Extracto de la declaración oficial de La Vía Campesina por los 25 años de lucha colectiva por la soberanía alimentaria

La Vía Campesina

Mujeres sembrando en la granja colectiva de Amritabhoomi. La escuela forma parte de la red de escuelas de agroecología de La Vía Campesina. Foto:  David Meek-La Via Campesina

Mujeres sembrando en la granja colectiva de Amritabhoomi. La escuela forma parte de la red de escuelas de agroecología de La Vía Campesina. Foto: David Meek. La Vía Campesina

 

La soberanía alimentaria es una filosofía de vida. Define los principios sobre los cuales nos organizamos en nuestra vida diaria y coexistimos con la madre tierra. Es una celebración de la vida y de la diversidad que nos rodea. Abraza cada elemento de nuestro cosmos; el cielo sobre nuestras cabezas, la tierra debajo de nuestros pies, el aire que respiramos, los bosques, las montañas, los valles, campos, océanos, ríos y estanques. Reconoce y protege la interdependencia entre 8 millones de especies que compartimos este hogar.

Heredamos esta sabiduría colectiva de nuestras ancestras, quienes labraron la tierra y vadearon las aguas durante 10 000 años, período en el que evolucionamos hacia una sociedad agraria. La soberanía alimentaria promueve la justicia, la igualdad, la dignidad, la fraternidad y la solidaridad. Es, también, la ciencia de la vida; construida a través de realidades vividas a lo largo de innumerables generaciones, cada una enseñando a su progenie algo nuevo, inventando nuevos métodos y técnicas que se integren en armonía con la naturaleza.

 
   La soberanía alimentaria presenta una reforma radical al concepto de seguridad alimentaria.   
 

Como poseedoras de esta rica herencia, es nuestra responsabilidad colectiva defenderla y preservarla. La Vía Campesina (LVC) llevó el paradigma de la soberanía alimentaria a los espacios de formulación de políticas internacionales y le recordó al mundo que esta filosofía debe guiar los principios de nuestra vida compartida.

Llevados al límite, el campesinado y las comunidades indígenas de todo el mundo reconocieron la urgente necesidad de una respuesta organizada e internacionalista a esta ideología globalizadora y de libre mercado propagada por quienes defienden el orden mundial capitalista. La soberanía alimentaria se convirtió en una de las expresiones de esta respuesta colectiva.

En la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996, en un debate sobre cómo organizamos nuestros sistemas alimentarios globales, La Vía Campesina acuñó el término soberanía alimentaria para insistir en la centralidad del pequeño campesinado, la sabiduría acumulada por generaciones, la autonomía y diversidad de las comunidades rurales y urbanas y la solidaridad entre los pueblos como componentes esenciales para la elaboración de políticas en torno a la alimentación y la agricultura.

Un derecho colectivo que cambió la forma de entender la pobreza y el hambre

La soberanía alimentaria presenta una reforma radical al concepto de seguridad alimentaria. Reconoce a la gente y las comunidades locales como agentes centrales en la lucha contra la pobreza y el hambre. Requiere comunidades locales fuertes y defiende su derecho a producir y consumir antes de comercializar el excedente. Demanda autonomía y condiciones objetivas para el uso de los recursos locales, exige la reforma agraria y la propiedad colectiva de los territorios. Defiende los derechos de las comunidades campesinas a usar, guardar e intercambiar semillas. Defiende el derecho a comer alimentos saludables y nutritivos. Fomenta los ciclos productivos agroecológicos, respetando las diversidades climáticas y culturales de cada comunidad. La paz social, la justicia social y de género y las economías solidarias son condiciones previas esenciales para hacer realidad la soberanía alimentaria. Exige un orden comercial internacional basado en la cooperación y la compasión frente a la competencia y la coacción. Exige una sociedad que rechace la discriminación en todas sus formas e insta a las personas a luchar contra el patriarcado y la estrechez mental. Un árbol es tan fuerte como sus raíces. La soberanía alimentaria, definida por los movimientos sociales de los años noventa y, posteriormente, en el Foro de Nyeleni en Mali en 2007, intenta precisamente eso.


 
Campesina cribando semillas en Amritabhoomi, la escuela de agroecología de Karnataka, India. Foto: David Meek. La Vía Campesina

Campesina cribando semillas en Amritabhoomi, la escuela de agroecología de Karnataka, India. Foto: David Meek. La Vía Campesina

Anuka, del Colectivo de Coordinación Internacional de La Vía Campesina. Foto: Rucha Chitnis/Amritabhoomi/AEF

Anuka, del Colectivo de Coordinación Internacional de La Vía Campesina, en la escuela de agroecología Amritabhoomi. Foto: Rucha Chitnis/Amritabhoomi/AEF

Este año celebramos 25 años de esta construcción colectiva

El mundo no es para nada perfecto. Incluso frente a una desigualdad sin precedentes, el aumento del hambre y la pobreza extrema, el capitalismo y la ideología del libre mercado continúan dominando los círculos políticos. Peor aún, también se están haciendo nuevos intentos para visualizar un futuro digital: de agricultura sin agricultoras, pesca sin pescadoras; todo bajo el disfraz de la digitalización de la agricultura y para crear nuevos mercados para los alimentos sintéticos.

A pesar de todos estos desafíos, el movimiento por la soberanía alimentaria, que ahora es mucho más extenso que La Vía Campesina y está compuesto por varios sectores, ha logrado avances significativos.

Gracias a nuestras luchas conjuntas, instituciones de gobernanza mundial, como la FAO, han llegado a reconocer la centralidad de la soberanía alimentaria de los pueblos en la formulación de políticas internacionales. La Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos del campesinado y otras personas que trabajan en las zonas rurales es otro logro.

Algunas naciones también han otorgado reconocimiento constitucional a la soberanía alimentaria. Las interrupciones causadas por la pandemia de COVID-19 en las cadenas alimentarias industriales han recordado aún más a los gobiernos la importancia de crear economías locales sólidas.

La agroecología campesina, fundamental para asegurar la soberanía alimentaria en nuestros territorios, ahora es reconocida por la FAO como fundamental para la lucha contra el calentamiento global. La campaña sostenida de los movimientos sociales también ha dado como resultado varias victorias legales contra las corporaciones que producen agrotóxicos y semillas químicas y transgénicas.

Tenemos por delante un camino con muchas barreras

Los defensores del orden mundial capitalista se dan cuenta de que la soberanía alimentaria es una idea que atenta contra sus intereses financieros. Prefieren un mundo de monocultivos y gustos homogéneos, donde los alimentos se puedan producir en masa, con mano de obra barata en fábricas lejanas, sin tener en cuenta sus impactos ecológicos, humanos y sociales. Prefieren economías de escala a economías locales sólidas. Eligen un libre mercado global (basado en la especulación y la competencia feroz) por sobre de las economías solidarias que requieren mercados territoriales más sólidos (mercados campesinos locales) y la participación activa de quienes producen alimentos locales. Inyectan nuestro suelo con agrotóxicos para obtener mejores rendimientos a corto plazo, ignorando el daño irreversible a la salud del suelo. Sus arrastreros volverán a rastrear los océanos y ríos, capturando peces para un mercado global mientras las comunidades costeras mueren de hambre. Continuarán intentando secuestrar semillas campesinas e indígenas a través de patentes y tratados de semillas. Los acuerdos comerciales que elaboran volverán a tener como objetivo la reducción de los aranceles que protegen nuestras economías locales.

Un éxodo de jóvenes sin empleo, que abandonan las granjas de las aldeas y eligen el trabajo asalariado en las ciudades, encaja perfectamente con su impulso de encontrar un suministro regular de mano de obra barata. Su enfoque implacable en los «márgenes» significa que encontrarían todos los medios para deprimir los precios en las explotaciones agrícolas mientras los negocian a precios más altos en los supermercados minoristas. Al final, las que pierden son las personas, tanto productoras como consumidoras. Las que se resistan serán criminalizadas. Una feliz coexistencia de la élite financiera mundial con gobiernos autoritarios significaría que incluso las más altas instituciones, a nivel nacional y mundial, destinadas a supervisar y detener las violaciones de derechos humanos, mirarían hacia otro lado. Los multimillonarios utilizarían sus fundaciones filantrópicas para financiar agencias que producen «informes de investigación» y «revistas científicas» para justificar esta visión corporativa de nuestros sistemas alimentarios. Cada espacio de gobernanza global, donde los movimientos sociales y los miembros de la sociedad civil hicieron campaña para ganar un asiento en la mesa, dará paso a los conglomerados corporativos que entrarán en escena como «partes interesadas». Se hará todo lo posible para ridiculizar a quienes defendemos la soberanía alimentaria como no científicos, primitivos, poco prácticos e idealistas. Todo esto sucederá, como sucedió en las últimas dos décadas.

 
   Debemos sembrar las semillas de la solidaridad en nuestras comunidades y abordar todas las formas de discriminación que mantienen divididas a las sociedades rurales.   
 

Nada de esto es nuevo para nosotras. Las condenadas a las periferias de nuestras sociedades por un sistema capitalista cruel y devorador no tenemos más remedio que luchar. No se trata solo de nuestra supervivencia, sino también de las generaciones futuras y de una forma de vida transmitida de generación en generación. Es por el futuro de nuestra humanidad por lo que defendemos nuestra soberanía alimentaria.

Esto solo es posible si insistimos en que cualquier propuesta de política local, nacional o global en materia de alimentación y agricultura debe basarse en los principios de soberanía alimentaria, como la definen los movimientos sociales. El joven campesinado y la clase trabajadora mundial deben liderar esta lucha. Los movimientos sociales rurales y urbanos, los sindicatos y los agentes de la sociedad civil, los gobiernos progresistas, la academia, la ciencia y las entusiastas de la tecnología deben unirse para defender esta visión de nuestro futuro. Las mujeres campesinas y diversidades deben encontrar un espacio equitativo en la dirección de nuestro movimiento en todos los niveles. Debemos sembrar las semillas de la solidaridad en nuestras comunidades y abordar todas las formas de discriminación que mantienen divididas a las sociedades rurales.

La soberanía alimentaria ofrece un manifiesto para el futuro, una visión feminista que abraza la diversidad. Es una idea que une a la humanidad y nos pone al servicio de la madre tierra que nos alimenta y nutre.

En su defensa, ¡estamos unidas!

¡Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza!

#NoHayFuturoSinSoberaníaAlimentaria

La Vía Campesina

10 de octubre de 2021

Versión completa en viacampesina.org 

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