Laura ARROYO
Reseña del libro Reencantar el mundo. El feminismo y la política de los comunes, de Silvia Federici. Traficantes de Sueños, 2019
Es diciembre del 2020. Llevamos un año durísimo a las espaldas. Llega a mis manos un regalo. Una invitación a asomarme a un tema que me apasiona: los comunes. Creo que, en la práctica, he estado relacionada con él toda la vida y, en lo teórico, de manera más reciente. Tiene forma de libro y su título y célebre autora encienden mi deseo de desconectar de la pantalla y agarrarlo vorazmente sentadita al lado de la lumbre: ¡¡reencantar + feminismo + comunes!! Pienso aprovechar mis vacaciones para zambullirme en él.
Abro el mapa en que, generosa y cuidadosamente, un colectivo que se empeña en facilitar el conocimiento al común, ha recopilado y traducido las investigaciones de una mujer que ha recorrido el mundo y la historia para comprender y promover la defensa de los comunes… Su prólogo, con referencias a El paraíso perdido de Milton (1667), hace resonar en mi corazón la versión musicada del poema («Red Right Hand», Nick Cave and The Bad Seeds) y me trae a la mente algunas de las imágenes de una serie que mis adolescentes adoran. Barrunto dolor en la lectura, pero el título y la introducción me convencen de que las esperanzas aparecerán en el sendero:
«Dedicar un libro a la política de los comunes se puede interpretar como una muestra de ingenuidad ahora que las guerras nos rodean, la crisis económica y ecológica devasta regiones enteras y resurge el supremacismo blanco, el neonazismo y las organizaciones paramilitares, que actualmente operan con impunidad. […] Entre tanta destrucción, está creciendo otro mundo, […] el lenguaje y la política de los comunes constituyen hoy la expresión de ese mundo alternativo […] se ha asumido que la vida no tiene sentido en un mundo hobbesiano, en el que cada persona compite con todas las demás, y la prosperidad se alcanza a expensas de otras personas, y que así nos dirigimos hacia el fracaso asegurado».
Primera parte: los cercamientos
En esta primera sección del mapa, Federici nos hace viajar por los últimos cinco siglos de la historia de la humanidad, por todas las geografías, para comprender cómo han evolucionado las formas de cercamiento y desposesión en el mundo globalizado que habitamos para garantizar que la banca siga ganando, desmovilizando las posibles resistencias de las personas trabajadoras mediante estrategias de división interna y desarraigo, con unas consecuencias brutales para la vida. La investigación es tan exhaustiva que no paro de señalar páginas, subrayar y anotar referencias para ampliar mis lecturas. Porque mirar de cerca la «cooperación al desarrollo» de la era poscolonialista y las políticas de las grandes organizaciones internacionales (Banco Mundial, Organización de las Naciones Unidas, etc.), sus estrategias «suaves» —y no tan suaves—, basadas en la desposesión de las tierras comunales y la generalización de la deuda, me pone la carne del alma de gallina y me pide cargarme de armas para contrarrestar la invisibilización y los pink-green-purple washes cotidianos que nos sitúan en la caverna, lejos de la responsabilidad, en una especie de ficción de naciones desarrolladas que no nos permite ver que la desposesión, el desarraigo, es aquí, es ahora, es también. Este mismo viaje nos aproxima a múltiples formas comunitarias, lideradas y sostenidas principalmente por mujeres, que son ejemplos claros de que las políticas de lo común resurgen y resisten y se nos ocultan para evitar que percibamos que el peligro propio puede afrontarse en común y para impedir que se nos despierten las ganas de tomar partido y salir juntas de la impotencia y el vacío que nos hace seguir deseando «una vuelta a la normalidad».
Segunda parte: sobre los comunes
Ha llegado enero, y no, la vuelta a la normalidad no ha llegado con las campanadas. El ánimo general es gris, mucho… Afrontamos cada día con pérdidas de vidas, servicios públicos deficientes o inexistentes, efectos climáticos devastadores, cierres echados, estructuras instructivas en shock, casas sin gente y gente sin casas, sin luz, sin agua… Son las consecuencias de siglos de una economía que obviaba la VIDA (como el propio Marx), de confianza ciega en la tecnología, de barra libre a la mercantilización de todo, de posibilismos, de meritocracias, de extracción sin límites… ¡Se acabó la fiesta! Me asomo a esta parte del libro cargada de esperanza: toca alumbrar un mundo nuevo. Esa nueva normalidad que muchas quisimos atisbar en los primeros momentos de la pandemia: tiempos para «estar con los míos» con calidad, conocer a mi vecindario, organizarme con la gente del barrio para que nadie se quede sin comer, poner tiestos, plantar huertos, cocinar con calma los alimentos, comprar en el pequeño comercio, sabernos vulnerables e interdependientes, decelerar, volver al pueblo…
En esta parte del mapa, la autora nos muestra formas comunitarias de organización ya existentes a lo ancho y largo del planeta, donde, desde una reconstrucción feminista, la reproducción social no solo de las necesidades vitales, sino también de la construcción de la identidad y sentido de pertenencia, está en el centro. Pero si lo que se espera al acercarse a esta parte, es una presentación idealizada de estas formas, el chasco será tremendo. De hecho, es incisiva, cruel incluso con algunos análisis, porque es necesario desvelar que, bajo el paraguas del procomún a veces se sostienen privilegios de unas pocas a costa de exclusiones de otras. Lo interesante aquí es tomar nota de los principios que han sido básicos para las buenas praxis, así como de los retos que enfrentan las existentes y los falsos mitos sobre los que se construyen algunas nuevas. Quizá así aprehendamos su potencial para la subsistencia y reforcemos esa transformación imprescindible de nuestra subjetividad, cincelada a golpe de martillo durante siglos para desconfiar del mundo, del otro, de nuestra capacidad para el bien vivir…, esa que, en estos meses, en este rincón del mundo, parecía renacer en los balcones.
No nos descuidemos…, ya estamos viendo que no lo van a poner fácil.
«Necesitamos superar el estado de negación constante y de irresponsabilidad en relación con las consecuencias de nuestras acciones. […] De hecho, si el “bien común” tiene algún sentido, este debe ser la producción de un nosotros mismos como sujeto común».
Laura Arroyo
Área de comunales de la Fundación Entretantos
Este número cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo