Nahia Uxua Esparza Barasoain
Reseña del libro La ciudad agropolitana y la aldea cosmopolita, de Jaime Izquierdo Vallina. KRK Ediciones, 2019
Jaime Izquierdo Vallina, autor, entre otros títulos y artículos, del libro La casa de mi padre: manual para la reinserción de los territorios campesinos en la sociedad contemporánea, nos ofrece una visión clara sobre cómo hacer frente a muchos de los problemas de nuestra era recuperando la sabiduría y labor campesinas, tanto en las zonas periurbanas como en las aldeas.
El tema me resulta muy cercano. Cuando era niña, en una pequeña ciudad de 11.000 habitantes aún había un pastor con ovejas a dos calles de mi casa; había una lechera que repartía deliciosa leche cruda con la que mi madre me preparaba tostadas con nata; patios interiores llenos de frutales cuidados y variados; huertas cercadas de adobe abundantes en hortalizas variadas; fuentes limpias y un paisaje comestible por el que me perdía sola o con mis primos mientras la familia vendimiaba, sarmentaba o recogía la oliva. He visto desaparecer todo eso, quedarse el campo solo, arrasado en concentraciones parcelarias, sustituido por polígonos con hipermercados que traen hortalizas de «comercio injusto» del otro lado del mundo; por bloques de «ladrillos en el aire» en zonas inundables (antiguas huertas de regadío) o «huertas» con césped de plástico, piscina y hortalizas untadas de «run run» (Roundup).
Como le sucederá a mucha gente, ya que es nuestra propia historia, me he identificado mucho con este libro. Estudié Biología queriendo estudiar la vida y, en ese proceso, me fui a una ciudad agrofóbica, me alejé del huerto, de las labores colectivas en familia que se iban perdiendo al morir los abuelos y fui parte de la ciencia que se especializa en las partes: identificar, contar y conservar en formol, para recabar datos y crear zonas de «conservación», marinas o terrestres. Con respeto a las muchas personas sabias que conocí allí, yo sentí que ese no era mi lugar…
Por intuición, y por seguir a lo que amo, vine a vivir a una aldea prepirenaica, Lakabe. Había leído textos de Pedro Monserrat (Jaime lo cita) y la misión de cuidar la montaña me motivaba mucho. No soy pastora; pero, como parte de la comunidad en la que vivo, apoyo en otras áreas.
Me ha gustado el repaso que Jaime Izquierdo hace en su nuevo libro a la historia de los asentamientos humanos, a su evolución (desconocía que las ciudades griegas tenían un límite de crecimiento), las citas de campos vivos que inspiran al inicio de algunos capítulos, las propuestas claras con gráficas y tablas comparativas, ordenadas y razonadas para reformar la ciudad postindustrial (con servicio municipal de pastoreo, concertación parcelaria para gestionar zonas periurbanas en abandono, etc.) y para la aldea (Plan de Gestión Agroecológica, la idea de creación de una agencia pública para la (re)vuelta al espacio exterior vaciado o NASA aldeana…) y, sobre todo, ver que en mi aldea estamos ya trabajando en ese camino.
Hoy voy a la despensa común a por nata, jugosa como aquella de mi infancia... Varias escuelas públicas de la ciudad, tiendas y grupos de consumo compran nuestro pan ecológico y artesanal. Tenemos una ordenación holística del territorio con la que año tras año vamos viendo buenos resultados, frenando la erosión, captando más agua en el territorio (aún hace falta que muchos más pueblos lo hagan para prevenir riadas como la de hace dos años, que se llevó a uno de los nuestros...) y abriendo las zonas de pasto o cultivos que se plantaron de pinos tras el abandono de la aldea en los años sesenta. Las peques preparan parte del plantel para las huertas en la escuelita; nos reunimos en el batzarre (asamblea vecinal); tenemos una estructura con la que organizarnos y grupos operativos con los que trabajamos cada día en el monte y las huertas, organizamos formaciones, apoyamos a otros colectivos, cuidamos de nuestro bienestar y tratamos de recuperar ritos y crear otros nuevos, además de definir hacia dónde queremos ir y con qué acuerdos… Hacemos auzolan (trabajo comunitario vecinal) para embellecer el pueblo, participamos en la política del valle… También hacemos mucho trabajo personal y de procesos para acoger nuestra diversidad y no perdernos, sino conocernos mejor en los conflictos... Danzas africanas, los jueves… Y este mes hay danzas urbanas, hip-hop, house y popping con una profesora de Barcelona y un disc jockey. Digamos que la eutopía de aldea cosmopolita que Jaime plantea es en gran parte mi realidad y mi aspiración. Me alegra el corazón poder disfrutar del arte bailando, cultivar y crear paisaje en el mismo lugar, desde luego que es posible aparte de necesario y me alegra saber que hay muchas iniciativas parecidas y que se multiplican.
Con todo, como dice Jaime, no es el paraíso. De las debilidades y amenazas que él plantea para la aldea, reconozco unas cuantas: hay pocas fórmulas legales, faltan antiguos pobladores que nos transmitan su sabiduría, a veces somos pocas, cuesta enraizar o vincularse… Es un reto convivir y colaborar a veces.
Jaime Izquierdo ha adelantado y facilitado el trabajo a ayuntamientos, gobiernos y grupos que se movilizan para hacer revivir aldeas o para acercar las ciudades al campo. Encontrarán en este libro ideas maduras, sensatas y necesarias para ponerse manos a la obra, afinar y crear la orquesta en la que el campo y la ciudad suenen a vida. Y cuanta más vida tenga nuestro campo, más vida podrá tener el de otros lugares. Tengo en mente a varias personas con las que compartir este libro. Ahora es un buen momento.
Nahia Uxua Esparza Barasoain
Estudió Biología y Ecología marina. Acompañante de infantil y primaria