Tamara BALBOA
Lavar las penas, enjabonar las alegrías y frotar los dolores
Lavadero de Vilardecervos, Ourense. Fotos: Tamara Balboa
Con los avances en el camino de la igualdad de género, afortunadamente, nos resulta cada vez más difícil y menos aceptable encontrar lugares de reunión o trabajo diferenciados por sexos. Pero hasta no hace tanto, era bastante frecuente encontrar espacios reservados para hombres y para mujeres; generalmente, los de ellos más vinculados con el ocio, los de ellas vinculados con el trabajo.
Esta es la historia de los lavaderos, hoy prácticamente inexistentes, a pesar de que en algún pueblo se sigue conservando alguno, casi siempre restaurado como parte del patrimonio.
Josefa Rodríguez, Pepita, tiene en casa unas camelias para ir a plantarlas en los alrededores del lavadero. Para ella es el mejor sitio del pueblo y dice que hay que cuidarlo. «Siempre me gustó lavar y continúo yendo, el domingo pasado estuve casi toda la tarde. Si fuera como antes, que había que estar de rodillas, no podría, pero de pie podría estar todo el día», cuenta. Pepita, Pilar, Paulina y Sara son las únicas que siguen usando el lavadero de la aldea de Vilardecervos, Ourense.
Los lavaderos eran lugares para lavar las penas, enjabonar las alegrías y frotar los dolores, empleados exclusivamente por mujeres, después de largas jornadas de trabajo en el campo. Mientras los hombres dormían la siesta o aprovechaban un rato en el bar, ellas lavaban la ropa, los sacos de las cosechas o las mantas del invierno. Sara Luis Lorenzo, de 87 años, ahora no puede estar mucho tiempo con el agua fría, pero tiene muy buen recuerdo de los momentos pasados allí. «Los hombres en el bar y las mujeres, todas en el lavadero. Cada una contaba su vida y nos reíamos mucho. Era el único sitio donde nos veíamos solas, además de en la fuente». Cuenta que siempre estaba lleno y que antes de que lo restauraran era mucho más grande. Venían en tandas, se hacía turnos por casas. Cuando llegaban, se saludaban con un «Dios te ayude» y las presentes contestaban «venga con Dios». Y así se daba entrada a una charla sobre lo cotidiano, el trabajo realizado por la mañana, la comida, las visitas, las anécdotas, las cargas familiares…, y también sobre el cansancio, la falta de reconocimiento del trabajo femenino y sobre todo aquello que fuese surgiendo. Era común ayudarse unas a otras. «Cuando alguna pasaba algún tiempo sin venir, era porque algo raro pasaba, porque estaba mala o había alguna persona de la casa mala, entonces siempre averiguábamos y nos preocupábamos por ella», cuenta Pilar Falgueira, que reconoce orgullosa que no usa la lavadora.
Si la ropa estaba demasiado sucia o la ropa blanca amarilleaba, la dejaban un rato con jabón al sol. Era un trabajo de esmero, ya en cierto modo querían mostrar su buen hacer ante las vecinas. Pepita recuerda con cariño las historias que contaba la Rosa mientras lavaba, «siempre decía que no quería lavadora; esa mujer dejaba la ropa preciosa».
En invierno el trabajo era más duro por las gélidas aguas que hacían que las manos se les agarrotasen, pero el cansancio físico era menor, por ser menos la carga de trabajo en el campo. Aunque las condiciones habían mejorado mucho con respeto a los lugares para lavar, casi siempre de rodillas, en ríos o regatos.
Era inconcebible que los hombres entrasen al lavadero, las propias mujeres se reían de ellos y les decían que no les nacería la barba o que se les caería. Si acaso, ayudaban a cargar las tinas de ropa, cuando no lo hacían las lavanderas en la cabeza con un paño enrollado para que no les hiciera daño, como si de una obra de equilibrismo se tratase. Se decía que si la tina se te caía es que todavía no tenías el suficiente juicio.
La limpieza del lavadero también era trabajo exclusivamente femenino, cada una o dos semanas, se organizaban por amistad o vecindad entre tres o cuatro. Pepita recuerda que solía hacerse en fin de semana: «Ese día, los niños del pueblo siempre venían a ver si encontraban monedas que se hubiesen caído de algún pantalón», explica.
Hoy se siguen manteniendo en algunos pueblos, sobre todo para el verano ante la escasez de agua, para lavar aquello que no cabe en la lavadora o por nostalgia. Afortunadamente ya se empiezan a ver hombres, ya no se les cae la barba, ya lavan y participan en la limpieza con total normalidad.
Tamara Balboa
Vecina de Vilardecervos