Janaina Strozake
La trayectoria acumulada del Movimiento Sin Tierra (MST) refleja un modelo de vida construido a partir de la campesinidad. A partir de ahí, la autora se pregunta si es en el desarrollo de nuestra campesinidad donde habita la posibilidad de emancipación humana.
Movilizaciones del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Fotos: Leonardo Melgarejo
El dinero fue creado y facilitó la vida. Las campesinas producían alubias, las llevaban al mercado, las cambiaban por dinero y, en otro mercado, lo cambiaban por botas y herramientas. Con los pies protegidos y las nuevas herramientas, podían producir más alubias junto con las calabazas, el arroz, las uvas…
Otra persona esquiló sus ovejas y después las cambió por dinero, y se quedó con la lana. Cambió el dinero por un telar y produjo mantas calentitas. Conocía la lana en profundidad, sus matices, sus deformidades… Y durante toda su vida fabricó mantas con las que obtenía dinero para comprar más lana, insumos y actualizar las máquinas; también para nutrir su cuerpo y contribuir al desarrollo de la especie humana, alimentando, abrigando, educando y amando a su prole.
Esa persona murió justo cuando había vendido todas las mantas y un hijo se quedó con el dinero en las manos. Eran 10 dineros. En el mercado no compró lana, sino jabones, que llevó a otros mercados y vendió por 15 dineros. Con ello compro más mercancías que vendió por 20.
Nadie necesitaba más jabones, pero ese joven era buen comercial y convenció a mucha gente de la importancia no solo de lavarse a sí mismo con jabón, sino también a cabras, gatos y perros, con productos exclusivos para cada uno.
Ya no se producía lo necesario, sino aquello que más ganancias generaba.
Después de crear necesidades inútiles, el hombre invitó a otros a darle unas cuotas de dinero a las que llamó acciones, para poder comprar más mercancías y ganar más dineros. Las fábricas cerraron y los campos fueron abandonados. Era más cómodo invertir en el mercado financiero de productos imaginarios que en la producción de cosas útiles y agradables para la vida.
¡Y hasta parecía que la clase trabajadora había desaparecido!
Pero seguía siendo necesario comer, vestirse, curarse, por lo que cuatro capitalistas controlaban fábricas en las periferias, donde churumbeles cambiaban su infancia, su salud, su vida, por un duro y muchos azotes.
En esas periferias se talaban kilómetros de bosques y con su madera se reformaban preciosos y caros museos en Europ…, digo, en el centro de aquella sociedad. Sobre esos campos se sembraron miles de hectáreas de soja para alimentar animales hacinados en macrogranjas.
Esas macrogranjas transformaban dinero en más dinero, propiciando todo tipo de negocios farmacéuticos: hormonas de crecimiento, antibióticos, analgésicos para animales de toda especie, pastillas para dormir, despertar, adelgazar, sentirse menos infeliz… La insatisfacción humana debía generar más dinero.
La propaganda se tornó más sofisticada, con disfraces curiosos, que ocultaban el proceso de deshumanización. Películas, revistas, canciones, programas escolares, toda una maquinaria compleja para la construcción de un monopensamiento.
Nada de lo que se producía tenía ya sentido por su uso, por su utilidad, por su aporte a la vida y a la alegría. Todo existía en función de su valor en dinero: se producía más comida de la necesaria, que se deconstruía y reconstruía en una cosa parecida a comida, vendida a bajo precio a las personas empobrecidas.
Convencieron de que el sacrificio de animales para la alimentación era maldad y se empezó a producir carne en laboratorio, a partir de células madre sacadas de fetos vivos generados y abortados en las sombras de un discurso defensor de la vida.
Pocos hombres con muchos dineros mandaron hacer cohetes espaciales y se marcharon del planeta.
En la Tierra, arrasada, quedaron millones de personas miserabilizadas, barbarizadas, matándose entre sí por cada gota de agua, por cada hoja verde comestible, por cada rincón que abrigara de los huracanes y otros fenómenos que se repetían cada vez más.
Cuando prevaleció el valor de cambio sobre el valor de uso, cuando todo quedó en manos del mercado capitalista, empezó el fin de la especie humana en la Tierra.
Proponemos un concepto de campesinidad más relacionado con una forma de vivir y menos con el lugar donde vivir.
Una campesinidad universal
La eficiencia del modo capitalista en validarse como lo mejor que se nos ha ocurrido a la humanidad es innegable. En pleno siglo xxi, mucha gente parece convencida de que esa forma capitalista de producir y distribuir la producción es el punto álgido del desarrollo, insuperable. Y esa forma, compleja, se puede presentar brevemente así: unos pocos —exactamente 2668 multimillonarios hoy en día (OXFAM 2022)— viven de explotar económicamente a las trabajadoras y fomentar todo tipo de opresión para que unas personas se sientan más que otras y contribuyan a mantener todo como está.
Como movimientos populares organizados, necesitamos construir una respuesta inclusiva, que preserve el planeta como hábitat seguro para toda la población y que, a la vez, preserve la humanidad bella, feliz, a la que aspiramos como revolucionarias. ¿Puede que una de las respuestas esté en la sencillez? Tal vez si todas cultivamos nuestra campesinidad, habría margen para evitar la distopía.«¿Pero qué dices de campesinidad, eso que quedó en la Edad Media?»
El concepto de campesinidad se destaca, hasta ahora, como una acepción relacionada con las técnicas de producción y relaciones sociales. Víctor M. Toledo[1] ha llamado «grados de campesinidad» a un sistema de indicadores que incluye el tipo de energía que se utiliza, el tamaño de la parcela productiva, la autosuficiencia, el tipo de fuerza de trabajo empleada, la capacidad de reciclaje y la cosmovisión. Estos grados de campesinidad[2] están en oposición a la agroindustrialidad, como una especie de tipos ideales, tal como planteó Max Weber.
Partiendo de esa idea, proponemos expandir el sentido de la campesinidad como una práctica, una identidad y una concepción de mundo relacionada con la soberanía alimentaria. Pero ¿estaría restringida a las personas que viven y trabajan en el campo?
La construcción de la campesinidad estaría fundada en una praxis y en una cosmovisión que alimenta antropológica y políticamente también a la identidad y las prácticas cotidianas de quienes viven en ciudades pero se implican en la cuestión agraria y participan en la soberanía alimentaria de su región. A la par, en esta propuesta la «dimensión urbana» de quienes viven en el campo, se ubicaría en su igual acceso no solo a servicios públicos, sino al sistema completo de funcionamiento de la sociedad, en especial, como sujetos en la producción de nuevos conocimientos y construcción de rumbos de la humanidad.
Para llegar a tal desarrollo de la sociedad, habría que fortalecer la economía, lo que no significa aumentar la producción, pero sí reforzar la población del campo y la agricultura, y también los circuitos de suministro de alimentos y otros productos a las ciudades. En ese aspecto, la reforma agraria popular es imprescindible.
Podemos pensar ese proceso de construcción y cultivo de la campesinidad como la ruptura consciente de la dicotomía —por ende, de una relación colonialista— entre ciudad y campo, con la universalización del acceso a derechos predominantes en las ciudades —bibliotecas, escuelas, universidades, solución pacífica de conflictos, etc.— y una universalización del sentido de campesinidad: pertenencia a la tierra, conexión con la naturaleza, conocimiento y respeto por los ciclos naturales, etc.
Proponemos, entonces, un concepto de campesinidad más relacionado con una forma de vivir —consumo, participación política, producción alimentaria, cosmovisión— y menos relacionado con el lugar donde vivir. La campesinidad se cultiva en la ciudad y en el campo porque integra la comprensión y aplicación de la reforma agraria popular, la agroecología y la soberanía alimentaria.
Por lo tanto, el campesinado se identifica como grupo social ligado a la tierra con el objetivo de construir y mantener su propia autonomía, produciendo y reproduciéndose en actividades socioeconómicas que incluyen, en alguna medida, la agropecuaria. El campesinado se identifica por las luchas sociales en donde se enfrenta al agronegocio como su otro, su antagonista.
Si el agronegocio y el capital están en relación conflictiva con la vida, y el campesinado emerge como un modo de vida opuesto al agronegocio, es posible hablar de una campesinidad, una identificación campesina para todas las personas que se involucran en la lucha de clases al lado del campesinado.
Los valores campesinos
Los valores humanos contenidos en la campesinidad incluyen la comprensión de que la humanidad es parte de la naturaleza. Por tanto, al destruir la naturaleza, el capital destruye también al ser humano y esta es una de las contradicciones del capitalismo: a mayor desarrollo del capital, mayor empobrecimiento de la vida.
La campesinidad implica la comprensión de los ritmos de la naturaleza, porque nuestra supervivencia depende de que nos acoplemos a la pulsación del planeta y no en contra de ella. El tiempo y el afecto no son dinero. La vida no es dinero, ni tampoco las semillas, la comida, la tierra, el agua o el aire. La campesinidad es comprender y practicar otra relación con el entorno, con el tiempo, con los bienes comunes y lo comunal. Otra relación con las arrugas en la cara y las canas en la cabeza; otra relación con el tendero de la esquina, con la campesina que trae la verdura y con la librería del barrio. La vida no pasa de sopetón, la vida se vive como crece una flor y como se transforma el agua: en su tiempo, con sus alianzas. Como nosotras, clase trabajadora, que no existimos para transformar la vida en algo tan ordinario como el dinero.
Otra de las características de la campesinidad es poner en el centro el valor de uso de las cosas, frente al valor de cambio propio del capitalismo. ¿Qué necesitamos para estar bien, para ser capaces de realizarnos como seres humanos? Alimentos, abrigo, agua, aire puro, medicinas, tierra donde poner los pies. Afecto. Música. Literatura. Comunicación. Grupo. Colectivo. Trabajo. Nuestro trabajo —que no el empleo— es el medio de construir y construirnos en ese espacio de libertad que soñamos, con él modificamos nuestro entorno y nos modificamos a nosotras mismas, desarrollando nuestro potencial para ofrecer a la sociedad lo bueno que hacemos y que, a la vez, nos hace mejores. Y producimos lo necesario, no lo que genere más lucros. Nuestra fuerza de trabajo no puede resumirse en una mercancía que cuanto más vendemos, más pobres nos hace.
La reforma agraria popular
La campesinidad como modo de vida es incluyente y alberga cualquier categoría profesional. Es un punto de convergencia que no quita la necesaria autonomía a las categorías organizadas de la clase trabajadora. El hecho de que el sentido de la campesinidad sea universal, no significa que todo el mundo vaya a dirigir el movimiento social campesino. El movimiento social debe estar organizado y estructurado en todos los espacios donde hay trabajo. Atender a las demandas inmediatas —como mejores sueldos— no debe nublar el horizonte de lucha, que es la transformación radical del modo de producción y de las formas culturales asociadas. Tener campesinidad no implica ser militante del movimiento campesino, pero sí ser militante del movimiento social donde se vive y se trabaja, y desde ahí sumar en la lucha por la soberanía alimentaria, la agroecología y la reforma agraria popular.
La práctica empieza en las acciones cotidianas: comer, cultivar, cuidar, comprar, consumir, producir, y se extiende a las rupturas culturales en las organizaciones y en la sociedad, con nuevos valores, nuevas epistemologías y la construcción de un sentido universal de campesinidad, que aúna la agroecología como medio para construir una soberanía alimentaria, asentadas sobre el derecho a la tierra: la reforma agraria popular.
La campesinidad así entendida contribuye al verdadero desarrollo, que es la superación del modo de producción capitalista y de las estructuras opresivas, como el heteropatriarcado. La campesinidad es el camino de acceso a formas sociales más aptas a estimular la creatividad humana de cada individuo y responder a las aspiraciones de la colectividad, cultivando el planeta como casa para todas las personas.
Janaina Strozake
Integrante del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil
[1] Víctor Manuel Toledo, Campesinidad, agroindustrialidad, sostenibilidad: los fundamentos ecológicos e históricos del desarrollo rural, en los Cuadernos de trabajo del Grupo Interamericano para el Desarrollo Sostenible de la Agricultura y los Recursos Naturales, 1995.
[2] Otros autores refrendan la propuesta de Toledo, como Eduardo Sevilla en Sobre los orígenes de la agroecología en el pensamiento marxista y libertario, Plural Editores (2011) y Ana Karen Reyes en Reyes y otros (2020), Campesinidad y agroindustrialidad de los sistemas agroforestales de san Andrés Calpan, Puebla.