Sobre las dificultades de escapar del capitalismo
Amigos del Yermo
Coke y Ale. Foto: Alicia Peiró y Rafa Beladiez
El progreso
Hoy en día en nuestra sociedad prevalece el sentimiento de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que, además, estamos en un camino de mejora constante. La construcción de este mito consume ingentes recursos, desde la escuela obligatoria hasta el último cartel publicitario. En todo lugar y en todo momento se nos recuerda que todo va según lo previsto. Y si no te gusta lo que ves, oyes, comes o sientes, el problema es tuyo.
Así es como nos sentíamos nosotros, Coke y Ale, en la ciudad, hasta que en un momento dado descubrimos una tradición ideológica refractaria al mito del progreso que cuestiona los cimientos mismos del régimen en el cual vivimos. Una corriente que critica la tecnología, denuncia la pérdida de nuestras libertades fundamentales y que advierte, además, de las consecuencias nefastas que nuestro estilo de vida conlleva. Una tradición que se separa de los relatos oficiales y asume una postura de impugnación global y de odio a la civilización moderna. Y que cree que otro mundo podría ser posible.
Pronto sentimos el deber moral de salir corriendo, de abandonar el barco y su proyecto suicida. Más que irnos al campo, nuestra principal ambición era alejarnos de aquel modo de vida.
La ruina
La tradición bucólico-pastoril ha impregnado nuestro subconsciente con imágenes bellísimas del campo. El campo elevado, verdadero y salvaje. Con este mito en mente, dirigimos la mirada hacia las montañas y nos pareció que el pueblo de Pepita, la abuela de Coke, era el lugar propicio para crear la vida que soñábamos. Un pueblo apartado, sin policía, sin carteles publicitarios, sin semáforos y con tanta tierra abandonada como casas vacías. ¿No estarían acaso esperándonos?
Todavía nos cuesta entender cómo un pueblo con más casas deshabitadas que ocupadas no tiene ninguna oferta de alquiler. Parece que esta comunidad en vías de extinción y envejecida no tiene fuerza ya ni para atraer ni para abrigar al peregrino interesado. Finalmente, tras un mes de búsqueda conseguimos alquilar una casa, y a los pocos días ya estábamos cavando un bancal prestado en busca del tesoro que es la autosuficiencia.
Las promesas de John Seymour y Mariano Bueno habían calado profundo y compramos planteles de puerros, coliflor, col, apio, lechuga, cebollas y sembramos semillas de zanahoria, acelgas, espinacas, alfalfa, habas y ajos. Instalamos una malla para evitar la entrada del jabalí y colgamos espejos para ahuyentar a los pájaros. Además, compramos tres gallinas para disponer de huevos frescos. Comenzamos a espellucar campos de olivos de familiares y pronto nos ofrecieron tierras para trabajar. Empezamos proyectos hortícolas y ganaderos con vecinos. Y enseguida llegaron Seimur y Luisi, nuestras dos cabras. Las labores del huerto y los cuidados de los animales suponían todo el tiempo que teníamos y, a cambio, no recibíamos más que unos cuantos tomates y lechugas con los que no podíamos pagar el alquiler ni llenar la nevera.
Fotos: Amigos del Yermo
No nos gusta hablar de fracaso. Podemos, no obstante, hablar de aprendizaje como único beneficio. Probablemente, si en la educación obligatoria nos hubieran instruido en los saberes que nos ayudan a ser libres y autosuficientes en vez de insistir con los logaritmos o los afluentes del río Ebro, nos hubiera sido más fácil diagnosticar dónde estaban nuestros errores. Nos debimos conformar con observar y aprender de la raposa y el jabalí, del agua y la sequía, del sol y la sombra, del calor y del frío, y del paso del tiempo. Y apuntarlo todo en un diario, para no olvidar.
La economía transformadora
¿Hay lugar para una economía justa dentro de un sistema injusto?
Lejos de cumplir nuestro sueño de autosuficiencia, vivíamos con lo que entendíamos era lo mínimo imprescindible y la vida en un pueblo alejado nos ayudaba a no tener excesos. Pero, aun así, teníamos que pagar los pocos gastos que teníamos. Aceptábamos los trabajos que surgían en el pueblo, ofrecidos por personas con poco compromiso con el mundo o la comunidad. Esta manera de ganar dinero nos hacía sentir que nos alejábamos de nuestro objetivo de vivir una vida más libre y hacer de este mundo un lugar mejor.
En este contexto tomamos la decisión de buscar, o crear, otra forma de ganarnos la vida. Fue importante el contacto con personas con experiencia en la economía social y solidaria que nos ayudaron a formalizar nuestra ambición. Y así, el verano de 2021 fundamos Amigos del Yermo[1] Coop. V., una cooperativa de trabajo asociado sin ánimo de lucro para ofrecer puestos de trabajo dignos, por el momento solo dos, donde desarrollar actividades relacionadas con la soberanía de la comunidad o, en otras palabras, recuperar o mantener los saberes vernáculos que nos ayudan a vivir con el mundo que nos rodea. Nuestra actividad principal es la producción de piezas artesanales de cerámica. Una actividad que nos ayuda a separarnos de las pantallas y nos acerca a la tierra, el agua, el aire y el fuego; todos ellos compañeros fieles y fundamentales de esta disciplina. El ritual de encender el fuego para cocer el barro en nuestro horno de leña es algo que nos fascina. ¿Acaso jugar con barro y fuego no es parte de nuestro instinto primitivo?
En este momento todo cambió. A los gastos familiares, bastante asumibles, ahora teníamos que sumar las aportaciones obligatorias al régimen: autónomos de las trabajadoras e impuestos. Además de pagar a los mediadores: los asesores. De un día para otro teníamos que ingresar más del doble de lo que estábamos acostumbrados.
Con el optimismo que caracteriza todos los comienzos, pensamos que esto era no solo lo que nosotros necesitábamos, sino lo que el pueblo y la juventud en general necesitaba, un empujón, una excusa, una salida, un proyecto claro. Algo que nos habría gustado encontrar al llegar aquí. Pensamos que la solvencia económica era cuestión de tiempo, y empezamos con estrategias sencillas, confiando plenamente en el boca a boca y con una producción pequeña. Al ver que no ingresábamos lo suficiente, comenzamos a asistir a mercados locales, para comprobar que tampoco funcionaban. Decidimos crear una página web muy rudimentaria, pero pasaba el tiempo y no conseguíamos nuestros objetivos. Tras un año decidimos poner toda la carne en el asador y aceptar las estrategias y el lenguaje del mercado global, dejando a un lado parte de nuestra filosofía y quehaceres. Nos formamos en la formulación de nuevos esmaltes más atractivos. Comenzamos a trabajar al por mayor y empezamos una estrategia en las redes sociales. Esta evolución en nuestro modelo de empresa la sentíamos como ir dando el brazo a torcer en pos de una economía capitalista y cada vez menos transformadora. Pero no podíamos atraer a más gente si no teníamos un proyecto viable, un ejemplo que demostrara que era posible vivir aquí, aunque requiriera ciertas cesiones.
¿Hay lugar para una economía justa dentro de un sistema injusto? ¿Es posible transformar desde un régimen que perpetúa el orden establecido?
El éxodo urbano
Antes comíamos de la tierra y ahora la tierra nos come a nosotros.
No hay receta válida para emprender en el medio rural. Y aunque los medios hagan un esfuerzo por mostrarnos historias preciosas sobre jóvenes que vuelven a la tierra, la realidad es bien distinta. O al menos eso es lo que observamos en estas montañas. No se trata solo de que no está sucediendo un movimiento de vuelta al campo, sino más bien todo lo contrario, la poca gente joven que queda se sigue yendo del pueblo. Y esto hace las cosas más difíciles para los pocos soñadores que se aventuran por estas tierras.
La brecha cultural y generacional es fuerte. Es común que no nos entendamos: la forma de afrontar el trabajo, el lugar de la mujer en la sociedad, los manejos de la tierra… Aun así, nos gusta interrogar a las personas del pueblo para comprender y a ellas les gusta contar historias y ser escuchadas. Historias sobre aquella época en que las montañas se cubrían por un manto de cabras, de cuando mataban al cerdo, de cuando todo esto estaba cultivado y poblado. De cómo vivieron la gran transformación, desde la llegada de la electricidad, el coche, la televisión, el agua potable o la mula mecánica, a los abonos sintéticos y el roundup. De cómo se empezó a vaciar el pueblo. Los viajes hacia América, Argel o Francia en busca de trabajo no cualificado pero sí bien remunerado. Y, quizá, lo más valioso, de cómo aprovechaban los recursos del entorno y de la importancia de preservar aquellos saberes que les permitían vivir en estas tierras. Cómo ha cambiado todo, nos dicen. «Antes comíamos de la tierra y ahora la tierra nos come a nosotros».
El mito de la tierra maldita
Después de varios años, comenzamos a entender las razones del abandono y la mala fama que tiene el trabajo en el campo. Nos veíamos tentados a pensar que el campesino había sucumbido al placer de la mercancía y que se había acomodado. O que el ganadero se había hecho caprichoso y el pueblerino avaricioso. Hasta que un día compruebas que cuesta mucho más dinero cultivar tus propios tomates que comprarlos en el supermercado. ¿Será el huerto familiar el nuevo deporte de los ricos?
En algún momento de la historia, este pueblo estaba habitado por personas labradoras, que cultivaban su alimento y que se apañaban con lo que tenían. Pero poco a poco vino el progreso y el mercado global a enseñarles otras maneras de actuar. Es entonces cuando entraron en una rueda de ir perdiendo parcelas de su libertad. Ahora había que consumir y para ello había que generar dinero, y para generar dinero había que rentabilizar las tierras, y para ello había que asumir las nuevas estrategias: pasar al monocultivo, abandonar los animales de tiro y abrazar toda clase de productos fitosanitarios. Nos dicen que hubo un momento que todo esto llegó a funcionar, pero ahora es distinto. La imposibilidad de modernizar estas tierras montañosas las convierte en yermas. El agricultor siente humillación al comprobar que con lo que le pagan no cubre ni la recolección. Y aquí es donde entra el sistema subsidiario, el régimen te da dinero a cambio de que rellenes y cumplas una cantidad ingente de papeles indescifrables además de cumplir con sus requisitos y cupos de producción. Y ni así salen los números.
No queda nadie en este pueblo que se gane la vida exclusivamente de trabajar la tierra. Si aún ves bancales cultivados es por los jubilados que invierten parte de su paga en el mantenimiento de sus campos y en tirar veneno sobre ellos.
Pero no todo está perdido, el yermo aumenta —ajeno a este sistema— y se recupera a una velocidad asombrosa.
Alimentando el fuego
Después de toda esta reflexión, crítica y autocrítica, nos preguntamos ¿Qué sería lo principal de esta historia de lucha y de huida al campo?
Comentábamos al principio que nuestro principal objetivo era huir de un modo de vivir propio del régimen capitalista. ¿Lo hemos conseguido? ¿Acaso podríamos acotar los límites del régimen capitalista? ¿Plantean los pueblos otra manera de organización? El orden comercial es universal, y los pueblos de estas montañas no son una excepción. Esto no quita el hecho de que lo rural parece un entorno propicio para oponer cierta resistencia al proyecto devastador del sistema capitalista. El cambio empezará desde la base, en la tierra.
Desde la experiencia, podemos decir que nos parece muy difícil recrear un modo de vida anticapitalista, más justo y sostenible, dentro del sistema capitalista, sobre todo cuando la comunidad de disidentes es tan pequeña. Este régimen tiene sus mecanismos de reconducción, mediante las subvenciones, la persecución y criminalización de cualquier alternativa. Si no vamos más lejos con nuestras luchas es, probablemente, por miedo a no resistir la respuesta ofensiva o a la exclusión social que podría conllevar. Al fin y al cabo, somos pocas y tenemos que medir las fuerzas. ¿Sería viable que dos personas criadas en las escuelas llevaran una vida autosuficiente fuera del sistema? Para nosotras no lo ha sido.
Dentro de esta situación, sin embargo, intentamos ser lo más coherentes posible, con nuestra comunidad y con nosotros mismos. Entender, discutir, criticar, compartir… para encontrar ese lugar que nos permita seguir en la batalla sin perder la vida. Seguiremos labrando la tierra, amasando el barro, cuidando los animales, levaduras y bacterias, y tejiendo red con vecinos y amigos. Seguiremos alimentando el fuego que nos mantiene unidos. Que el tiempo nos acompañe.
[1] «Yermo» es la traducción del valenciano de la palabra «erm», muy usada en la montaña de Alicante. «Tot està erm», con esta frase recurrente la gente mayor expresa que las tierras se han dejado de cultivar.
Ale y Coke
Amigos del Yermo
ALGUNOS DOCUMENTOS QUE NOS AYUDARON A COMPRENDER
Tuiavii, Scheurmann, E., Swarte, J. (2005). Los Papalagi: Los Hombres Blancos. Integral.
Ardillo, J. (2014). Ensayos sobre la libertad en un planeta frágil. El Salmón.
Revista Cul de Sac (Ed. El salmón) #5 “El campo y la ciudad: ¿dos mundos enfrentados?”
Agulles, J (2017) La destrucción de la ciudad. Catarata
Frank, T. (2011). La conquista de lo cool. Alpha Decay
Alaejos, L., Moro, C. (directores). (2005) Hippies Forever. Documental. Pura Magia Producciones.
Bonet, Carmen (2009). Tierras de Trapalanda. El sueño de la ocupación rural.
Documental, Programa Crónicas, España. Disponible en: https://www.rtve.es/television/20090529/tierras-trapalanda-sueno-ocupacion-rural/279103.shtml (fecha de consulta: 1/2/2023).
Varda, A. (directora). (2000). Les glaneurs et la glaneuse [Documental]. Ciné Tamaris.