Mucha azúcar y nada de verdura fresca

Miguel JARA

La ayuda alimentaria actual está compuesta por alimentos industriales. Desde un punto de vista nutricional, este tipo de alimentación puede generar malnutrición, «hambre oculta» e incluso diferentes enfermedades.

 

03 Fresnecuida Adriana Mateos

Algunas organizaciones de base, como Fresnecuida, completan el lote de los bancos de alimentos con productos frescos. | Foto: Adriana Mateos

El sistema actual de ayuda alimentaria está basado en los llamados bancos de alimentos, en los que prima el objetivo de «llenar barrigas» para salvar una situación concreta de riesgo de exclusión alimentaria (por no escribir hambre), sin preocuparse de algo crucial: hay que alimentar debidamente a esta población.

Por poner un ejemplo, la dieta para una persona durante un mes en un banco de alimentos de Madrid, se compone de 2 kg de harina, 3 de arroz, 3 de pasta, 3 de legumbres, 2 de azúcar, 2 l de aceite, 2 docenas de huevos, 10 l de leche entera, 4 botes de 400 g de tomate frito, 4 precocinados de carne de 0,5 kg cada uno, 2 paquetes de galletas María de 800 g, 2 de cacao de 400 g y 2 kg de alimentos infantiles.

Es decir, abundan los procesados y el azúcar, y no hay verduras frescas, que han de ser la base de nuestra alimentación y, curiosamente, suele ser lo más barato de una cesta de la compra. Esto ocurre en casi todos los bancos de alimentos. Si bien hay alimentos correctamente ofertados, como el arroz, las legumbres, el aceite o los huevos; destaca un alto consumo de azúcar. La llevan el tomate frito, muchos precocinados de carne, esos dos kilogramos de azúcar refinada que se antojan excesivos para un solo mes, las galletas tipo María, el cacao —se entiende que es el típico en polvo— y los alimentos infantiles.

El consumo excesivo de azúcar provoca daños conocidos. El azúcar se ha convertido durante los últimos años en uno de los demonios alimentarios. El objetivo de los fabricantes y las marcas era reducir un 30 % los ingredientes «prohibidos» (azúcar, sal y grasas) en miles de alimentos procesados antes de 2020. No hay duda de que el aumento de enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la diabetes o la obesidad está relacionado con determinados hábitos alimenticios insanos, como la ingesta de azúcar.

Al comienzo de la década de 1960, los primeros análisis científicos ya responsabilizaban tanto a los azúcares añadidos como a las grasas saturadas de las elevadas tasas de infartos y otras enfermedades cardíacas. El estudio que incrustaba la mentira en la comunidad científica se publicó en 1965 en el New England Journal of Medicine. Hasta hace poco y por presiones de las industrias relacionadas con el azúcar, la mayor parte de las guías dietéticas se han centrado solo en la limitación de las grasas y el colesterol (esas que abundan en los alimentos precocinados de carne), restando importancia al elevado consumo de hidratos de carbono y azúcares añadidos, que tanto ha contribuido a la epidemia de obesidad y diabetes que hay en numerosos países occidentales.

También hay abundancia de trigo en la dieta propuesta por los citados bancos. La población diagnosticada de celiaquía está en torno al 2 %, es decir, medio millón de personas. Pero hay muchas que no están diagnosticadas o que no saben que son intolerantes al gluten. Más del 90 % del trigo producido es el denominado harinero, perteneciente a la especie Triticum aestivum. El trigo moderno es el resultado de la selección e hibridación efectuadas durante años para conseguir variedades con alto contenido en gluten por sus cualidades viscoelásticas y adhesivas, demandadas por la industria alimentaria.

Una de las claves para que el gluten provoque enfermedades es la incapacidad del ser humano para digerirlo al completo. Los fragmentos proteicos sin digerir son potencialmente tóxicos, ya que pueden ser detectados por el sistema inmunitario y desencadenar una reacción adversa.

En esa dieta tipo encontramos unos dos litros de leche a la semana. No es mucha cantidad, pero hay que tener en cuenta que hay muchas personas con sensibilidad, intolerancia o alergia a la lactosa de la leche. En España entre 13 y 22 millones de personas. La leche fresca ocasiona menos alergia y asma infantil que la procesada de tetrabrik. Hay estudios que concluyen que el consumo de leche fresca de granja  puede proteger contra el asma y la alergia.

Por último, cabe añadir un dato más sobre esos precocinados de carne y los alimentos infantiles (aunque en el listado no se especifica cuáles son). La diferencia entre comida y ultraprocesado es sustancial, los procesados son preparaciones industriales comestibles elaboradas a partir de sustancias derivadas de otros alimentos. Realmente no tienen ningún alimento completo, como explican algunos especialistas, sino largas listas de ingredientes. Y esos ingredientes suelen llevar un procesamiento previo como la hidrogenación o fritura de los aceites, la hidrólisis de las proteínas o la refinación y extrusión de harinas o cereales. En su etiquetado es frecuente leer materias primas refinadas (harina, azúcar, aceites vegetales, sal, proteína, etc.) y aditivos (conservantes, colorantes, edulcorantes, potenciadores del sabor, emulsionantes…). Poco sano, vaya.

En 2015, tras evaluar 700 trabajos científicos, un grupo de 22 expertos de diez países diferentes decidieron elevar al grupo 1 de productos «cancerígenos para los humanos» a las llamadas carnes procesadas y cualquier derivado de la carne que haya sufrido una transformación industrial (como ocurre con jamones, lasañas preparadas, carnes envasadas o salchichas).

Además, los alimentos ultraprocesados llevan mucha grasa. La grasa es el oro líquido de la industria, un ingrediente muy barato que resulta muy adictivo para el cerebro humano y que además ofrece muchas propiedades para fabricar cosas de comer. El inconveniente es que las grasas están detrás, como se ha mencionado, de la epidemia de enfermedades coronarias existente en los países más ricos.

Las dietas de la ayuda alimentaria ofrecen productos correctos como legumbres, arroz, etc. Faltan, eso sí, las verduras frescas en abundancia, que son la clave de cualquier dieta sana. No sería difícil corregir ese error acudiendo a productores locales, cercanos a la población donde se reparte esa ayuda y llegar a acuerdos con ellos para aprovechar sus excedentes, por ejemplo.

Miguel Jara

Periodista independiente
www.migueljara.com



Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo

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