Mario López-Martínez

Malaerba 1

Calle bloqueada en El Alto (Bolivia) por las movilizaciones de la Guerra del Gas en 2003. Foto: © Dado Galdieri CC BY-NC-SA 2.0

La noviolencia sigue bastante estigmatizada. Incluso en muchos lugares se escribe aún como ‘no violencia’, como si solo significase la crítica, el rechazo, la deslegitimación o la negación a usar la violencia. Y noviolencia es mucho más que objetar la violencia. Se ha dicho de ella que es reformista, consentidora, utópica, impotente, pasiva, ingenua, ineficaz e, incluso, impracticable. Han sido juicios demasiados precipitados y, algunos, incluso malintencionados. También se identifica con un conjunto de técnicas, métodos y formas de intervención en conflictos; ciertamente puede ser esto, pero, aun así, es mucho más.

 

 

En un mundo tan complejo e interrelacionado como el que nos ha tocado vivir, la ciudadanía ha de saber manejar, gestionar y transformar los conflictos (componente sustantivo de vivir y de cómo vivir en sociedad) porque forman parte de la vida comunitaria. También se descubre que, cuando intervenimos en ellos, de algún modo hemos de elegir la manera (medios) en que lo hacemos y, al pensarlo detenidamente, nos hemos de dar cuenta de que solo somos decisores de los medios a elegir, pero difícilmente somos los dueños de los fines que pretendemos alcanzar. Podemos tener certeza en la elección de los medios, pero no tenemos seguridad plena de alcanzar nuestros objetivos.

De esta manera, los medios nos definen, nos sitúan en un plano ético-político y dicen mucho de cómo somos y de cómo tratamos a los demás. Puesto que estamos en sociedades con múltiples reglas y normas, estas afectan a nuestras elecciones y decisiones. Y las instituciones, estructuras y procesos en los que nos vemos envueltos están repletos de medios que podemos ignorar o aprovechar. En los conflictos, conocer el listado de medios a nuestra disposición y saber de su naturaleza nos puede ayudar a conseguir nuestros fines. Veamos.

Vida y conflicto

En nuestras sociedades existen los medios del Estado de derecho. Una de sus características es que están muy reglados, normativizados e institucionalizados. Son un sistema de garantías que nos conducen a resolver los conflictos por la vía judicial y administrativa. Sin embargo, son complejos, son para expertos. Cuando funcionan, nos ofrecen una sensación de seguridad, de vivir protegidos; pero, cuando no, nos sentimos muy desvalidos. Y son tan profesionalizados que, en muchas ocasiones, no entendemos bien sus procedimientos.

También tenemos, ante los conflictos, los métodos político-democráticos. Usados para hacernos más llevadera la vida política y comunitaria. Con sistemas de elecciones, partidos, sindicatos, asociaciones, formas de cabildeo, etc., que pretenden ayudar a que se resuelvan litigios mediante el debate, la votación y el acuerdo. Cuando funcionan, nos sentimos copartícipes de las tomas de decisiones; pero, cuando no, los vemos como un lugar lejano para que medren y se beneficien unos pocos.

 
   La noviolencia quiere ser provocadora, disruptiva y desafiante, para hacer visibles conflictos latentes y poner sobre el escenario las injusticias ocultas o silenciadas.   
 

Asimismo, están los métodos alternativos de conflictos. Son complementarios de los dos anteriores, nos evitan tener que ir a los tribunales y pueden resultar más veloces y económicos para resolver problemas. La mediación es vehículo que comunica a partes distanciadas; la conciliación salva conflictos de suma-cero; el arbitraje permite ofrecer una solución vinculante; la negociación equilibra la gran distancia entre litigantes. Cuando funcionan, todos ganan y la sensación es haber llegado a un compromiso.

No podemos olvidar los métodos violentos. Son o pueden ser brutales, crueles, inhumanos, degradantes y generan daños físicos y psicológicos. Existen. Producen pérdidas, consecuencias emocionales, fuerte desgaste y catapultan las pasiones de manera desmedida. No obstante, muchos actores los usan tanto para mantener un orden como para alterarlo. Dan la sensación de que pueden desatascar un conflicto e, incluso, solucionarlo por la vía de imponerse una parte a la otra. Sin embargo, también sabemos que tienen muchísimas contraindicaciones y consecuencias no queridas. Son los medios que más difícilmente podemos controlar, puesto que no se ajustan a los principios de falibilidad o de reversibilidad. Quien emplea la violencia se cree en la verdad y muchos de los daños que causa no se pueden restituir.

Y, finalmente, están los métodos noviolentos, aquellos que pretenden humanizar las relaciones entre los litigantes, mantienen la mano tendida y respetan la diferencia con el adversario. Importante: son los métodos más habituales usados por la gente corriente, por los movimientos sociales, por las ONG, por múltiples asociaciones de la sociedad civil que lucha por sus derechos, contra las injusticias o para proteger una vida mejor. Están poco o nada normativizados, se adaptan a las circunstancias y suelen ser muy creativos. Pero van más allá de los métodos anteriores, pues quieren ser provocadores, disruptivos, desafiantes para hacer visibles conflictos latentes y poner sobre el escenario las injusticias ocultas o silenciadas . Siguiendo la clasificación de Gene Sharp comienzan con la persuasión, la concienciación y la protesta (marchas, peticiones, asambleas, vigilias, recogida de firmas…), luego avanzan hacia formas de no-cooperación política, social y económica (boicots, huelgas, obstrucciones, desobediencia social…) y, cuando los conflictos se agudizan, llegan a la acción directa (huelga de hambre, hostigamiento, contrajuicios, desobediencia civil, instituciones paralelas…). En este punto no son solo métodos de intervención en conflictos, sino que llegan a proponer otra manera de vivir en el mundo y de cosmovisión de la vida.

El descubrimiento de la noviolencia como fuerza política irrumpe en el curso habitual de la historia contemporánea, tanto para los gobiernos, como para los movimientos civiles y sociales al manifestar por primera vez, de manera paradigmática y universalmente creíble, que existen formas de cuidado, respeto y preservación en la vida pública aun en los conflictos más lacerantes. Antes de Gandhi, tal camino se ha considerado ausente de la historia colectiva —aunque no es cierto—; pero, con él y después de él, no es posible negar esa realidad; quienes se apoyen en la ‘realpolitik’ y su violencia deben al menos lidiar con la incómoda necesidad de desacreditar la política de la noviolencia, ya que esa forma de deber moral se ha concretado en un punto de la historia mundial que está en una fase expansiva.

Ciertamente, algunos movimientos ciudadanos y sociales todavía no han interiorizado el principio de la noviolencia, a pesar de que actúan, presionan y protestan practicándolo. Las ciencias sociales, en general, no han ayudado mucho a mostrar la credibilidad de la noviolencia (no solo en términos de eficacia política) de acuerdo con patrones críticos con las muchas formas de violencia. Hay que desvelar que vivir bajo la sombría ley de la violencia, aunque muchas veces se le nombre con formas menos desagradables (defensa, seguridad, justicia, guerra justa, mercado global, guerras humanitarias, lucha contra el terrorismo, etc.), significa perderse un mundo amplio de formas y soluciones creativas de entendernos y vivir sin perder la dignidad, buscando la justicia y eligiendo la fuerza de la vida.


 
Malaerba Alba

Escuelas de alfabetización del Movimiento Sin Tierra (MST), Brasil. Foto: Leonardo Milano/Mídia Ninja CC BY-NC-SA 2.0

Malaerba Ferran

Marcha Mundial de Mujeres de São Paulo en 2013. Foto: © Rafael Stedile: CC BY-NC-SA 2.0

 

La noviolencia, mucho más que una palanca de movilización

La crisis financiera y económica de 2010, la pandemia de 2020 y la guerra en Ucrania de 2022 han podido aturdir a muchos movimientos sociales, pero no noquearlos. De hecho, los últimos estudios[1] señalan que, entre 2006 y 2020, ha habido más de 3.000 levantamientos ciudadanos en 101 países. La primera conclusión es que los ciudadanos del mundo están cada día más movilizados. Y, además, en los últimos 15 años ha habido más de medio centenar de manifestaciones con más de un millón de personas cada una, con demandas razonables, más democracia, menos corrupción y más respeto a los derechos humanos. Y lo han hecho con métodos noviolentos. En este primer balance, el 42 % de esas movilizaciones ha obtenido algún logro significativo usando mayoritariamente los métodos de Gandhi, Martin Luther King Jr. o Petra Kelly, puesto que solo se han señalado formas de violencia, vandalismo o saqueo en el 18 % de los casos. Así, de manera aparente, no vemos conexión entre una huelga de transporte por la carestía de los combustibles fósiles, la ocupación de tierras en Brasil por el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, las movilizaciones feministas del #MeToo en medio mundo, el activismo juvenil en los Fridays for Future o los movimientos estudiantiles en Chile, México y Colombia. Es cierto, es complicado hilvanar fino para reconocer que son fuerzas que ponen en contradicción la marcha de la globalización neoliberal, la supervivencia del sistema patriarcal de dominación y la incapacidad de los estados para resolver problemas que van más allá de sus soberanías. En este sentido, la noviolencia puede verse como una palanca que permite mover a los movimientos sociales, pero en realidad es mucho más, puesto que tras esa palabra se encierran múltiples experiencias alternativas de vivir y criticar la civilización capitalista.

Otra manera de ver ese activismo de las últimas décadas es la dimensión sistemática, estratégica y de masas de la resistencia civil, por ejemplo, en un período mucho más amplio. Así pues, las campañas de resistencia civil estratégica permiten análisis teóricos, pero, también, aplicaciones prácticas y lecciones de gran interés sobre cómo es la movilización colectiva en procesos de globalización. Por ejemplo, nos está permitiendo cambiar el sentido de las revoluciones y los cambios profundos, ya no sujetos a reclamar justicia con el cañón de un fusil, sino con métodos no armados. Hablamos de formas de rebeldía aplicadas a situaciones de injusticia de amplio espectro, desde la contención de grandes proyectos extractivos de empresas transnacionales, pasando por situaciones de discriminación racial, religiosa y de género, así como luchas por la tierra y la preservación de áreas naturales, hasta desafíos a regímenes dictatoriales o fraudes electorales, y no pocas movilizaciones contra políticas neoliberales o procesos de globalización que trastocan el mantenimiento de una «economía moral» en muchas comunidades que sienten sus formas de vida amenazadas.

Y, en el terreno práctico, estas formas de resistencia civil constituyen un reto estratégico y logístico para las acciones y los repertorios de acción colectiva noviolenta. Implican un ejercicio del poder que combina un conocimiento de los métodos, las situaciones y las dinámicas para romper las asimetrías de poder entre los resistentes y sus oponentes, entre los que se encuentra la maquinaria de muchos Estados. Han de manejar factores y variables muy diversos en los que las poblaciones aprenden a manejar el miedo, perseverar frente a múltiples obstáculos, practicar la resiliencia para encarar las adversidades o desafiar la represión. Mientras se movilizan, aprenden y generan tejido social y espacios de confianza, y socializan experiencias.

 

La violencia institucional

La violencia popular está en retroceso, aunque, paradójicamente, la violencia institucional está desbocada, con un gasto mundial de seguridad y defensa, en el año en curso, de dos billones de dólares, el más alto de la historia de la humanidad. En este sentido, no podemos olvidar que la noviolencia ha vehiculado las muchas protestas pacifistas que, históricamente, se han expresado contra el militarismo, el belicismo y el armamentismo (singularmente las armas de destrucción masiva). La guerra es un gran negocio, pero no para las clases populares. Las armas resuelven conflictos, pero a favor de los poderosos para seguir defendiendo sus privilegios.

 

Transformar las relaciones de dominación

Pero, tal y como hemos dicho más arriba, la noviolencia es mucho más que métodos, es decir, es mucho más que protestar. La noviolencia es proponer. Apela a la dimensión moral de los seres humanos. Es el arte de no dejarse deshumanizar. Pretende transformar las relaciones de dominación y de dependencia por otras de solidaridad, ayuda mutua, autogestión e interdependencia.  La idea es crear instituciones, estructuras, procesos de socialización y educación que liberen a los seres humanos de la sumisión y la cosificación. Evidentemente, y en términos económicos, apuesta por maximizar las satisfacciones humanas por medio de un modelo óptimo de consumo que tiende hacia la «simplicidad voluntaria», al contrario que el capitalismo, que persigue optimizar los beneficios sin importarle el consumo desmedido, el gasto energético y la obsolescencia material. Como dijera Gandhi, la noviolencia propone un programa constructivo basado en la autosuficiencia, la economía de lo cercano, producir para el bienestar de todos, especialmente de los más vulnerables y necesitados. La noviolencia apuesta por múltiples formas de consumo justo, cooperación entre productores y consumidores, la extensión de prácticas social-comunitarias y la valorización de la ayuda mutua no mediada por el dinero.

 
   La noviolencia pretende transformar las relaciones de dominación y de dependencia por otras de solidaridad, ayuda mutua, autogestión e interdependencia.   
 

En el pasado, en ese gran laboratorio de experiencias que es la historia, hemos podido comprobar cómo eran los sistemas de producción artesanal, familiar e indígena, y las formas de control de la producción por los propios trabajadores, las redes de solidaridad comunitaria o las formas locales de producción. Y seguimos comprobando cómo, actualmente, las personas se las arreglan para seguir manteniendo espacios de libertad y de decisión fuera de las fuerzas y las relaciones de producción capitalista. De manera que formas de trueque, intercambio del tiempo, permacultura, decrecimiento, economía de comunión, formas de agricultura no capitalista, consumo responsable, tiendas de comercio justo, medicinas alternativas, fármacos naturales, sistemas monetarios locales, defensa de territorios de alto valor ecológico, cooperativas de distribución y consumo, y un largo etcétera, pueden acabar siendo un nicho que nos dé seguridad y cobijo no solo frente a un mundo despiadado, sino que sean las semillas de otra manera de vivir sobre la tierra.


Mario López-Martínez

Catedrático de Historia contemporánea e irenólogo del Instituto de la paz y los conflictos (Universidad de Granada)


[1] Ortiz, I., Burke, S., Berrada, M. and Cortes, H. 2022. World Protests: A Study of Key Protest Issues in the 21st Century. New York: Palgrave MacMillan, IPD Columbia University, Friedrich-Ebert-Stiftung. https://worldprotests.org

 

  PARA SABER MÁS

Castañar Pérez, Jesús (2013). Teoría e historia de la revolución noviolenta. Barcelona, Ed. Virus. Disponible en PDF

Chenoweth, Erica y Stephan, María (2008). «¿Por qué la resistencia civil funciona?», en International Security, Vol. 33, No. 1, pp. 7-44 Disponible en PDF

López Martínez, Mario (2012). Noviolencia. Teoría, acción política y experiencias. Granada, Educatori. Disponible en PDF

López Martínez, Mario (2012). Ni paz ni guerra, sino todo lo contrario. Granada, Educatori. Disponible en PDF

Martin, Brian (2001). Technology for nonviolent struggle, Londres, War Resisters' International. Disponible en PDF

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