Entrevista a Morgan Ody, coordinadora general de La Vía Campesina
Revista SABC
Morgan Ody asumió la coordinación general de La Vía Campesina (LVC) en 2021. De familia campesina y sindicalista, participa desde hace diez años en la Confédération Paysanne y cuida de una finca de hortalizas de 1,3 ha, cuya producción vende a los grupos de consumo y mercados cercanos, en la región francesa de Bretaña. Hablamos con ella sobre los retos actuales del campesinado.
El colonialismo, el acaparamiento de recursos, las sucesivas crisis económicas… son factores que provocan violencia. En los conflictos armados esta violencia es aún más explícita. ¿Cómo afectan las guerras a las poblaciones y los territorios campesinos?
La gran mayoría de las guerras suceden en el medio rural con muy poca visibilidad. En los medios de comunicación lo que sale son las ciudades porque las imágenes parecen más espectaculares, pero la gente del campo confronta una violencia inmensa, sin nada con lo que defenderse o protegerse, sin que nadie cuente lo que les pasa. Y lo que es más importante: muchas veces sin posibilidad de irse. En Ucrania se ha visto muy claro. Allí, gran parte de la población es rural y tiene complicado salir porque tiene allí sus animales, pocos hablan otro idioma, no ven posibilidades económicas y se quedan en la violencia. Este es el lado negativo, pero el positivo es que son quienes producen alimentos, cuidan de los animales, de las personas mayores, hacen que el campo y el país se mantenga vivo, y eso tiene mucho valor. Las compañeras nos dicen que, en Ucrania, más o menos el 80 % de la alimentación llega de estas personas. Aun así, hay países con una riqueza natural y cultural inmensa, como Colombia o el Congo, cuyo campesinado ya no puede producir alimentos porque el nivel de violencia es tan alto y lleva tantos años que ha migrado a las ciudades, donde por lo menos no los asesinan. Esas situaciones de guerra en el mundo rural ponen en peligro la soberanía alimentaria; lo vemos en los informes de la FAO: los países donde hay hambre son los países en guerra. Otro caso muy relacionado y en aumento es la caída del estado sin que haya una guerra oficial entre dos bandos, donde los grupos violentos, el narcotráfico, las mafias… ocupan ese espacio. Se ve en países como Salvador, Haití o Guatemala, donde en particular son las mujeres las que más sufren.
En julio, LVC difundió el Llamado a un movimiento global por la paz y la solidaridad, contra todas las guerras, a propósito de la guerra en Ucrania. ¿Qué posicionamiento adopta LVC frente a estos fenómenos?
Desde sus inicios, LVC tiene una posición pacifista y se esfuerza por evitar reducirlo todo a «buenos y malos». No es una actitud fácil, pero permite no caer en trampas. Sobre todo, hay que solidarizarse y tener en cuenta la situación de la población, no solo de los poderosos. Queremos dar protagonismo a las poblaciones rurales para salir de los conflictos y un buen ejemplo es el de Colombia, donde participamos en el proceso de paz junto al campesinado, que fue víctima de la guerra y la criminalización, pero también es un actor de la paz.
La declaración publicada en julio a cuenta de la paz no ha tenido un gran eco, creo que las condiciones para que se entienda no se dan, por tanto, es importante trabajarlas. Necesitamos una cultura para la paz, para no caer en la violencia por acaparar lo poco que nos quede. En esto, la lucha de las mujeres y el feminismo es superimportante y en LVC cada vez somos más mujeres con puestos de responsabilidad. No veremos los frutos inmediatamente, pero esto es normal en la vida campesina: ponemos una semilla y tiene que pasar tiempo para que crezca.
Además de las guerras, tenemos por delante una situación global muy complicada. ¿Cuál es tu lectura?
Tenemos inmensos cambios por delante y no es fácil predecir el futuro. Hasta ahora, en la historia hemos tenido dos momentos clave, el inicio de la agricultura hace 10.000 años y la revolución industrial hace 200 años, que cambió cómo nos relacionamos con el medio ambiente y permitió un nivel de producción inimaginable anteriormente; muchas comodidades para una parte del mundo y muchas desigualdades para otra. Ahora estamos en un momento en el que eso —queramos o no— se va a acabar debido al cambio climático y a la baja producción de energías fósiles.
Solo con propuestas concretas de mejora de vida en el medio rural podremos luchar contra la extrema derecha.
¿No deberían los movimientos sociales europeos responder de forma más contundente contra la guerra, el capitalismo y el cambio climático?
No es extraño que los movimientos sociales no reaccionen, porque es una situación de gran cambio y de mucha confusión para mucha gente. Además, ¿qué movimientos sociales tenemos? Los más grandes son los movimientos obreros, que nacieron en el siglo xix para compartir mejor los beneficios de la revolución industrial, y creo que la mayoría no ha superado eso, porque parece difícil cambiar las formas de producción para adaptarse a una nueva realidad. ¿Pasa lo mismo con los movimientos campesinos? No totalmente, porque el campesinado sí tenemos la capacidad de cambiar y seguir produciendo de manera agroecológica, superando los marcos de la civilización industrial basada en los combustibles fósiles. Por eso, considero que en nuestra época los movimientos campesinos tienen un protagonismo particular.
Pero para compartir lo poco que podemos producir sin la magia del petróleo necesitamos un alto nivel de igualdad social. Necesitamos construir un movimiento social fuerte a nivel mundial que asegure un reparto de la riqueza mucho más igualitario y que impida que los imperialistas nos arrastren a guerras destructivas para los pueblos.
Desde aquí observamos con mucho interés que la Confédération Paysanne colabore con Extinction Rebellion en el movimiento Les soulevéments de la terre. ¿Qué diferencias encuentras entre el campesinado de Francia y de España?
No es tan diferente, es una situación en la que los pequeños y medianos campesinos lo tienen muy difícil y se generan muchas tensiones dentro de las organizaciones. Hace falta más radicalidad y a eso responde Les soulevéments de la terre. Pero se actúa con cuidado, porque sabemos muy bien que cuando los miembros de nuestra organización sufren, no podemos no responder. En la Confédération Paysanne muchos miembros trabajan con modelos semiindustriales, por ejemplo, yo misma, que sin tractor no sabría cómo hacerlo. En Europa del oeste la industrialización ha ido muy lejos y ha generado una dependencia muy alta que no se puede cortar de un día para otro. ¿Cómo se hace el cambio?, ¿qué se hace con los precios?, ¿cómo se consiguen ingresos dignos? Lo que pedimos son políticas que hagan posible la transición desde un punto de vista ambiental y social. La idea no es que haya menos agricultores. ¡Al revés, es que haya muchos más! Queremos salvar a quienes están y sumar más gente. La idea no es que los agricultores que son prisioneros del sistema industrial ya no sirven. Necesitamos a todos los agricultores y las agricultoras, ¡y muchas más! Y para eso necesitamos políticas de acompañamiento hacia una transición.
¿Cómo abordamos esta transición en el campo en sociedades donde la extrema derecha ha ganado tanto terreno?
Creo que la izquierda tiene una responsabilidad en esta situación porque pone muy poca atención en el mundo rural. Cuando la gente del campo no recibe respuesta de la mayoría de los partidos políticos ni de los movimientos sociales, la extrema derecha lo tiene muy fácil: van allá y dicen que entienden el sufrimiento y que todo es culpa de los migrantes. A los ingresos bajos se suma la falta de servicios públicos, hospitales, agencias postales, escuelas con pocos profesores… Todo esto hace la vida supercomplicada. Lo que queremos con la soberanía alimentaria es que ser campesino sea atractivo, con ingresos dignos y servicios públicos. Solo con propuestas concretas de mejora de vida en el medio rural podremos luchar contra la extrema derecha.
España es de los países en los que la industrialización de la agricultura ha llegado más lejos, por tanto, la transición va a ser muy difícil.
¿Cómo se lucha contra la extrema derecha desde las organizaciones agrarias?
Yo tengo mucha consideración por el trabajo que hace la COAG en este sentido. En Francia no tenemos la ley de cadena alimentaria y queremos seguir sus pasos. También explicaron muy bien lo que pasó en la manifestación del pasado marzo en Madrid: había una parte de sus bases que quería ir a esa manifestación porque sentía esa falta de reconocimiento, esas dificultades. Ante esa situación, que la organización decida desde arriba no ir es lo peor que puede ocurrir. Hay que acompañar esa rabia y transformarla en algo positivo, como pedir ingresos y servicios dignos sin dejar que la extrema derecha se apropie de esas reivindicaciones; y también interpelar a otros partidos políticos para que actúen y no dejen el espacio a la extrema derecha. Es difícil, pero solo diciendo que se está en contra de la extrema derecha no se lucha contra la extrema derecha. Se lucha entendiendo los problemas de la gente y tratándolos.
Este tema lo vivo en lo personal porque mis vecinos, cuando llegué, eran votantes de extrema derecha. Podría haberme cerrado a ellos, pero decidí conocerlos. En la vida diaria son buenos vecinos, ayudan con los animales. El hecho de no juzgarlos e ir poco a poco integrándonos, conviviendo con visitas a casa de amigas lesbianas o amigos migrantes… les ha hecho cambiar.
Durante estos años se aprecia claramente una evolución del discurso de LVC. Inicialmente, se centraba en la soberanía alimentaria y la lucha contra la globalización; después incorpora la agroecología, los feminismos y la diversidad sexual. Ahora se habla abiertamente de la reconexión con la naturaleza. ¿Puedes explicar esta evolución en la mirada? ¿Hacia dónde va?
Desde el inicio, LVC junta a movimientos de ideología marxista con movimientos de base teórica indigenista y posteriormente feministas. Estas corrientes se retroalimentan y es muy fructífero. El equilibrio no siempre es fácil, pero cuando yo la descubrí, hace más de 20 años, fue lo que me entusiasmó y enamoró. No había encontrado movimientos con esa doble identidad. Lo que es más reciente es empezar a pensar en profundidad los efectos de la tecnología, un debate que ya estaba presente desde la lucha contra los transgénicos. Hemos superado esa idea de que «la tecnología, si está en buenas manos, está bien». La tecnología no es neutral, tiene sus propios mecanismos y cada vez tenemos una visión más crítica porque en el futuro transhumanista no hay espacio para los campesinos. Esta idea transhumanista del futuro está muy ligada al capitalismo, pero también podría darse en lugares con poderes autoritarios no capitalistas. En Francia se ha creado una escuela privada con el dinero de las GAFAM[1] para formar a ingenieros que no vayan nunca a la finca y trabajen con drones. Nuestro proyecto es el contrario: necesitamos muchos más campesinos que mantengan vínculos con todos los seres vivos, en línea con las cosmovisiones indígenas.
¿Cómo se concretarían en Europa las propuestas de la LVC en un momento como este?
Lo que tenemos claro es que el campesinado es el plan de contingencia. Durante la pandemia fuimos las campesinas quienes alimentamos a la gente y lo hicimos apenas sin ayuda, porque todo el apoyo se les dio a las multinacionales. Yo lo viví directamente, pero en Europa del Este se vio mucho más. España es de los países en los que la industrialización de la agricultura ha llegado más lejos, por tanto, la transición va a ser muy difícil, y más con el añadido de los efectos del cambio climático. Los pequeños y medianos agricultores van a necesitar mucha ayuda de la sociedad. En Italia, por ejemplo, no hay mucho apoyo gubernamental, pero existen redes locales. No es suficiente, pero ya es algo. En Francia estamos en una situación intermedia y en la pandemia se pudo ver el nivel de autoorganización local; por ejemplo, se prepararon cajas de alimentos para quienes más lo necesitaban. Hay quienes me llaman catastrofista, no obstante nuestro mundo va a cambiar mucho. No es fácil aceptarlo en las organizaciones; pero, si no lo aceptamos, no va a haber ningún plan de contingencia.
En cuestión de crisis, ¿qué podemos aprender de cómo se organizó la sociedad en otros momentos de la historia?
Esto es muy interesante y en Europa podemos aprender de la II Guerra Mundial y la desintegración de la URSS. ¿Qué hizo la gente? Cultivó patatas. Una parte importante de la población de las ciudades se fue al campo, las casas de los pueblos se llenaron y se organizaron para cultivar. En Grecia, en 2008, fue así también. En Argentina y Venezuela es un poco lo mismo. Aumentan las economías informales, pero todo sucede alrededor del campesinado ¿Cómo podemos prepararnos mejor para todo esto? No tengo la respuesta, pero creo que la mejor manera de prepararse para el futuro es construir un sentimiento de solidaridad y no de miedo; abrirse a acoger personas, porque es muy positivo. Yo sola sin mi tractor no puedo ocuparme de mi finca, vamos a necesitar mucha más gente en el campo para producir alimentos, es la única manera. Y no es necesariamente una mala noticia, pero sí necesitamos una actitud de apertura para construir nuevas relaciones en el medio rural. La declaración publicada a raíz de la guerra en Europa es una manera de empezar a prepararse: hay que construir esas relaciones y movimientos para la paz.
[1] Google, Apple, Facebook/Meta, Amazon y Microsoft.
Campesinado y proceso de paz en Colombia
Todas las propuestas que, desde siempre, ha hecho el campesinado en Colombia, han sido para contribuir al proceso de paz. En el diálogo con la insurgencia, previo a la redacción del acuerdo, participamos en los foros y aportamos a los diferentes ejes: la reforma rural integral, la participación política, la Justicia Especial de Paz, el proceso de sustitución de cultivos ilícitos, el tema de las víctimas, el acompañamiento internacional… Mantenemos la idea fundamental de que la paz no es posible sin justicia social. Cuando en FENSUAGRO comenzamos con el Instituto Agroecológico Latinoamericano-IALA María Cano, en 2012, siempre planteamos que el territorio tiene que defenderse desde el territorio y esta universidad campesina fue en sí misma una propuesta de paz. En la historia de nuestro movimiento destacan tres hitos. El primero en 2003, con el Congreso nacional agrario «Por la soberanía alimentaria y el derecho a la tierra», donde participaron tanto el campesinado, como indígenas y comunidades negras. Allí obtuvimos el primer mandato agrario que hoy sigue vigente. El segundo hito es el paro masivo de 2013, que concluyó con la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, reconocida por el gobierno como actor en la definición de la política pública para el agro colombiano. Actualmente, nuestras propuestas están más vigentes que nunca. Y recientemente conseguimos la sentencia STP 2028 de 2018, donde se reconoce y conceptualiza el valor del campesinado más allá de lo productivo, en lo cultural, organizativo, social, político... Hemos contribuido al proceso de paz en muchos aspectos .
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