#Verano2060
Amigos del Yermo
Hoy todavía encontramos muchas publicaciones que versan sobre los procesos de desmodernización tras la caída del régimen tecnocrático. En esta línea hay una cuestión que nos genera confusión y es que la reflexión crítica sobre los efectos y consecuencias del paso de una sociedad de consumo a nuestra sociedad actual está a medias, carece de un punto fundamental que se ha olvidado hasta ahora.
Durante los primeros años después del colapso, el Comité de la Tierra apostó por adoptar una postura pragmática y se centró, principalmente, en el manejo y uso de las tierras comunales. En aquellos tiempos entendíamos que el aprovisionamiento de alimento era lo más importante. Y así fue como pasamos las primeras primaveras, luchando con nuestras manos torpes e inexpertas contra un suelo estéril y rebelde, aprendiendo a trompicones el arte de cuidar los animales, cocer pan o cultivar tomates.
Nuestra piel se fue tostando bajo el sol. El cansancio se acumulaba al igual que aumentaba la lista de tareas. La tierra parecía no dar tregua. El trabajo rudo comenzó a oscurecer nuestras mentes y muy pronto aparecieron los primeros síntomas de nuestro debilitamiento. ¿Qué nos estaba pasando?
A partir de la literatura más reconocida de la época precolapso, el club de lectura y debate ha sintetizado las principales ideas que subyacen:
La más repetida es la que achaca al antiguo régimen todas nuestras faltas: nuestra antigua vida alienada habría hecho de nosotros individuos que presentan grandes dificultades para desarrollar una vida sobria, equilibrada, más libre, en común y apegada al territorio. Dentro de esta corriente hay quien subraya la gravedad de la brecha cultural, espiritual, ideológica y de valores que habría provocado el derrumbe del universo de las mercancías.
Otras autoras añaden que al peso de nuestro pasado habría que sumarle la dificultad que supone la reconstrucción de un lenguaje perdido. Estas consideran que no solo somos producto de una sociedad que nos ha desfigurado como personas libres, sino que además contaríamos con la dificultad de utilizar unas técnicas y una mirada propias de una sociedad aniquilada por el mito del progreso. Hijas de las máquinas, de los supermercados, de la gasolina. Manipuladas en las aulas, cara a las pantallas. Consoladas por las marcas. Calentadas en invierno y enfriadas en verano. Hay cientos de publicaciones que versan sobre cómo la tribu urbana no se preocupó por educarnos en la tierra, con ella, de ella y para ella.
En este contexto llegamos a pensar que estábamos en un callejón sin salida y que el naufragio del capitalismo nos llevaría al fondo del océano. Pero estas teorías que nos vaticinaban una odisea solitaria no tuvieron en cuenta la fuerza autoregenerativa de la naturaleza y que trabajar con la tierra y no en su contra nos abrió el camino. Olvidaban que el hambre aguzó nuestro ingenio y que la escasez nos enseñó a compartir. Que la nostalgia nos ayudó a unirnos y que el silencio nos invitó a cantar. Que sin pantallas comenzamos a reconocernos y que sin coches recuperamos la calle. No olvidemos que las raíces rompieron el asfalto y que de las tierras envenenadas volvió a brotar la hierba. Ya es hora de que las escuelas de pensamiento comiencen a escribir sobre ello.
Amigos del Yermo