Llucía Menéndez Suárez
Manifestación por la oficialidad de la lengua asturiana el pasado 16 de octubre en Oviedo. Foto: Iván G. Fernández
Una lengua coevoluciona con sus hablantes y en su entorno, que le aporta y que le exige, que se transforma y es sensible a lo que ocurre alrededor. ¿Cómo se relacionan las lenguas con el poder? ¿Qué conocimiento biocultural hay en ellas?
Un ganadero asturiano se ha hecho viral recientemente en Asturies. El vídeo, que forma parte de una campaña de promoción de la marca Ternera Asturiana, muestra a Benito Mingón enseñándonos la braña en la que pastan sus vacas. La cámara lo acompaña casi ocho minutos, en los que nos explica cómo siega, la historia de la construcción del camino, qué es una braña, o sus anécdotas de infancia y juventud junto a su abuelo en estos pastos de la montaña de Cangas del Narcea. Además, aprovecha la circunstancia para reclamar a las autoridades que le puedan estar escuchando la mejora de los accesos a la braña.
Esta estampa no tiene nada de particular para la mayoría de las asturianas porque todas esas labores las vimos en casa. Lo que ha hecho que el vídeo corriera como la pólvora es cómo vive y disfruta Benito Mingón de todo ello. Lo que nos emociona como espectadoras no es solo que este ganadero todavía prefiera segar a guadaña que con la desbrozadora; sino, sobre todo, cómo nos transmite el placer que siente al oír el filo de guadaña cortando los helechos y los espinos, el movimiento armónico de su cuerpo al ejecutar el corte preciso y cuidado de las hierbas, su alegría por que el camino a braña Mingón siga abierto y limpio. Cuando lo vemos gozar con el rugir de la cuchilla curva se nos viene a la cabeza un ángel del infierno al que se le eriza la piel con el ruido del motor de su Harley.
Cuando toda España estaba en la playa (la frase es de Matías Prats), en el mes de agosto de 2017, Benito Mingón estaba (re)abriendo con sus propias manos, a pico y pala, el camino que lleva a los pastos de la braña. De todo aquello conserva un recuerdo a flor de piel: un callo que todavía no se le ha quitado. Ahora, además, puede volver a oler el rosal que había plantado a la orilla del camino con trece años y nos lo muestra orgulloso. La escena nada tiene que ver con el refinamiento afrancesado al que estamos acostumbradas cuando de oler rosas se trata. Y sin embargo, nos (con)mueve.
Y hasta aquí solo he descrito parte de los dos primeros minutos del vídeo. Creo que es suficiente para ilustrar de lo que os quiero hablar y todavía no os he dicho: Benito Mingón se expresa en lengua asturiana. Y esto es así porque no puede ser de otra manera. Lo que nos ha seducido de este vídeo es su autenticidad y valor respecto a la realidad. Ninguna recreación ficcionada habría sido capaz de generar una verdad más verosímil.
Mientras que la braña de Mingón siga en pie y Benito siga subiendo sus vacas a pastar, la lengua asturiana seguirá teniendo, al menos, un hablante. No vamos a ser simplistas, en un mundo globalizado hay muchísimos factores que inciden en el mayor o menor uso de un idioma. Pero, sin duda, uno de ellos tiene que ver con el medio en el que se formó y desarrolló una determinada lengua. Cada idioma sobrevive en su propio ambiente ecológico, determinado por la sociedad que lo habla y sus actitudes hacia él. Las lenguas están perfectamente adaptadas al medio que las vio nacer y suponen la vía más eficaz para comunicarse dentro de su comunidad de hablantes. La lengua codifica el conocimiento biocultural de una sociedad a lo largo de la historia y permite acumularlo, aunque se vaya actualizando con cada generación.
La continuidad, más o menos estable, en las relaciones socioambientales del hábitat en el que se desarrolla una variedad lingüística facilita su uso cotidiano y, con ello, la transmisión intergeneracional de esta forma de expresarse. Y no hay mayor muestra de vitalidad de un habla que su persistencia a través de las distintas generaciones. La realidad cambia y las lenguas lo hacen con ella, pero pueden hacerlo dentro de los parámetros culturales propios si cuentan con el apego de sus hablantes, que se identifican con ellas; o estos mismos hablantes pueden abandonarlas en favor de otras variedades más prestigiosas o ventajosas socioculturalmente. Así, la perturbación de los sistemas socioecológicos puede poner en peligro la continuidad y funcionalidad de las formas tradicionales de comunicación lingüística.
Diversidad cultural, diversidad biológica y vulnerabilidad
Las correlaciones entre la diversidad lingüística y cultural y la biodiversidad son evidentes si las observamos a escala global. Las áreas con mayor diversidad biológica del mundo coinciden con las de mayor linguodiversidad. Esta superposición se da en todos los continentes, pero destaca principalmente en las zonas forestales de los trópicos. Papúa Nueva Guinea, el país más rico lingüísticamente, destaca también en cuanto a la diversidad y el número de vertebrados endémicos. Los territorios con más lenguas propias son aquellos que conocemos como megadiversos biológicamente. De la misma manera, las lenguas más amenazadas, aquellas que están en peligro de extinción, coinciden con los espacios naturales y sociedades en peligro de supervivencia por unos modelos de explotación insostenibles.
No nos resultará difícil imaginar que hay otro mapa que se superpone al de la glotodiversidad: el de la pobreza. Los pueblos más pobres hablan el 75 % de las lenguas del mundo y habitan en esos espacios megadiversos. Así, el patrimonio natural, lingüístico y cultural de la humanidad está depositado en las comunidades más vulnerables a las presiones de la globalización. Las más empobrecidas son las que más sufren la degradación ambiental, lo que provoca más pobreza y esta, a su vez, genera más destrucción ambiental. A este círculo vicioso hay que añadir que estos idiomas están excluidos de la educación y de la esfera de lo público. Hablar lenguas de pobres nos empobrece aún más en el sistema capitalista.
Por lo tanto, cuando hablamos de bienestar humano no podemos olvidar las complejas relaciones que existen entre lengua, educación, salud, género, clase y medio ambiente. Los discursos de los modelos de progreso hegemónicos han parcelado y estandarizado la realidad y han impuesto una homogeneización cultural y lingüística para lograr el supuesto desarrollo de estos pueblos. Aunque, hasta la fecha, ha quedado demostrado que solo han causado destrucción, dolor y pobreza.
El siempre recurrente darwinismo lingüístico se ha puesto de moda en la derecha española en los últimos años y ha calado en la sociedad. Según esta teoría, la selección natural de las lenguas hace que prevalezcan las mejor adaptadas, las más útiles, las mejor dotadas. Si esto fuera así, sobrevivirían todas, porque como ya se ha dicho más arriba, cada lengua está especializada en nombrar la propia realidad y en contener el conocimiento del mundo que manejan sus hablantes. Por el contrario, constatamos y nos escandalizamos ante la rápida destrucción de la glotodiversidad: La Unesco vaticina que el 90 % de las lenguas del mundo desaparecerán a lo largo del siglo xxi.
Quienes apelan al darwinismo lingüístico quieren hacernos creer que las lenguas son unos seres vivos que viven autónomamente al margen de sus hablantes y que se expanden naturalmente al ser, de entre todos los posibles, el medio más eficaz de comunicación. No importa que sea Ayuso o el presidente de la RAE, todos tiran de argumentación darwinista para justificar el imperialismo lingüístico del castellano y su imposición aquí y allá. Convertir al castellano en español nos convierte en ciudadanas, nos despolitiza y nos saca de pobres. Olé.
La palabra es nuestra
La aplicación de las teorías darwinistas a las lenguas ha (de)generado en supremacismo lingüístico y, con él, en racismo lingüístico. Y el contexto de este vídeo no es más que un ejemplo de ello: Benito Mingón, que se identifica como campesino, habla en asturiano porque es la lengua que le corresponde, de acuerdo a su hábitat, a su clase, a su condición sociocultural. Y esto no podría ser de otra manera según la cosmovisión supremacista, que necesita una variedad lingüística inferior sobre la que imponerse. Además, esta ideología denigratoria queda compensada por una exaltación folclórica y sentimentaloide del acento y del deje de un bucólico pastor de las montañas asturianas, en consonancia con el mito del buen salvaje.
Al mismo tiempo, como tampoco podía ser de otra manera, la campaña publicitaria y la propia marca IGP Ternera Asturiana está íntegramente en castellano. A Benito lo subtitulan para sacarlo de la braña. Porque, claro, una Indicación Geográfica Protegida es algo muy serio, ahí entra en juego el prestigio y el dinero, y para eso tenemos el castellano. Aunque en Asturies llamemos a la ternera xata, eso solo lo podemos decir en la intimidad del hogar y de la braña. Los señores que crean las IGP, DOP o los Consejos Reguladores, esos que tienen un despacho en la capital y se espantan cuando ven una vaca, como nos quieren sacar del salvajismo, renombran nuestra realidad cuando se acercan a ella, por cierto, siempre con fines extractivistas o de explotación.
Aquí, los que acumulan y generan el capital cultural están ante la constatación de una existencia que no nombran, pero su intención no es invisibilizarla sino vaciarla de contenido para resignificarla. Prefieren renombrar la realidad para crear una narración nueva ajustada a los intereses del capital. Poco importa ya lo real, lo que está en juego es quién es capaz de contar la verdad.
Y todo esto en el momento en el que se abre el debate parlamentario sobre la oficialidad del asturiano. Poco se va a hablar el próximo año en la Xunta Xeneral de bienestar humano, de desarrollo sostenible y de conservación de la biodiversidad y la glotodiversidad. Al capital nada le importa la justicia lingüística, la equidad, la igualdad y la libertad —si es que estos términos todavía significan algo—. Las palabras se las llevará el viento cuando hablen de igualdad de oportunidades e inclusión en educación porque allí son muy de apostar por el bilingüismo castellano-inglés, que es el que mejor perpetúa las desigualdades sociales.
Llegó el momento de crear una narrativa propia, al margen de los discursos oficiales, que además de ser verdad, lo parezca. Hasta ahora no nos sirvió de nada que lo real fuera verdad, porque los capitalistas culturales escribieron la narración de nuestros hechos y resignificaron nuestra realidad para cumplir con sus intereses, enmascarándolos para que pareciesen los nuestros. Por ello, sin movernos de donde estamos, desde lo real, debemos ser capaces de generar una narrativa que ocupe también el espacio de lo simbólico. A pesar de que la Universidad de Uviéu nos expulse de su espacio simbólico, una vez que elimina el asturiano de su logo institucional, que ahora luce en bilingüe imperialista. A pesar de las IGP. Esa es su narrativa y nosotras tenemos la nuestra. Y nuestra también es la palabra. Y la tierra. Dios y el cucho pueden muncho, pero más el cucho.
LECCIÓN DE GRAMÁTICA
¿Cómo se diz en uolof la palabra frontera, la palabra
patria? ¿Y en soniké? ¿Cómo-y llamáis al desamparu?
Si queréis dicir en bereber*, por exemplu, «yo tuvi una casa
nun arrabal de Rabat» ¿ponéis nesti orde la frase? ¿Cómo
se conxuguen en bambara los verbos que lleven al norte,
qué axetivos-y cuadren a la palabra mar, a la palabra muerte?
Si tenéis que marchar, ¿ye la palabra adiós un sustantivu?
¿Cómo se pronuncia en diakhanké la palabra exiliu? ¿Hai que
xuntar los llabios? ¿Duelen? ¿Qué pronomes usáis pal qu’espera
na playa, pal que regresa ensin nada? Cuando señaláis p’allá, pa contra
casa, qué alverbiu escoyéis? ¿Cómo se diz na vuestra, na nuestra llingua
la palabra futuru?
Berta Piñán, Un mes. Editorial Trabe. Uviéu, 2003
*Como resultado de la reivindicación del pueblo amazigh, el término bereber, usado por sus enemigos para menospreciarlo, ya no se emplea para referirse a una persona amazigh o a su idioma, el tamazight.
Llucía Menéndez Suárez
Profesora y activista de la lengua asturiana