Kenyan Peasants League y GRAIN
Las invasiones de langostas no son algo nuevo. Si bien es cierto que, con el tiempo, la magnitud del fenómeno es cada vez mayor y más devastadora, estamos ante una realidad bastante común desde hace ya varios años. Con todo, la crisis de este 2020 está siendo especialmente dura, la peor de los últimos 25 años.
En Kenia, esta invasión ha tenido consecuencias nefastas para las comunidades campesinas, que han sufrido enormes pérdidas justo cuando esperaban tener una buena temporada. En el condado de Meru, por ejemplo, se han perdido las cosechas de maíz, niébé, frijoles y khat, que son cultivos habituales en la región. «Es una verdadera crisis, tan importante como la de la COVID-19. La situación está teniendo un impacto muy negativo para los campesinos de La Vía Campesina de Kenia», nos explica David Otieno, coordinador del movimiento. Dado que la gran mayoría de la agricultura se da a pequeña escala, sin ningún apoyo gubernamental, en estos momentos las familias campesinas deben enfrentarse a la peor crisis que han vivido en décadas.
La expansión de monocultivos, asociada a la destrucción de ecosistemas y al uso obligatorio de productos químicos de todo tipo, destruye la biodiversidad y es, en consecuencia, un factor que propicia la generación y extensión de enjambres de langostas. Siendo el monocultivo el lugar donde las asociaciones de cultivos están ausentes, estas plagas han encontrado las buenas condiciones para su expansión.
Impacto y alcance del fenómeno para el pequeño campesinado
Fue entre el 9 y el 11 de junio de 2020 cuando empezaron a formarse inmensos enjambres de langostas del desierto en el noroeste de Kenia, un fenómeno que, según las previsiones, se prolongará durante unas cuatro semanas más. Estos insectos constituyen una enorme amenaza, al dañar las cosechas y los pastos y contribuir a la inseguridad alimentaria dentro y fuera de la región. Ya en enero, la FAO calculaba que unas 110.000 hectáreas se habían visto afectadas por la crisis de la langosta del desierto solo en el Cuerno de África.
Desde que estos insectos empezaron a invadir la región en 2019, se cree que esta cifra se ha disparado. El temor es grande, ya que, según se pronostica desde algunos observatorios, el fenómeno llegará al norte de África y a África occidental tras pasar por Kenia, Etiopía, Eritrea, Yibuti, Somalia, Uganda, Sudán y Tanzania.
Todas estas tierras están en su mayoría ocupadas por familias campesinas que proporcionan más del 70 % de los alimentos que finalmente alimentan a la población.
Las crisis alimentarias se originan por múltiples razones, ligadas tanto a factores naturales como humanos. Así, por ejemplo, las políticas agrícolas que favorecen los cultivos rentistas y de exportación en detrimento de cultivos de subsistencia, indispensables para alimentar a la población, contribuyen a las crisis alimentarias. El acaparamiento de grandes hectáreas de terreno constituye un enorme escollo para el consumo local en los territorios. Todo ello significa que habrá probablemente una grave escasez de alimentos a medio y largo plazo. Los daños previstos son enormes.
La policía de Uganda, la Unidad de Defensa Local (LDU) y el ejército en Kampala imponen la orden presidencial de prohibir el transporte público y todos los mercados que no sean alimentarios para contener la propagación del coronavirus. Foto: Kampala Dispatch
Adolescente prepara hortalizas en el subcondado de Gweri (Soroti, Uganda). Foto: Norbert Petro Kalule
Este fenómeno del aumento de las invasiones de langostas, del que no se habla nada o casi nada en los medios desde que se desató la pandemia de la COVID-19, exige sin embargo una profunda reflexión sobre sus vínculos con el modelo agrícola industrial y el uso cada vez mayor de productos químicos. En Kenia, por ejemplo, el gobierno ha puesto en marcha estrategias que van desde la fumigación aérea de insecticidas hasta disparos al aire para espantar a estos insectos.
Kenia también ha utilizado pesticidas a base de clorpirifós, teflubenzurón y deltametrina para contener la propagación. Se considera que el clorpirifós causa problemas de fatiga muscular en las personas y es peligroso para el medio ambiente, lo que podría tener, además, efectos neurológicos y ocasionar trastornos autoinmunes.
La deltametrina, por su parte, se considera tóxica para la vida submarina, en particular, para los peces, y puede ser, además, una neurotoxina para el ser humano.
Alentados por el lobby de los pesticidas, los Estados no se preocupan por los riesgos y simplemente reparten toneladas y toneladas de productos peligrosos como si esta fuera la única opción posible.
A pequeña escala, algunas técnicas y saberes locales podrían ayudar en la lucha contra estas plagas y evitar el uso de productos químicos. Así, por ejemplo, con el empleo de patos y pollos y algunas técnicas como el ruido o el batir de tambores se ha conseguido salvar a algunos campos de la destrucción de las langostas. En la actualidad, sin embargo, a causa del alcance del fenómeno y el fracaso de las políticas de previsión y planificación de la respuesta a esta invasión, estos métodos no pueden garantizar el éxito. Por otro lado, dada la peligrosidad de los productos químicos, es importante promover respuestas ecológicas y biológicas que sean objeto de una mayor investigación, con miras al bienestar de la población campesina africana.
Se plantea en este punto la cuestión de la resiliencia de las comunidades frente a las pandemias. ¿Cómo se toma en consideración en África la vulnerabilidad campesina frente a las plagas y los desastres que están en el origen de las crisis alimentarias? ¿De qué herramientas disponen los movimientos campesinos africanos para fortalecer su capacidad de resiliencia frente a todos estos riesgos climáticos? ¿Qué soluciones existen frente a unos Estados y poderes públicos que no han demostrado suficiente capacidad de anticipación para evitar estos desastres?
¿Efectos de la crisis climática?
Como GRAIN ha afirmado en su reciente informe sobre la crisis alimentaria en África, «la crisis climática complicará y de hecho está complicando ya la producción alimentaria en el continente y aumentará la frecuencia y la gravedad de las perturbaciones climáticas, como inundaciones y sequías».
El cambio climático ha provocado un aumento de la frecuencia de ciclones en el África oriental, dando lugar a abundantes lluvias. Este fenómeno, vinculado al calentamiento progresivo de la parte occidental del océano Índico, próxima a la costa este del continente africano, promueve temperaturas más cálidas en la parte occidental que en la oriental, ocasionando fuertes precipitaciones en la región del este africano.
Con la subida progresiva de las temperaturas se produce la eclosión de los huevos de las langostas, mientras los fuertes vientos originados por los ciclones favorecen su propagación en el Cuerno de África, según informa la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD) de África oriental.
Sin duda, este tipo de crisis se van a producir cada vez más en África y con un gran impacto para quienes viven de la tierra. Es un hecho. Las pérdidas y los daños de la crisis climática deberán ser tomados en consideración por los movimientos campesinos para hacer frente al caos climático que amenaza al continente.
Pero más allá de los hechos que podemos atribuir a la naturaleza está sin duda la negligencia en la gestión de las pandemias y otras pestes que se están viviendo en África y en el mundo. De la misma forma que en la crisis de la COVID-19 se ha constatado una falta de dispositivos, materiales y equipos elementales básicos para prevenir la propagación del virus, ha habido poco trabajo de anticipación para combatir la plaga de langostas del desierto.
Es inaceptable que hoy en día las autoridades de los países del África oriental, junto a sus socios como la Fundación Bill y Melinda Gates, solo estén recurriendo a «venenos» y a productos químicos peligrosos para frenar la invasión de langostas. No es esta la mejor de las soluciones. Gran parte de la población se ve así obligada a elegir entre una muerte lenta causada por los efectos a largo plazo de dichos productos químicos y una muerte por inanición a corto plazo.
Esta crisis se extiende también a Yemen, Pakistán e India y constituye un fracaso internacional, pues no se han desarrollado las capacidades y políticas necesarias para prevenir todos estos desastres que son, sin embargo, evitables. En su lugar, los países han dejado que los conflictos y las guerras comprometan su labor de garantizar la seguridad alimentaria. La guerra en Yemen y los conflictos en Sudán y Somalia son escenarios en los que se ha agudizado el drama con la invasión de las langostas del desierto y su proliferación.
La fragilidad de los Estados africanos frente a este tipo de crisis sanitarias y pandemias diversas, especialmente en tiempos de COVID-19, debería hacer reflexionar aún más si cabe, sobre todo ante la aparición de otras crisis como la de la deuda que los Estados están contrayendo con instituciones financieras como el FMI o el Banco Mundial. Hay más bombas estallando en África.
Kenyan Peasants League y GRAIN
(Traducción de Marta Gómez)
Este número cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo