...o cómo no podemos permitirnos apostar por el 5G para unas y la desconexión para otras
Co.lectivo Arterra
¿Qué tendrá que ver el tocino con la velocidad?, pensamos mientras vemos un anuncio en el que nos ofertan un internet que funciona como un tiro. ¿Realmente queremos disparar a alguien? ¿Qué o a quién quieren que matemos? Que funcione como un tiro es un reclamo porque la velocidad nos hace tener la sensación de aprovechar eficientemente el tiempo que creemos no invertir trabajando. Pero resulta que este supuesto tiempo de ocio no es más que una consecución de esa jornada laboral: un tiempo para el consumo, que supone una fuente de ingresos ya inmensa y creciente, la cual aumenta si nuestra rapidez es la misma en este espacio que en el propiamente laboral. Si el ocio es consumo, se necesitan tecnologías que aceleren nuestra capacidad para aprovecharlo. La velocidad no nos sale gratis y no juega a nuestro favor.
La Ferme des Volonteux | Foto: Atelier Paysan
Rapidez, velocidad y aceleración son tres síntomas y no tres virtudes de un sistema en el que crecer es lo mismo que mejorar, más significa mejor y desarrollar es lo mismo que explotar. Como «las herramientas del amo no destruirán la casa del amo», es desde la pausa y el debate colectivo desde donde nos gustaría cuestionar la tecnología 5G como la última de las vueltas de tuerca de un sistema económico que busca en la digitalización nuevas fuentes de privatización de la riqueza de todas y que no busca preguntarse antes para qué, para quién, por qué y cómo, sino cuánto.
Para nosotras, la realidad siempre viene cargada de posibles. Sería posible, por ejemplo, que a los pueblos del Estado español llegase cobertura para tener acceso a internet y que este permitiera disponer de servicios para las personas que allí vivimos. Sería posible una alfabetización digital que formase a las personas y democratizase el entorno digital. Sería posible, así, que esta brecha digital se suturara en lugar de agrandarse. Para quienes quieren estrecharnos las vidas, la tecnología 5G es imprescindible. Lo que se deja de lado, en estos posibles, es que coexisten territorios sin cobertura y otros en los que los recursos de todas se invierten en implantar un sistema de tráfico de datos más veloz que no supone mejoras en nuestras vidas. Decidir para nosotras, sin nosotras. Lo imprescindible es no omitir esto en el debate.
Rapidez, velocidad y aceleración son tres síntomas y no tres virtudes de un sistema en el que crecer es lo mismo que mejorar, más significa mejor y desarrollar es lo mismo que explotar..
Ahora mismo, en la mayoría de los pueblos de Castilla-La Mancha, se está peleando para que lleguen cajeros multicaja, que haya datáfono en el bar es todo un logro y que nos dejen enchufarnos a la fibra que pasa por el pueblo, una misión imposible. Entonces, si a pesar de estas demandas de largo recorrido no ha llegado a muchos pueblos ni la G, ¿por qué nos vamos a creer que llegará el 5G? Mucho te quiero pueblito pero pan poquito. Desgraciadamente para nosotras, esto no es casual, sino que forma parte de políticas que planifican la construcción de capitales globales y zonas de sacrificio, entregadas a las primeras. Así como no es casual que los prototipos de 5G se implantasen en Madrid y Barcelona ni que el control de esta tecnología cause un conflicto geopolítico ni que la inversión pública se dirija a desarrollar una herramienta que no tiene una demanda social, sino corporativa (entre otras razones, para el desarrollo de la llamada AgTech o agricultura digitalizada). El extractivismo, la desigualdad en el acceso a los recursos, el aumento de residuos y el agotamiento de materiales, territorios y cuerpos siguen siendo los ejes que sostienen la IV Ofensiva Industrial, que requiere de menos masías y más granjas de servidores.
Moverse por el entorno digital supone, para todas aquellas que no tenemos los conocimientos necesarios para ver el entramado oculto que implica, una especie de función de ilusionismo en la que se obra por arte de magia. Y la magia no tiene costes, o eso creemos. En apariencia ilusionista, el entorno digital es un espacio plural, trasnacional e interdependiente, pero esta interdependencia que parece a priori positiva muta en una pérdida de soberanía: confiamos en aquello que desconocemos y nos apoyamos en un entorno digital que es sustentado por agentes que no solo desconocemos, sino que, además, en la mayoría de los casos, no son humanos, sino empresariales. No se establece así una red de interdependencia entre las personas, sino de dependencia de estas hacia empresas tecnológicas.
Esta pérdida de soberanía conlleva un vaciado de contenido (territorial, cultural y emotivo) que supone el destripamiento de los pueblos en pos de la nueva nación global de la que todas somos parte. Amiga de todas, amiga de ninguna, que dirían nuestras abuelas. Perdemos la posesión de aquello que nos define (y la posibilidad de decidir aquello que nos definirá) para pasar a formar parte de una comunidad global que nos promete diversidad, pero solo de manera superficial: todas podremos estar conectadas, hay espacio para cualquiera aquí, háblame en cualquier lengua que te entenderé.
Podríamos resumir su 5G en más ges: cuanto más, mejor. Y en esta mejora nos esperamos un 6G detrás del 5G, un empeoramiento de nuestras vidas y territorios para una mejora en un tráfico de datos que permita conectar tu microondas a internet, de la ultra alta definición, del control masivo de la población y del despegue de la inteligencia artificial. Lo ineludible es que nuestros imperfectos ojos humanos no son capaces de distinguir entre la ultra y la ultra alta definición, ni nuestros cerebros deficientes son capaces de procesar todos los estímulos a los que los sometemos, entonces, ¿para qué esto del 5G?
No tenemos más tiempo disponible para consumir. Queremos un debate honesto en el que se acuerden las respuestas a las preguntas para qué, para quién, por qué, cómo y a qué costes. Hasta ahora, sacrificar los cuerpos, la soberanía y los territorios de siempre por una mejora continua de una necesidad nunca satisfecha (que, en el caso del 5G, mejora lo que no importa que sea mejorado) es un tributo que no podemos permitirnos pagar.
Si supone un desequilibrio territorial, no es una demanda social, agrava el consumo de recursos y, además, no implica mejoras, ¿para quién el 5G?
Co.lectivo Arterra