Soportes de difusión de acciones y campañas del movimiento Les Soulèvements de la terre en Francia
¿Cómo nos movilizamos por la soberanía alimentaria? ¿Qué aspectos habría que trabajar de forma prioritaria? ¿Qué factores bloquearían? Trasladamos estas preguntas a personas estrechamente vinculadas al campo y a la vida rural de diferentes territorios. Varias piezas con las que construir un todo.
El agua, elemento de movilización
Extremadura es una comunidad más rural que agrícola. La desagrarización de la economía y la sociedad se refleja, por ejemplo, en la reducción del número de personas que perciben ayudas de la PAC: de 77.553 en 2003 a 43.000 en 2022. O en el número de explotaciones, que ha caído de 110.891 en el año 2000 a 65.275 en 2020.
Hago esta salvedad para diferenciar entre movilizaciones del medio rural y movilizaciones del sector primario. Pero aun con sus diferencias, creo que en ambos casos el elemento desencadenante de grandes movilizaciones es el mismo: el sentimiento de amenaza a tu forma de vida.
Es en ese momento cuando el colectivo se pone en marcha para defender sus intereses y, en Extremadura, tenemos una buena lista de casos: la Central Nuclear de Valdecaballeros o la refinería de Tierra de Barros hace ya unos años o, en la actualidad, la mina de litio en Cáceres o el macrovertedero en Salvatierra de los Barros. Son exitosos ejemplos de movilización popular en el medio rural que evitaron entonces y están consiguiendo parar ahora, proyectos que amenazan la forma de vida de la población del entorno. Todos ellos relacionados con cuestiones de contaminación de la tierra, el aire o el agua.
La falta de agua va a ser uno de los elementos generadores de movilización (junto a la escasez y el encarecimiento de la energía y los alimentos) en el medio rural en general y en el sector primario en particular. Es más, puede llegar a ser un factor de enfrentamiento entre ambas partes e incluso entre pequeñas-medianas producciones y grandes aguatenientes si no se lleva una gestión hídrica adecuada y se democratiza el acceso a este bien de primera necesidad.
Se dan, al menos, dos situaciones incompatibles entre sí. Al mismo tiempo que la Junta de Extremadura continúa desarrollando nuevos proyectos de regadío para aumentar la superficie regable, este año ha disminuido la superficie regada por falta de agua. El continuo aumento de la demanda de agua para el regadío, así como para la generación de energía hidroeléctrica, choca con unas reservas que se reducen un 4-5 % cada año a la vez que aumenta la población afectada por restricciones y una previsión a la baja de las precipitaciones anuales, que serán cada vez más irregulares.
Es fundamental que la población conozca lo que está ocurriendo para poder tomar decisiones colectivas. Tenemos que ocupar todos los espacios para informar y poner cordura antes de que el ruido lo emborrone todo.
Eugenio Romero Borrallo
Productor e investigador agroecológico en Extremadura
Mirar atrás con una visión de hoy
Como humanidad, nos encontramos en un momento crucial. Estamos sintiendo la fuerza de las condiciones climáticas extremas, la pandemia de covid-19, los conflictos bélicos, el aumento de precios de combustibles, materias primas, alimentos… Esto es una constatación de que el sistema neoliberal y la agricultura industrial han fracasado. Porque, aunque cada vez se produce más comida, cada año hay más personas que se mueren de hambre, más personas con problemas alimentarios y más desperdicio de alimentos.
La alimentación es un derecho, recogido en la Declaración de Derechos Humanos. Por lo tanto, en primer lugar, debemos exigir que se deje de especular con ella. Necesitamos gobiernos que limiten el poder de las grandes empresas, para garantizar que las personas vivamos dignamente.
Tenemos que resituarnos y poner la vida en el centro. Y, para ello, hay que mirar atrás, ver cómo durante siglos la humanidad ha sido capaz de mantener la vida y al planeta, pero con una visión de hoy. Debemos tomar conciencia de que nuestros hábitos deben cambiar, como parte consumidora y como parte productora. Hemos sido cómplices y víctimas del sistema neoliberal y ahora tenemos que volver a tejer la red que nos sostenía.
Como parte consumidora, debemos dejar atrás el consumismo para realizar un consumo consciente: conocer qué comemos, de dónde procede y en qué condiciones se ha producido para que eso mejore. Como parte productora, demandamos facilidades para la transición a modelos más sostenibles, para seguir produciendo alimentos en el medio rural, con servicios públicos dignos, para proteger nuestros recursos y el derecho a decidir qué, cómo y en qué condiciones producimos. En definitiva, con soberanía alimentaria y justicia social. Y este modelo solo es posible con la producción familiar, con hombres y mujeres dando vida y alimento desde los pueblos.
Ángeles Santos
Ganadera e integrante de la ejecutiva nacional de COAG
Una suma de estrategias
La primera cuestión que me viene a la mente al pensar en una movilización rural hacia la agroecología es la gran complejidad y la multitud de aristas que podemos encontrar. Tengo el convencimiento de que no consiste en buscar una estrategia sencilla, es más una suma de varias, que implica diferentes ámbitos y niveles. Creo que no deberíamos priorizar una estrategia ni desdeñar otras, aunque no las compartamos en su totalidad. Tan crucial es el papel de quienes cuidan de las semillas tradicionales en sus huertos, como el de quienes presionan en despachos y parlamentos para que las instituciones no permitan su privatización.
En todos estos ámbitos, encontramos compañeras y compañeros que nos muestran que es posible cuidar de la tierra y de nuestros cuerpos, recuperar variedades y razas locales, asegurar relevo e incorporarse con éxito a la actividad agraria. También hay personas que acompañan de alguna manera a quienes lo hacen. Contamos con quienes enfocan sus investigaciones poniendo al campesinado a su lado, y no dentro de una placa de Petri, o quienes trabajan por una transferencia de los saberes más horizontal y humana. Tenemos ejemplos de quienes tragan carros y carretas cuando se sientan a negociar una nueva ley para que camine hacia objetivos compartidos.
Me parece crucial, entonces, visibilizar todas estas iniciativas, comprender su interdependencia, para que sumen entre sí y sumen a más gente. También necesitamos huir de enfrentamientos equivocados, lastres que puedan generarse por diferencias de velocidad, ámbitos de trabajo o estrategia.
Caminar hacia la soberanía alimentaria comprende inexorablemente un cambio sistémico. Significa cambiar el enfoque agrario de producir mercancías para mercados a asegurar el derecho a una alimentación digna para las personas. Pero significa, ante todo, cambiar la manera de relacionarnos con el planeta y entre las personas. Tal vez nos viniera bien parar un momento nuestra tarea, mirar al lado y preguntar a quien tenemos allí: ¿cómo estás?, ¿qué necesitas?
Juan Clemente
Activista por la soberanía alimentaria en el País Valencià
Cómo organizar este cambio
Históricamente, los cambios se han producido desde las mayorías o desde entidades o sujetos de poder y en situaciones de crisis profundas, sistémicas. Actualmente, la población que se dedica a la agricultura en occidente está por debajo del 5 % (siendo generosos) y en algunos países muy por debajo de ese porcentaje. Si tenemos en cuenta que, de ese pequeño porcentaje de la población, una parte minoritaria está a favor de la agroecología, la población dispuesta a actuar como una palanca transformadora es claramente minoritaria. Así que, desde mi punto de vista, el cambio no vendrá por aquí. Siento ser pesimista en este aspecto.
En mi opinión, el cambio hacia la agroecología será debido a la crisis energética y de recursos, y catalizado por ella. Y lo será por el desmoronamiento de la agricultura convencional y de su modelo productivo, que se harán insostenibles por el aumento de precio de la energía y de los insumos, por lo que la única salida será la agroecología. Lo fundamental es cómo seremos capaces de organizar este cambio para que sea justo desde una perspectiva social. Ahí es donde el mundo rural debe jugar un papel importante.
Pienso que estamos en la antesala de un cambio de modelo económico y los grandes fondos y las grandes fortunas se están preparando para ello, adquiriendo grandes cantidades de tierra cultivable, que estarán en muy pocas manos. Esto debe encender nuestras alarmas y debe preocuparnos. El agua será el otro caballo de batalla. Es nuestro deber denunciarlo e intentar concienciar a la sociedad para que no volvamos, en un futuro, a sociedades de tipo feudal, con señores y siervos.
Miquel Coll
Presidente de l’Associació de Producció Agrària Ecològica de Mallorca (APAEMA)
Rescatar valores
Toda transformación hacia un cambio real requiere de procesos previos de concienciación sobre lo que queremos o necesitamos cambiar. Está claro que estamos ante una situación de continuas crisis existenciales: la climática, la sanitaria, la social y, en definitiva, la humana. Es precisamente la crisis humana generada por la falta de valores la que nos está desconectando de lo que verdaderamente somos, naturaleza, y la que nos impide valorar la importancia de lo que comemos, el lugar que habitamos o toda la sabiduría que nuestros mayores han ido depositando cuidadosamente, sobre todo en los entornos rurales.
Por tanto, es de vital importancia comenzar rescatando valores como el respeto, la humildad, la empatía y la honradez, que han sustentado territorios, comunidades, paisajes… Valores traídos e instaurados por personas comprometidas con lo que hoy conocemos como soberanía alimentaria. ¿Con qué mundo rural nos encontramos? Hemos de reconocer que los entornos naturales, que han sido los que han aportado identidad al lugar y a las personas a lo largo de la historia, se encuentran muy degradados; que su estilo de vida, con una economía local y sostenible, ha dado paso a uno más globalizado e insostenible. Todos estos factores han traído consigo la pérdida de su soberanía alimentaria.
En nuestro caso, este preocupante panorama nos hizo tomar conciencia de la importancia que supone cada pequeña acción, así que decidimos cambiar nuestras vidas si queríamos realmente dejar algo mejor a las generaciones venideras. Tenemos muy presente que el hecho de haber nacido ya nos hace tener un compromiso con la vida, en el más amplio sentido (con las personas, los animales, las plantas…, en definitiva, con la naturaleza) y por eso empezamos por el cuidado de la tierra, la que nos alimenta y sostiene. Teníamos que cultivar de manera respetuosa con el medio ambiente y que el cultivo fuera fuente de salud para las personas, que nuestros alimentos fueran democráticos, bajo ningún concepto productos de élite, sino accesibles a toda la población. Y todo ello bajo una mirada de respeto profundo a los saberes rurales, rescatándolos y dignificándolos.
Ahora bien, es necesario que se produzca una movilización rural, pero para ello la conciencia individual de las personas que la conforman tiene que estar necesariamente consolidada e integrada; pues, en caso contrario, todo movimiento está sujeto al fracaso y consecuentemente a no cumplir con sus objetivos. Después de todos estos años, a pesar de las dificultades que este estilo de vida (a contracorriente) trae consigo, seguimos convencidos de que tenemos que continuar en ello, pues creemos que no hay otro futuro posible.
Olga Durán
Campesina agroecológica del proyecto Viviendo en el Campo (Vejer de la Frontera, Cádiz)
Una movilización de toda la ciudadanía en torno a la comida
Un proceso transformador del sistema alimentario que tenemos hoy en día sería posible si toda la ciudadanía se uniera en torno a la comida, a esa necesidad básica que tenemos y que practicamos tres veces al día quienes podemos. Esta revolución debería tener como punta de lanza a las personas productoras y a quienes viven en el medio rural, por este orden, ya que son quienes nos alimentan y cuidan los agroecosistemas donde se producen los alimentos que llegan a nuestras mesas.
Para iniciar un proceso de estas características, sería prioritario acercar la figura de productores y consumidores, así como lo urbano y lo rural. Aunque percibo que estamos en un momento en que hay una cierta simpatía, quizás un poco romántica, hacia la gente de los pueblos y los agricultores, esta no se ha traducido en un apoyo directo de la vida en el campo. Canalizar esto en algo más transformador sería fundamental.
Por otra parte, me atrevería a decir que existen un par de asuntos que más pronto que tarde estallarán en el panorama político actual en forma de protestas, el precio de la gasolina y el de la cesta de la compra. Estas cuestiones pueden ser claves para iniciar un cambio de sistema. La agroecología debe ser parte importante de las soluciones y debemos ser capaces de acompañar el proceso sin ningún tipo de complejos y poniendo en lo alto de la mesa nuestros fundamentos. En este sentido, debemos actuar con acciones concretas en temas sencillos del día a día que se acerquen a la realidad que vivimos. Alejarnos de tecnicismos y estructuras, y basarnos en las pequeñas experiencias humildes y sencillas como la vida del campesinado. Como se dice en mi pueblo, «poquito y bien peinao».
Cristóbal González
Integrante del proyecto Extiércol (Cuevas del Becerro, Málaga)
Reclamar la tierra
¿Qué movilización necesitamos? Sin saber cómo responder a una pregunta tan importante, sí que sé qué es lo que no debemos hacer. En Huelva, por ejemplo, encontramos movilizaciones agrarias de organizaciones que dicen representar a la «agricultura familiar» y que exigen que se les resuelvan problemas como la subida del precio de los insumos para seguir trabajando en un modelo de monocultivos de exportación que es totalmente perjudicial para la tierra y para quienes la trabajan. Los discursos mayoritarios siguen insistiendo en que la economía que generan, en nuestro caso los frutos rojos, equivale a progreso, puestos de trabajo, futuro… cuando esto, como estamos viendo, es falso. Además, ¡nos estamos quedando sin agua!
Por eso, ¿lo primero no es pensar para qué necesitamos la tierra, cómo cuidarla? Debemos priorizar el reclamar la tierra para todas las personas que quieran trabajarla cuidando de ella para abastecer las necesidades alimentarias de la gente del territorio, no para hacer negocio. En segundo lugar, hay que demostrar que existe otro relato, otras alternativas. De esta manera, además, conseguimos un empoderamiento de la población jornalera para no aceptar los abusos a los que se ven sometidos en las campañas.
Porque en un colectivo como el nuestro no solo hablamos de derechos laborales, sino de ecología, de antirracismo. Como no vemos voluntad política en cambiar las cosas, hay que encontrar complicidad con el resto de la sociedad, que entienda que la explotación laboral y de los recursos (arrasados con pesticidas), sumada a la situación climática actual, nos afecta a todas. Hay que buscar trabajos dignos que den seguridad a la gente que quiere vivir en los pueblos.
Ana Pinto
Integrante de Jornaleras de Huelva en lucha