Vista Alegre Baserria. La experiencia de desintensificar una vaquería familiar

Patricia Dopazo

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¿Cómo logra una granja salir de la dependencia de la industria lechera? Conversamos con Helen Groome, del Caserío Vista Alegre, que hace 10 años decidió poner en marcha un proceso a contracorriente: adaptar el número de vacas a la tierra de la que disponían y darle valor añadido a la leche para ser rentables y generar más puestos de trabajo.

 

Helen nació en Inglaterra, pero su tesis doctoral sobre política forestal la trajo en los años ochenta a Euskadi, donde acabó estableciéndose y trabajando en el sindicato EHNE Bizkaia. Desde entonces conoció de cerca los problemas de la ganadería a pequeña escala, ya que su compañero, César, llevaba toda la vida junto a su hermano José trabajando con vacas cuya leche vendían a la industria. Esta vaquería familiar del valle de Karrantza, en el extremo occidental de Bizkaia, dio un giro radical a partir de 2011.

Durante las últimas décadas, César y José han vivido el proceso de intensificación de la ganadería en el valle y llegó un momento en que el sistema se lo pedía también a su granja. «Para intensificar hay que poner más vacas, pero no había más tierra y aquí es difícil acceder a ella. La otra opción para ser competitivos era conseguir más leche por vaca, lo que obligaba a comprar maíz o soja y a salirse de lo que el caserío podía proveer —explica Helen—. Esta práctica de maximizar la producción de leche forzando el sistema digestivo de la vaca (que no está habituada a piensos) hace que empiecen a aparecer problemas de salud como mamitis, dolencias en las patas, más abortos espontáneos y dificultades para quedarse preñadas». Helen y su familia veían en las granjas del valle cómo esto acarreaba también costes veterinarios, mientras el precio final de la leche no subía. Decidieron que ese camino no tenía ningún sentido.

Resistir a la intensificación

Así que, mientras la ganadería del valle compraba de fuera prácticamente el 100 % de la alimentación y se dejaba de cortar la hierba en verde para el ganado, José y César siguieron haciéndolo como sus padres y sus abuelos, reduciendo y minimizando la nutrición artificial. «En esa época en EHNE se estaba empezando a tratar el tema de la desintensificación, así que ellos tiraron por ahí, fueron muy atrevidos. A la vez, poco a poco fueron quitando vacas para conseguir el equilibrio en la capacidad de carga de la tierra del caserío (30 hectáreas, la mayoría arrendadas) y, de paso, resolver el problema del purín sobrante», cuenta Helen.

Cuando empezó el «boom de la digitalización», también fueron reacios a robotizar el ordeño, que actualmente es mecánico, aunque reconocen que les hubiera hecho ganar tiempo. «El ordeño es nuestro momento de contacto físico diario con las vacas, es el momento de comprobar si todo está bien, por eso descartamos lo del robot, que además era una inversión muy grande».

Todo ese esfuerzo hacía que se ganara en calidad, pero apenas repercutía en el precio final que las centrales lecheras pagaban, por lo que el sindicato les propuso dar el salto a la elaboración para conseguir un valor añadido. «Reflexionamos mucho sobre el tema, pensando inicialmente si pasteurizar algo de leche o dar el paso completo y montar una quesería». Este dilema le resultó a Helen todo un reto y, tras veinte años trabajando en el sindicato, decidió dar un giro a su vida y sumarse al equipo de la granja: «Yo había hecho mucho trabajo teórico a favor de este tipo de cambio y en ese momento vi la oportunidad de hacer algo práctico y comprobar si era viable. Me ofrecí a entrar en el equipo y llevar adelante la parte más burocrática, así que nos lanzamos e hicimos la quesería», explica.

Para esta transformación les concedieron algunas subvenciones. EHNE les ayudó en el diseño de la instalación, asistieron a cursos de elaboración de lácteos y contrataron durante algunas semanas a un maestro quesero para que les ayudara a empezar. En el verano de 2011 empezaron a vender leche, queso y yogur. «La guinda del pastel fue empezar la transformación a ecológico, porque ¿para qué íbamos a ofrecer producto convencional en un mercado saturado?», reflexiona Helen.

Generar empleo y producto de calidad

El caserío Vista Alegre pasó de forma muy gradual, de 40-45 vacas en ordeño a 20-25 y, en lo referente a la alimentación de los animales, pasaron de darles 8 kg de pienso cada día a 1 kg,  ahora de pienso ecológico. El 75 % de la alimentación se basa en hierba que procede de la propia granja, sea la que pastan los animales directamente (salen a pastar siempre que el tiempo lo permite), o la que cortan tanto en fresco como en seco o ensilado. La producción de leche ha bajado de los 30 a los 20-23 litros/vaca/día, una decisión consciente que permite el ajuste de carga ganadera en la finca y reduce el estrés de las vacas.  Los gastos veterinarios hoy día son prácticamente nulos.

«En cambio —cuenta Helen—, con la elaboración pasamos de 2 a 7 puestos de trabajo. La granja sola no es rentable, las cuentas solo salen si vendemos la leche a nuestra quesería. Pagamos siete salarios, todas cobramos igual, y no hay reparto de beneficios, el remanente siempre es para inversiones». Actualmente transforman casi el 100 % de la leche que producen, excepto en verano, cuando la bajada de demanda les obliga a vender el 20 % a la industria por medio de una agrupación ganadera.

 
   El caserío pasó de 40-45 vacas en ordeño a 20-25 y, en lo referente a la alimentación de los animales, de 8 kg de pienso a 1 kg diario.   
 

Helen recuerda que, al empezar a elaborar, hay que conseguir un registro industrial y para ello hay que hacer muestras. «Es decir, prácticamente te obligan a producir sin poder vender y ese registro puede tardar meses… ¿Qué haces durante ese tiempo con el producto cuando no puedes permitirte pérdidas?». En su caso tuvieron el apoyo de Nekazare, la red de baserritarras y consumidoras, que se comprometieron a recibir el producto sin etiqueta sobre la base de la confianza mutua. A los cuatro meses tuvieron el registro y pudieron comenzar a comercializar leche, yogur y cuatro tipos de queso. «Lo que no se puede hacer es empezar a transformar de golpe el 100 % de la leche, hay que hacerlo conforme se va consiguiendo mercado, y esto nos costó. Invertimos mucho dinero en relaciones públicas, en muestras que tienes que dejar y, poco a poco, muy poco a poco, hicimos el mercado», cuenta Helen.

Consumo de proximidad

 
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El equipo original de la granja. Foto: Vista Alegre Baserria

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Productos de la quesería. Foto: Vista Alegre Baserria

Había otro inconveniente: qué hacer con la leche que todavía no transformaban. «Tuvimos mucha suerte, porque la cooperativa ganadera a la que pertenecemos nos siguió comprando esa leche, algo que no es habitual cuando se tiene infraestructura propia para transformarla».

Siempre tuvieron claro que venderían a tiendas pequeñas, a ser posible de productos ecológicos. También en la feria semanal de Bilbao, «que es un espacio muy bueno, solo de gente del sector, sin reventa». Para Helen el boca a boca y cuidar la página web ha sido fundamental y asegura que, aunque no han recibido propuestas, nunca irían a grandes superficies: «la respuesta sería un rotundo no, aunque nos compren toda la producción, porque, entre otras cosas, luego nos bajan los precios y nos hunden», lo cuenta con la satisfacción de quien ha conseguido con los años no tener que buscar mercado, sino que los nuevos clientes le llamen directamente.

Helen destaca en este punto la importancia del cuidado y la reciprocidad, y nos cuenta ejemplos de pequeños negocios, como cafeterías, con los que han establecido una relación de complicidad que ha dado frutos con el tiempo y que ha hecho que recibieran apoyo en tiempos de crisis. «Cuesta transmitir la importancia de este esfuerzo, que consiste simplemente en tratar a la gente como te gustaría que te trataran, más allá de una simple relación económica».

En una quesería el reparto tiene que organizarse en función de la caducidad del producto. En Vista Alegre siempre se han encargado de la distribución, ya que las agencias encarecían el precio. Comenzaron con una furgoneta y ahora tienen tres, y hacen el grueso del reparto en dos días, martes y miércoles, más el sábado en la feria de Bilbao. «Tenemos una hora de camino a Bilbao y casi dos a Gasteiz, que es lo más lejos que vamos. Aunque estamos solo a 3 km de Cantabria vamos muy poco porque allí hay muchas pequeñas queserías con las que no queremos competir». Ahora están ya llegando a su límite y no necesitan abrir más mercado.

 
   Cuesta transmitir la importancia de este esfuerzo, que consiste simplemente en tratar a la gente como te gustaría que te trataran, más allá de una simple relación económica.   
 

La dimensión social y personal de la transformación

Cuando le preguntamos si su experiencia ha animado a que otras granjas de la zona se salgan del modelo industrial, Helen contesta que no: «Yo creo que hay gente a la que le gustaría, pero les frena el factor humano. Hay que tener agallas y aquí lo que diga la gente importa mucho y aguantar esa presión no es fácil; yo me quito el sombrero con César y José». También admite que en su caso se dieron circunstancias particulares: se juntaron dos personas procedentes de tres generaciones de ganaderos con ella, que tenía mucha experiencia en trabajo burocrático, y por eso pudieron hacerlo funcionar. «Además, éramos familia y no mirábamos los horarios, algo que a mí me chocaba mucho porque venía de otra dinámica. En Bizkaia hay otra granja que empezó este camino y su solución ha sido montar una cooperativa».

Actualmente en el caserío son cuatro personas socias y tres trabajadoras, siete en total (dos mujeres y cinco hombres). Helen cuenta que siempre ha sido difícil encontrar mujeres y las que han entrado han salido al cabo del tiempo, bien por no querer seguir tras quedarse embarazadas, o bien por otros motivos personales: «Hoy en día en Karrantza se ve más a la mujer en la actividad agraria, pero el sector sigue estando dominado por hombres y el modelo que la mayoría ha escogido, de enormes tractores y enormes ganaderías, también es muy masculino. No sé si las mujeres se animarán con ese tipo de proyectos».

También admite que ha habido momentos en los que ha sido complicado llegar a consensos en un equipo masculinizado porque la manera de debatir era levantar la voz y no escuchar. «Hace falta formación en trabajo en equipo y en toma de decisiones en común, aunque esto no solo pasa en el sector agrario, claro. El respeto es fundamental y es muy bueno, antes de empezar, tener hablado y debatido qué se va a hacer cuando haya problemas. Esto ha sido lo más difícil y después de 10 años, ahora estamos consiguiendo entendernos». Aun así Helen destaca lo increíblemente enriquecedor que es contar con un equipo como el que tienen actualmente, diverso en edades, procedencia, género y formación.

La dificultad del relevo generacional

Helen va a cumplir 63 años, y tanto ella como César están pensando en la jubilación. Se sienten desanimados porque no ven fácil encontrar un relevo adecuado. «Aunque el mercado está hecho, la inversión amortizada y el ganado está saneado y es de muy buena calidad, la gente no quiere venir a Karrantza porque es un sitio muy apartado». Su experiencia con la contratación siempre ha sido difícil y a pesar de ofrecer buenas condiciones laborales tienen la impresión de que la gente busca un empleo con un horario fijo y del que olvidarse el resto del día. «Todas ganamos lo mismo, pero la ley dice que las personas trabajadoras deben tener 30 días de vacaciones y eso en un proyecto como este es totalmente inviable porque si todas hacemos esto no salen las cuentas, así que acaban teniendo esos derechos solo las personas contratadas, pero no nosotras, las socias. La solución sería que todas fuéramos socias, pero no quieren esa responsabilidad. Pasa lo mismo en todo el sector, las socias acabamos haciendo mucho más de 40 horas».

Aun así, Helen no duda en recomendar este camino a quienes estén pensando en emprenderlo, porque merece la pena. «Es importante buscar información y ayuda en plan trueque o reciprocidad, no comprarla, e ir a visitar a gente que lo ha hecho e incluso pasar allí unos días y ver cómo funciona. Nosotros visitamos un montón de sitios». Insiste continuamente en que un cambio como este, totalmente en contra de la inercia del sistema productivo, no se hace de un día para otro, que llevan 10 años y todavía no sienten que hayan terminado.

Patricia Dopazo

Revista SABC

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