Conversatorio con activistas por los derechos laborales en Huelva y Almería

Amal El Mohammadiane Tarbift

Conversamos con tres mujeres para entender la situación que se da en los tajos andaluces. Ellas ya se conocen de antes, y nos citamos en un encuentro virtual, al que precede media hora de anécdotas vividas sobre cómo empezaron a denunciar la falta de condiciones dignas de las jornaleras y de carcajadas cuando Ana Lepe nos cuenta pequeñas historias, trucos y complicidades vividas con sus compañeras en la finca donde trabaja.

 

 
Temporeras01 Ana

Ana Lepe

Trabajo en el campo desde que tenía 18 y ahora tengo 55. Estoy cansada de tantas injusticias que veo en los tajos de Huelva. Ya desde muy chica, me uní a la lucha por nuestros derechos, diciéndoles a los hombres que nosotras también queríamos ir a las aceitunas. Me casé con un hombre a quien no le gustaban esas cosas y estuve siempre con la espinita ahí clavá, animando a mi hija a emprender esa lucha que yo no podía hacer. Cuando me divorcié, me metí de lleno otra vez en ayudar a la gente, decidimos luchar por dignidad y conseguimos ayudar a muchas personas sin necesidad de estar en ningún sindicato. Esa soy yo.

Temporeras02 Anita

Ana Pinto (Anita)

Tengo 33 años y empecé a trabajar en el campo con 16. La experiencia de tener una madre tan guerrera me ha hecho ser la activista que soy ahora porque ya no aguanto más el abuso y la explotación que se dan en los tajos. Fruto de este activismo, se me cerraron todas las puertas en el campo. Ahora lidero Jornaleras de Huelva en Lucha y trabajo como mediadora sindical con Abogadas Sociedad Cooperativa Andaluza ofreciendo asesoría jurídica gratuita y herramientas para denunciar estos abusos. Y mi idea también es acabar mis estudios para tener el grado superior en Integración Social.

Temporeras03 Nadia

Nadia Azougagh Bousnina

Vivo en la Medina (Almería), aunque nací en Asilah (Marruecos) y acompañé a mi madre en la migración con 6 años. Ella es la responsable de quién soy porque, desde que era chica, veía como llegaban a casa personas mojadas, de las pateras. No sé en qué momento terminó su activismo para convertirse en el mío. Aunque de profesión soy maestra, decidí especializarme en intervención social y estudios migratorios. No tengo apego a ningún colectivo, aunque colaboro con el Sindicato Andaluz de Trabajadores, lo que me permite estar en contacto con las jornaleras de Almería. Hace poco me preguntó una periodista cómo me sentía, inmigrante o española, y yo le respondí que pobre.

 

  ¿Es casual que seáis las mujeres quienes más estéis luchando por la justicia y la igualdad?

Ana: No. Estamos hartas ya de ser las últimas por ser mujeres. Eso es lo que nos ha hecho ser decididas y tirar p’alante. Y decir hasta aquí hemos llegado. Hoy mismo, hablando con unos compañeros, me decían que hoy en día las mujeres están «muy protegidas». No hace mucho era normal que el marido llegara a casa, le pegara una paliza a la mujer e hiciera lo que le diera la gana. Era una casa sí, otra no y no se veía ni malamente. Entre ellas se tapaban por la presión social y por no ser juzgadas, porque no podías ir a un guardia a decirle que tu marido te pegaba.

Creo que aquí el empujón bueno lo dimos tres trabajadoras del campo cuando acudimos a unas jornadas organizadas en Sevilla, donde denunciamos desde los asientos qué pasaba realmente en los tajos de los frutos rojos de Huelva. Allí estaba la patronal, la Junta de Andalucía, los periodistas, las organizaciones sociales y sindicales, y nos escucharon bien.

Nadia: Estoy de acuerdo, pero seguimos siendo las mujeres quienes lideramos aquello que protege más: esa justicia social reivindicativa, rebelde y no asistencialista. Y seguimos sin dar pasos hacia adelante para llegar a puestos de poder en organizaciones. Creo que no lo hacemos por no hacernos daño a nosotras mismas, y por no perder tiempo en luchas que vemos vacías. Creemos que cuando intentamos dar pasos adelante o los damos (yo misma estuve en la ejecutiva de área de migraciones de Podemos Andalucía), volvemos atrás porque no nos gustan esos espacios. Todavía no están preparados para nosotras. Por eso, creo que sí, seguimos luchando, pero todavía lo hacemos desde una segunda línea...

Anita: Totalmente de acuerdo. De hecho, algunos hombres del SAT no creían en nosotras cuando montamos el colectivo de jornaleras. Me salí del SAT por lo mismo, siempre están los hombres delante, creímos necesario liderar nuestra propia lucha. Ya no solo por los abusos que se cometen en los campos, sino también por la desprotección y el machismo que hay en los sindicatos y en colectivos de la llamada izquierda progresista feminista.

Ana: Ellos quieren mujeres en las organizaciones por decir «aquí hay mujeres», aunque luego las tengan en un segundo plano.

Nadia: Estas cosas no solo ocurren en sindicatos, sino también en muchas organizaciones. Lo de la mujer florero es así porque por las exigencias de paridad de la Ley de Igualdad, tienen que asignar x mujeres, por eso cuando te llaman, te dicen: «¿Puedes ir en mi lista porque hace falta una mujer?». O en una mesa redonda, donde te invitan a dar una charla: «Hay tres hombres y necesitamos una mujer». Entre lo de migrante y mujer, ya tenemos todas las etiquetas que cumplir para cubrir el aforo «progresista»...

  ¿En qué pensáis que se diferencian los liderazgos femeninos de los masculinos en vuestro ámbito?

Nadia: En El Puche (Almería), uno de los barrios más precarios de Europa, estuvimos más de dos años en lucha contra los desahucios que se iban a cometer contra personas migrantes. Las mujeres hemos sido quienes hemos liderado estas batallas. ¿Qué quiero decir con esto? Tenemos una forma de proceder muy diferente a la de los hombres, mucho más cuidadosa, más productiva; no hubo complicación de egos. El proceso ha sido más limpio y ordenado. Creo que hay que cuidar las formas de denunciar. Quienes fueron abusadas sexualmente en los tajos lo saben bien. Entre nosotras nos preguntamos cómo estamos, escuchamos más, cuidamos las palabras y ponemos el cuerpo. De eso, los hombres entienden poco; de hecho, cuando los temporeros de Almería quieren o necesitan hablar, siempre tiran de las mujeres que lideran las denuncias, no lo hacen con los hombres. Nosotras no necesitamos demostrar tantos logros, sino pararnos y buscar las mejores fórmulas para solucionar problemas.

Anita: En Huelva, se han intentado llevar a cabo luchas, pero no ha sido hasta que las mujeres hemos cogido las riendas, desde las bases, cuando se han visto los frutos. La gente se siente representada por nosotras, pero queda mucho por hacer.

 
 Creo que en el momento en que todo el mundo estuviera en situación regular, cambiaría la percepción de la sociedad sobre las personas migrantes. 
 

  En los tajos, habéis denunciado la falta de acceso a una higiene digna de las mujeres, ¿A qué os referís?

Anita: Muchos de los tajos no tienen baño accesible para que te puedas cambiar de compresa ni acceso al agua. A veces tienes que desplazarte lejos. Parece que en el sector agrícola no se necesita baño… Además, recoger los frutos rojos es muy duro para quienes sufrimos dolores menstruales.

Nadia: Claro, y ni hablemos de las mujeres embarazadas, que constantemente tienen que acudir al baño, además de estar mucho tiempo agachadas… En Almería llevamos mucho tiempo trabajando la prevención de la higiene de las mujeres en el campo. Este tema lo llevamos a Suiza a unas jornadas sobre derechos laborales hace poco y también al Congreso de los Diputados en la anterior legislatura, presentando iniciativas para acabar con esta situación. Pero no hubo interés en cambiar. Ahora tenemos apoyo internacional para una campaña que visibilice las infecciones que cogen las mujeres al cambiarse de compresa en entornos con fertilizantes y pesticidas químicos.

  En Huelva se vienen denunciando los abusos contra las trabajadoras, pero ¿qué sabemos acerca de las condiciones de vida de las mujeres temporeras en los asentamientos de Almería?

Nadia: Muy poco. De hecho, recientemente han cambiado las dinámicas de migración y no se ha hablado de ello. Antes, al menos en Almería, ellas migraban por reagrupación familiar: venía el marido y, después de un tiempo, traía a su mujer y sus hijos. Por eso se las veía solo en los cortijos y en viviendas «normalizadas». Pero desde hace tres o cuatro años, de repente, llegaron muchas a los asentamientos. Ahora son ellas quienes dan el salto en busca de una vida mejor, sin apoyo alguno (a veces divorciadas, viudas, etc.), sin saber qué es lo que se pueden encontrar. Muchas de ellas, con hijos. Estas mujeres no han sido visibilizadas por ningún colectivo feminista de aquí, y tampoco se ha hecho referencia a los abusos que sufren en los asentamientos. Muchas de estas mujeres se ven obligadas a ejercer la prostitución. A otras las tenemos que acompañar para exigir a los empresarios que les paguen la totalidad del trabajo y no la mitad de lo que dice la ley.

Solo en la comarca de Níjar hay más de 80 asentamientos en los que viven más de 7.000 personas. En uno de los asentamientos, las mujeres han tenido que inventarse un grito de auxilio porque los compañeros migrantes llegan borrachos de noche y se meten en sus chabolas. Cuando esto sucede, van juntas a proteger a la compañera que lo ha pedido.

  ¿Cómo se podría acabar con los discursos de odio?

Anita: Con la regularización. Además, les ayudaría a tener una vida más digna. De hecho, los discursos de odio se dan porque a la gente de aquí, cuando va a pedir trabajo en el campo, los propietarios a veces le dicen que no quieren españoles. Evidentemente, no los quieren porque prefieren seguir teniendo una mano de obra migrante sin papeles en regla a la que pueden explotar. Por eso, creo que en el momento en que todo el mundo estuviera en situación regular, cambiaría la percepción de la sociedad sobre estas personas. 

Ana: A mí me han dicho muchas veces «no queremos españoles». Esto ocurre, en parte, por el poco margen de beneficio de las explotaciones que no pueden competir con las grandes empresas de los frutos rojos. Por eso ahora hay tantas cancelas…, para que no se vea lo que se cuece dentro. Todo esto va unido a la cantidad de bulos que crean racismo y discursos de odio entre la ciudadanía. Llegan muchos audios por el WhatsApp sobre «cómo se benefician los moros de las ayudas», sobre todo a raíz de la normalización del discurso xenófobo de Vox, que está ahora a sus anchas en la Junta.

Nadia: Egoístamente, la regularización beneficiaría al Estado, porque estarían contribuyendo económicamente con impuestos y, lo más importante, estarían en situación de igualdad de condiciones y derechos con el resto de la ciudadanía regularizada. En lugares desmovilizados, como El Ejido y Níjar (Almería), a pesar de tener rentas per cápita altísimas y a la vez mayor desigualdad, es donde más triunfa el discurso de odio. Así lo vimos en las últimas elecciones generales, en las que los partidos de extrema derecha obtuvieron la máxima representación. Y mientras tanto, los empresarios se aprovechan de la situación de vulnerabilidad de las personas temporeras, generando el conflicto de los últimos contra los penúltimos, en vez de cuestionar el sistema agroalimentario.

 
  Sabemos que las empresas que explotan y contaminan las tierras son las mismas que consiguen certificaciones ecológicas y siguen incumpliendo los convenios laborales.  
 

  ¿Creéis que el sistema agroalimentario actual debería cambiar? ¿De qué forma?

Anita: Al 100 % tendría que cambiar. No solo por los derechos de las personas trabajadoras del campo, sino también por cuidar nuestro entorno alejándose de la agricultura intensiva. Doñana se lo están cargando. En el pueblo tenemos hectáreas de plantaciones de trigo y girasoles. Tenemos las condiciones idóneas para cultivar de una forma más sostenible. No pasa nada por quitar unas cuantas hectáreas de girasoles para apostar por la diversificación y que esos productos se queden en nuestros comercios locales.

La idea de que se monte en el pueblo un movimiento agroecológico lleva mucho tiempo rondándome en la cabeza. Este proyecto tendría sentido para que no tuviéramos que irnos de nuestros pueblos ni ser explotadas en campos que trabajan en convencional.

Nadia: Está claro que este sistema no funciona; pero si decidimos apostar por un cambio de modelo agroalimentario, habrá que tener cuidado con no caer en los mismos métodos capitalistas de la industria actual. Sabemos que las empresas que explotan y contaminan las tierras son las mismas que consiguen certificaciones ecológicas y siguen incumpliendo los convenios laborales. De hecho, estas empresas invierten millones de euros en un buen márquetin, en vez de fomentar los derechos de las personas trabajadoras.

Ana: Yo he trabajado en esas empresas ecológicas. Me dan una cajita con sus tarrinas muy bonitas con la etiqueta Bio, pero ni siquiera tengo un cubo donde lavarme las manos. A saber a cuánto venden esas tarrinas que exportan a Alemania, Bélgica, etc., para lo poco que me pagan...

  ¿Cómo se harían realidad vuestros sueños?

Ana: A mí me gustaría dejar de tener incertidumbre y saber que puedo tener una casa y poder dormir tranquilamente por las noches sin miedo a que me echen.

Anita: Tengo una espinita clavá de llevar a cabo un proyecto agroecológico porque me siento muy ligada a la tierra, muy de pueblo, me gusta Andalucía y necesito la naturaleza y estar en contacto con ella de forma constante.

Nadia: Llevamos muchos años detrás de un proyecto similar a ARTEA (Valle de Arratia, Bizkaia), un proyecto agroecológico, de cuidados, donde conviven varias personas y familias migrantes y refugiadas. Soñamos, y sé que lo vamos a hacer realidad, con una casa de mujeres sindicalistas donde tengamos nuestra cooperativa agroecológica, un espacio de cuidados y otras labores que queramos desempeñar; un lugar que se considere de referencia en Almería.

Amal El Mohammadiane Tarbift

Periodista e investigadora en Comunicación Social

 



Este número cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo

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