Conversatorio
Revista SABC
Hablamos con cuatro personas involucradas en la ayuda alimentaria, desde su trabajo y desde su militancia. No buscábamos solo mujeres, pero que las cuatro lo sean, según ellas, no es casualidad. Dialogan también varias formas de manejar estos sistemas: el modelo comunitario y el de la Administración.
Emilia Murillo
Desde hace siete años estoy en el Centro Social Rey Heredia, en Córdoba. En la crisis de 2013, las familias lo perdieron todo y una serie de personas y colectivos decidimos ocupar este espacio porque era necesario para ofrecer apoyo no para la gente de nuestro distrito, que comprende algunos de los barrios más pobres de España (Campo de la Verdad, Sector Sur y Barrio Guadalquivir), sino para gente de toda la ciudad. Yo me ocupo, con otras compañeras, de la cocina y del comedor social.
Adriana Mateos
Vivo en Fresnedillas de la Oliva (Sierra Noroeste de Madrid), un pueblo con un alto porcentaje de población en riesgo de exclusión, pero con gran presencia de movimientos sociales. En el confinamiento nos organizamos para apoyarnos entre el vecindario (unos 1500 habitantes) y para buscar donaciones con las que comprar alimentos. Acabamos montando un colectivo, Fresnecuida, y gestionamos la ayuda de 42 familias. Además, hacemos actividades para la autogestión y apoyo y acompañamiento a personas que lo necesitan
María Aranda
Soy trabajadora social en la comarca de la Serranía de Ronda (Málaga) y en mi asociación Montaña y Desarrollo gestionamos un programa de atención urgente financiado con el 0,7 del IRPF. Los servicios sociales comunitarios nos derivan a familias para cubrir necesidades fundamentales: alimentación, alquiler, ropa, material escolar, etc. El programa es eminentemente asistencialista, pero nosotras intentamos darle una vuelta y coordinarnos con otros programas que llevamos y con otros recursos públicos e iniciativas sociales.
Uxi D. Ibarlucea
Soy una de las responsables del Centro de Desarrollo Rural Carrión de los Condes en el centro de la provincia de Palencia, con más de 30 años de trayectoria. Entre nuestras acciones tenemos un programa de ayudas de emergencia en el que desde hace 3 años contamos con recursos de apoyo para personas vulnerables y, aparte de alimentos, podemos pagar suministros u otras necesidades urgentes.
Colaboración del comercio local en Fresnecuida. Foto: Adriana Mateos
La asociación Fresnecuida en plena actividad. Foto: Adriana Mateos
La alimentación es un derecho fundamental, pero cuando se reparte comida en situaciones de emergencia y en una sociedad como la nuestra, ¿en qué se ha convertido? ¿De qué dietas hablamos?
Emilia: En nuestro centro social no tenemos ayudas de ninguna administración ni de bancos de alimentos porque queremos demostrar que si la ciudadanía se une, puede conseguir logros importantes. Todo son aportaciones de colectivos afines, huertos agroecológicos y, sobre todo, de la gente. Siempre compramos en el pequeño comercio cercano. Cocinamos de acuerdo con la dieta mediterránea, los menús de siempre: lentejas, cocido, habichuelas… Antes cocinábamos allí y lo dábamos elaborado, pero ahora hemos tenido que cambiar el método y hacer bolsas con los ingredientes que necesitan para elaborar ellos mismos ese menú. Hemos visto a muchas familias pasar hambre.
María: Nosotras también intentamos evitar supermercados para las compras. Trabajamos en coordinación con el banco de alimentos de la comarca, complementando sus productos no perecederos con un cheque de alimentos que las familias pueden gastar en el comercio local, que consideramos también un colectivo vulnerable. Les recomendamos que sean productos frescos para tratar de tener un menú equilibrado. Cuanto más cronificada esté la familia en la pobreza y en la exclusión, más cuesta que tengan una dieta sana, por falta de hábitos, de amor propio, de esperanza… Nuestro trabajo con ellas pasa por que recuperen la dignidad y se consideren personas. Es muy difícil pedirles que hagan un puchero porque es más sano o comprar un zumo que no sea de bote porque cuesta que planifiquen una alimentación más sana y equilibrada. Nosotras también hemos visto a familias pasar hambre, hemos recibido llamadas agradeciendo el apoyo porque ese mes no se han acostado ningún día sin cenar. De todas formas, pienso que en el mundo rural el hambre se sostiene un poco más porque existen las redes informales de apoyo y estamos más próximos, somos menos anónimos. También los ayuntamientos están más cerca de la gente.
En el mundo rural el hambre se sostiene un poco más porque existen las redes informales de apoyo y estamos más próximos.
Adriana: Yo aquí he notado lo mismo, las redes de apoyo están más cercanas, pero esto tiene una doble cara. La gente que estaba acostumbrada a pedir apoyo no ha tenido reparo en venir a pedirlo; sin embargo, a quienes se vieron en esta situación con el COVID, creo que les costó más acercarse por miedo a que se supiera. Sobre el tipo de alimentación, preparamos cestas teniendo en cuenta las dietas culturales de todo el mundo, con los productos del banco de alimentos de Madrid, complementado con alimentos frescos de Mercamadrid. Nuestra impresión es que donde más apremia la necesidad, menos preocupación hay sobre los valores relacionados con la alimentación.
Uxi: En el campo se pasa necesidad pero no hambre, es lo que tradicionalmente hemos dicho, lo que pasa es que hemos asimilado tanto las formas de vida urbanas que también se han roto muchas relaciones de cercanía en los pueblos. Los colectivos de base nos dan un montón de lecciones. Las organizaciones de María y mía también son de base, pero hemos entrado en el círculo de la Administración y nos ponen muchas trabas. La trabajadora social evalúa a las familias y decide qué necesitan; tenemos un acuerdo con las tiendas de la zona y las familias compran allí los alimentos. Esta ayuda es un servicio esencial, ¿pero cómo se alimenta a las personas y a costa de qué? Todas somos víctimas de este modelo de alimentación industrial, pero esas familias lo son especialmente, compran muchos productos procesados. Con empatía y cercanía intentamos cambiar esos hábitos, pero esto es un reflejo de la sociedad en la que vivimos, no es cuestión de origen ni de nivel académico. Yo trabajo con personas universitarias que proceden del medio rural y consumen mucha comida basura.
En la ayuda alimentaria, ¿qué prácticas se pueden poner en marcha para salir del asistencialismo?
Uxi: Sí, al final lo que hacemos es caridad pagada por la Administración. En nuestro caso también ha habido familias que nos han traído alimentos por su cuenta, sobre todo por un tema de conciencia religiosa. Veo que, desgraciadamente, la gente del vecindario es más capaz de aportar a una causa externa y lejana que a la gente más próxima. Yo vivo en una comarca con pueblos pequeños y nos hemos movido para que algunas personas y ayuntamientos nos cedan terrenos para la huerta y asesorar a la gente que lo necesite para que produzcan alimentos y se establezcan relaciones. Es más digno eso que tener que pedirlos, pero nos está resultando complejo porque cuesta encontrar respuesta; en esta sociedad todas podemos llegar a ese deterioro personal que impide ver satisfacción en la producción de tus propios alimentos.
Donde más apremia la necesidad, menos preocupación hay sobre los valores relacionados con la alimentación.
Adriana: Fresnecuida nació de forma muy espontánea y horizontal, con un grupo de WhatsApp para hablar de miedos que surgían en el confinamiento, sobre lo que nos esperaba y para darnos apoyo y acompañamiento. Se acabó juntando gente de diferentes orígenes y perfiles que antes no habían hecho una actividad conjunta y las familias usuarias participan también en la elaboración de las cestas semanales. Es muy bonito ver que se generan esas sinergias, pero nos ha costado que la gente entienda la necesidad de generar un espacio sólido, de la ciudadanía, y ahora vamos con mucho cuidado para que perdure. Para acabar con el asistencialismo hace falta una educación en torno al apoyo y a la convivencia, que no haga falta que llegue una pandemia para que la gente se movilice por el bien común. No hay cultura de la ayuda más allá de un sentido católico, hay muchos miedos.
Emilia: Nosotros siempre nos hemos negado al asistencialismo, siempre hemos querido que las familias que piden alimentos colaboren en el centro en lo que quieran, unas dos horas a la semana o lo que puedan, limpieza, biblioteca... que se encuentren en familia. Les hemos dado cursos de manipulación de alimentos y de cultivo en el huerto que tuvimos (y luego nos quitaron). En realidad es una colaboración mutua y así hemos funcionado estos siete años. Ahora con la pandemia todo esto no podemos hacerlo; cubrimos necesidades pero no como nos gustaría. En Córdoba, el centro de servicios sociales funciona muy mal y lo hemos denunciado. Muchas familias están sin asistencia y desde el centro no podemos ayudar a todas.
Veo que, desgraciadamente, la gente del vecindario es más capaz de aportar a una causa externa y lejana que a la gente más próxima.
En este y otros temas, las iniciativas de base ponéis en evidencia las limitaciones de las instituciones públicas. ¿Cómo influye la burocracia en el fondo y en la forma de la ayuda alimentaria?
Uxi: Por ejemplo, comprar a los productores locales estos alimentos, las administraciones ni se lo plantean. Solo el hecho de diversificar la compra según familias ya complica todo.
Emilia: Durante el confinamiento nos llamaban trabajadoras sociales para derivarnos familias porque era una situación grave y su burocracia iba a ser muy larga; se sentían impotentes. En el centro social no pedimos ningún papel, solo los datos básicos de contacto.
Adriana: A nosotros los servicios sociales también nos mandaban recados que no podían hacer ellos y nos han derivado casos. Y nos alucinó un poco que en una población tan pequeña en plena pandemia no hubiera señales de vida del ayuntamiento, fue después de nuestras demandas cuando respondió. Ahora nos han cedido un colegio antiguo y preparamos allí las cestas, pero hemos estado muchos meses en una nave que prestó una vecina. Además del tinglado burocrático, hay miedos de que cierto sector de la población piense mal.
María: En nuestra asociación trabajamos en coordinación con los servicios sociales de la comarca, que son quienes nos derivan a las familias; y se están viendo atados de pies y manos porque no llegan las ayudas públicas. Las organizaciones sociales tratamos de trasladar las necesidades y las respuestas; y cuando ellos las asimilan y las incluyen en sus protocolos, ya se han quedado desfasadas, ya son otras. Por eso se apoyan en nosotras, en el tercer sector, incluyendo aquí Cáritas y el Banco de Alimentos.
Uxi: Este grupo ha demostrado que el pálpito de la población y la respuesta rápida está en manos de los grupos de base. Hay gente que ante una situación se organiza y da respuestas; es lo más rápido, efectivo y solidario. La Administración es lenta, pesada, está lejos. ¡Algunas incluso se han cerrado durante la pandemia! Me están dando ganas de ir mañana a mi centro, pasar de papeles y ponerme a trabajar con los productores y con mi grupo de consumo.
¿Cómo imagináis que las cosas fueran de otra manera? ¿Qué tendría que pasar?
Adriana: Yo tengo superclaro que en el ámbito educativo se tendrían que estar tocando ciertos temas, en el colegio y en el instituto, que creo que es donde se dan los principales cambios de mentalidad y de valores. Hablar de solidaridad, de diversidad, de apoyo mutuo... ¿Cómo conseguir eso? A través de los colectivos sociales y la política, pero para mí la política es lo que hacemos en la asociación, lo otro es un circo que a veces no entiendo.
Uxi: Si me pusiera a soñar, tendríamos que partir, además de temas educativos, de un reparto más justo de todo, de la tierra, los recursos… En la Administración debe haber una escucha activa a la ciudadanía y a la gente que está comprometida en iniciativas de base. Debe haber mucha flexibilidad. Por parte de la ciudadanía, apertura de miras, que podamos ver lo grato que es ayudar al otro y lo que supone, esto nos haría más felices a todos.
María: Que la Administración confíe en el tercer sector, que es el que está en contacto con la población. En esta comarca hay una población envejecida y vulnerable; y la Junta de Andalucía ofrece a una empresa privada durante 50 años la asistencia a la dependencia, por lo que ha cortado radicalmente la oportunidad de que nuestra gente pueda ofrecer este servicio. A la vez, repiten que la gente tiene que emprender, es una incoherencia. Por ejemplo, el patrimonio municipal podría ponerse al servicio de la ciudadanía para el emprendimiento, para el fomento de la autonomía de las personas.
Emilia: Mi sueño sería la renta básica para todo el mundo, esto sería lo único que podría cambiar las cosas. Hay familias jóvenes que de otro modo no van a salir nunca de esa situación porque vienen de generaciones que han estado asistidas por servicios sociales. También pediría que escucharan más a los colectivos y a los centros sociales, y no que los cierren, como ha pasado en Madrid y otros lugares. Ya quedan pocos ejemplos en España porque no les interesa que haya espacios que ayuden a la gente a pensar y a apoyarnos unos a otros. Cuando nos unimos podemos hacer grandes cosas. Esta sería mi mayor felicidad. Como esta semana cuando ha venido Leonor, de una familia del centro, y me ha dicho que ha encontrado trabajo y me abrazaba y nos besábamos y lo celebrábamos.
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Este número cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo