ¿cómo pueden ser sostenibles?

En estos últimos años, las ciudades están haciendo los deberes, al contrario que los regadíos. Entre 2007 y 2018, a pesar del aumento de población, el consumo per cápita y total de agua urbana se redujo y podría reducirse más, por ejemplo, aplicando una separación entre las aguas grises y aguas negras en los hogares; que el agua del lavabo y la ducha alimente el inodoro. Así reduciríamos un 30-40 % el agua potable necesaria. Además, podrían priorizarse las piscinas públicas frente a las piscinas privadas o apostar por la jardinería mediterránea. En los municipios hay mucho por hacer en cuanto a economía circular del agua: agua depurada para riego de parques y jardines y limpieza de calles en vez de agua potable, etc.

Para activar el papel de la población como consumidora crítica en temas de agua y alimentación, ¿qué piensas de la posibilidad de un sello o de algún indicador para productos con un excesivo consumo de agua?

Lo principal no es la tecnología del riego, sino de qué regadío en concreto se trata y el origen del agua. Si es un acuífero sobreexplotado, por mucho goteo que haya, te estás cargando el acuífero. Habría que contemplar también el cumplimiento de las normativas, que no haya una lixiviación de pesticidas y nitratos, que no genere plásticos y microplásticos, que no haya ocupado hábitats naturales… También temas sociales: contratos dignos, sueldos mínimos que garanticen la vivienda, etc. Se trataría de que alguna entidad independiente analizara el ciclo de vida de cada producto, cosa que hoy por hoy no existe. Una multiplicidad de sellos confunde y genera contradicciones. Por ejemplo, hay grandes empresas que tienen el sello ecológico y tienen cultivos dentro de un espacio protegido, incluso con regadío ilegal. Necesitamos un sello único que garantice que se aprueban todas las asignaturas sociales y ambientales.

Por último, recientemente ha habido movilizaciones a gran escala en Francia contra megabalsas de riego para agricultura industrial. ¿Cómo veis el escenario de movilización en defensa del agua en el Estado español?

Soy escéptica respecto a las posibilidades de una movilización a corto plazo que pueda quedar libre de manipulaciones y de ser captada por intereses demagógicos. Yo creo que el camino es más bien el de la Mesa Social del agua en Andalucía, que implica un trabajo de diálogo, de reflexión, de negociación entre agricultores, entidades ambientales, consumidores y otras organizaciones ciudadanas, que después se va expresando en posicionamientos públicos y va permeando al interior de las organizaciones. Esperemos que este ejemplo se replique o inspire procesos similares en otros territorios. Una movilización, sin ese proceso pedagógico crítico, tiene muchas probabilidades de ser manipulada.

Revista SABC

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