Carmen López Zayas
La máquina agrícola almeriense devorando nuestro paisaje cultural. Foto: Carmen López Zayas
Hablar de Almería es hablar de la huerta de Europa o el mar de plástico, un modelo de producción de alimentos que ocupa 32 554 hectáreas, especialmente, en las zonas del levante y el poniente. Toda el área invernada de la provincia de Almería produjo, durante la campaña 2019-2020, 3,5 millones de toneladas de frutas y hortalizas, liderando el comercio intracomunitario europeo en este sector. Bajo esta cubierta de plástico existe una historia. Proyectar el futuro que esperamos de este territorio dependerá de cómo contextualicemos su pasado y asumamos el presente.
Cuando hablamos de Almería, tenemos que entender que es un territorio muy diverso, pero caracterizado de manera general por unas condiciones climáticas, edáficas y orográficas que hacían muy complicado su desarrollo socioeconómico en un sistema cada vez más industrializado y globalizado. Así, hasta los años sesenta y setenta del pasado siglo la población estaba muy ligada a lo que proveía el medio y subsistía gracias a sistemas agrosilvopastoriles y a las peonadas en las minas, que fueron cerrando por el bajo rendimiento económico. Encontramos así, un territorio con la renta per cápita más baja de todas las provincias del Estado y el nivel más alto de emigración.
Pero la población local supo reinventarse y adaptarse a una economía de mercado competitiva y a la denominada revolución verde. Se puso en marcha un sistema de producción de alimentos basado en la tecnificación, el uso de químicos, de semillas comerciales híbridas con alta respuesta a insumos y dos claves diferenciadoras propias: la técnica del enarenado y los invernaderos de plástico.
Esta transformación convirtió este territorio en el mayor exportador intercomunitario de frutas y hortalizas, con indicadores de desarrollo económico por encima de la media andaluza y española. Además, pasó a ser receptor de población de diversas zonas de África, Europa del Este y América Latina, en busca de nuevas oportunidades de vida.
Cómo Almería ‘superó’ a la naturaleza
Dentro del paradigma del crecimiento ilimitado, según el cual la capacidad humana y tecnológica están por encima de los límites biofísicos del planeta, y con el discurso colonial dominante (que mira a Andalucía, pero especialmente al mundo rural, con desprecio) basado en un ideal de modernización e industrialización (pasar de productor o jornalero a empresario), el «milagro almeriense» se sustenta en distintos ejes, todos ellos vertebrados por el factor humano.
Desde los años sesenta, muchas familias, con mucho esfuerzo, comenzaron a construir invernaderos y a ponerlos en producción, y muchas otras, que habían emigrado como jornaleras, regresaron para acceder a pequeñas parcelas de tierra por distintas vías. Aunque en muchos casos sean los maridos quienes aparecen como titulares, las mujeres aportan mucho trabajo en este proceso, tanto en los invernaderos, como en la gestión, pero también en el ámbito doméstico. Este autoempleo familiar de origen fue evolucionando según la lógica empresarial hacia la salarización [1], con lo que el trabajo del agricultor, a menudo varón, quedaba concentrado en la gestión, organización, supervisión y comercialización.
El «milagro de Almería» se sostiene también en la extracción de agua subterránea.
La primera gran innovación para aumentar la producción fue cubrir los cultivos con plástico para aprovechar las horas de sol. Esto acelera el crecimiento de las plantas y permite controlar más fácilmente los cultivos frente a factores externos. Por otro lado, ante unas tierras poco fértiles, se utiliza la técnica del enarenado dentro del invernadero. Esta técnica mejora la capacidad de retención de agua y de nutrientes, al recubrir la finca con una capa de tierra nueva (20-30 cm de altura), normalmente de estructura arcillosa o franco-arenosa, traída de cañadas o canteras. Sobre ella se incorpora materia orgánica, generalmente estiércol. Y, por último, en la parte más superficial, se aporta arena que aumenta la infiltración del agua y absorbe el calor.
Y en la región más árida de la península, con poca presencia de aguas superficiales y de precipitaciones, el «milagro de Almería» se sostiene también en la extracción de agua subterránea, al localizarse grandes acuíferos en todo el territorio. Esta agua se distribuye mediante sistemas de goteo, controlado, en muchos casos, por tecnología capaz de medir la humedad del suelo y las necesidades hídricas de cada cultivo.
Para mantener este modelo, a partir de los años noventa, se crearon numerosas empresas industriales y de servicios que abastecen de insumos muy diversos a las explotaciones agrarias y las actividades de manipulación y comercialización de las hortalizas. Los diferentes centros tecnológicos agrarios de la provincia generan, por ejemplo, variedades de semillas competitivas por su alto rendimiento o por su exclusividad. Esta industria es la responsable del alto rendimiento del sector, que junto con las investigaciones realizadas en la Universidad de Almería, han convertido a la provincia en un referente de la innovación tecnológica agraria, capaz de adaptarse a las demandas del mercado globalizado en cuanto a parámetros de calidad y control ambiental.
Este modelo productivo se parece más a una fábrica que a lo que tradicionalmente entendemos por agricultura.
Por otro lado, y hablando de demandas del mercado global, la agroindustria almeriense se acerca cada día más a soluciones «basadas en la naturaleza» con las que poder certificar en ecológico: biotecnología para desinfectar y regenerar los suelos, mejoras genéticas de semillas adaptadas a ecológico, uso del control biológico de plagas o la implementación de setos y barreras vegetales.
En general, por la enorme cantidad de intervenciones que necesita, podemos decir que este modelo productivo se parece más a una fábrica que a lo que tradicionalmente entendemos por agricultura.
Foto: Carmen López Zayas
Encontrarse con los límites
Para adaptarse a las demandas del mercado global, el modelo agrícola intensivo almeriense está provocando una sobreexplotación de los acuíferos que deriva, sobre todo en aquellos más costeros, en la intrusión de aguas marinas. Junto con la infiltración de aguas contaminadas con agroquímicos, esto hace que cada vez haya menos disponibilidad hídrica. A pesar de todo, la necesidad de mantener la producción agrícola propicia la apertura de pozos ilegales y la situación empeora aún más.
Esta escasez de agua y el aumento del precio de la energía de los últimos meses han disparado un 300 % el precio del agua de riego, según denunciaba COAG en noviembre de 2021. Soluciones como las desaladoras, la gran apuesta de las administraciones, no son la panacea debido a su elevado gasto energético.
El aumento de invernaderos en China, la creciente escasez de petróleo y su elevado coste afectan directamente al precio de los plásticos, que junto con el encarecimiento del acero está haciendo inasumible la construcción de nuevas infraestructuras. En un año, la hectárea de un nuevo invernadero casi duplica su precio, según denunciaba COAG a finales del año pasado. Varias empresas instaladoras confirmaban esta subida ya hace meses a La Voz de Almería, pero hay que tener en cuenta que esta circunstancia no solo afecta a los invernaderos de nueva construcción, sino también a su renovación, ya que la vida útil de un plástico es de entre 3 y 5 años. La producción de residuos plásticos de invernadero se estima en 2 400 kilos/año/ha de polietileno de larga duración, según los datos del Plan Director Territorial de Gestión de Residuos Urbanos de Andalucía. Su gestión ambiental una vez desechados también supone costes, que siguen sumando a un balance cada vez más complicado de mantener.
La creciente escasez de petróleo y su elevado coste afectan directamente al precio de los plásticos.
Por otro lado, según los estudios del Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica (IFAPA), las altas dosis de herbicidas, fertilizantes y pesticidas que se utilizan para alcanzar la producción que los mercados globales demandan han hecho que los invernaderos sean cada vez más débiles y necesiten más inputs y mayor frecuencia en la incorporación de arenado nuevo. Esto supone un aumento en los costes brutos, especialmente por la ya mencionada subida del precio de la energía, pero también para los materiales necesarios para el empaquetado de las frutas y hortalizas y su transporte. Entra en juego, además, la escasez de ciertos minerales de uso agrícola, como por ejemplo el fósforo.
Por último, la agricultura de Almería tiende a aumentar su producción para seguir siendo competitiva en un mercado global devaluado debido a la sobreproducción generalizada. En este ámbito, la misma producción almeriense genera tensiones con sus precios bajos y, a su vez, se ve afectada por la entrada de productos agrícolas de territorios donde los costes de producción son menores. No hay que olvidar el estrangulamiento de precios de venta debido al poder de los supermercados y las grandes empresas de la distribución. Esta crisis la padece en primer lugar la agricultura familiar, que ve cómo se reducen sus rentas y se precarizan sus vidas, en especial las de las mujeres, en un engranaje en el que los costes son cada vez mayores que los beneficios. ¿Hasta cuándo puede durar esto?
Fotos: Carmen López Zayas
Los otros colores de la agricultura almeriense
Por todo el territorio encontramos personas cuyo objetivo es producir alimentos agroecológicos y que aplican la agricultura regenerativa con la intención de frenar la desertificación. Muestra de esto último es la iniciativa AlVelAl, que en las comarcas del Valle de Almanzora y de los Vélez (Almería) y en el altiplano murciano-granadino, reúne a agricultoras y agricultores con asociaciones de índole ambiental o educativa, para contribuir a un cambio en la relación con el entorno: de ver la naturaleza como algo a dominar a reconocernos como parte de ella. Con esta nueva mirada, en pueblos como Almócita (Alpujarra almeriense), existen diversos proyectos que trabajan por la soberanía alimentaria.
Sin embargo, no hay que olvidar el modelo de agricultura tradicional, de autoabastecimiento, ciertamente muy masculinizado y envejecido, que emplea tanto prácticas y saberes tradicionales como productos derivados de la Revolución Verde, pero con un enorme apego hacia la tierra y el entorno donde se desarrolla su actividad. En este tipo de agricultura prima el apoyo entre el vecindario, con ejemplos como el intercambio de semillas, estacas o pies de árbol y también de conocimientos sobre las necesidades de los cultivos, sobre los riegos o sobre qué «echarle al suelo» para que produzca más. Los alimentos se consumen en el mismo territorio, por las familias o por las vecinas, y las mujeres hacen intercambios no monetarios («ten estos tomates», «ah, pues yo mañana te bajo unas cebollas») que refuerzan las relaciones.
Los escenarios que no se contemplan
En este complejo escenario hay una pieza importante más. Aludiendo a la crisis que atraviesa el sector y a su incapacidad para asumir mayores costes de producción, muchos agricultores y agricultoras [2] justifican el recurso del trabajo irregular, y llegan a denunciar que el Gobierno, con las inspecciones de trabajo, no hace sino «asfixiar» las economías de las pequeñas empresas. La otra cara de esta realidad expresa las terribles condiciones de vida y trabajo a las que se ve abocada la población temporera, mayoritariamente inmigrante. Sus vidas son la muleta que sostiene un modelo alimentario insostenible.
Almería ha sabido crecer dentro del modelo capitalista, que no prioriza la vida de las personas ni la de los territorios. Que los condicionamientos ambientales que recoge la nueva PAC sean vistos por los sindicatos agrarios como un peligro para la producción tal vez sea la muestra de que no basta con adaptar los invernaderos a sistemas de producción más ecológicos o incluso biodinámicos; hay que cambiar de paradigma.
Parece que es momento de cuestionarnos si otro modelo es posible en Almería, un modelo que haga más soberanas a las personas que habitan este territorio, menos dependientes del libre mercado y de los insumos necesarios para ser competitivos en él. Tal vez este modelo debiera estar construido y gestionado con una perspectiva local, de cooperación y de circuitos cerrados, y tener en cuenta las características propias del territorio para mejorar el entorno y la vida de quienes lo habitan. Tal vez ese modelo se esté dando ya en Almería, en pequeñas iniciativas repartidas por toda su geografía. Tendremos que mirar a nuestro alrededor a aquellas que se identifican con la naturaleza, que saben que generar alimentos nutritivos requiere un cuidado de la tierra, mejorar la biodiversidad y cuidarnos las unas a las otras.
[1] Soler Montiel, M., Delgado Cabeza, M., Reigada Olaizola, A. y Pérez Neira, D. (2017). Estrategias de la horticultura familiar almeriense ante la crisis de rentabilidad. Agricultura familiar en España, Anuario 2017, 239-245.
[2] Delgado Cabeza, M., Reigada Olaizola, A., Soler Montiel, M. y Pérez Neira, D. (2015). Medio rural y globalización. Plataformas agroexportadoras de frutas y hortalizas: los campos de Almería. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 131, 35-48. Enlace de descarga: shorturl.at/bdAEV
Carmen López Zayas
Ambientóloga y activista de Pueblos en Movimiento