Conversación con Nahuel Levaggi, coordinador nacional de la Unión de Trabajadores de la Tierra (Argentina)
Revista SABC
Nahuel en el Parc Agrari de Barcelona. Foto: Gustavo Duch
No sabemos qué va a devenir en los próximos años, pero la crisis energética y de materiales parece insalvable, sobre todo para sectores como el de la alimentación si sigue encadenado a la agricultura globalizada, industrial y corporativa. Las respuestas de las administraciones para prevenir o adaptarnos a esta realidad brillan por su ausencia; sin embargo, existen procesos que pueden inspirarnos, como el que ha protagonizado durante la última década la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT).
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) de Argentina, actualmente 4 de cada 10 personas no tienen ingresos suficientes para hacer frente a los gastos básicos y 1 de cada 10 vive en la calle. En las ciudades, el 28 % de los hogares sufre inseguridad alimentaria. El país arrastra una crisis estructural a la que se suma el alza de los precios de los alimentos. ¿Puede hacer algo la población ante una situación como esta? Nahuel Levaggi tiene clara la respuesta. Hace 12 años, cuando se inicia la construcción de la UTT, «era necesario disputar el sentido del campo con una organización estatal de carácter gremial y con proyección política que respondiera a las necesidades de una base social, entonces mayoritariamente inmigrantes de origen boliviano que laburaban en las quintas hortícolas en situaciones muy precarias».
Agroecología popular
Tenían claro que querían levantar una organización que «con poder y masividad, pudiera transformar dicha realidad» y con el eje de su lucha situado en el acceso a los alimentos. Y, ciertamente, parece que lo han conseguido porque la UTT agrupa hoy en día a 25 000 familias productoras, del sector agrario, ganadero y de comercialización a pequeña escala, nucleadas en cientos de grupos de base repartidos por todo el país. «No es una organización de productores agroecológicos —remarca Nahuel— es el gremio de los pequeños productores de alimentos en Argentina». Trabajan de forma constante para fortalecer la producción en aras de la soberanía alimentaria y promover la transición a formas de manejo agroecológico que, como dice Nahuel, «nos liberen del paquete tecnológico y del dominio del capital financiero y agroindustrial sobre la producción de alimentos». La UTT ha conseguido crear un entorno de producción y distribución de alimentos que, aun siendo una alternativa minoritaria frente al modelo dominante, ya juega un papel significativo en el sistema alimentario argentino. «Nos hemos centrado en construir canales directos de comercialización para hacer posible precios justos para las productoras, pero que también —y ahí la voz de Nahuel gana en intensidad— sean precios populares para las clases hermanas más vulnerables de las ciudades y sus extrarradios».
Es importante pararse aquí. Los movimientos por la soberanía alimentaria y la agroecología de nuestro territorio pocas veces hemos puesto en el centro de nuestras estrategias «lo popular». De hecho, le cuento a Nahuel que aquí se suele relacionar la alimentación agroecológica con precios elitistas, que aún sin ser exacto, sabemos que es un debate urgente que abordar, precisamente en este momento histórico. «Existe mucho potencial de transformación si entrelazamos las clases populares que producimos y comercializamos y las clases más castigadas de pueblos y ciudades, sin acceso a los alimentos— explica—. En la UTT contamos con una extensa red de comercialización propia: en total, entre lo que llamamos almacenes y nodos, existen un total de 400 puntos para la venta de verduras y, en los últimos meses, también para productos cárnicos. Con este sistema, tanto quienes producen en convencional como quienes producen en agroecológico (cuyos costes siempre son menores), ganan más dinero, y el vecino paga menos. Aproximadamente, del valor de un producto, el 60 % lo recibe el productor, el 20 % el transportista y un 20 % el minorista o almacén que lo comercializa. Y todos forman parte de la UTT».
La organización se hizo famosa especialmente durante el gobierno neoliberal del empresario Mauricio Macri (2015-2019) por sus acciones directas. En Argentina la política agraria ha estado históricamente ligada al modelo agroexportador de carne y granos, hoy de soja. Toda la política agropecuaria se basa en generar las mejores condiciones para ese esquema y ver cómo captar parte de ese beneficio en forma de impuestos para ejecutar políticas sociales. «Ahora sigue siendo así, los poderes de la oligarquía terrateniente agraria definen las políticas, el sujeto político campesino está invisibilizado. La población no sabe que son las pequeñas fincas campesinas las que producen los alimentos frescos que tienen en su mesa. Por eso, desde 2016, una de las formas de lucha que implantamos consiste en ir cada cierto tiempo a los grandes centros urbanos a regalar toneladas de verdura a la gente, lo que llamamos “verdurazos”». Cientos de productores y productoras se juntan ese día en el epicentro de la plaza de Mayo de Buenos Aires y en otros muchos lugares del país en actos de protesta que combinan el discurso a favor de la soberanía alimentaria, la defensa de la ley de tierras o la denuncia de la dolarización de los insumos agrícolas con el reparto de alimentos o su venta a precios muy asequibles. «Muchas personas han conocido de nosotros y se han puesto a nuestro lado por este tipo de acciones que, nos consta, también acaban incomodando a las administraciones de turno», cuenta Nahuel. La UTT, gracias a estas acciones, siente que la población urbana empieza a cuestionarse el modelo, a condenar los paquetes tecnológicos con las semillas modificadas y los agrotóxicos y a entender el rol de empresas como Syngenta, Bayer o Dupont.
Existe mucho potencial de transformación si entrelazamos las clases populares que producimos y comercializamos y las clases más castigadas de pueblos y ciudades.
Acceso a toma de decisiones
El trabajo de la UTT da un importante giro en 2019. «Cuando vuelve un gobierno peronista de raíz popular (aunque con sus contradicciones adentro), nos ofrecen hacernos cargo de la dirección de Mercado Central de Buenos Aires, el mayor mercado concentrador de la Argentina y uno de los más grandes de Latinoamérica».
Nahuel describe el Mercado Central de Buenos Aires como una ciudad, porque ocupa 530 ha y consta de 18 naves gigantes con 962 puestos de venta mayorista de frutas y verduras. Mueve unos 100 000 kg de alimentos al mes. «Cuando nos lo pidieron, nos preguntamos qué haríamos ahí, en ese lugar que representa el modelo antagónico al que estábamos construyendo. Lo discutimos y, ante la posibilidad de tener una parte de la dirección de las políticas, aceptamos el desafío con algunos objetivos claros: no poner parches para corregir una coyuntura concreta, sino diseñar cambios para ser parte de una verdadera transformación estructural del sistema alimentario actual».
En sus 36 años de existencia, el Mercado Central de Buenos Aires ha consolidado intereses económicos muy fuertes y experimenta un proceso de concentración cada vez mayor; sin embargo, es motor de muchas economías regionales, por eso Nahuel defiende que desde ahí pueden hacerse cosas muy importantes. Asumió la dirección justo antes de la pandemia. Se paró todo, los precios se fueron por las nubes y la situación fue muy complicada. «Decidimos convocar a muchos de los consignatarios que venden allí y promovimos algo que nunca se había hecho: un acuerdo de precios semanales de fruta y verdura de estación que dura hasta hoy. No es un precio máximo fijado por el Estado, sino un acuerdo que se pide para bajar los precios, entendiendo que las políticas públicas que nosotros accionemos tienen que implicar el cuidado de los sectores más vulnerables».
Otra de sus primeras acciones fue crear el Área de alimentación sana, segura y soberana dentro del mercado, «porque el primer mercado concentrador de la Argentina debe tener una política activa hacia la soberanía alimentaria, no simplemente transaccionar entre comprar y vender». Dentro de esta área, han diseñado un programa de promoción de la agroecología dotado de presupuesto y se han contratado técnicos y técnicas de la propia UTT que visitan los campos y explican su propuesta de transición agroecológica y organizan talleres. «El mejor conocimiento es el práctico y el del propio campesinado», afirma Nahuel. En el mercado se ha inaugurado un galpón nuevo a disposición de la comercialización de productores y productoras, ya que, como ocurre en Mercabarna o Mercamadrid, la mayoría de quienes compran y venden son intermediarios. «Cierta intermediación es necesaria, no puede abastecerse a 20 millones de personas sin espacios concentradores, el problema es que esa lógica hace que se pierda la racionalidad en la demarcación del precio. El hecho de publicarlos diariamente ayuda mucho al campesino».
Las líneas de actuación que se están impulsando desde este espacio son muy numerosas e incluyen a quienes rebuscaban algo que comer o revender entre el desperdicio orgánico del mercado. Ahora se les ha contratado para desviar todo ese alimento, de primera calidad pero sin valor comercial, a comedores comunitarios, ahorrando parte de lo que se pagaba a una empresa para que lo enterrara en los basurales.
Hay acciones, sin embargo, que escapan del control de la UTT. «El mayor problema es cuando ingresa producción de Brasil u otros lugares que impacta negativamente en los pequeños productores o cuando se exportan limones y la población argentina los acaba pagando a precio de exportación porque empieza a ser un commodity (‘producto básico’). Con la carne pasa un poco eso, el consumo interno está atado a los dólares de exportación. Esto es política de Estado, no mía, aunque nosotros proponemos un cupo de consumo interno anclado a sus propios valores. Sin embargo, si no hay una política integral no podemos hacer nada desde el mercado».
«El pensar no nos paraliza»
«En la UTT tal vez somos un 1 o un 10 % de la producción de alimentos básicos, no sé, pero hacer de esta propuesta algo mayor pasa por acceder a la tierra, un tema histórico y central para nosotros. Hemos conseguido tierras a partir de ocupaciones, también se están creando colonias en tierras del Estado que se ceden para un uso agrícola y, muy importante, trabajamos por una nueva ley de tierras que aborde de forma clara el problema. Nuestra propuesta son los créditos blandos para que el productor que ahora está pagando un alquiler por la tierra, por el mismo monto pueda ser dueño de su parcela».
Al preguntarle sobre la organización de la UTT, Nahuel me explica un modelo que claramente va de abajo arriba, un modelo de democracia de base, diferente al de la mayoría de las organizaciones sindicales europeas. «Los compañeros y las compañeras que están en su tierra laburando forman parte de un grupo de base que al menos una vez al mes se reúne en asamblea para discutir todo lo que se tiene que hacer: el uso del tractor colectivo, la organización de la comercialización, los fondos rotatorios, etc.». Los grupos de base de una región se juntan en uno regional, después provincial y después estatal. Además, tienen secretarías transversales que son temáticas: producción, género, jurídico, comercialización. En algunas de sus sedes ofrecen servicios médicos, guarderías, etc. para sus bases. «Nos gusta pensar que el mejor seguro para los trabajadores de la tierra es su organización».
La particularidad de la UTT es su convencimiento sobre el derecho a la alimentación desde una perspectiva transformadora. «Para garantizar el abastecimiento según el modelo de la soberanía alimentaria, es necesario planificar la producción. Históricamente, esta quedó liberada en el mercado y ahora el Estado tiene que entender que los alimentos son un derecho, así que es su responsabilidad garantizarlo y eso no significa repartir comida a los pobres. Significa mirar hacia atrás en toda la cadena y garantizar un esquema de producción que permita alimentos sanos a precios accesibles para toda la población. Esto es lo que nosotros estamos planteando al Gobierno nacional». Nahuel lo explica bien simple: hay que multiplicar la cantidad de frutas y verduras necesarias para una persona por toda la población argentina, esa es la producción necesaria.
En la conversación, Nahuel repite constantemente la palabra laburar: «lo que hemos alcanzado ha sido y es a base de laburar. Primero laburamos y luego pensamos o en cualquier caso el pensar no nos paraliza. No hacemos proyectos piloto, ni ensayos, ni estudios… laburamos. Esto es lo que nos ha permitido disponer de poder para tener peso real político frente al Estado. El pueblo organizado transformando esa realidad y proponiéndola como política pública».
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