Revista SABC

El término soberanía alimentaria se ha ido llenando de significado conforme ha ido dando cabida a debates, cuestionamientos, aportaciones desde diferentes perspectivas, culturas y momentos. Se ha construido desde la práctica de la movilización y las resistencias, desde el Norte y el Sur, acogiendo otras luchas como los feminismos o la defensa del territorio, que lo han enriquecido y ensanchado. ¿Puede dialogar con la soberanía energética? ¿Pueden aprender ambos paradigmas de sus experiencias y sus propuestas?

 

 

Con el objetivo de provocar este encuentro, le propusimos a Pablo Bertinat que diera voz a la soberanía energética. Pablo es coordinador del Observatorio de Energía y Sustentabilidad de la UTN (Universidad Tecnológica Nacional, Argentina) e integrante del comité editorial de la revista Energía y Equidad, que tiene como objetivo «profundizar el análisis y la crítica del modelo energético actual y aportar a la construcción de alternativas regionales y locales frente al modelo de desarrollo hegemónico, en un vínculo estrecho con las luchas que se dan en la región para hacer posible otro modelo de sociedad». Nos parecía, además, que era preciso contar con un punto de vista desde América Latina, un continente que abastece buena parte de los materiales necesarios para la construcción de las infraestructuras de aprovechamiento de las llamadas energías renovables.

«La alimentación fuera de la OMC» y «Los alimentos no son una mercancía» han sido algunos lemas clave de La Vía Campesina. La soberanía alimentaria parte del conflicto, de un choque de modelos, y tiene claro su rechazo al modelo capitalista. ¿La soberanía energética contempla esta lógica anticapitalista?

Revista Energía y Equidad: En primer lugar, debo decir que, como se apreciará en este diálogo, hemos aprendido mucho de las luchas campesinas, porque son una gran inspiración y nos sentimos parte de ellas. Y, sí, nuestra mirada y nuestra acción respecto a la transición energética las ubicamos dentro del camino por el cambio de las relaciones de producción existentes. Es una mirada poscapitalista, que, además, se da en un contexto de finitud de recursos y sumideros y desigualdad sin límites.

De hecho, entendemos la energía como parte de los bienes comunes y, en ese sentido, como parte de los derechos colectivos en congruencia con los derechos de la naturaleza. La energía es una herramienta y no un fin en sí mismo. También nos esforzamos por construir una mirada de la energía como derecho, tomando como ejemplo las luchas por el derecho al agua y asumiendo que los derechos son construcciones sociales. Este proceso debería estar asociado a la desmercantilización del sector de la energía.

 
   El sistema energético, como el alimentario, está pensado para hacer negocios y no para mejorar la calidad de vida de la gente.   
 

En el primer caso, nos interesa pensar el derecho como una prerrogativa del conjunto de los seres vivos, no solo los seres humanos. En esta definición incorporamos a la naturaleza con todas sus especies. Consideramos vital que sus derechos sean preservados y respetados para el ejercicio de la vida digna presente y futura porque existe una interdependencia entre el disfrute pleno de la vida del ser humano y el ambiente.

Por otro lado, desmercantilizar presupone aceptar que, en el marco del actual sistema capitalista, los mercados son instrumentos al servicio de sectores cuya racionalidad es la acumulación de capital sin límites, más allá incluso de consideraciones acerca de los límites físicos o la vida. Los mercados no son lugares neutrales en los cuales todos los agentes intervinientes poseen los mismos conocimientos y acceso a la información. Para que este sistema se haya extendido del modo en que lo hizo, ha sido necesario que el mercado capitalista avance y colonice las esferas no mercantilizadas. Entendemos que el concepto de desmercantilización disputa la centralidad de los mercados para resolver las necesidades.

Dices que habéis aprendido mucho de las luchas campesinas. Al respecto, la soberanía alimentaria incorpora desde su origen la lucha contra el hambre en el Sur. Con esa mirada de justicia social, ¿hambre es igual a pobreza energética? ¿Existe un planteamiento similar desde la soberanía energética?

Revista Energía y Equidad: En los últimos 150 años, mientras la población del planeta se multiplicaba por 5,5 la producción de energía se multiplicó por 50. A pesar de esto, a nivel global existen unos 800 millones de personas que no tienen acceso a la electricidad y unos 2.000 millones que cocinan con biomasa en condiciones que afectan a su salud. A esto debemos sumar los millones de personas que en las estadísticas figuran con acceso a la energía, pero en condiciones indignas, inseguras, etc. Esto es porque el sistema energético, como el alimentario, está pensado para hacer negocios y no para mejorar la calidad de vida de la gente.

A lo largo de la historia, ha habido varios momentos en los que se han producido cambios en la relación entre el sistema energético y la sociedad. La aparición de la agricultura supuso un salto en la utilización de energía; el uso del trabajo esclavo y animal fue otro; y la revolución industrial con los combustibles fósiles ha sido el más reciente. En la actualidad, la realidad es otra, los combustibles fósiles se van a terminar, aunque debemos abandonarlos ya por los impactos que producen en el territorio y el clima. Las fuentes renovables son inagotables en cuanto a fuente, pero para su aprovechamiento requieren materiales y minerales escasos en el planeta. Se plantea entonces la necesidad de una transición a un sistema socioambiental y económico con menos materia y energía, lo cual es más complejo en el actual contexto de fuerte desigualdad global descrito anteriormente.

Está claro que mucha gente deberá consumir menos energía, otra probablemente necesita consumir más, pero toda la población deberá consumir de forma diferente. Hay una necesidad ineludible de trabajar en los procesos de construcción del deseo y disputar la cultura dominante de acumulación de bienes materiales y energía para alcanzar la felicidad. Es un proceso difícil en un contexto de derrota respecto a los hábitos hegemónicos, pero se pueden construir alternativas.

 
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Cartel de Jaume Enrich que refleja el actual conflicto de los parques eólicos en l'Anoia (Barcelona)

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Campaña contra los megaproyectos eólicos en Los Juarros (Burgos)

Ochocientos millones de personas sin electricidad, igual que ochocientos millones de personas sin acceso a los alimentos: terribles paralelismos entre dos soberanías violadas. Respecto a las alternativas, ¿qué recorrido habéis hecho para reaprender de tecnologías campesinas o rurales en la producción de energía con sistemas locales, apropiados y que no dependan de multinacionales y materiales de otros territorios? Nos vienen a la cabeza las norias, la tracción animal, las pequeñas hidráulicas, la leña...

Revista Energía y Equidad: Este tema es sumamente importante. Solemos tener una mirada contradictoria. Por un lado, la resistencia a los proyectos energéticos depredadores es muy fuerte; pero, por otro, nos cuesta superar la imagen construida por la ciencia moderna que considera las propuestas de los sectores populares como opciones inferiores, retrasadas, ineficientes o muy locales, y que no sirven para lo global.

Nos gusta aclarar que la tecnología por sí misma no resuelve ningún problema, sino que la sociedad y la tecnología –los actores sociales y los artefactos y sistemas– se relacionan y construyen mutuamente. Como dice Hernán Thomas, de la Universidad Nacional de Quilmes, «las tecnologías son construcciones sociales tanto como las sociedades son construcciones tecnológicas. Por ello se habla de lo sociotécnico». Entendiendo entonces que las tecnologías son mucho más que artefactos, nos parece importante en el campo de la transición energética, pensar en soluciones tecnológicas que contribuyan a resolver problemas sociales, avanzar en alternativas de generación distribuida y equitativa de beneficios, aprendizajes colectivos y diálogo de saberes, reconociendo experiencias y conocimientos tradicionales, trabajo colaborativo, control socializado, igualdad de derechos, mejora de la calidad de vida. Las decisiones y los procesos no pueden quedar en manos de «expertos». Soberanía significa también que la población deber tener la posibilidad de participar en el diseño de las tecnologías que afectan el interés público y en la definición de las políticas públicas que financian la ciencia y regulan las tecnologías.

Me parece bien tener en cuenta las tecnologías tradicionales, pero sin dejar de lado los nuevos avances científico-tecnológicos, como las energías eólicas, solares fotovoltaicas, solar térmica, solares pasivas, etc. En todo caso, como decíamos, no se trata solo de aparatos, sino de un proceso de construcción social de la tecnología.

 
   Hay una necesidad ineludible de trabajar en los procesos de construcción del deseo y disputar la cultura dominante de acumulación de bienes materiales.   
 

¿Y cómo se hacen compatibles estos avances con la finitud de los materiales sobre los que descansan?

Revista Energía y Equidad: Es que la finitud de los materiales y de los sumideros impacta sobre todas las tecnologías; por supuesto, según la intensidad que cada una precise. La dificultad que presenta la transición energética que necesitamos es que vamos hacia un futuro de menor disponibilidad de energía y materiales, algo que nunca ha ocurrido en la historia o, si ocurrió, llevó a colapsos societarios.

El sistema energético es un conjunto de relaciones sociales que nos vincula a las personas como especie con la naturaleza y que está determinado por las relaciones de producción.

La transición energética popular y la soberanía energética requieren el desarrollo de nuevas relaciones sociales, de producción y con la naturaleza.

En los movimientos campesinos y agroecológicos se ha desarrollado la importancia de relocalizar la economía y esto nos ha llevado a hablar, por ejemplo, de circuitos cortos o alimentos kilómetro cero. Y vamos más lejos aún: vemos que la vida urbana actual choca con las leyes de la naturaleza y por eso hablamos también de 'ruralizar' nuestras formas de vida, de darle la vuelta al actual desequilibrio demográfico urbano-rural. ¿Cómo planteáis desde la soberanía energética popular la descentralización de la energía?

Revista Energía y Equidad: Coincidimos con las miradas acerca de los circuitos cortos de producción y no solo de los alimentos, sino desde una perspectiva general de abastecimiento. Ese es un gran punto de coincidencia entre las miradas de las soberanías.

También coincidimos en que el mayor desafío se da en los contextos urbanos y por múltiples razones. Los cambios en los estilos de vida que trajo aparejados la urbanización no solo se refieren al consumo, sino también a las prácticas de colaboración, solidaridad o cooperación, que se ven fuertemente debilitadas en los contextos urbanos. Pero el mayor problema, desde el punto de vista energético, probablemente sea la construcción de obras públicas, que intrínsecamente consume cantidades desproporcionadas de energía. El sostenimiento energético de las grandes ciudades es inviable en el contexto actual de finitud de recursos, cambio climático y desigualdades. El único camino posible es reducir la complejidad de los entramados urbanos, tanto desde el punto de vista material como organizativo.

Descentralizar es congruente con desconcentrar y democratizar. No es un problema técnico o solo técnico, es político. Teniendo esto claro, el tema del hábitat es central, ya que todo lo que sea infraestructura que puede durar décadas o siglos, establece un piso de consumo y también de bienestar. Y esto puede pensarse también a partir de fuentes renovables, que están distribuidas y descentralizadas, y que nos permiten construir formas de vida para alcanzar la felicidad con menos materia y energía.

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