Marina Pérez Pascual
Del 22 al 28 del pasado agosto, en Covaleda (Soria) y entre pinares, se gestó Sobremesa: un encuentro para hacer confluir a personas de movimientos, colectivos o proyectos enmarcados en la búsqueda de una justicia social y ecológica, frente a las crisis interconectadas. Un evento para compartir un poco de todo: tiempos y espacios, aprendizajes y perspectivas, malestares y desahogos, chi kung matutino y ocio nocturno.
Una agenda bien rellenita de cursos de formación ofrecidos por las mismas personas que asistieron al encuentro, distribuidas en seis espacios: visión estratégica, resiliencias, comunicación, resistencia civil, facilitación y crisis interconectadas. A estos cursos se sumaron los “espacios abiertos” que emergían sobre la marcha, de modo que cualquier individuo o grupo podía preparar una sesión para abordar, a veces de un modo más distendido, un tema que no estaba contemplado en el programa. El aprendizaje y la inspiración lo impregnaban todo: en mi caso, una de las conversaciones que mayor visión estratégica me aportó surgió mientras unas cuantas compas pelábamos y cortábamos 200 kg de pepinos.
A medida que pasaba la semana, también íbamos aprendiendo las dinámicas de gestión, cómo usar los tablones y a autorregularnos en la comunicación. ¡Y menos mal! La herramienta por excelencia era la jirafa, un signo que se realizaba con la mano, de tal manera que cuando alguien quería transmitir un comunicado que afectase a toda la comunidad, levantaba la mano y el resto debía seguir su ejemplo. En cuestión de un segundo reinaba el silencio. Usarla en los momentos adecuados requirió un gran aprendizaje colectivo. Los primeros días incluso, entre murmullos, se escuchaba hablar de jirafascismo. Es normal, éramos mucha gente y aún estábamos entendiendo los códigos: para qué, cuándo y cómo. Que fuese una semana y no menos me parece algo muy positivo desde una perspectiva “experimental”, pues dio lugar a esta evolución.
Por encima de todo, me quedo con la acogida del conflicto cuando se visibilizaron unas necesidades que no estaban siendo satisfechas. Celebro que madres y padres manifestasen su frustración porque necesitaban ayuda en el cuidado de sus peques. Celebro que se reclamase la toma de conciencia respecto a los privilegios de cada cual antes de ocupar espacios en talleres y charlas. Celebro que se expresaran las resistencias frente a la facilitación, como si fuésemos árbitros y árbitras del tiempo, cortando el paso a lo profundo. El simple hecho de dar visibilidad a todo ello (y más) significa que ese espacio se construyó de forma segura para no ignorar la incomodidad, siendo lo contrario una manera de ejercer la violencia. También, porque significa romper con las dinámicas individualistas, pues en la medida en que se comparten los malestares, es más probable encontrar soluciones colectivas para mitigarlas. Creo que es un primer paso en el camino de la democracia profunda, en la cual todas las voces son escuchadas y tenidas en cuenta, construyendo continuamente una cultura grupal que abraza e integra la diversidad.
Con todo, estoy agradecida tanto a quienes dedicaron su tiempo a organizarlo con tanto mimo como a quienes participaron en este rico caldo de cultivo para visionar el futuro en el que creemos. Es más, también nos permitimos jugar, entre centenares de personas diversas, a cocrearlo en el presente y eso, al menos para mí, es motor de esperanza.
Marina Pérez Pascual
Participante en el encuentro Sobremesa