David Gallar Hernández
Elliot y Alberto, de la cooperativa La Sazón. Foto: Biela y Tierra
El debate sobre la identidad rural forma parte de la pugna entre diferentes actores por la representatividad social y política de la ruralidad para la defensa de unos intereses particulares asimilados a intereses colectivos. ¿Cuáles son las características movilizadas y quiénes forman parte de los distintos sujetos políticos en construcción?
Un concepto complejo que necesita un sujeto
La identidad social se hereda, se reproduce, se elige, se destruye, se impugna, se inventa, se construye, se defiende… en lo individual y en lo colectivo. Se mueve entre la elección propia y la imposición ajena, porque la identidad se construye desde dentro y también es una etiqueta definida desde fuera para clasificar a las demás personas.
La identidad es una forma de situarse en la sociedad y de que la sociedad se oriente. Es relacional y nos incluye en una comunidad y también nos diferencia de, o nos enfrenta a, los otros; permite la construcción de un «nosotros» distinto a un «ellos». La identidad nos sujeta y nos ata a los demás, porque para ser parte del «nosotros» hay que priorizar y a la vez renunciar a algunas características propias. La identidad es una construcción porque, para que sea útil socialmente, se basa en la selección de una serie de características y en ignorar, ocultar u olvidar otras tantas. Sin embargo, es situacional y no unívoca; depende de cuál sea el espacio y el momento de identificación en el que deba actuar. La identidad puede ser la fortaleza desde la que defenderse de los demás o atacarlos. Se construye utilizando los elementos de identificación social dominante o posicionando y forzando el uso de nuevos polos de identificación. La identidad sirve para poder ser nombrado.
Pero la identidad también es una herramienta en la pugna por las posiciones de poder y visibilidad en una sociedad por parte de diferentes sujetos políticos colectivos, que son quienes construyen y encarnan dichas identidades y las utilizan en la disputa por la hegemonía. Las identidades son siempre proyecciones cargadas de ideología, más o menos visible, más o menos enfrentada a la visión hegemónica de la sociedad.
La condición agraria de lo rural es una parte esencial de la construcción de la identidad rural.
Nos encontramos, por tanto, en una batalla cultural en la que los actores sociales generan procesos conscientes de construcción de su identidad y tratan de crear sus propios referentes culturales para aglutinar y movilizar las sensibilidades de parte de la población, por un lado, en el interior de su propia base social de cara a la búsqueda de representatividad y hegemonía, y, por el otro, en el exterior, en la competición por los recursos y el poder.
La identidad rural en construcción
Desde esta perspectiva, la identidad rural se entiende como una construcción en proceso permanente de (re)definición por parte de diferentes actores que tratan de hablar en nombre de «lo rural». En este sentido, consideramos que no existe la identidad rural, sino distintas identidades rurales, en plural y en pugna, que provienen de distintos grupos rurales y no rurales, desde diferentes territorios socioecológicos, con memorias colectivas, con imaginarios, con intereses socioeconómicos y socioecológicos, y proyectos ideológicos de presente y futuro, bien distintos entre sí.
Esta pugna, además, se enmarca en la debilidad histórica del medio rural a la hora de representarse a sí mismo con respecto a sus propios intereses específicos territoriales, lo cual tiene que ver con las estructuras de poder político infrarepresentativas y las dinámicas económicas y sociales que han vaciado a los pueblos.
Porque, hasta ahora, ¿quién ha hablado en nombre de la ruralidad? ¿Quién habla en su nombre ahora? Cuando el propio concepto de ruralidad está en cuestión y cuando existen tantos territorios con particularidades ecológicas, económicas, sociales, culturales y políticas, y que se enfrentan a dinámicas y conflictos específicos en cada lugar, ¿qué será la identidad rural? ¿Estará construida en torno a lo agrario? ¿A lo territorial? ¿A la vida en los pueblos?
La respuesta la podremos encontrar en las características y atributos que pretenden movilizar los diferentes grupos sociales con el objetivo de asumir la representatividad de la totalidad de la categoría en cuestión. Es decir: quién logrará hablar en nombre de lo «rural» y qué contenidos culturales e ideológicos asignará a la ruralidad.
La identidad rural y la agricultura dominante
A la vista está que en el Estado español se están activando diferentes estrategias de movilización política desde y sobre lo rural que tratan de priorizar y visibilizar una serie de características colectivas compartidas que aglutinen a la población rural y sus sensibilidades. A su vez, estas estrategias también tienen como objetivo generar alianzas con otros colectivos y con la sociedad general para intentar tener más peso en la disputa por la hegemonía.
Parece posible construir una identidad agraria y rural basada en el modelo de la agroecología y la soberanía alimentaria.
En este sentido, la condición agraria de lo rural es una parte esencial de la construcción de la identidad rural, un atributo clave que hay que movilizar de manera directa o indirecta para definirla. Por eso, una de las estrategias es asimilar lo rural a lo agrario y atribuir que las necesidades del presente y el futuro de lo rural pasan por satisfacer las necesidades del sector agropecuario; puesto que, mayoritariamente, el resto de la población y la salud del territorio están vinculados necesariamente al destino de la agricultura y la ganadería. Así, la característica objetiva y compartida del sujeto social rural sería dedicarse a la agricultura o a la ganadería o depender, directa o indirectamente, de este sector.
La construcción de la identidad rural a partir de lo agrario tiene mucho sentido porque en los pueblos la mayoría de la población mantiene relación con la agricultura, su economía sigue muy vinculada a ella, lo agrario sigue teniendo un gran peso en la cultura rural y sigue modelando el paisaje. El sector primario tiene una alta visibilidad en lo público, lo político y lo económico en la sociedad rural, aunque no tanto fuera de ella ni tampoco como actor con capacidad de incidencia en el sistema agroalimentario.
Entonces podemos hablar de un frente «agrarista» en el que lo rural se asimile a lo agrario, que el resto de los actores rurales acepte ese protagonismo político y su construcción identitaria a condición de lograr una mayor visibilidad, influencia o poder en la arena política; por tanto, la defensa del sector primario sería la defensa de todo lo rural. En la situación actual, con el sector agrario fuertemente amenazado, desposeído y maltratado es lógico que se busque una propuesta identitaria y política que le dé respuesta.
Este sería, pues, un frente agrarista que responde claramente a la composición estructural del sector agrario dominante: masculino, industrial, envejecido y con jóvenes abocados a la intensificación productiva, con la amenaza permanente de la falta de rentabilidad agraria y en un contexto donde las condiciones para consolidar un proyecto vital y familiar son cada vez más difíciles.
Ruralidad «tradicional» y retóricas «camperas»
Este frente agrarista se amplía a sí mismo integrando un discurso «campero», dotándose de un marco más amplio y territorial de lo rural que se construye como respuesta y enfrentamiento al discurso ecologista y conservacionista, al que consideran externo y antagónico. Esta posición refuerza la identidad interna agraria y facilita la integración de otros actores rurales como los cazadores y el mundo de los toros de lidia, y se les resignifica como los «verdaderos ecologistas», como aquellos que viven en el campo y del campo, quienes lo conocen y lo usan.
De este modo, el sujeto social de hombres agricultores y ganaderos trata de extender su marco de referencia frente a actores «externos». Desde esa óptica, frente a los espacios naturales protegidos, frente a quienes defienden a lobos y osos como especies de alto valor ecológico y social, frente a los animalistas y antitaurinos urbanos, etc., el sujeto colectivo e identitario de hombres «camperos» construye un ideario y una identidad colectiva basada en la defensa genérica de los agricultores y ganaderos y de las actividades «tradicionales» del campo desde unos intereses particulares y basados en un modelo agrario cada vez más intensivo. Pretenden, sobre todo, tener el monopolio de la toma de decisiones sobre su territorio ante otras opiniones y agentes tanto internos como externos.
En este sentido, es interesante cómo este sujeto político trata de ampliar su marco de legitimidad integrando en el frente agrarista a la ganadería extensiva con la que poco tienen que ver en su modelo de gestión. La ganadería extensiva, por definición, hace un uso sostenible del territorio y establece alianzas con un nuevo consumidor de carne más consciente. Incluyéndoles, además, apartan las problemáticas propias de este sector específico y sus posibles propuestas o soluciones.
También es interesante cómo el mundo de la caza, en el que terratenientes y grandes empresas manejan partes enormes del territorio de manera excluyente y mueven miles de millones de euros cada año, se ha incorporado a ese frente donde las diferencias internas se obvian y se alza la voz para defender intereses particulares disfrazados de interés general. Otra estrategia es la apelación a las tradiciones y al folclore, que ofrece un intento de revalorización y orgullo de la cultura rural, como un elemento más para aumentar la capacidad inclusiva del frente agrario-campero.
Otras ruralidades diversas e incluyentes
El cuestionamiento del propio sector agrario sobre el modelo agroindustrial y el reconocimiento de sus impactos ecológicos y sociales puede ser un punto de partida para la construcción de una identidad rural y agraria en defensa del territorio. Frente a los polos de agricultura bajo plástico, la explotación laboral de jornaleros y jornaleras migrantes o las macrogranjas, parece posible construir una identidad rural basada en el cuidado del territorio, en la producción de alimentos de calidad, en el feminismo o en la incorporación de jóvenes a nuevos modelos. En definitiva, una identidad agraria y rural basada en el modelo de la agroecología y la soberanía alimentaria que, además, conecta con identidades rurales de antaño.
En contraposición al frente «agrario-campero» sería posible definir un sujeto social agrario autónomo respecto a ese frente agrarista sometido al régimen corporativo que obliga al sector agrario y ganadero a profundizar en las lógicas agroindustriales en contra de su voluntad. Podrían tenderse puentes mediante una estrategia que permita a algunos agricultores y ganaderos del frente «agrarista» sentirse incluidos en esta identidad «neocampesina» que se enfrente al régimen corporativo y les libere de la presión productivista y de la amenaza permanente de cierre de su granja.
Ciertamente, este colectivo agrario tiene menor peso y menos base social sobre la que asentarse en lo público, lo político y lo económico; pero, a cambio, tiene el potencial de construir una imagen rural vinculada a los valores de la agricultura tradicional y campesina respetuosa con el territorio, que vive su cultura rural desde la reactualización y no desde la folclorización; una identidad agraria vinculada a la convivencia con la naturaleza y la coevolución, y no al enfrentamiento o la exclusión de otras actividades u otras especies. Una agricultura que renuncie al intento de monopolio del territorio a través del diálogo, la empatía y la identificación de sinergias positivas con otros colectivos, sectores profesionales y actividades. Una ganadería extensiva que dialoga con las posturas conservacionistas y llega a puntos de encuentro.
Este frente «agroecológico-neocampesino» tiene un potencial enorme de articulación con otros actores rurales no agrarios que construyen y defienden una ruralidad abierta, inclusiva, que reivindica la diversidad y promueve las sinergias, que cuida su medio ambiente, que aprovecha nuevas oportunidades de vida en el territorio, que valora y recupera su memoria, que cuida de sus mayores y ofrece oportunidades a sus jóvenes, que incluye y reconoce a las mujeres, que apuesta por modelos de turismo sostenible, etc. Un frente que denuncia y resiste a las macrogranjas, a la invasión de las energías renovables, a la marginalización y explotación de la mano de obra local y migrante, a la destrucción de los ecosistemas, a los trasvases de agua, etc. Un frente de sustentabilidad que apuesta por políticas públicas que se orienten a revertir la despoblación, el envejecimiento y la masculinización del medio rural. Una mirada que puede conectar también con el territorio urbano, que establezca puentes y rompa con las dicotomías.
En definitiva, los contenidos con los que se construya la identidad rural dependerán de la capacidad de diferentes grupos sociales para movilizar elementos materiales y simbólicos de la sociedad rural y de quiénes integran los distintos sujetos políticos en construcción, del apoyo logrado entre la sociedad a la que pretende representar y su capacidad de incidencia externa.
David Gallar Hernández
Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC), Universidad de Córdoba