Eugenio Romero
En Extremadura, desde donde escribo, vimos durante el invierno cómo se iban sucediendo las noticias sobre el lamentable estado de los embalses que, me consta, fue algo generalizado en otros territorios. Esta situación no debe dejarnos indiferentes: es necesario hacer cambios urgentemente.
A mediados de febrero, me llegó a casa la circular de la Comunidad de Regantes del Canal del Zújar, que suministra el agua a nuestra parcela; anunciaba limitaciones iniciales de la dotación de riego a 4.000 m3/ha en sus 20.000 hectáreas regables.
Por otro lado, la Comunidad General de Usuarios del Canal de Orellana, que toma el nombre del embalse del que se abastece y presta servicio a 6.500 usuarios de 37 localidades de las provincias de Badajoz y Cáceres, uno días antes, hizo pública la decisión de no suministrar agua para el riego a las más de 55.000 hectáreas de superficie regable que la componen, excepto para el mantenimiento de cultivos permanentes, como el caso de los frutales. La decisión viene dada por la reducción del 80 % en la dotación que les concede la Confederación Hidrográfica del Guadiana.
La Comunidad de Regantes de Mérida, por su parte, anunció que la campaña de riego dependerá de las lluvias, lo cual no es nada tranquilizador teniendo en cuenta las previsiones meteorológicas.
Escasea lo importante. Foto: Eva Mena
Estragos vitales. Foto: Eva Mena
Efectos directos sobre nuestras vidas
Hasta aquí los datos objetivos, pero ¿qué lectura podemos hacer de ellos? Si tomamos el ejemplo de Extremadura, mayor productor de tomate para industria de España, con 2,2 millones de toneladas anuales, se prevé que este año se reduzca la superficie cultivada entre un 50 y un 70 %. Esta situación de incertidumbre y previsiones a la baja es extrapolable a toda Extremadura y, en mayor o menor medida, a todo el país.
Esta fuerte reducción en la superficie cultivada significa menor producción para los mercados y una importante reducción en los ingresos de las familias que se dedican a la agricultura y la ganadería, ya sea por cuenta propia o ajena. En Extremadura esto supone un impacto considerable, ya que el PIB agrario tiene un peso del 7,4 %, muy por encima del 2,9 % de la media española. Cuenta, además, con un 16,4 % de afiliaciones al Régimen Especial Agrario de la Seguridad Social frente al 4,3 % a nivel nacional.
Por otro lado, aumentarán las restricciones para consumo humano, aunque la Confederación Hidrográfica del Guadiana afirme lo contrario. De hecho, mientras lo negaba, en la Mancomunidad de Tentudía (Badajoz), donde residen en torno a 24.000 personas, llevaban desde el mes de enero con cortes de agua entre las 9 y las 12 h para casas de recreo y cultivos fuera de los núcleos de población. Los propios ayuntamientos afirmaban que las restricciones se ampliarían al casco urbano en caso de ausencia de unas lluvias que no estaban previstas en el corto plazo. De hecho, algunos vecinos aseguran que ya «se malvende ganado para no tener que darle de beber».
La Junta de Extremadura llegó a pedir al gobierno central este invierno que declarase situación de sequía en Tentudía y aprobase el trasvase de alguno de los embalses más cercanos.
El caso es que, para algunas de las opciones que se barajan, no están construidas las infraestructuras hidráulicas y ni siquiera están licitados los proyectos; en otras, el agua embalsada es también muy escasa.
Debemos adaptarnos cuanto antes, de hecho, deberíamos haber empezado hace mucho tiempo.
Ambos factores, la reducción de ingresos para las familias campesinas y las restricciones de agua, junto con el encarecimiento de los alimentos, van a provocar —están provocando ya— conflictos y alteraciones del orden público en un verano que se presenta muy complicado.
Venimos anunciándolo desde hace décadas. Las alarmas llevan sonando muchos años y hemos preferido mirar para otro lado. La escasez de agua no es cosa de 2022. Ya en 2021 había menos agua embalsada que en 2020, que ya contaba con mucha menos de la media de los diez años anteriores.
Hace cinco años escribí para Público el artículo «Regaremos con lágrimas» ante los sucesivos descensos anuales de las reservas hídricas. Decía —y mantengo—: «Que nuestro mapa de cultivos es insostenible es una realidad cada vez más aceptada en todos los sectores agrarios. Se abre, por tanto, una nueva etapa de reestructuración de cultivos y apuesta por otras variedades más adaptadas a las nuevas condiciones hídricas. Es una oportunidad histórica para apostar por un modelo de agricultura más sostenible, que premie la calidad frente a la cantidad, que fomente la diversificación de cultivos y frene el acelerado proceso de reducción de biodiversidad cultivada, que genere empleo y alimente a la población..., una agricultura para los agricultores y las agricultoras».
La realidad es tozuda
No hay agua para todo; sin embargo, la Junta de Extremadura continúa diciendo que tenemos agua para ampliar regadíos, para construir macrocomplejos de lujo como Elysium City (Castilblanco) o Marina Isla de Valdecañas en su momento, que consumen enormes cantidades de agua, y para ir a Dubai a vender Extremadura como «destino de agua».
No hay, tampoco, combustibles fósiles ni minerales para todo. El encarecimiento de la gasolina y de los fertilizantes químicos no es algo puntual; se están agotando y su precio seguirá en ascenso continuo. Debemos adaptarnos cuanto antes, de hecho, deberíamos haber empezado hace mucho tiempo.
En Extremadura, 3.000 personas practicamos la agricultura ecológica (más de 45.000 en todo el país y 3 millones en todo el mundo) y compruebo a mi alrededor cómo cada vez más gente va incorporando prácticas como el abonado con estiércol o compost, incluso en parcelas no ecológicas. Llevará más tiempo cambiar costumbres como los suelos desnudos por cubiertas vegetales y abonos verdes. Sin duda, todo ello es una buena alternativa para mejorar la biodiversidad y la humedad del suelo en los tiempos que corren. Esta forma de cultivar la tierra menos dependiente de los insumos externos seguirá aumentando por convicción o por obligación ante la situación que se nos viene encima.
Por mi parte, afronto la campaña de verano con tranquilidad. Si es necesario, reduciremos la superficie cultivada para adaptarnos a los 1.600 m3 que nos concederán. Plantaremos, ya lo estamos haciendo, pero sin forzar la tierra, como siempre hemos hecho.
La sequía va a ser la pandemia que va a transformar el actual sistema agroalimentario en un modelo más sostenible, en el que se cultive menos superficie utilizando menos agua y manteniendo buenos niveles de rendimiento. Un modelo en el que se reduzca la cabaña ganadera extremeña (el caso de Tentudía demuestra que no hay agua suficiente para mantener el censo ganadero actual, uno de los mayores del país) y se fomente la ganadería extensiva regenerativa, que mejora la estructura y la capacidad de retención de agua del suelo; una producción agropecuaria más orientada hacia el consumo interno que en la actualidad.
Es el momento de recuperar costumbres y conocimientos de generaciones anteriores.
Asimismo, la sequía obligará a profundizar en el cambio de usos del agua. La preferencia del consumo humano se agudizará, puesto que este año los cortes de agua van a afectar a más población tanto en el tiempo como en el espacio, y van a comenzar antes del verano. La reducción para ocio (campos de golf, parques acuáticos, etc.) será también una necesidad.
Esto no es algo futuro. De hecho, la Junta de Extremadura ya ha enviado una propuesta técnica a la Confederación Hidrográfica del Guadiana para que se priorice el riego de cultivos según la permanencia, el nivel de consumo de agua, la productividad con relación al agua consumida y el nivel de empleo creado. De esta forma, se dará preferencia al riego de frutales, tomates, maíz y arroz. ¿Qué ocurrirá con el resto de los cultivos? Se quedará mucha superficie sin sembrar y, de seguir así la cosa, de la sembrada se quedará una parte en el suelo. Ni siquiera los cuatro cultivos seleccionados alcanzarán ni de lejos la superficie ni la cosecha de años anteriores.
La realidad zarandea con fuerza a un bipartidismo político que lleva cuarenta años practicando y legislando desde un negacionismo climático de libro. Por no hablar de la actuación de las dos principales organizaciones agrarias, transmisoras en el campo de las decisiones de las dos organizaciones políticas de las que dependen. O de la gestión que de las presas y centrales hidroeléctricas hacen empresas privadas como Iberdrola, que vació los embalses de Valdecañas (Cáceres) y Ricobayo (Zamora) hace unos meses para aumentar sus beneficios con una factura de la luz por las nubes.
La situación ha llegado a un punto en el que a la fuerza hay que cambiar nuestro patrón de consumo, no solo alimentario o energético, sino general. Es el momento de recuperar costumbres y conocimientos de generaciones anteriores y aprovechar la sabiduría que hemos acumulado durante las últimas décadas a través de la experiencia de iniciativas como Mamá Cabra, Ecojerte, Mundos Nuevos o la gran ¾y creciente¾ cantidad de cooperativas y bodegas que hacen aceite o vino ecológicos.
Los productores y las productoras seguiremos racionalizando el agua para alimentar a la población.
A pesar de todo.
A pesar de ellos.
Viviremos y sembraremos.
Eugenio Romero
Productor e investigador agroecológico
Este texto va en homenaje a Pedro Pazos, recientemente fallecido, que con su proyecto Rebibir, junto a Carmen Ibáñez y Mario Morales, nos mostró que, con muy poquito, el desierto de Mauritania puede ser un vergel.