Acción del MST en Minas Gerais. Foto: Brasil de Fato CC BY-NC-SA 2.0
El libro de Andreas Malm Cómo dinamitar un oleoducto (Errata Naturae, 2022) interpela a los movimientos ecologistas por los pobres resultados de sus tácticas frente a la crisis climática. La metáfora (o no metáfora) del título es contundente: acabar con el origen del problema. Debido a su magnitud y a la complicidad de la clase política con sus causas, para el autor, por responsabilidad, ha llegado el momento de elevar el tono de las movilizaciones. Pero, ¿qué significa eso? ¿Dónde está la línea roja? ¿Hay una estrategia acertada?
La crisis climática hace mucho tiempo que afecta al campesinado, aunque de forma desigual según el lugar que se habite. A las dificultades para vivir de la tierra que impuso la colonización, la economía capitalista y el libre mercado, se han sumado las sequías, las inundaciones, los episodios atmosféricos inesperados, como altas o bajas temperaturas, que provocan alteraciones en los ciclos naturales de pastos y cultivos o nuevas plagas. Por otro lado, en pocas décadas los sistemas de producción campesina, milenarios, han sido desplazados por la producción industrial de alimentos, dependiente de insumos y de combustibles fósiles. Un sistema alimentario salvajemente ineficiente, frágil y generador de múltiples violencias sobre la vida; un modelo que, acechado de incertidumbres respecto a la provisión de energía y su precio, se encuentra en una grave crisis. Los impactos de esta situación llegan a todos los ámbitos y nos alcanzan más directamente que nunca. Numerosos proyectos que abastecen las redes agroecológicas y locales, esas iniciativas en resistencia que han sido referentes, se encuentran con muchas dificultades para continuar.
¿Qué hacemos frente a la que está cayendo?, se pregunta Rosa Binimelis en su artículo. ¿Cómo hacemos posible una agroecología popular y establecemos vínculos entre diferentes luchas? En Francia, la Confédération Paysanne participa en acciones directas contra la agroindustria junto a activistas sociales y climáticos. Aquí, que el sector primario se sumara abiertamente a los movimientos que defienden el territorio contra megaproyectos energéticos, mineros y especulativos supondría elevar el tono de las movilizaciones y generar alianzas imprescindibles. Alianzas que van más allá de luchas puntuales, van de entender cómo de fundamental es cuidar la tierra y el trabajo campesino. En Navarra esto ya está sucediendo, se explica en estas páginas, pero hemos lanzado la pregunta sobre cómo nos movilizamos por la soberanía alimentaria también a personas de otros territorios, especialmente a quienes trabajan en el sector. ¿Es posible pensar en huelgas y bloqueos como los que mantuvieron durante un año cientos de miles de familias campesinas en la India, a las que se sumó gran parte de la sociedad civil? ¿Cómo se consigue luchar contra el capitalismo agroalimentario en un estado con un 4 % de población agraria activa?
En un momento como este, es inevitable mirar con esperanza a La Vía Campesina, uno de los únicos movimientos globales que han hecho frente al sistema capitalista. Morgan Ody, su nueva coordinadora, habla a partir de su experiencia de vida y activismo en el campo francés, un contexto cercano al nuestro en el que también encontramos el auge de la extrema derecha y de las actitudes de odio. Para ella, la mejor manera de prepararse para el futuro es construir un sentimiento de solidaridad y no de miedo, solo así se podrá avanzar hacia un futuro de autoorganización, apoyo mutuo, autonomía y buen vivir.
Entonces, es hora de responder a las violencias contra la vida. Cómo nos organicemos tendrá que decidirse en cada lugar y según su realidad; los métodos de la noviolencia nos ofrecen posibilidades infinitas para conseguir resultados. No puede seguir pavimentándose la tierra fértil y contaminándose el agua; no pueden seguir perdiéndose los saberes fundamentales que nos vinculan al territorio. Nuestro plan de contingencia es el campesinado.