Entrevista a Patricia Gualinga, activista del pueblo de Sarayaku
Revista SABC
El pueblo originario kichwa de Sarayaku, reconocido legalmente por el Estado ecuatoriano e integrado por unas 1400 personas, está en la provincia de Pastaza, en un territorio permanentemente amenazado por la extracción de recursos naturales. En 2004 y tras años de lucha contra una concesión petrolera, la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció que cualquier actividad extractiva dentro del territorio les debe ser consultada.
«La selva, para los pueblos indígenas que habitan la Amazonía, es vida. Todo el mundo del Kawsak Sacha [selva viviente, el espacio donde fluye la vida] tiene su energía y simboliza el espíritu humano, tanto por su fortaleza como por su grandeza, pensamiento interior donde el alma y la vida son uno solo con la Pachamama y que se hace parte de nuestra formación desde el mismo momento de ser concebidos. [...] El pueblo de Sarayaku hace público lo sagrado de la selva viviente, proyectándolo hacia otras culturas y sociedades con el fin de aportar al conocimiento profundo de la Naturaleza».[1] Así describe Patricia Gualinga una parte muy importante de la cosmovisión de su pueblo.
Patricia salió a estudiar a la ciudad y se diplomó en Derechos humanos, gestión ambiental y comunicación. Cuenta que fue a partir de un sueño cuando supo que tenía que dejar su trabajo y forma de vida para renacer y dedicarse por completo a la lucha y resistencia de Sarayaku: «Mirábamos en el cielo una extraña ave de color dorado y enorme; si se caía una pluma y alguien la cogía, era una bendición. De repente el ave aterrizó a mi lado, la acaricié, y entonces me desperté». Desde entonces Patricia ha ocupado diversos cargos como dirigente de los pueblos amazónicos y actualmente denuncia la extracción en su territorio de madera de balsa, con la que se construyen las turbinas de los aerogeneradores, que en 10 años ha aumentado un 1100 % desde que China subvencionó la energía eólica.
¿Cómo son tus primeros recuerdos de lo que te rodeaba? ¿Cómo sentiste de pequeña esa sensación de ser parte de algo?
Bueno, son recuerdos algo difusos. Yo no conocía la ciudad, todo lo que conocía era Sarayaku, la chacra (huerto familiar), la casa de mis padres, la comida que comíamos. Mi papá era un buen cazador y pescador, y recuerdo despertarme de niña y encontrar a mi madre lavando el pescado que mi padre había tomado del río. Los recuerdos que tengo son de caminar descalza, correr, jugar sin esa noción de peligro o de miedo a las serpientes. Nuestra diversión era el río Bobonaza y más cuando se secaba por el verano, que podíamos ver subiendo por las guijanadas a los pescados bebé que más tarde bajarían como pescados grandes. Mi mamá me pintaba el pelo de negro, para tenerlo hermoso, y también el rostro. Papá es un yachak (chamán) y cuando yo era más grande ya tuve conciencia de que venían otros yachaks y tomaban su brebaje y cantaban y conversaban sobre cosas que eran parte de su visión y no entendíamos.
¿Cómo se acaba convirtiendo esa vivencia de la naturaleza en el hábito de cuidarla y en energía para defenderla?
Aunque para otros esto sea sorprendente o motivo de investigación, para nosotros ha sido muy natural. Por ejemplo, creemos en los seres del agua; por eso, si íbamos a los ríos sagrados, nos advertían del cuidado que debíamos tener para que no se enojaran. Recuerdo que a veces tan solo el olor que no era de allí les incomodaba y estábamos siempre alerta de no romper las reglas, ya sea por travesura o descuido, porque veíamos las consecuencias. Siempre que alguien iba al bosque venía con anécdotas. Nuestra educación fue permanentemente hablando de la naturaleza y lo que pasaba en ella, de los seres que la habitan. Cuando salimos a la ciudad ya no conversábamos de eso porque para los demás no es real esa parte espiritual y teníamos miedo de que se burlaran o nos juzgaran. Quedaba para nuestro espacio. Nosotros grabábamos los cantos de papá y mamá —todos sobre la naturaleza— para que nos acompañaran. Si estábamos alejados, estudiando, los poníamos y nos conectaba automáticamente, nos permitía respirar mejor, tranquilizarnos. Ahora ya no necesitamos eso porque tenemos mayor seguridad y nos sentimos mucho más fuertes.
El tema espiritual y la conexión con la naturaleza no son solo de los indígenas, está en nuestros genes, simplemente una parte de las personas lo ha perdido en el camino.
En ese tránsito tuyo entre dos culturas, ¿piensas que existe un lenguaje en común para llegar a entendernos de verdad?
Es complejo, pero en mis viajes descubrí que había personas que, sin ser indígenas, no habían perdido esta percepción. Ahí me di cuenta de que el tema espiritual y la conexión con la naturaleza no son solo de los indígenas, están en nuestros genes, simplemente una parte de las personas lo ha perdido en el trascurso del camino , algo que también ha ocurrido a muchos pueblos indígenas. Si necesitas sentir esa conexión, puedes adaptarla a tu realidad, porque la naturaleza siempre está presente, por ejemplo, en el cielo que nos cubre. La selva es naturaleza y no solo es amazónica, está en cualquier sitio donde pueda estar cuidada. En las ciudades hay gente cuya parte física le pide salir, irse al mar o a las montañas. Normalmente, lo hacen un ratito y se olvidan, pero creo que deberían cultivar más esa conexión porque ayudaría mucho a lo que yo llamo volver a nacer, volver a sentir esa fuerza que permita sanarse y tejer de nuevo, como una araña, esos hilos invisibles que se rompieron. Cuando conecten eso, comprenderán cómo tiene que ser el cuidado o el uso de la energía, es un crecimiento personal que puede volverse colectivo y generar procesos de incidencia. Es lento, pero yo creo que es posible y no es cuestión de aprender todo lo que nosotros como pueblo sabemos, cada quien defenderá esa sensibilidad perdida desde otros puntos.
Esa conexión, en nuestro contexto, puede estar relacionada con las raíces rurales, con la memoria de nuestros antepasados que vivieron de la tierra, que tenían su propia relación con la naturaleza. ¿Podemos desde ahí o desde la propia alimentación volver a sentir que somos parte de un todo, a conectar no solo con lo material y lo inmediato?
Claro, hay formas de practicar esa conexión de diferentes maneras. Ahora bien, lo que sí es cierto y he visto con sorpresa en todas las religiones es la importancia de la alimentación. La alimentación de nuestros yachaks ha sido selecta, sin impurezas. Yo descubrí que la alimentación tiene que ver con esta conexión, con este desarrollo de la sensibilidad, cuando periódicamente nos hacían hacer dieta. Papá me daba el pescado sin sal y sin picante, solo hervido con yuca, porque cuanto más sano comes más abierta estás, y si no es así, te vas alejando. Esto aplica a todas las religiones: evangélicos, musulmanes, cristianos, todos tienen un periodo de purificación y también lo hacían nuestros ancestros cada cierto tiempo. Esto les permitió conectarse con el mundo natural. Así era y así es. Pero este mundo tan revuelto y acelerado que ofrece tanta comida refinada lo hace muy complejo. Todos hemos comido cosas que no son buenas, como la comida industrial, y el cuerpo responde porque es carne.
¿Qué opinión tenéis de la agricultura, de que el ser humano intervenga para producir alimentos, engordar animales? Hay muchas discusiones y teorías sobre si ese fue un paso importante en la desconexión con la naturaleza.
Nosotros somos agricultores de autoconsumo, lo que producimos es lo que comemos, pero eso no implica que se tenga que talar todo el bosque. Cada familia tiene los espacios que utilizaron sus abuelos y son rotativos. Una chacra que se hace en un bosque primario va a demorar en regenerarse unos quince años y volver a ser utilizado. Así vamos rotando y es nuestra forma de vivir, porque no abonamos la tierra, la naturaleza amazónica es totalmente diferente. Para que se vuelvan a caer las hojas y la tierra tenga los nutrientes suficientes hay que esperar ese tiempo. Lo demás es bosque primario, con árboles grandes. No somos ganaderos, pero sí tenemos algunas gallinas. Practicamos bastante la pesca y un poco la caza en sitios permitidos. Mientras no se contaminen los ríos nuestra alimentación no estará contaminada. El campesino de acá es muy parecido al indígena y mientras mantenga un esquema que se conecta con la naturaleza, que maneja la tierra, el humus, el principio de la vida, todo estará bien.
Los nuevos gobernantes llegan a una casa que ya está construida y se necesita deconstruir todo este esquema para construir algo nuevo. [...] No se puede avanzar más a base de destrucción.
En occidente hay mandatarios que hablan de sostenibilidad o de «economía circular», pero acaban aceptando el modelo extractivista, incluso desde «partidos verdes». ¿Qué tiene que pasar para que haya cambios sustanciales en las esferas de gobierno?
Los nuevos gobernantes llegan a una casa que ya está construida y se necesita deconstruir todo este esquema para construir algo nuevo. Y nadie se atreve porque nadie ha tenido una experiencia de esta magnitud, así que acaban sucumbiendo. El mundo ha basado su economía en combustibles fósiles, en la explotación y destrucción y lo sigue haciendo. ¿Cómo deconstruir esto, especialmente cuando las decisiones van más allá de las decisiones de los gobiernos? Por ejemplo, ahora todos utilizamos celulares, computadoras… La cultura de descartar está presionando los territorios. Si llevamos esta vida, por lo menos que hagan cosas que duren, como las que fabricaban nuestros abuelos, que podían reparar fácilmente. Las actividades que implican la destrucción de la misma humanidad deberían controlarse, pero para eso hace falta más que un buen discurso, porque ese gobierno perderá el apoyo de los empresarios. No les pedimos que vivan como nosotros, pero pueden generar políticas de control, que los grandes gobiernos den pasos valientes. No se puede avanzar más a base de destrucción.
Por eso, la esperanza está más en la ciudadanía movilizada. ¿Qué piensas de movimientos como el feminista, que habla de transformar radicalmente la sociedad?
Siempre he dicho que el cambio tiene nombre de mujer. Yo no soy feminista porque en mi lengua no existe esa palabra, pero soy parte del colectivo de mujeres amazónicas que trabaja para estar en los espacios de toma de decisiones. También veo que hay mujeres que copian esquemas ya creados, por ejemplo en la política. Sin embargo, se están dando pasos muy importantes. Creo que esta es la época en la que se destapa la podredumbre oculta en muchas esferas y una de ellas es el patriarcado. Creo fervientemente que la participación de las mujeres en espacios de decisión da la posibilidad de cambios importantes y aunque algunas mujeres del movimiento feminista me puedan parecer un poco extremas, creo que cada una está en su derecho de expresarse como sienta. En el mundo indígena también hay muchas resistencias, porque muchos lo justifican culturalmente y para mí esas justificaciones no son válidas. El extractivismo ha venido con esa energía dominante, patriarcal, de posesión, de violencia. Este mundo necesita el equilibrio.
Pienso que los pueblos indígenas tenemos esa sábana blanca para demostrar que es posible algo diferente.
Dices que tu pueblo se guía mucho por los sueños ¿qué sueño te gustaría tener que pudiera cumplirse en el futuro?
Nosotros nos basamos en los sueños, y a veces cuando estamos muy ocupados no soñamos. Los sueños nos indican las advertencias de peligro y todas las mañanas nos sentamos a conversar sobre los sueños que hemos tenido… Hemos soñado cosas impresionantes que se han cumplido. Ese sueño que me gustaría que se cumpliera es fácil y complicado también. Pienso que los pueblos indígenas tenemos esa sábana blanca para demostrar que es posible algo diferente. Tenemos cultura, cosmovisión, todo lo que se puede tener, aunque también hayamos incorporado elementos occidentales. Un pueblo indígena que aplique todo su plan de vida y que esté lejos de las actividades extractivas, con un río sin contaminación, soberanía alimentaria, salud, infraestructuras combinadas con la tradicional propia y algunas cosas incorporadas de la ciudad, un pueblo sostenible, ecológico… es posible. Ese es mi sueño y espero poder vivir para verlo.
[1] VV. AA., Pluriverso. Un diccionario del posdesarrollo (Barcelona: Icaria Editorial, 2019).
Revista SABC
Este artículo cuenta con el apoyo de la ONGD Farmamundi, en el marco de su proyecto de fortalecimiento de las capacidades de los Pueblos Indígenas Kichwa de Pastaza (Ecuador), para el desarrollo de estrategias de amortiguamiento preventivas de la vulnerabilidad nutricional, en el marco de la pandemia por la ACCD.