Gerardo Moreno Marcos
Como respuesta a los retos ambientales que afrontamos, han surgido numerosas voces en contra del consumo de carne y de las explotaciones ganaderas, acusadas de su alta huella ecológica, y muy especialmente de ser responsables en buena medida de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). En este artículo se discute sobre cuánto de verdad hay en estas afirmaciones y en qué medida depende del tipo de ganadería.
Foto: Pedro M. Herrera
Foto: Pedro M. Herrera
En conjunto, la producción de alimentos supone más del 20 % de las emisiones mundiales de GEI, superando el 25 % si consideramos la cadena alimentaria completa. Las estimaciones más recientes de la FAO sitúan en un 14,5 % el peso de los productos de origen animal en las emisiones de GEI a escala global. [1] Entre los GEI destaca el dióxido de carbono (CO2) procedente fundamentalmente de la combustión de gas natural, carbón, petróleo y derivados en procesos industriales, transporte y uso doméstico, una parte de los cuales tiene que ver con la producción de alimentos. El CO2 se emite también hacia la atmósfera con la tala y quema de bosques y la desecación de humedales, realizadas mayoritariamente para conseguir nuevas tierras de cultivo. También el laboreo del suelo favorece la liberación de grandes cantidades CO2, al acelerar la descomposición de la materia orgánica. El metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O), son GEI con mayor potencial de calentamiento de la atmósfera que el CO2, y son emitidos en gran medida por actividades agrícolas y ganaderas. Los cultivos de regadío (especialmente arroz), la digestión entérica del ganado vacuno, ovino y caprino (rumiantes), y la gestión de purines en la industria del porcino son tres fuentes de metano en la atmósfera de gran relevancia en la actualidad. El uso masivo de fertilizantes nitrogenados, especialmente en cultivos intensivos de regadío (muchos dedicados a la producción de piensos y forrajes), y el manejo de los estiércoles en granjas intensivas son las fuentes principales de óxido nitroso.
Además, las críticas a la ganadería se extienden a la gran proporción de tierras que se utilizan para alimentar el ganado (70 % de las tierras agrícolas, según la FAO) [2] y al elevado consumo de agua (en promedio 5000 l de agua / kg ternera). Sin embargo, estas conclusiones y tendencias se basan en análisis de datos globales que ocultan la realidad de modelos de producción animal, muy diferentes en cuanto a sus impactos y potenciales beneficios.
Ganadería intensiva vs. extensiva
La mitad de las tierras cultivadas en el mundo se emplean para la producción de piensos y forrajes consumidos por la ganadería intensiva
Sorprendentemente, varios estudios recientes, [3] concluyen que la ganadería intensiva, alimentada con forrajes y piensos, es mucho más eficiente que la ganadería extensiva, alimentada por aprovechamiento de los pastos naturales. Se basan en que la mayor productividad de la primera hace que se consuma menos suelo y agua, y se emitan menos GEI por unidad de alimento producido. Esta mayor eficiencia de la ganadería intensiva se basa en la selección genética y las mejoras en alimentación y de manejo en las granjas con el uso de raciones unifeed formuladas para la alta producción, la implementación de programas sanitarios preventivos, el uso de la inseminación artificial y el control reproductivo. Es urgente contrarrestar estos argumentos científicos y técnicos que acusan a la ganadería extensiva de producir una huella ecológica tan negativa, impulsados en muchos casos por los lobbies de la ganadería intensiva.
A la ganadería extensiva, en primer lugar, se le acusa de utilizar mucha más tierra para producir cada unidad de alimento (kg de proteína). Lo que sí es cierto es que la mitad de las tierras cultivadas en el mundo se emplean para la producción de piensos y forrajes consumidos por la ganadería intensiva [4] y este sector consume un tercio de la producción mundial de cereales. [5] Estas tierras podrían utilizarse para cultivar alimentos de origen vegetal, produciendo entre 2 y 50 veces más proteína vegetal útil para la alimentación humana.
En cambio, los rumiantes de la ganadería extensiva se alimentan con pastos naturales (herbáceos y leñosos), ricos en celulosa no útil para la alimentación humana. Por ello, al contrario que la ganadería intensiva, la extensiva no compite con la producción de alimentos de origen vegetal. Según la FAO, en el mundo hay en torno a 35 millones de km2 de pastos (frente a los aproximadamente 15 millones de km2 de tierras cultivadas) [6] que ocupan tierras marginales (climas extremos, desiertos, montañas...) no aptas para ser cultivadas. Si no se aprovecharan para alimentar la ganadería extensiva, haría falta poner en cultivo muchas más tierras para alimentar a la población mundial. Y si se cultivaran, la productividad sería escasa y la degradación inmediata, causando graves problemas ambientales.
Por tanto, abandonar la producción animal en los pastos extensivos en favor de la producción vegetal tendría más desventajas que ventajas ambientales. Además, las emisiones de GEI atribuidas a la ganadería extensiva no necesariamente disminuirían al eliminarla. Si los recursos forrajeros no los consumieran las vacas, cabras y ovejas, lo harían los grandes herbívoros silvestres como el ciervo, emitiendo cantidades equivalentes de CO2 a la atmósfera. [7] De hecho, los grandes herbívoros pastaron por todos los rincones de la tierra durante millones de años sin provocar un aumento de GEI en la atmósfera. Si los pastos sin ganadería no fueran colonizados por grandes herbívoros silvestres, otros organismos menores, desde insectos a hongos y bacterias, emitirían igualmente el carbono hacia la atmósfera. Y si evolucionan hacia formaciones arbustivas y arboladas, los grandes incendios que seguirían décadas después provocarían igualmente la emisión de grandes cantidades de GEI; es decir, cesar la actividad pastoral no redundaría en la reducción de las emisiones de GEI, como mucho se retrasaría un poco.
También es común encontrar informes que señalan que se consume mucha más agua para producir alimentos de origen animal que vegetal, y de nuevo es un mensaje confuso. La ganadería intensiva basa su alimentación en forrajes y piensos producidos mayoritariamente en cultivos intensivos de regadío (basta ver los infinitos campos de maíz regados por grandes pívots), que consumen grandes volúmenes de agua azul. El consumo de agua azul tiene costes ambientales y compite con usos antrópicos. En cambio, los pastos que alimentan la ganadería extensiva consumen agua de lluvia, denominada agua verde, sin coste económico ni ambiental y, por tanto, no debe computarse como un recurso consumido, como tampoco el uso de la superficie ocupada por pastos extensivos. Mientras que para producir alimento para la ganadería intensiva mundial se están sustituyendo bosques por pastos y cultivos, la ganadería extensiva contribuye a la conservación de muchos hábitats y especies. De hecho, el mapa europeo de espacios agrícolas de alto valor natural está dominado por estos y otros pastos aprovechados por la ganadería extensiva. [8] Mediante la conservación de pastos, la ganadería extensiva puede dar como resultado un sistema de producción de alimentos neutro en carbono. Nuestros estudios muestran que el secuestro de carbono en suelo (en forma de materia orgánica) y biomasa de los árboles compensa las emisiones de GEI emitidos por el ganado vacuno y ovino que pasta en la dehesa. [9]
Mediante la conservación de pastos, la ganadería extensiva puede dar como resultado un sistema de producción de alimentos neutro en carbono
Foto: Pedro M. Herrera
Foto: Pedro M. Herrera
Comer menos carne, pero de más calidad
En el Estado español, el espectacular aumento de la producción de carne se explica fundamentalmente por el incremento en la producción de cerdo y pollo, ambos prototipos de producción animal en granjas industriales. Para estas especies, la producción se multiplicó por 18 y 129 respectivamente entre la década de los sesenta y la actualidad, según el MAPA. Este crecimiento que sigue la ganadería intensiva forma parte de los problemas ambientales que tiene nuestro planeta, no solo por la deforestación y las emisiones de GEI, sino también por la contaminación del agua con nitratos y de la atmósfera con amonio de los purines y estiércoles.
Y, en cierto modo, la ganadería intensiva contribuye a la hambruna más que a remediarla, en la medida en que este modelo de producción animal consume tierra que podría ser utilizada para producir raciones de alimento de forma más eficiente. La necesidad de avanzar hacia una dieta menos cárnica no puede obviarse, pero debemos diferenciar los productos de la ganadería intensiva de los productos de la ganadería extensiva. Y a las campañas que propugnan consumir menos carne en las sociedades ricas, habría que decir que sí, pero añadir que la que se consuma provenga de la ganadería extensiva, que contribuye a la conservación del territorio y sus valores naturales. En el caso de ovejas y cabras, el 36 % se alimenta solo de pasto; el 52 %, con suplementos; y el 12 %, en intensivo, sin pastoreo. Aunque no disponemos de información para el vacuno, sospechamos que las cifras son similares a las de los pequeños rumiantes.
Estudios recientes han demostrado la mayor calidad de la carne procedente de animales alimentados con pastos frente a los engordados con piensos y forrajes cultivados. La carne de animales alimentados con pasto tiene un perfil de ácidos grasos más saludable, aunque también más susceptible de oxidación, por lo que exige un consumo más inmediato.
Evolución de la producción de carne en España, expresada en toneladas de canal para los principales animales sacrificados
Fuente: Elaborado por el autor a partir de los datos del Anuario Agroalimentario del Ministerio de Agricultura
Conclusiones
La ganadería extensiva se alimenta de biomasa no aprovechable por los humanos, y producida en suelos no cultivables. Esta biomasa se transforma así en carne, leche, lana y otras producciones de gran calidad, contribuyendo a la economía local, a la vez que reduce el riesgo de grandes incendios y genera múltiples beneficios ambientales. La ganadería extensiva no debe ser considerada causante del aumento de gases de efecto invernadero en la atmósfera, pero sí debe afrontar importantes retos y mejorar sus modelos de producción y comercialización. Para ello debe salir de su papel actual de simple eslabón de la cadena de la producción industrial de carne y afrontar un proceso de diferenciación a diversas escalas.
Gerardo Moreno Marcos
INDEHESA. Instituto de Investigación de la Dehesa. Universidad de Extremadura
[1] Pierre J. Gerber et al., Enfrentando el cambio climático a través de la ganadería. Una evaluación global de las emisiones y oportunidades de mitigación. (Roma: FAO, 2013)
[2] Joseph Poore y Thomas Nemecek, «Reducing food’s environmental impacts through producers and consumers». Science 360 (2018): 987-992.
[3] Andrew Balmford et al., «The environmental costs and benefits of high-yield farming». Nature sustainability 1 (2018): 477.
[4] Anne Mottet et al., «Livestock: On our plates or eating at our table? A new analysis of the feed/food debate». Global Food Security 14 (2017): 1-8.
[5]Modelo de Evaluación Ambiental de la Ganadería Mundial (GLEAM). Disponible en FAO
[6] Pablo Manzano y Shanon R. White, «Intensifying pastoralism may not reduce greenhouse gas emissions: wildlife-dominated landscape scenarios as a baseline in life cycle analysis». Climate Research 77 (2019): 91-97.
[7] Fabrice Gouriveau et al. ¿Qué tipo de políticas de la UE necesitamos para mantener los Sistemas Agrarios de Alto Valor Natural y la biodiversidad? Documento de orientación elaborado en el marco de HNV-Link. (2019) Disponible en PDF en Entretantos
[8] Mireia Llorente y Gerardo Moreno, «Sistemas ganaderos ligados a la Dehesa: Alimentos que mitigan el Cambio Climático», Redmedia.org (5 de diciembre de 2019). Disponible en Redremedia.org
PARA SABER MÁS
Informe La ganadería y su contribución al cambio climático, de Amigos de la Tierra, disponible en www.tierra.org