Foto: Violeta Aguado Delgado
Uno de los textos de la publicación del CENSAT Energías para la transición, recopilación de relatos de Tatiana Roa Avedaño, nos recuerda que, para Larry Lohmann, la pregunta fundamental de la transición energética no tiene que centrarse en cuál es la tecnología adecuada o cómo se financia, sino en la manera en que la energía condiciona nuestras vidas: «¿Es el mundo que está definido (en parte) por la energía el lugar por el que estamos luchando?». Y añadimos: ¿son estos los vínculos, los significados, los procesos y las prácticas que queremos seguir reproduciendo en nuestras vidas individuales y colectivas? ¿Son los tiempos de ansiedad e hiperproductividad los que queremos vivir? ¿Son los ritmos del consumo los que queremos enseñar a la generación futura? Porque estas son las formas que el actual sistema energético alimenta, acelera, moviliza: más energía para más velocidad.
La proliferación de macroproyectos eólicos y solares por todo el territorio supone una de las agresiones más fuertes que ha tenido nunca nuestro mundo rural y, de producirse tal y como está planteada, cambiará drásticamente sus condiciones de vida. La movilización que ha desencadenado reúne a una enorme diversidad de perfiles sociales y también a gran parte de la agricultura y la ganadería a pequeña escala, y está provocando debates imprescindibles que deberían abordarse sin la urgencia que imponen la administración y la industria energética. Sin la urgencia de ese capitalismo que se quiere perpetuar.
Quizá este debate no se reduce tampoco a qué fuente energética ni siquiera a sus efectos climáticos. De la misma manera que la esclavitud fue una fuente de energía —de trabajo— vinculada a los procesos de colonización y expolio, el modelo energético actual es una pieza fundamental en los procesos capitalistas y de crecimiento exponencial que ponen en riesgo la reproducción de la vida. Debemos analizar la energía como una fuerza central que moldea nuestra sociedad y que, hasta ahora, ha sido empleada mayoritariamente para crear y mantener relaciones de poder y dinámicas de dominación. Entonces, las preguntas que queremos lanzar en este número son más bien: ¿una transición energética para qué?, ¿una transición energética para quién? Y la más importante: ¿hacia dónde queremos que transite esta sociedad?
Y, como veremos en los artículos de esta revista, encontramos muchas similitudes entre los planteamientos de la soberanía alimentaria y los de la soberanía energética. Si la primera entendió que una agricultura campesina y relocalizada puede ser clave para conducirnos a una sociedad ruralizada, comunitaria y justa, los movimientos que defienden una transición energética popular, a decir de Ana Felicia Torres, proponen un proceso «que permita alterar profundamente la matriz de producción y consumo de energía en nuestras sociedades como un paso hacia una transformación más profunda».
Son muchas las preguntas por las que hemos ido transitando en el proceso de elaboración de este número, preguntas vivas y resbaladizas, pero hay una que nos ha interpelado especialmente: ¿los movimientos que aspiramos a una verdadera transformación social soñamos los mismos horizontes, soñamos las mismas vidas?
El pasado 26 de abril, con el fin de profundizar en el tema central de este número, organizamos una jornada virtual de debate con el título «Una visión crítica de la transición energética». Si os interesa el tema, recomendamos que la veáis. Está disponible en el canal de YouTube de ATTAC-TV.