Conversatorio sobre transformación de la cultura hegemónica
Cuatro personas de diferentes territorios, edades, andaduras… cuatro experiencias que desafían los valores hegemónicos urbanocapitalista se encuentran para contrastar su forma de ver los cambios profundos que necesitamos como sociedad.
Pablo Simón Vicente
Yo soy agricultor. Vengo del colectivo Memoria Viva de los Pueblos, conformado hace cinco años y que aspira a convertirse en movimiento popular diverso e internacionalista, ya que caminamos junto a colectivos campesinos y movimientos de otros territorios. Nuestro sueño es seguir asentando población que cultive la tierra y tener una Escuela de los Pueblos, de formación política, aquí en el centro de la España vaciada (Valle de Valdivielso, Burgos).
Sara Romero
Vengo del interior de Alicante, al otro lado de la costa turistificada. Formo parte del centro social autogestionado de montaña Mas del Potro, una especie de cooperativa de vivienda donde convivimos y organizamos actividades para agitar el medio rural y tratar de transformarlo. Aparte, con ese mismo objetivo, estoy en diferentes colectivos como La Directa. Siento que mi trabajo es la comunicación, juntar personas de diferentes sitios y a partir de ahí crear cosas.
Emiliano Tapia
Camino con la gente del barrio de Buenos Aires, en Salamanca, un barrio complejo, aunque muy pequeño. Acompaño también a personas dentro y fuera del ámbito carcelario y también del ámbito rural. Toda mi vida ha girado en torno a estos tres ámbitos, donde se ha ido generando una serie de iniciativas que han proyectado mi vida. Soy cura, pero no me determina el hecho de ser cura, sino a quién acompaño, cómo y desde dónde.
Feliciana Mora
Vivo en Málaga aunque no soy de aquí. He sido agricultora muchos años y ahora estoy vinculada a la agroecología con el grupo de consumo Margaritas, el cuarto grupo que monto porque me parece muy importante apoyar al pequeño campesinado. También soy activista de Stop Desahucios, de la lucha para que se mantengan las pensiones paras futuras generaciones, contra su privatización, y también milito por la renta básica universal.
¿Qué fue lo primero que se os pasó por la cabeza al pensar en este tema?
Pablo: La hegemonía cultural es esa pared tan brutal a la que nos enfrentamos continuamente, que tenemos asimilada y por la que vivimos sometidos. ¿Cómo cambiamos esto? Para mí es un tema tan profundo que involucra todas las dimensiones en las que trabajamos diariamente. Me apetecía mucho reflexionar sobre ello y sobre cómo hacerle frente.
Emiliano: Quienes pasamos de los setenta hemos visto muchos momentos de cambio, pero ahora vivimos uno verdaderamente apasionante: nada de lo que ayer parece que valía nos vale hoy ni nos valdrá en el futuro. Tenemos la suerte de vivir un proceso de cambio cultural de raíz, en la antropología, en la sociología, en la economía. Es un cambio que va a requerir mucho tiempo y, aunque intuyo algunas cosas, no vislumbro por dónde puede orientarse.
Feli: Yo tengo la esperanza de que esos cambios, que también yo veo desde mi larga experiencia, serán para mejorar. Y veo un punto clave, el mundo del trabajo ¿por dónde va a salir? Se sigue priorizando la mecanización en lugar de los trabajos manuales y autónomos, y tenemos una sociedad con cada vez más personas paradas…
Sara: Yo pensé que era difícil definir qué es cultura en singular. Yo la defino como una serie de experiencias acumuladas que determinan cómo organizas tu vida y tu entorno, entonces, culturas hay muchas. Pero es verdad que existe una «Cultura», en singular y mayúscula, hegemónica, elitista, que se impone. Y luego culturas en plural. ¿Cómo le damos la vuelta a esto? Ahí entran temas como la participación comunitaria o romper con esta dicotomía campo-ciudad. Yo tengo 24 años y no siento que en mi recorrido haya visto muchos cambios, lo que sí sé es que, si hablamos de crisis climática, no hay tiempo para esperar a que este cambio suceda poco a poco.
Emiliano: Eso es, cuando hablamos de cultura, ¿de qué estamos hablando? La cultura es lo que hace posible que la vida esté presente en muchos territorios, colectivos, países, pueblos…, pero también lo que hace que la no vida se haga presente sin esperanza. Un ejemplo, después de 20 años de guerra en Turquía o Siria, esta cultura de enfrentamiento de poderes ¿va a ser capaz de transformar la no vida de esos pueblos? Es decir, hay culturas de no vida y culturas de vida, como la campesina, que lamentablemente la hemos despreciado.
Pablo: Yo siento que lo que denominas no vida es resultado de esa cultura hegemónica. Para mí hay una gran semejanza entre la destrucción de culturas y la destrucción de la biodiversidad. La hegemonía cultural nos lleva a la crisis climática, que va a hacer que no exista la vida. Necesitamos imperiosamente modelos de organización muy elevados para enfrentar este sistema capitalista que devora las culturas de vida y los territorios. Lo vemos con el individualismo, que está destruyendo rasgos culturales que se llevaban construyendo miles de años: la comunidad, el cuidado del territorio, de los bienes comunales… Los conocimientos campesinos que existían son las periferias de hoy, junto a las personas que no pueden participar en este sistema.
Feli: Hay que hacer mucho hincapié en recuperar territorio para lo rural, porque sin ruralidad no hay vida. Es donde se cultiva nuestro alimento. Va a ser catastrófico si se pierde, como están intentando, a cambio de imponer placas solares en tierra fértil que podría estar en plena producción. Habría suficiente con que eso lo pusieran en polígonos y tejados y no ocupar territorios rurales.
Decías, Emiliano, que no sabes hacia dónde estamos yendo…, pero ¿hacia dónde deberíamos ir? ¿Qué elementos culturales debemos promover?
Emiliano: Hoy estamos en el mundo de los grandes grupos económicos, y el horizonte tiene que ser el mundo de las personas, de los seres vivos, de la vida. Este tiene que ser un cambio profundo. Feli hablaba de ruralidad; pero, por ir más allá, yo hablaría de recampesinización, de recuperar la tierra como algo fundamental para las personas. Todo lo que sea seguir apoyando estructuras que controlan los grupos económicos tiene que acabar: la guerra, el negocio de las armas, del narcotráfico. Hemos de acabar con espacios de inhumanidad, de destrucción, como la cárcel. Solo seremos capaces de afrontar un nuevo horizonte si ponemos las vidas como centro.
Sara: Decimos que llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, ¿cómo es ese mundo? Yo creo que es fundamental crear comunidades horizontales que decidan cómo quieren vivir, eso es la soberanía, que podamos gestionar nuestros recursos en nuestros territorios. Por eso admiramos a les compañeres de Chiapas o el Kurdistán, porque han creado estructuras con un poder de base. Lo que queremos es tener la cultura en nuestras manos. A mí, Emiliano, lo que comentas de acabar con la guerra y lo demás a veces se me hace grande. ¿De qué manera podemos generarlo? Porque no se trata de esperar a que las instituciones lo hagan, nosotres también tenemos la responsabilidad de favorecer que esto pase. En el ejemplo de la lucha contra las macroplantas solares, la gente se está organizando. ¿Cómo podemos gestar un movimiento que diga no a este modelo y dejar de pensar que tiene que ser poco a poco? Empezamos a ver cada vez más cooperativas de transformación social, pero ¿cómo llegar al resto de la gente? Porque en realidad somos una burbuja y al final la gente lo que quiere es que no le desahucien o poder pagar el alquiler.
Feli: Yo lo que veo en algunas ocasiones es que las personas están tan imbuidas en este sistema depredador que se teoriza mucho, pero a la hora de actuar no se lleva una vida que genere esos valores. Esperar que los cambios vengan por arriba desanima y cansa. Somos quienes han de dar ejemplo, quienes tenemos que cambiar. Por ejemplo, decrecer. Yo llevo muchos años llevando una vida muy austera y creo que soy mucho más feliz que si estuviera en el tren de vida del consumismo.
Pablo: Para afrontar una transformación cultural habría que repartir la riqueza, eso está claro, y hacer una gran reforma agraria. Desde que nacemos se nos educa para ser elementos productivos de la maquinaria y el trabajo asalariado ha sido una de las mayores formas de control social de la historia. No es casualidad que en muchos lugares de Latinoamérica los grandes cambios se produzcan por los movimientos campesinos e indígenas. Ellos son los que tiene mayor autonomía y son capaces de organizar paros durante mucho tiempo porque no tienen que ir a trabajar al día siguiente de forma asalariada. Para mí, las transformaciones culturales que pondrían la vida en el centro están ligadas a la autonomía, al derecho a la tierra y a la propia gobernanza política, algo que va en la línea de nuestra idea de Escuela de los Pueblos: que la gente que vive en los territorios se forme y sensibilizar a las ciudades para que puedan mirar con dignidad a los territorios, porque en ellos viven las personas que promueven la vida, que cuidan del agua, los animales, la biodiversidad, los bosques…
Emiliano: Dentro de esta situación tan dura hay señales de esperanza. Yo estoy contento de ver que, entre la gente joven, en el tema de energías asoma algo distinto, como las comunidades energéticas. También la vuelta a la tierra. Hay que promover el trabajo, que no el empleo, porque como Pablo planteaba, el empleo es un elemento de explotación, pero el trabajo es un elemento creativo y de construcción de la vida. Veo en estos signos que asoma la centralidad de la vida de otra manera.
En este mundo tan material y racional, ¿qué pensáis de la espiritualidad? ¿Debe tener algún papel en el cambio cultural?
Emiliano: Para mí este tema es clave. La centralidad de la vida solo se hará desde una espiritualidad universal, la que es propia del ser humano, de la naturaleza, incluso de todo lo que generamos. Nadie puede apropiarse de ella, ningún colectivo, ningún ser humano, ninguna religión, y ¡cuántas veces lo hemos hecho desde la religión católica! Por suerte, creo que ya hemos superado eso de que si no eres creyente de una religión no tienes espiritualidad. Yo apostaría por una sociedad donde la espiritualidad esté por encima de la razón, porque tenemos a las generaciones mejor preparadas a nivel académico, pero no sé si están atravesadas por una espiritualidad universal.
Feli: Yo pienso que no, porque no se les muestra ni se les enseña, pero antes no era mejor. Yo tuve la suerte o la desgracia de no ir a la escuela. Nací en el 41, eran tiempos muy diferentes y las chicas de pueblo y de familias que trabajaban en el campo era muy difícil que fuéramos a la escuela. Para mí la espiritualidad es que prioricemos valores como el amor, la solidaridad, la armonía, la tolerancia… Y todo eso está ausente en nuestras sociedades.
Pablo: Yo también entiendo la espiritualidad como la construcción de un imaginario con valores como los de comunidad, territorio, naturaleza…, de una vida donde se trabaja por construir la certeza de que yo estoy bien si mi vecino está bien, si mi comunidad está bien y si mi territorio está bien. Hay familias que te inculcan estos valores, pero cuando sales, la televisión, la sociedad… Los valores del capitalismo son opuestos. Una de las grandes derrotas de occidente es esa pérdida de espiritualidad relacionada con el territorio y la comunidad, porque cuesta mucho recuperarla. Tenemos que trabajar para volver a construirla.
Sara: Yo creo que tengo una forma de pensar totalmente diferente. A mí la espiritualidad me da miedo porque la entiendo como una promesa de salvación, de «liberación del espíritu» que te hace caer en unos dogmas que te alejan de los problemas reales. Estamos en un contexto muy cambiante y el capitalismo es híbrido y permeable, se adapta a lo que sea y aparecen todas estas nuevas espiritualidades seculares. Muchas de ellas toman formas de ver el mundo de otras culturas. En mi caso, lo que se opone a esa razón masculina, vertical y patriarcal son los feminismos, el transfeminismo, que plantea otra forma de ver las cosas. ¿Esa es mi espiritualidad? No lo sé. Pero hay que ir con cuidado, porque en los ambientes más alternativos son discursos que entran muy fácil y que están atomizando mucho y desviando la atención de quien causa las opresiones.
Emiliano: La espiritualidad de la que hablamos va más allá del mundo de los valores y de las ideas. Mucho más allá. Yo hablo de una espiritualidad universal en el sentido de que esté al servicio de la vida y de las personas, que atraviese todo aquello que genera dolor y no hace posible otra manera de vivir. Yo no creo ya en las salvaciones, creo en otro ser humano.
Pablo: Sí, el capitalismo absorbe las espiritualidades. Y esas corrientes pseudoespirituales que decía Sara tienen una visión plenamente individualista, desarrollarte tú, cuidarte tú, conseguir cosas tú. No estoy para nada de acuerdo con esto. Para mí la espiritualidad ha de estar ligada a un territorio y el gran éxito del capitalismo es haber roto ese vínculo.
Feli: Le diría a Sara que no tenga temor, porque la espiritualidad de la que habla Emiliano no tiene nada que ver con la que nos ha inculcado la religión cristina o cualquier otra. Eso no es realmente espiritualidad. La espiritualidad es liberadora, hacia una mayor felicidad entre las personas.
Sara: Por eso es importante definir de qué espiritualidad hablamos porque nos puede llevar a un narcisismo brutal que está muy lejos de la solidaridad y en el que es muy fácil caer porque ayuda a explicar un mundo que es complicado de entender.
Estamos en un momento en el que el tiempo se gestiona para producir sin descanso y esto no facilita la conexión con la vida ni con nosotros mismos. ¿Qué pensáis de esto?
Feli: Yo creo que lo más importante es ir creando vínculos entre las personas, formando pequeñas ecoaldeas o comunidades. Desde esas formas de vida se puede ser más eficiente y respetuoso, compartir y gestionar mejor los recursos, incluyendo el tiempo, al que se le debe dar un valor muy diferente al de ahora.
Pablo: Sí, nos han robado el tiempo y la sociedad que aspira hacia el mito del desarrollo no descansa. Empleo perpetuo, llenos de proyectos, de ideas…, nada se sale de la maquinaria. No hay tiempo y por ello hemos perdido la capacidad de observación. Las comunidades campesinas y nuestros mayores observaban y aprendían de la naturaleza y generalmente esa capacidad estaba ligada a la transmisión del conocimiento por las generaciones anteriores. Para mí es importantísimo que involucremos a los mayores, que les cuidemos. ¿Cómo recuperar el tiempo que nos han robado? Juntándonos, compartiendo comidas, asambleas, cuidados… El capitalismo ha hecho que ni los movimientos sociales podamos compartir entre nosotros.
Sara: Yo me fui a estudiar fuera y luego volví a rehabilitar esta masía y la tierra. El tema del uso del tiempo me ha marcado mucho el primer año. Los ritmos del campo, el frío, el calor… El tiempo que teníamos que pasar contemplando, materializando, haciendo real todo esto, era totalmente diferente al tiempo de fuera, al que te dice que tienes que encontrar un trabajo asalariado y avanzar en tu carrera profesional. Entonces, cuando hablamos de que los jóvenes habiten el medio rural, es fundamental transformar la forma de pensar para convivir con esto. Nuestros espacios tienen que ser abiertos, acogedores, reproducibles. Por eso los vínculos de los que hablaba Feli son fundamentales, hay que mapear y vincular. Simplemente, mostrar que otros ritmos de vida son posibles.
Feli: De niña, hasta los 14 años que migramos a Catalunya desde la Mancha, estuve trabajando el campo. Luego en 1980 volví al campo a trabajar, pero mi propia tierra, no la de otro, y hubo unos años en que nos encontramos una serie de familias en la misma comarca y decidimos aunar esfuerzos y tiempo para apoyarnos. Fue una experiencia preciosa y enriquecedora. Nos juntábamos todos los domingos para hacer las labores necesarias entre todas, sin que mediara el tiempo ni el dinero, y para comer juntas. Sacar patatas, cambiar tejados, intercambiar herramientas como motosierra, desbrozadora… Ese tipo de cosas hay que retomarlas y se deberían revalorizar porque tienen mucha importancia. Dan mucho mejunje a la vida.
El ejemplo de Feli está movido por redes afectivas. Son formas de avanzar hacia ese cambio y seguro que hay más.
Emiliano: Sí, iba a hablar de tres ejemplos que creo que nos ayudan a avanzar. Uno, nuevas relaciones entre el mundo urbano y el rural: que se frene el hacinamiento en las ciudades y se vea el rural como mundo fundamental en temas como la alimentación y otros. Dos, estamos en un sistema muy represivo que cala en la propia sociedad, que justifica la cárcel. Los cambios en el sistema penal van a más dureza, cuando habría que pasar de lo punitivo a lo humanizador, a escuchar… Es un reto enorme. Tercero: el feminismo, el ecofeminismo, que cada vez está más presente. Pero nos queda mucho por andar para esa nueva cultura y esa nueva espiritualidad y, si no somos capaces de ponernos hombro con hombro con la no vida para descubrir lo que realmente es la vida, no seremos capaces de asumir un nuevo horizonte.
Sara: Yo añadiría la importancia de observar, conocer, entender cómo funcionan otros territorios que han conseguido cambios para luego adaptarlo a tu propia tierra.
Pablo: Las redes afectivas tardan en generarse y no están reguladas por el factor económico. Te apetece compartir ese trabajo con otras personas y ese apoyo mutuo se convierte en parte de tu vida. La hegemonía cultural capitalista hace que cada vez tengamos menos capacidad de crearlas y por eso son tan sumamente imprescindibles las experiencias comunitarias. Tiene que haber referentes diversos que nos ayuden a orientarnos. Tenemos el privilegio de poder hacerlo, así que tenemos que ser gestores de tierra, de afectos, promotores de vida para que otras personas puedan venir. Es muy importante que volvamos a meter las manos en la tierra, a bañarnos en los ríos y a juntarnos a comer un pan hecho por nosotros mismos.
Feli: No debemos perder la esperanza ni la alegría de impulsar este cambio.
Revista SABC