Entrevista a la asociación Ábrego, un torbellino de dinamización rural en Castilla y León

Patricia Dopazo Gallego

En 2014 un grupo de jóvenes creó la asociación Ábrego con el objetivo de frenar la despoblación, revalorizar la cultura rural y cuidar el entorno. Desde entonces han llenado las agendas de la provincia de Burgos (y más allá) de actividades de formación en bioconstrucción o música tradicional, encuentros de mujeres rurales, jornadas sobre agroecología e infinidad de citas culturales, tejiendo preciosas redes a su paso. Una chispa que surgió en el encuentro ARTIM y cuyos efectos ahora son imposibles de delimitar.

 

apicultura taller artim 2020

Taller de apicultura en ARTIM 2017. Foto: Ábrego

En la web de Ábrego hay un mapa con 52 colectivos de «Burgos y alrededores» con los que mantienen vínculos de amistad y colaboración, casi todos de Castilla y León. Arte y cultura, desarrollo rural, medio ambiente, ecoaldeas… Un vistazo a este mapa nos sitúa en el espíritu de la asociación con más precisión que cualquier descripción convencional.

«El 90 % de los jóvenes de mi pueblo trabaja en la Pascual o en la Michelin y están absolutamente desconectados del territorio», cuenta Carlos Jaén, de una localidad cercana a Aranda de Duero. «Cuando empecé a trabajar en Ábrego les contaba todo esto porque quería transmitirles que tenemos un tesoro que estamos dejando morir. La globalización y la digitalización están haciendo que la juventud se pierda todo lo que ofrece un entorno rural». Recuperar, conservar y transmitir ese tesoro es lo que mueve a la asociación.

Carlos fue una de las siete personas que impulsaron en 2014 la celebración del primer ARTIM (este año será la sexta). «Con 24 años, ¿a quién no le mola organizar un encuentro?».

Todo lo cría el ARTIM

Por entonces, en la provincia de Burgos, había algunos eventos rurales de referencia como el IFAC (Festival Internacional de Arte y Construcción) de Covarrubias, que reunía a unas 300 personas. «Nos pareció que ese formato de festival formativo era un acierto total para atraer a la gente joven y que tuviera otro trasfondo aparte de beber y pasarlo bien», explica Carlos. Así que compartieron la idea con colectivos y personas afines, redactaron un dossier y, sin apenas creérselo, la primera edición del ARTIM se celebró durante 10 días del mes de julio en la localidad de Espinosa de los Monteros. «Fue un triunfazo y no nos lo esperábamos», admite. Cursos, talleres, debates, conciertos…, todo enfocado a la revitalización de las zonas rurales y de su cultura y a dar herramientas a las personas jóvenes y no tan jóvenes para empezar proyectos de vida rural.

 
   La globalización y la digitalización están haciendo que la juventud se pierda todo lo que ofrece un entorno rural   
 

«A mí me gusta ver el inicio del proyecto ARTIM como un aprendizaje bidireccional: todas las personas formadoras eran cercanas, amigas que querían compartir para aprender juntas», recuerda otra de las fundadoras, Astrid Henmark, llegada a Burgos desde un pueblo de la Sierra de Madrid. Destaca que esa primera edición sirvió para darse cuenta del interés que despertaba el tema y para empezar a crear redes, algo que considera clave para un desarrollo sostenible y justo. «Cuando pasó, todo el mundo nos decía que había estado muy bien, pero que los pueblos no solo existen en verano; de ahí surgió la necesidad de darle vida continuada más allá del encuentro». Y entonces formaron la asociación Ábrego, con la que en estos años, y no sin dificultades, se han dado a conocer, ofreciendo formación y asesoramiento y buscando financiación pública para organizar todo tipo de actividades de dinamización rural.

El relato de Javier Miguel es una muestra de cómo acciones como estas pueden generar cambios importantes. Vivió toda su vida entre Burgos y su pueblo hasta que empezó a estudiar relaciones internacionales en Madrid. «Desde adolescente quería irme de aquí, conocer mundo. Pasé unos años de huida de lo rural, pero sentía que era un poco alienígena, porque allá donde iba veía a la gente arraigada y yo me sentía muy cosmopolita, pero sin raíces». Un verano, Javier se ofreció para trabajar de voluntario en el ARTIM: «Cuando llegué, descubrí en mi propia tierra a muchísima gente joven motivada y conectada con lo rural. En ese momento todo esto llamaba a mi puerta, por eso me fui vinculando y acabé trabajando en Ábrego en 2018. Me parecía muy potente su capacidad de ir más allá de la crítica. Notar el impacto de lo que organizábamos me hizo ver que el activismo local tiene mucho poder».

El público del encuentro es diverso, pero más o menos la mitad es gente de ámbitos urbanos que quiere comenzar un proyecto de vida en un pueblo y busca un tejido comunitario que le dé seguridad. «La gente de los pueblos llega por el interés de salvar algo que siente como propio», explica Javier. «En general, el público fácil de convocar es cualquier persona consciente de la alienación que existe hoy en la sociedad, sobre todo en la ciudad, pero también en el campo. Es genial poder contar con gente que ya ha emprendido su camino de una manera rebelde, pero también poder atraer a quien aún no tiene esta conciencia y viene por otras motivaciones. Conseguir aunar a más gente en este movimiento que combate la cultura de consumo industrial requiere todo tipo de herramientas».

 
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Taller de bioconstrucción en ARTIM 2017. Foto: Ábrego

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Taller de percusión en ARTIM 2017. Foto: Ábrego

 

Cultura y transformación social

En el dosier de ARTIM de este año se habla de la importancia de los pueblos en la época de transición que estamos viviendo, porque son un escenario de transformación social con culturas más vivas que nunca. Sergio Bravo, criado en un pueblo de Madrid, también encontró su sitio en Ábrego cuando llegó a Burgos hace tres años para trabajar en la asociación. Geógrafo y apasionado de lo rural, piensa que el propio medio rural es corresponsable de la degradación de su cultura, al haberse dejado seducir por las tendencias urbanas-capitalistas, aunque está convencido de que eso está cambiando. «Cada vez tenemos más claro que, para superar el colapso que se viene encima, hay que recuperar herramientas y saberes pasados, y somos conscientes de que cada vez queda menos gente que los conozca». A la vez, es consciente de la actual romantización de lo rural, de los riesgos de no tener en cuenta su complejidad y de que en los pueblos también hay formas de vida urbanas.

«Yo entiendo la cultura como una forma de vida y una herramienta de transformación social y de crear comunidad, porque fomenta una serie de valores innatos en las personas», explica Astrid. Para ella, el medio rural ofrece posibilidades aparte del primer sector, especialmente en la cultura, el conocimiento y la difusión de su memoria. «Nos inspiran nuestros mayores, porque nos han enseñado cómo hacer las cosas con respeto y cariño, sin llegar y arrasar. Las personas jóvenes tenemos la responsabilidad de mantener lo bueno de la cultura de la que venimos, sobre todo de conocerla y transformarla con humildad. Esa es una de las áreas en las que trabajamos como asociación», cuenta. Sergio, por su parte, señala la importancia del apego a la tierra de las culturas rurales. «Por eso, en el momento en que la vida de las nuevas generaciones se ha desconectado de la tierra, parece que la cultura tradicional deja de tener sentido para ellas».

¿Cómo se acogen sus actividades en un entorno tan aparentemente hostil desde el punto de vista político? «En los 3 años que llevo en Ábrego mi sensación es que este auge de la extrema derecha no tiene una afección directa en nuestra asociación, porque la implantación de estos discursos depende del territorio», dice Sergio. «Lo que veo sociológicamente muy interesante es que no se entiende que los tiempos han cambiado, que la población interesada en venir a vivir a estos pueblos es gente que se ha hastiado de la ciudad, que quiere vivir en comunidad, crear soberanías energéticas, alimentarias… Es gente que rompería con las estructuras de desarrollo industrial de los últimos 50 años. Esto choca con algunas dinámicas tradicionales».

Sobre este tema, Astrid señala que empezaron a trabajar en Espinosa de los Monteros, un municipio con sus particularidades en los ámbitos organizativo, político y cultural. «En un primer momento nos llamaban hippies, pero el año que dejamos de hacer el encuentro para evaluarlo y reflexionar, nos pedían que volviéramos de manera muy insistente», cuenta. Sin nombrar partidos políticos, consciente de que en los pueblos la política se ejerce desde otro lado, afirma que el equipo se ha sentido siempre apoyado por el ayuntamiento y por toda la merindad de Montija. Desde un punto de vista general, Astrid confiesa: «En lo político, me asusta hacia donde vamos; en el ámbito personal, quiero pensar que la unión hace la fuerza y que vamos a construir con el foco en el bien común del territorio».

«Tras la helada, el ábrego corta como una espada»

La abuela de Juan, otro de los fundadores de la asociación, decía que «tras la helada, el ábrego corta como la espada». Carlos explica que el grupo se puso el nombre de este viento del suroeste porque encontró la frase muy apropiada: «Con la que está cayendo, cortamos con todo eso y ponemos nuestro granito de arena contra la despoblación».

De todas formas, «tras la helada» también hay oportunidades que en Ábrego están sabiendo aprovechar y retroalimentar, como el auge de las músicas tradicionales. «Creo que esta promoción que tiene hoy en día la estética, el folclore, el rural más bucólico... puede ser una forma de ocupar los medios de comunicación y de hacer que la gente entre por ahí a imaginar una forma de habitar diferente, relaciones humanas diferentes, formas de producir diferentes…», cuenta Javier. «A la gente le late, porque, como dice El Naán, el tambor lo llevamos dentro», señala Astrid poniéndose la mano en el corazón. Recuerda entonces que precisamente la gente de El Naán, en Tabanera del Cerrato (Palencia), fueron sus referentes en dinamización rural. «Me gustaría que los chavales que ahora tienen veintialgo nos vieran a nosotros así, que admiren lo que hacemos, que les inspire… Al final los referentes van pasando testigo y eso también es transformador. Yo entiendo la cultura como La Barraca de Lorca, que llevó el teatro a cada rincón e hizo que todas las personas conocieran lo que existía y lo transformaran desde sus lugares. Eso es lo que intentamos hacer».

 
  Esta promoción que tiene hoy en día la estética, el folclore, el rural más bucólico... puede ser una forma de ocupar los medios de comunicación y de hacer que la gente entre por ahí a imaginar una forma de habitar diferente, relaciones humanas diferentes, formas de producir diferentes….   
 

Y el testigo de quienes comenzaron este proyecto va pasando. A Carlos le cuesta sacar las cuentas de las personas implicadas. «Es una red tan amplia que es difícil saber dónde empieza una red y acaba otra; haciendo cuentas, ahora habrá unas 30 personas jóvenes dinamizando proyectos superinteresantes que han surgido entorno a Ábrego». Uno de ellos, El Granero, una cafetería, centro social y tienda de productos de proximidad que Carlos y dos socias más de Ábrego montaron en Burgos tras reducir responsabilidades en la asociación. «Lo importante es el tejido tan brutal que se ha generado a partir de ARTIM y de otras iniciativas —dice Carlos—, como el festival WIM, en Frías, enfocado a la revitalización de las zonas rurales, todo lo que se está haciendo en el valle de Valdivielso o la recuperación de aldeas abandonadas… Van creciendo las semillitas que se han ido sembrando, que se suman a las que ya existían y que se han fortalecido y animado con todo esto». Aun así, Astrid puntualiza la falta de estabilidad que tienen debido a la irregularidad de la financiación y cuenta que hace poco (antes de las elecciones autonómicas) se reunieron con la agencia de desarrollo rural para pedir apoyo a las organizaciones que están dinamizando el territorio, pero ven complicado que haya resultados.

Para acabar, nos cuentan que la frase que acompaña al ARTIM, «todo lo cría la tierra», pertenece a la canción «La segadora», de Villalómez, que se cantaba trabajando. «La cultura en los pueblos ha estado presente en todos los ámbitos, antes cantaban todo el día: cuando trabajaban, en las fiestas…». La canción lo dice todo, no hay mucho que explicar:

Todo lo cría la tierra,
todo se lo come el sol,
todo lo mueve el dinero,
todo lo vence el amor.

Patricia Dopazo Gallego

Revista SABC

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