La encrucijada del reto tecnológico en la agroecología
Artículo publicado originalmente en Arc 2020
Vassilis Gkisakis
¿Puede la alta tecnología salvar a la agricultura de sus problemas aparentemente irresolubles? Desde luego, las partes interesadas quieren que así lo parezca, a medida que la digitalización aumenta tanto en el campo como en las políticas, los documentos normativos y en los planes de futuro del sector. Las soluciones tecnológicas se promueven como necesarias e inevitables, y se publicitan sin complejos como la innovación definitiva para la modernización de la agricultura. Con miras a aumentar la productividad, reducir los costes y, sobre todo, lograr la sostenibilidad medioambiental, la tecnología agrícola (AgTech) es una parte esencial de la respuesta.
Construcción colectiva de un gallinero móvil Poulailler-PDG-250. Fotos: Atelier Paysan
A esta moda no le faltan nombres atractivos, como agricultura inteligente, de precisión o agricultura digital. Sin embargo, su esencia es la misma: un enfoque tecnocéntrico, que incluye desde la mecanización gradual hasta la gestión agrícola respaldada por procedimientos algorítmicos basados en datos y herramientas sofisticadas, como computación en la nube, programas informáticos especializados, drones y el internet de las cosas.
La agroindustria y los responsables políticos están muy implicados en esta nueva era digital: las grandes fusiones de compañías agrícolas, como Bayer y Monsanto, desarrollan un sólido programa simultáneo de ciencia de datos (data science) y política de mercado en el ámbito agrícola, comprando empresas más pequeñas que se especializan únicamente en la gestión de datos relacionados con el suelo, el riego, el tiempo atmosférico y el clima, como hizo Monsanto con la start-up Climate Corp. Una nueva combinación de actores empresariales más pequeños, ambiciosos y a menudo oportunistas, se incorpora al sector agrícola con multitud de promesas sobre soluciones digitales para cuestiones agrícolas y medioambientales decisivas.
Las políticas de economía de datos, tanto de la UE como globales, respaldan estos esfuerzos al facilitar la creación de un ecosistema de mercado formado por corporaciones, investigadores, desarrolladores y proveedores de infraestructura, con el fin de garantizar que de los datos se pueda extraer un valor, así como facilitar el crecimiento de un nuevo sector económico. Por supuesto, este novedoso negocio muestra un genuino enfoque neoliberal y una clara orientación al mercado para generar beneficio económico y oportunidades de emprendimiento en nuevos ámbitos.
Pero, antes de evaluar la eficacia de estas soluciones, deberíamos identificar los problemas ampliamente documentados del sistema moderno de producción de alimentos. Lo que dan por sentado tanto los expertos como instituciones internacionales como la FAO es que la lucha contra la escasez de recursos, la reducción de la contaminación del suelo y el agua, las emisiones de gases de efecto invernadero y la pérdida de especies y hábitats son cuestiones importantes que deben gestionarse con rapidez. Es innegable que un cambio mundial como este requiere el desarrollo de sistemas agrícolas mucho más sostenibles, que no dependan tanto de los altos insumos sintéticos y los combustibles fósiles, y que se caractericen por un uso eficiente de los recursos, un menor impacto ambiental y, por último, resiliencia climática, a fin de producir alimentos suficientes y saludables.
Entonces, ¿pueden estas innovaciones digitales y (bio)tecnológicas realmente cumplir estos objetivos? A pesar de la expectación, parece que no es el caso. El paradigma que se deriva de estos planteamientos está concebido en gran medida para avanzar hacia una modernización ecológica "débil" de la agricultura, como sugieren muchos autores científicos. Su efecto se limita a un aumento parcial de la eficiencia de los insumos y del uso de los recursos, y a una cierta disminución de los costes de producción, que, sin embargo, van acompañados de los altos costes de mecanización de la gestión de la finca. A menudo, estas herramientas ignoran los procesos ecológicos bajo cuyos principios funcionan los ecosistemas agrícolas. En el mejor de los casos, estas innovaciones pueden conducir simplemente a una sustitución parcial de insumos con algunos efectos positivos a corto plazo sobre la sostenibilidad y la estabilidad del sistema alimentario. Y eso es todo. Realmente no atienden a la debilidad estructural del actual sistema alimentario que genera importantes problemas medioambientales y sociales.
Otro aspecto problemático se refiere al propio proceso de innovación aplicado. En los marcos mencionados anteriormente, la narrativa y la práctica de innovación se restringen a un esquema en el que las innovaciones están dirigidas por el mercado, con nuevos desarrollos que promueven soluciones tecnológicas. El modo de transferencia sigue principalmente un enfoque de arriba abajo hacia los usuarios finales, agricultores o agrónomos. Según este esquema, únicamente se considera innovadores a los científicos y asesores agrícolas, que diseñan y promueven herramientas y prácticas, y a las empresas, que desarrollan y proporcionan soluciones tecnológicas. El desarrollo tecnológico está por lo general fuera del alcance de cualquiera que no pertenezca a los gigantes de la AgTech. Y así, lo que eran supuestas soluciones se convierten en recomendaciones únicas y válidas para todos los contextos: los agricultores deben seguir estrategias y prácticas que evolucionan junto con los avances de las investigaciones y las tecnologías corporativas. En otras palabras, se trata de procesos de innovación que crean herramientas jerárquicas, desarrolladas verticalmente, que obviamente se ajustan mejor tanto a un sistema agrícola de escala industrial, orientado al lucro, como al propio mercado.
Por supuesto, la crítica anterior no implica ningún tipo de agroludismo [1] que condene las tecnologías avanzadas, que ya están aquí, nos guste o no. Sabemos que existen ejemplos alternativos de innovaciones agrícolas digitales o analógicas que apoyan la transición hacia sistemas alimentarios verdaderamente sostenibles y que no son inherentemente incompatibles con un enfoque agroecológico. Hay ejemplos de iniciativas de tecnología agrícola de código abierto, como Farm Hack en EE. UU., proyectos colaborativos para la creación de soluciones tecnológicas e innovación por parte de los agricultores, como l'Atelier Paysan en Francia, o proyectos internacionales como Capsella.
Como se ha afirmado en numerosas ocasiones, la agroecología es un concepto emergente que proporciona un enfoque holístico para el diseño y la construcción de sistemas alimentarios genuinamente sostenibles. No busca simplemente soluciones temporales que mejoren parcialmente el comportamiento ambiental y la productividad de los sistemas alimentarios. Representa sobre todo un cambio de paradigma sistémico hacia una completa armonización con los procesos ecológicos, el uso de escasos insumos externos, la biodiversidad y el cultivo del conocimiento agrícola.
Lo importante del diseño agroecológico de los sistemas alimentarios es que hacen hincapié en la experimentación participativa e independiente, y no en la dependencia de la tecnología y los proveedores externos. Por lo tanto, resulta obvio que cualquier solución tecnológica puede constituir un elemento complementario a los procesos de innovación agroecológica siempre y cuando el desarrollo de herramientas innovadoras incluya un sistema de planificación entre pares y la participación de los usuarios al alcance de una economía de los comunes, como ocurre en los ejemplos mencionados anteriormente.
Así pues, la cuestión principal está relacionada con la forma en que evolucionan los procesos de innovación: ¿en respuesta a qué intereses y con la participación de quién emergen? Debemos comprender que la innovación radica en la creatividad, y no solo en la propia herramienta generada. Teniendo esto en cuenta, es evidente que el problema es la falta de autonomía derivada de la ausencia del usuario final en el desarrollo de la tecnología. Si se utiliza adecuadamente, la tecnología puede repartir el poder entre todos los actores implicados en el desarrollo de innovación. Y este uso apropiado y colectivo de la tecnología nos permite democratizar el conocimiento.
[1]Ludismo se refiere a una filosofía que se opone al uso de cualquier tipo de tecnología moderna.
Vassilis (Vasileios) Gkisakis
Profesor en el Instituto de Educación Tecnológica de Creta y en la Universidad Agrícola de Plovdiv. Miembro de la Asociación Europea de Agroecología y moderador de la Red Agroecológica de Grecia